Subiendo por la
carretera de Polop de la Marina a Guadalest, sorteando curvas y paisajes, roquedales que fueron en algún tiempo
glaciares, ya no sabes si vas para el norte o el sur, las costaleras del monte
o taludes de la carretera se acercan a ti con insultantes piedras y amenazantes
cunetas.
Hasta que sorteando kilómetros
empiezas a ver tierras de labor donde crecen los algarrobos, hay alguna casas con
techumbre de tejas moriscas y pinos, muchos pinos carrascos y piñoneros sobre
el equilibrio de algunos grises roquedales. Pasada una de las curvas te
encuentran con un pino gigante, te entran ganas de preguntarle ¿desde cuándo estás
aquí, cuánto tiempo llevas en el mismo sitio? Su tronco no puede ser abarcado por
tres hombres abrazados, si se dejan.
Este pino debió
escuchar los tiros de un Mauser durante la guerra civil, la metralleta de un guerrillero
durante el franquismo, la de un furtivo cazador tras las perdices rojas. Hay que dejar
el coche en una pobre explanación para contemplarte, se me viene a la memoria
unos versos de Gerardo Diego del ciprés de Silos “Enhiesto surtidor de sombras
y sueños/que acongojas al cielo con tu lanza”. Y es que si se pudiera subir veríamos
todo el valle secreto de Guadalest, el río, la presa, a lo lejos se ven sierras,
malezas y cambrones, y ruinas de viejos encinares.
Habéis convertido este paraje montaraz en
palacios, mezquitas y torreones vegetales del homenaje con el estandarte lanzando al aire de colores rojos y verdes. Por las noches viene la luna lorquiana con su polisón de
nardos a llevarse la hojas secas que el viento de los crepúsculos arroja al
suelo como despeinándote.
Eres orgulloso como
las astas de un toro entre cordilleras y las constelaciones de Tauro, allá donde
el cielo tiene su cuna y su luna pálida y envidiosa.
Cuando el viento
perfumado de primavera trae el sonido de algunos ruiseñores, éstas avecillas se quedan
aquí bajo el refugio del gigante. Quizás por aquí pasaran Gabriel Miró con su
amigo Oscar Esplá hacia Confrides por al carretera se sube al cielo y se pierde
por los alros de Aitana. Ese dolor de antenas espías del Mediterráneo que
quiebran las cabezas de los ecologistas.
Volveré, volveré a
verte altivo, orgulloso y yo cada vez más viejo y mortal.
Ramón Fernández Palmeral
Junio de 2007
Museos de Guadalest
Casas de Muñecas
Museo casa Orduña
Restaurantes
Museos de Guadalest
Casas de Muñecas
Museo casa Orduña
Restaurantes