Categoría (El libro y la lectura, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 27-09-2019/ Ser escritor
“Los sexos son iguales, por derecho y por intelecto. (…) Me siento ciudadano antes que mujer”.
Son palabras que Clara Campoamor pronunció en las Cortes en 1931;
era la primera vez en la historia que una mujer se dirigía al
Parlamento español; se enfrentó a lo establecido y quiso cambiar la
sociedad y convertirla en una agrupación más igualitaria, con el único
propósito de lograr el sufragio femenino. “Porque confío profundamente
en el alma femenina es por lo que he defendido con pasión su derecho al
sufragio político”.
Con el fin de sumergirnos en esa intensa vida que tuvo
Clara Campoamor (1888-1972), nos hemos documentado en varias obras. Una es el libro del escritor y periodista Isaías Lafuente,
La mujer olvidada (2006). De una forma novelada y muy amena, recrea las memorias que ella nunca llegó a escribir. Otra,
Las santas rojas (2008),
de la profesora y crítica literaria Josebe Martínez; en ella hace
referencia a las tres mujeres que sintiéndose aisladas del mundo lo
revolucionaron: nuestra protagonista, Victoria Kent y Magarita Nelken.
Otro libro que hemos tenido en cuenta es
Del amor y otras pasiones, donde
se recoge lo publicado en la prensa argentina durante su exilio:
artículos literarios que escribió y dos entrevistas que le hicieron y
cuya edición va a cargo de Beatriz Ledesma, escritora e investigadora
literaria unida a Campoamor por el vínculo intelectual y afectivo que
ésta tuvo con su tío abuelo, político y erudito cordobés, Federico
Fernández de Castillejo.
Ni me casé, ni concebí, ni viví sometida a la autoridad de ningún
hombre, ni me resigné a aceptar mi inferioridad intelectual”, estas
palabras muestran muy bien su ideario y el de muchas mujeres que la
apoyaron y con las que se relacionó a lo largo de su vida. Como además
fue una persona inquieta y muy viajera también recordaremos aquellas
ciudades que tuvieron una gran significación para ella.
Madrid, la ciudad que la vio nacer en 1888, en una
época en la que las españolas nacían civilmente muertas, como ella solía
decir. Fue bautizada con los nombres de Carmen Eulalia, aunque jamás
los utilizó, y prefirió usar el de su abuela materna, la única que
conoció. Forzada por la muerte de su padre, nada más finalizados los
estudios elementales y por la precaria situación económica familiar,
aceptó trabajos no contraindicados para las mujeres de entonces
(dependienta, secretaria…), hasta que se presentó a las oposiciones para
el Cuerpo Auxiliar de Telégrafos en 1909. Tras aprobarlas se convierte
en funcionaria e inicia una tímida profesionalización inusual para la
hija de un contable de un diario y una modista.
En 1917, comienza a trabajar como secretaria del director del diario
Tribuna, lo
cual le permite acercarse a la política y al mundo de la cultura. Eso
le impulsa a iniciar los estudios de bachillerato con 33 años y después
la carrera de Derecho, que la finaliza en un tiempo récord. “Mi vida
puede expresarse con una sola palabra: trabajo. Durante dos años he sido
empleada en una oficina de telégrafos; he estudiado a horas perdidas la
carrera de Leyes; he trabajado en mi bufete de abogada, al mismo tiempo
que pronunciaba conferencias en el Ateneo y discursos políticos en los
mítines populares…”.
Lausana, urbe suiza a la que fue nada más salir de Madrid cuando estalla el conflicto bélico. Allí escribió el libro
La revolución española vista por una republicana,
en el relata su experiencia durante los dos primeros meses de la Guerra
Civil en Madrid, que fue traducido al francés por su amiga
Antoinette Quinche
(de la que hablaremos más adelante) y publicado en París en 1937. A
pesar de la lengua y de la idiosincrasia de la gente, Clara volvió a
Lausana para vivir los últimos años de su vida: “La lengua cuando no es
la materna, aunque se la crea poseer bien siempre es una barrera. El
temperamento de esta gente es otro, la mujer aquí pese a su admisión en
otras profesiones, sólo tiene por ideal la casa. Me estrello contra esta
falta de viveza, de vida, que se acusa en todo.” Vivió un verdadero
cautiverio en libertad. No se hizo al país, se sentía extraña. “El
problema no está en el país que habito, sino en no poder habitar el
mío”. Y en Lausana murió en 1972 sin poder regresar a su tierra natal.
“A mi edad la muerte no es lo peor. Lo peor no es morir, sino estarse
muriendo y tengo la sensación de que desde hace mucho tiempo me voy
muriendo poco a poco. “Con las raíces cortadas” es el título que
pretendía dar a unas futuras memorias y quizá sea la frase que mejor
define su exilio.
Buenos Aires, la ciudad que la acogió entre 1938 y
1955. Estando en Lausana, decidió viajar a Argentina, contaba ya con
cincuenta años. Mientras se encontraba allí, en 1947, las mujeres
argentinas lograron el derecho de votar. En este país publica varias
biografías: dos dedicadas a las dos feministas de pensamiento más
preclaro en el ámbito hispánico: la introducción biográfica a una
antología de Concepción Arenal en 1943 y la biografía y selección de
textos de Sor Juana Inés de la Cruz en 1944. Al año siguiente se publica
Vida y obra de Quevedo, su tercera biografía.
San Sebastián, la ciudad donde están enterrados sus
restos. Tras aprobar sus primeras oposiciones obtuvo plaza en Zaragoza y
después de trabajar allí varios meses, se traslada a la capital
guipuzcoana, en la que vivió feliz durante cuatro años (1910 y 1914)
trabajando como telegrafista. Años más tarde, en abril de 1930, regresó
únicamente para pasar varias semanas. Fue entonces, cuando participó en
la campaña de Acción Republicana, defendió a su hermano, insurrecto
apresado, y alzó la bandera tricolor en el balcón del Círculo
Republicano. Esta ciudad conquistó su corazón, hasta tal punto que pidió
que su cuerpo reposara en ella. Afortunadamente se cumplió su deseo y
sus restos mortales reposan en el panteón de la familia Monsó Riu,
(Clara era madrina de la familia) en el cementerio de Polloe. Además,
la ciudad ha querido visualizar su figura erigiendo una escultura en la plaza que divide el Paseo de La Concha y que lleva su nombre. De esta localidad son oriundos los tres firmantes de este blog.
Su vocación feminista se forjó a lo largo de toda su vida. La primera
figura que influyó en ella, además de su madre, fue su maestra. De ella
recibió, al acabar sus estudios elementales, a los trece años, la obra
escrita por
Concepción Arenal (1820-1893) en 1861
La mujer del porvenir, libro que le impactó fuertemente. Y la segunda fue
Emilia Pardo Bazán
(1851-1921) que en 1889 denunció en la universidad parisina de La
Sorbona, la crítica situación en que vivían las mujeres en España, que
no sabían leer ni escribir y más tarde defendió la igualdad absoluta e
inmediata en la educación entre niños y niñas, lo que provocó feroces
críticas de la sociedad conservadora de su tiempo. “Si otras mujeres
siguieran mi ejemplo, el feminismo en España sería un hecho”, dijo la
escritora gallega y Clara lo siguió para hacer realidad ese objetivo.
En la biblioteca del Ateneo madrileño, Clara descubrió su
extraordinaria biblioteca, sus ricas tertulias y conoció a mujeres
sensibilizadas por el conflicto que le fueron abriendo los ojos sobre el
camino que debía tomar, entre ellas,
Benita Asas Manterola,
a la que Clara se sentía ligada porque había nacido en San Sebastián;
porque las dos accedieron a la universidad siendo ya mayores y porque
lucharon por lo mismo. Benita había fundado en Madrid la revista
El pensamiento Femenino en la que denunciaba con vehemencia la minusvalía social y política que padecían las mujeres.
El nombre de Clara Campoamor estuvo unido al de
Victoria Kent,
porque las dos fueron diputadas en la misma época y porque
protagonizaron un duelo dialogal en el congreso, además de ser las
primeras mujeres que abrieron bufete de abogados en Madrid. Tal y como
matiza Josebe Martínez en 1924, Clara Campoamor vio cumplido su deseo de
ser admitida en el Colegio de Abogados de Madrid y fue ella la primera
mujer en pedir su ingreso para ejercer como abogado, mientras que
Victoria Kent fue la segunda, ya que se registró al mes siguiente.
Por la relevancia pública que alcanzó su figura, en 1927 fue
galardonada con la Gran Cruz de Alfonso XIII que le concedió la Academia
de Jurisprudencia, pero no la aceptó. Se mantuvo firme a sus
principios: “La república me parece superior a cualquier otro régimen”.
Su padre le infundió con ahínco este concepto y así siguió. “Mi natural
modesto, mi gusto por la austeridad y mi amor a la limpia conducta me
han privado siempre de compadres…” Este retrato de sí misma lo emite en
1936 en una memoria pública. Ella se crió en el ideario republicano en
época de monarquía, momento en el que costaba caro serlo porque el
emblema que permeaba a través de un régimen caciquil era: “Para los
amigos el favor y para los enemigos la ley”.
Otro nombre femenino referencial en su vida fue Antoinette Quinche.
Más que una amiga, resultó ser la hermana que nunca tuvo y la persona
que más le ayudó desde que salió de España, la que estuvo a su lado
siempre durante su estancia en Lausana y hasta el final de su vida. A
esta abogada suiza la conoció en París y junto con otras tres más de
diferentes países europeos fundó en 1928 la Federación Internacional de
Mujeres Jurídicas. Clara Campoamor, prácticamente hasta el final de su
vida, siguió con una actividad constante que la llevaba a participar en
asociaciones feministas internacionales o a colaborar en mítines, así
como a asesorar en el despacho de Antoinette. Todo esto hasta que el
cáncer se la llevó.
Además de su trabajo como traductora, escribió numerosos textos divulgativos sobre
la obra poética de diversos autores
que pertenecieron a distintas épocas, que se publicaron en la revista
femenina Chabela entre 1943 y 1945 y que luego fueron recogidos en
Del amor y otras pasiones.
Se trata de una antología muy personal tal y como puede verse cuando,
por ejemplo, refiriéndose a la obra de Zorrilla indica que “hay
descripciones que son verdaderos cuadros velazqueños”, y cuando califica
sus versos de “magníficos y rutilantes”. De Gaspar Núñez de Arce dice
que es “gigante de espíritu encerrado en un cuerpo deformado” y que
posee “una lírica vibrante y enérgica”. Se interesa también por el
murciano Federico Balart, “escritor y poeta sereno”. Y de este modo:
“…el ritmo vivo y sugerente de sus manos nerviosas y expresivas (…) da a
sus poesías vuelo del gesto, ritmo y contenido penetrante”, nos da a
conocer al poeta mexicano Amado Nervo. Y del catalán Joaquín María
Bartrina, dice que “en sus versos fue un descorazonado y amargo
pesimista”. Otros poetas analizados en este mismo volumen son Quevedo,
Góngora, Manuel Machado… y Sor Juana Inés de la Cruz como única
representación femenina. Son unos ensayos literarios muy instructivos en
los que se aprecia que la escribiente es una persona instruida, muy
leída, y que sabe expresar sus opiniones con sentimiento y pasión.
Fue una mujer verdaderamente inquieta, luchadora impenitente, de
palabra ingeniosa, mente lúcida y fiel a sí misma. Quiso sacar a las
mujeres de los arrabales en que vivían, razonando con tesón y
discutiendo en buena lid. Abogaba por un feminismo igualitario que
luchara por la libertad y la justicia. Su avanzado ideario tropezó con
el hermetismo de una sociedad española encerrada en sus tradiciones, que
la trató con hostilidad y la despreció públicamente. Pero ella nunca se
desanimó y y peleó hasta el final, sin admitir jamás un trato de favor
por ser mujer. Así la describe el escritor
Rafael Cansinos-Asséns
en sus memorias La novela de un literato: “…la famosa Clara Campoamor
(Clarita, como todos la llaman), esa mujer abogada, diputada, escritora y
sin embargo muy mujer, pequeñita, redondita, con una carita de manzana
asturiana y una expresión gachona en sus ojos negros. Pero con una
energía más que varonil en su carácter”.