No hay nada más natural y reconfortante
que el calor humano
desde que nacemos
hasta que morimos.
Antes de hacer ya sentimos
ese calor en el vientre de la madre.
Al nacer nada nos consuela
más que el calor de
la madre,
y la leche de sus senos.
Al volver a la cuna volvemos al llanto.
Un abrazo denudo a la amada
es el calor más
natural y reconfortante que siete.
Por ello, aquellas personas
que se quedan solas,
echan de menos ese aliento corporal,
y desearían aunque fuera pagando
el calor de un cuerpo
humano en el lecho.
En la ancianidad es cuando
más se necesita el
abrazo,
el calor de las manos, las caricias,
el consuelo ante una
soledad sonora y persistente.
Siempre se agradece una visita,
una conversación, un abrazo y un calor humano.
El calor humano es tan necesario
como respirar el aire
del mar.
Calor humano con sus cálidos rayo de amor y amistad.
Si al expirar sentimos, percibimos
el contacto de una
mano que te toca
será como un saludo
que nos facilitará la despedida.
Ramón Palmera,
mayo 2013