La homosexualidad en Federico García Lorca.
(Este trabajo -no breve y con mucha información de primera mano-
lo hice hace un año para una revista universitaria norteamericana, donde
ha salido.)
Circunstancias
casuales (o no tanto) de la vida y el hecho de que Federico García
Lorca fuera asesinado en trágicas circunstancias de guerra con 38 casi
recién cumplidos, hizo que yo llegara a conocer –y en dos ocasiones con
mucha intimidad- a notables personajes que habían sido muy amigos del
propio Federico. La mayoría de las cosas que sé sobre la intimidad
homoerótica de Lorca (con anécdotas casi “incontables”) me las narraron
ellos en largas tardes y años de conversaciones íntimas. Ellos también
era gays (como Federico) y sabían que estábamos entre amigos, porque
fuera de tal amistad jamás hablablan de ese tema. Esos amigos comunes
–la frase suena rara también para mí- fueron: Vicente Aleixandre (con el
que compartí catorce años de muy estrecha relación amistosa), Rafael
Martínez Nadal –el depositario de los manuscritos de “El Público”- al
que conocí algo más tarde, pero con quien la cordialidad fluía rápida,
porque había algo en Rafael (esa misma cordialidad) que propiciaba la
confidencia. Y finalmente –y lo traté menos- el escritor gallego
(exilado en Argentina muchos años) Eduardo Blanco-Amor, al que conocí en
sus años últimos, y siempre en el Café Gijón de Madrid, presentado por
un simpaticó médico gallego, Juan Haguindey de nombre, que hacía por
entonces (finales años 70) “mala vida” en la noche madrileña, de donde
–lo confieso- vino mi trato y el hecho de que él me presentara a
Blanco-Amor…
Federico viajó a Nueva York en junio de 1929
Blanco-Amor era un viejito lúcido y muy cordial (me parece que murió a
fines de 1979) que conoció al Lorca de “La Barraca”. Les unió “el
epentismo”, más al pronto que la misma literatura… “Epentismo” y
“epente” eran (según todos, pero yo lo supe primero por Aleixandre)
términos inventados por Federico para aludir a la homosexualidad o a los
homosexuales en contextos donde la palabra –en los años 30 y aún con la
libertad de la República- eran indecibles. Por ejemplo, todos sabían
(en intimidad) que el gran erudito José María de Cossío era homosexual,
pero eso era secreto y nadie lo hablaba. Así en una comida Federico le
decía a Vicente: “He oído que Cossío es un gran estudioso del
epentismo. ¿Tú lo sabías?”. Y Aleixandre contestaba: “Sí, lo sabía. Sé
que lo ha estudiado mucho. Es un epente muy notable.” (De este modo me
lo narró una de tantas tardes en su casa Vicente Aleixandre).
Curiosamente Lorca dejó un testimonio escrito de esa palabra en un
soneto dedicado al modernista uruguayo Julio Herrera y Reissig,
prototipo de alambicado simbolista, decadente y aún protosurrealista,
pero no “epente”, que sepamos. Como de 1934 (pero puede ser aún
posterior) se fecha el soneto “En la tumba sin nombre de Herrera y
Reissig en el cementerio de Montevideo” en la edición de “Sonetos” de
Lorca que editó en 1996 la editorial Comares y la Fundación Federico
García Lorca, en Granada. El primer endecasílabo del citado soneto
(hecho como otros poemas al uruguayo para un número homenaje que la
pensaba dedicar, pero no hubo tiempo para hacerlo, la revista de Neruda
“Caballo verde para la poesía) dice así: “Túmulo de esmeraldas y
epentismo…”.Ahí está el término y no lo conozco escrito en ningún otro
sitio de la época. “Epéntico” (no epentismo) viene en el diccionario de
la RAE, pero como adjetivo de “epéntesis” , que es una figura de
dicción, que consiste en añadir un sonido. Como se ve, nada que ver con
“epentismo” (que no epéntesis) o “epente” que no “epéntico”. No creo que
los matices lingüísticos fueran a propósito, pero salieron bien.
Unidos por el epentismo y la literatura, Blanco-Amor vio los amores
de Lorca (ya en 1935) con un muchacho gallego que trabajaba en “La
Barraca”. A ese chico Lorca le dedicó los “Seis poemas galegos” de ese
mismo 1935, en los que Blanco-Amor hubo de ayudarle, pues Federico no
sabía gallego…
Rafael Martínez Nadal (que murió muy viejo, en 2001) fue un
interesantísimo testigo de su época y del exilio en Inglaterra. Profesor
de Literatura, escribió sobre Lorca, sobre Cernuda, y sobre él mismo
colaborador (con pseudónimo) de la BBC antifranquista. Aficionado a los
deportes y homosexual también (según Aleixandre) Rafael nunca hablaba
de él mismo –estaba casado y tenía hijos- sino de la normalidad con la
que veía y trataba a sus amigos homosexuales, como lo hacía el embajador
de Chile y común amigo de casi todos, Morla Lynch. Conocía Rafael todo
sobre la vida sexual de Federico (de nuevo, según Aleixandre, porque él
la propiciaba o la compartía). Aleixandre –que después de la guerra
no se hablaba con Martínez Nadal, incluso le tenía un pequeño encono)
me conto que, sobre el año 35, estando él sentado en un café madrileño
con Dámaso Alonso, cuya homofobia era bien conocida, aparte de los
tardíos testimonios que aportó Cernuda que lo detestaba, vió pasar por
otro extremo a Martínez Nadal que saludó a Vicente con un gesto de la
mano. Entonces Dámaso le preguntó: “¿Quién es ese?” Y Vicente le
contestó que un amigo muy cercano de Federico. Parece que Dámaso añadió:
“Será maricón, entonces…” A lo que Vicente respondió, tratando de echar
un cable: No lo creo. Es un hombre muy viril. Enormemente aficionado al
deporte, incluso al boxeo. A lo que Dámaso habría replicado,
inmisericorde: “Esos son los peores”. La conversación, claro está,
cambió de tercio. Martínez Nadal que , según él conservaba muchas cartas
cariñosas y agradecidas de doña Vicenta, la madre de Federico, por lo
bien que se había portado con su “Federiquito”, no se llevaba bien, al
final, con la familia García Lorca, entre otras cosas (no pretendo saber
todas las razones) porque, estando en Londres, les mostró a Francisco
García Lorca (hermano del poeta) y a su mujer, Laura de los Ríos, el
manuscrito de “El Público”. Se lo mostró para que vieran su autenticidad
pero se negó a prestárselo… Hasta ahí sé. El caso es que además de “El
público” y algunos otros papeles creativos sueltos, Martínez Nadal
poseía un enorme epistolario de Federico dirigido a él mismo y en parte
publicado y autocensurado por el propio Rafael. Lo curioso es que al
menos algunas de las cosas censuradas de cara al público –algunas-
eran habladas con total naturalidad en privado. A fines de 1981 yo le
leí en su casa de “El Olivar” a Martínez Nadal páginas de mi libro de
memorias noveladas “Ante el espejo” que se publicaría –con poco gusto de
mi madre- en 1982. Leí para Rafael las partes más íntimas de contenido
homoerótico. Al acabar, él me las alabó con enorme generosidad y me
animó a publicarlas. “Será bueno para todos”, me dijo o algo muy
parecido. Poco después añadió que como yo le había hecho un bonito
regalo leyéndole aquellas páginas de mi libro, él no quería dejar de
corresponderme y me iba a hacer otro pequeño regalo… No dijo cuál. Salió
un momento del salón, y al poco volvió con una carpeta clásica en la
mano, una carpeta de cartón azul. Yo sólo la ví, no la toqué. De pie,
Rafael pareció buscar entre los papeles que había dentro, y de repente
me extendió una cuartilla escrita a mano por las dos caras y que
empezaba diciendo “Querido Rafael”. Me dí cuenta antes de ver el
“Federico” final, que se trataba de una carta de García Lorca fechada en
Nueva York (creo recordar) a fines de 1929. Todo el misterio de la
carta estaba en que Federico le contaba a su amigo –con alguna expresión
muy viva- que la noche anterior había participado en una orgía con
varios negros. Al final de la carta, incluso después de la firma, una
línea decía: “Cuando la leas rómpela”. Cuando Martínez Nadal vió que yo
había completado la lectura y levantaba los ojos hacia él, me dijo
sonriente: “Y la voy a romper”. Será fácil imaginar mis inmediatas
protestas. Le dije que yo entendía que la hubiese roto entonces (cuando
la recibió) pero que si la había guardado tantos años sería por algo y
que no la debía romper ya. No recuerdo bien las razones que argumentó
pero el resultado era el mismo: Llegado el momento, la rompería. Tuve en
las manos esa carta y la leí, nunca más la he vuelto a ver ni sé qué ha
sido de ella y a buen seguro de otras más o menos similares en el
recuento de la sexualidad…
Cuando llegó el centenario del nacimiento de Lorca, en 1998, cené un
día con su biógrafo por antonomasia, Ian Gibson, que quería que yo le
contara lo que sabía de Lorca por sus amigos. Vicente Aleixandre y
Blanco-Amor habían muerto ya, pero Martínez Nadal (al que por entonces
yo veía menos) no. Conté a Gibson lo que antecede y lo ví lleno de
interés. Martínez-Nadal (me dijo) nunca jamás había querido
entrevistarse con él y nunca lo hizo. Gibson me dijo si podía añadir mi
relato a su libro, y le respondí que por mí sí. Pero que si Martínez
Nadal decía que yo mentía (aunque nunca lo supuse) su palabra tendría
lógicamente más valor que la mía. Gibson añadió mi relato con todo
detalle a su renovada biografía de Federico García Lorca, que se reeditó
en 1998 y Martínez Nadal nunca dijo nada. Que se enteró del libro lo
supe por varios amigos comunes y porque en las pocas ocasiones en que lo
volví a ver estuvo algo más distante conmigo, dentro de la cordialidad.
Nuestros momentos cenitales habían quedado en todo lo largo de los 80.
Según Aleixandre me explicó en su día, el pudor “epéntico” de Martínez
Nadal no procedía de una salvaguarda de Federico, de quien cada vez se
sabía más, sino de un pudor hacia sí mismo. Yo ni agrego ni quito.
Vicente sí me pareció siempre el gran amigo de García Lorca. Jamás lo
llamaba por sus apellidos (por mucho que hablásemos de él y hablamos
mucho) siempre era “Federico”. Me habló de sus manías dilapidadoras
–dejar un taxi esperando en la puerta esperando mientras estaba más de
una hora con Vicente- su falta de simpatía por Miguel Hernández (no
compartida por Aleixandre), sus gustos sexuales “pasivos” y sobre todo
la historia con quien Aleixandre calificaba como “el gran amor
frustrado” de su vida, Emilio Aladrén, escultor joven, al que dedicó un
poema en “Romancero gitano” (“El emplazado”). Según Aleixandre la pasión
había sido total y real, y se había cumplido por primera vez en un fin
de semana que pasaron en Ávila. Desde allí Federico llamó por teléfono a
Vicente por la mañana para darle la buena nueva. Pero Aladrén era
bisexual y no gay y terminó yéndose con una mujer al parecer, como él,
muy atractiva. Federico sufrió tanto por esa separación o ruptura que
fue eso (el deseo de curación y lejanía, y en eso también coincidía con
Martínez Nadal) lo que le llevó a Nueva York y en ningún caso la
voluntad de aprender inglés… Con frecuencia (solía terminar Aleixandre,
que admitía que Federico iba a menudo con algunos chicos por dinero)
Lorca se enamoraba de muchachos que no eran homosexuales o no
principalmente y él tenía muy claro que esa fue su personal y reiterada
tragedia.
Podría añadir muchísimos más detalles (incluso alguno levemente
picante) de entre los muchos que Aleixandre me fue refiriendo en tantos
años, pero creo que lo narrado es suficiente para que entendamos dos
cosas: Federico fue natural y totalmente homosexual y (segunda) a nivel
superficial él vivió esa condición, entre sus amigos más próximos, con
entera naturalidad y sin problemas aparentes… Y sin embargo el lector de
Lorca, sabe que la homosexualidad (tan visible en su obra) no dejaba de
tener sesgos problemáticos para el poeta. ¿Por qué?
En primer lugar –y es preciso tener en cuenta la época- la familia de
Lorca o no sabía la condición sexual del poeta o le parecía negativa y
procuraba ocultarla. Es obvio que Lorca tuvo temor y respeto en vida por
su familia… Después de su asesinato podía (y debía) haber sido
distinto, pero la realidad es que tardó mucho en serlo. Su hermano Paco
–según me ha narrado su propia hija Laura- “no llevaba bien” la
homosexualidad de su hermano. Y su hermana Isabel (a la que conocí) lo
negó mientras pudo, hasta que muy a la postre no pudo oponerse a las
evidencias, pero aún entonces era un tema del que eludía hablar. Además
¿qué podría saber ella, de verdad, de la vida privada y sexual de su
hermano? En aquella época ( y no sé si ahora) un hermano adulto no
hablaría nunca ni una palabra de esos temas con la hermana más chica.
Federico hubo de sortear siempre el problema familiar, y aún así fue más
valiente de lo que se supone, pues la “Oda a Walt Whitman” (de “Poeta
en Nueva York”) se editó en 1935, en Madrid, en una bella “plaquette”.
No fue un poema conocido sólo “post mortem”, ni mucho menos… Por lo
demás (y como he demostrado en un trabajo editado varias veces, “La
sensibilidad homoerótica en el Romancero gitano”, revista Turia, 1998 y
revista digital Castilla de la Universidad de Valladolid en 2011) he
dejado claro, me parece, y sin alusión ninguna a su vida privada, que
los ejes semánticos de todos los poemas del “Romancero…” son una
contínua celebración de la virilidad y de la belleza masculina, hombres o
mozos… ¿Cómo entender sino esto?: “Niños de cara impasible/ en la
orilla se desnudan,/ aprendices de Tobías/ y merlines de cintura…” O
esto otro: “Moreno de verde luna/ anda despacio y garboso./ Sus
empavonados bucles/ le brillan entre los ojos.” Y más: “Lo que en otros
no envidiaban,/ ya lo envidiaban en mí./ Zapatos color corinto,/
medallones de marfil/ y ese cutis amasado/ con aceituna y jazmín./ ¡Ay
Antoñito el Caborio/ digno de una Emperatriz.” Los ejemplos se podrían
repetir casi “ad nauseam” pero no hace falta. El que no tiene
anteojeras ya lo ha visto… Otra cosa es la posterior “Oda a Walt
Whitman”, espléndido poema, sin duda, en el que se enfrentan dos tipos
contrapuestos de homosexualidad. De un lado la pura homosexualidad de
los camaradas (la que Whitman buscaba) o la de “el niño que escribe/
nombre de niña en su almohada,/ni contra el muchacho que se viste de
novia/ en la oscuridad del ropero,” (…) pero de otro está, y de ella
abomina y contra ella va, la homosexualidad de los “maricas de las
ciudades,/ de carne tumefacta y pensamiento inmundo…”. Sin embargo hoy
sabemos bien que la homosexualidad que Lorca vivió plenamente como
adulto era precisamente la que condena, la del “pensamiento inmundo”, la
del “marica” de la ciudad… ¿No hay en este poema una profunda
contradicción en Lorca, que hace que muchos homosexuales no se
reconozcan en él, pese a la belleza del texto? Sin duda. Este poema
muestra, como ninguno, que una parte muy profunda de García Lorca (ya
sabemos que la superficial no) vivía la homosexualidad como un personal,
íntimo conflicto. Unos lo ponen en relación con la idea de un Lorca
“afeminado” en sus gustos homoeróticos, que llega a sentir en sí mismo
la tragedia (hoy diríamos que antigua) de “Yerma”. La “pasividad” de
Lorca, el no hallar el amor de hombres no homosexuales sería otra una
parte sustancial de este conflicto íntimo, muy hondo. Será ya muy
difícil sino imposible resolverlo de veras. Pero (como el elogio a la
belleza moceril) está y es evidente.
Creo que aún faltan estudios profundos –habiendo ya algunos- sobre el
mundo y el sentir homoeróticos en la obra total lorquiana. Y creo, item
más, que aún es tiempo de completar sexual y sentimentalmenre su
biografía y saber (por ejemplo) qué ha sido de las cartas que Martínez
Nadal no publicó y aún qué textos o párrafos suprimió en su libro de
recuerdos y correspondencia (lujosamente editado) “Federico García
Lorca.Mi penúltimo libro sobre el hombre y el poeta” Editorial
Casariego, Madrid, 1992. Por ejemplo en una carta escrita por Lorca a
Rafael desde Granada a Madrid a su vuelta de América le dice, al final:
“tengo muchos versos de
escándalo y teatro de escándalo también.” (…) “Aquí en Granada me divierto estos días con
cosas deliciosas
también. Hay un torerillo… “ Y aquí se corta la carta, porque el
propio Rafael la autocensura. ¿Se podrá conocer enterá? ¿Habrá muchas
más como la de la orgía de negros, que ví y no he vuelto a ver más?
Queda mucho íntimo Lorca por dirimir y tanto la altura del hombre y del
poeta, como la claridad y normalidad de la vida homosexual (sometida a
tanto mal trato y tapujo) lo precisan y lo merecen. Mi testimonio,
básicamente, opta por ello. Por ver a Lorca finalmente sin penumbra…