Estoy trabajando en mi nuevo libro Federico García Lorca el de Poeta en Nueva Yokk, 2019, Amazon. Os muestro el comentario que acabo de terminar, hoy, 21-11-2019
[10].-Paisaje de la
multitud que orina
Nocturno de Battery
Place
Se quedaron
solos:
aguardaban
la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron
solas:
esperaban la
muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron
solos y solas
soñando con
los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo
quitasol que pincha
al sapo
recién aplastado,
bajo un
silencio con mil orejas
y diminutas
bocas de agua
en los
desfiladeros que resisten
el ataque
violento de la luna.
Lloraba el
niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados
por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque
todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban
nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa
que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
no importa
la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay
un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se
asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil
buscar el recodo
donde la
noche olvida su viaje
y acechar un
silencio que no tenga
trajes rotos
y cáscaras y llanto,
porque tan
sólo el diminuto banquete de la araña
basta para
romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay
remedio para el gemido del velero japonés,
ni para
estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El campo se
muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo
busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna!
Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!
Fachadas de
crin, de humo; anémonas, guantes de goma.
Todo está
roto por la noche,
abierta de
piernas sobre las terrazas.
Todo está
roto por los tibios caños
de una
terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes!
¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso
viajar por los ojos de los idiotas,
campos
libres donde silban mansas cobras deslumbradas,
paisajes
llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que
venga la luz desmedida
que temen
los ricos detrás de sus lupas,
el olor de
un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que
se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor
[de un gemido
o en los
cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.
Comentario e
interpretación
Battery Park es un
parque de 10 hectáreas, situado en la punta sur de la ciudad de Nueva York en
Lower Manhattan, frente al puerto. El nombre viene de la batería de cañones que
los antiguos holandeses y británicos
instalaron en esta zona, con el fin de proteger la entrada del puerto. En el
otro extremo se encuentran los restaurantes de Battery Gardens, junto a la
Guardia Costera de los Estados Unidos. A lo largo de la costa, se encuentran
los muelles de donde parten los ferries con destino a la Estatua de la Libertad y Ellis Island.
En esta zona junto al margen del navegable
Río Hudson, una noche, sin fecha determinada, no datado “Paisaje de la multitud que orina”, García Lorca contempla que la gente orina en el
parque no cabe otra explicación lógica, por falta de urinarios públicos. Nos
dice “Fachadas de orín, humo, anemonas, guantes de goma”. La visión del parque
es pésima “el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata”. Con
la visión desagradable de una micción urgente de algún borracho «estas gentes
que pueden orinar alrededor de un gemido”.
Se
inicia el poeta invitando al lector, o el narratorio, con la visión de hombres
y mujeres “Se quedaron solos y solas”, diferencia por su género, no son personas,
porque las personas no tiene género, aunque sí número. Como la muerte
obsesionada al poeta desde joven, porque la luna es la hoz blanca de la muerte
en la noche, puesto que la escena es nocturna y en un charco se refleja “el
ataque violento de la luna” con la imagen de “celeste negra huella”. Y más
adelante exclama “¡La luna! ¡Los policías! ¡Las sirenas de los transatlánticos!”,
y entre la luna aquella que vino a la fragua para llevarse al niño gitano de la
mano. En este poema aparece un velero japonés (o junco) donde “Esperaban la
muerte de un niño en el velero japonés”. Escenas de muerte que me recuerdan “Romance
de la luna luna” de Romancero gitano
(1928), donde escribe:
Por el cielo va
la luna
con el niño de la mano.
El niño del velero japonés llora,
calla y muere cuando le clavan un alfiler (como hacen los entomólogos con los
lepidópteros), los pájaros agonizan en su vuelo nocturno, el sapo recién aplastado
deja ver sus tripas.
Desde su
posición de observador, el poeta ve las olas (último verso) que se acercan al
muelle “donde se comprenden las olas nunca repetidas”. Las olas esas ondas
expulsadas por el río se parecen entre ellas, pero todas son distintas si la
midiéramos una a una en una balanza.
Por Ramón Fernández Palmeral
Poesía Palmeriana
Alicante, 21-11-2019. Noventa años del viaje a Nueva York