Para
fortuna y gozo de nuestros sentidos, Carlos Bermejo ha escrito una sorprendente autobiografía-testimonio en prosa
narrativa: Historia de yo (Amazon.es,digital, 2014) con gracia y hurgando en los recuerdos más recónditos de su
niñez, donde hace un repaso integral y realista de la vida familiar, de las costumbres de la época, desnudándose
interior y exteriormente con una escritura directa, amena y fácil de leer; pero, que a la vez es
difícil de componer desde el yo de la primera persona, puesto que al elegir el
yo solamente se tiene perspectiva de uno mismo, no de lo que hacen o dicen los otros
personajes. Con esta obra se ha armado
caballero de las letras hispanas, porque es un libro diferente si hemos de
aceptar que todas las historias contadas son ciertas y sucedidas en su vida,
vivas aún en el recuerdo, llenas de añoranzas y salpicadas de recuerdos,
algunos eróticos. Porque, aunque a veces, es cierto que inevitablemente
reescribimos nuestros recuerdos, para ajustarlos mejor a nuestra forma actual
de pensar, siempre tienen la misma matriz: la memoria. Lo eficaz de escribirse
uno su autobiografía es que luego no pueden venir otros a inventar o añadir
sucesos que, o bien no sucedieron, o sucedieron de otra forma.
El estilo es la persona, y la técnica hay
que aprenderla como en todo arte que se precie de serlo con autenticidad y
valía. Ya decía nuestro “Azorín”, que la escritura debe parecer fácil al lector
aunque en su composición no lo sea. Y es, en estos esfuerzos de construcción
sintáctica donde despuntan los
verdaderos escritores y poetas. Bermejo
se derrama como un vaso de buen vino de reserva con sencillez, a veces con ingenuidad
de chaval, metiéndonos como invitado en su azarosa vida interior y sentimental.
Cuando uno escribe su autobiografía es porque ya no le caben más recuerdos en
la memoria y tienes que darles liberación para dar cabida a otros nuevos. Decía
un poeta necesitado de amor como Federico García Lorca, “que escribimos para
que nos quieran”. Y es cierto,
escribimos para que nos aprecien.
El narrador de Historia de yo es también el personaje dentro de la historia lo que
se llama técnicamente narrador homodiegético. El destinatario de la narración o narratorio no es otro que el lector
indiscreto que quiera abril la pantalla del ordenador para conocer las aventuras
y desventuras de Bermejo. Existen tres clases de lectores: el real, el virtual
y el ideal. En el Siglo de Oro,
Cervantes empieza en el Quijote
diciendo “Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este
libro, como hijo del entendimiento…”.
Mateo Alemán en su Guzmán de
Alfarache, condenado a galeras, empieza diciendo: “El deseo que tenía,
curioso lector, de contarte mi vida me daba tanta prisa para engolarte en ella
sin prevenir alguna cosa…” De esta guisa, y de una forma elíptica Carlos
Bermejo se dirige al lector cómplice para contarle su autobiografía, sin
advertir que todo es rigurosamente cierto, aunque así es porque muchos
personajes viven todavía y pueden dar fe
de ello. Y porque el camino, la meta de nuestra existencia es dejar recuerdos persistentes
de nuestro pretérito, pasos e imagen de nuestras huellas por este mundo
(visible e invisible), lo más eficaz y saludable para lo perdurable, es como ha
hecho Carlos dejarlos por escrito en libro (digital o papel) que son como esos
sillares de catedrales que persisten en el tiempo. Nosotros los constructores
de libros, somos uno más de los que colaboraron en la construcción, en la
edificación de la biblioteca universal.
Historia de yo (de título con impacto
gramatical) es en realidad un gran fresco diacrónico de una autobiografía
escrita con sinceridad sin importar que algunos personajes no lleguen a ser
mitos, ni lo serán (así es la vida real no todos podemos ser héroes, aunque eso
sí, somos héroes anónimos cotidianos), a
la vez jocoso y realistas, en una
infancia feliz aunque asfixiada por la
religiosidad de postguerra del nacional catolicismo, y que por haber vivir frente a la iglesia y la
religiosidad de su madre. Una vez el cura don José se enteró de que Carlitos leía al “impío” Pío Baroja, considerado anticlerical. Novelas
que le prestada por el entonces su cuñado Salvador García Aguilar que fuera
Premio Nadal de novela en 1983 por su obra Regocijo
en el hombre. La Iglesia Católica y sus inquisidores siempre creyeron y
siguen creyendo que toda lectura fuera de las hagiografías y los evangelios, son
un envenenamiento de las almas de los fieles, lo que hoy se extiende al cine y
a la televisión. En la obra “carlosbermejiana”
vemos las idas y venidas de una multitud de personajes o nómina
dramática que los expertos denominan “dramatis personae”, desde sus padres y
hermanos y hermanas, primos y primas, amigos y amigas, y, sus amoríos y
desamores dispersos, que, por lo general
no culminan por culpa de una férrea educación cristiana y el auto compromiso de
llegar virginal al matrimonio.
Lo que aseguramos
es que Carlos posee una gran habilidad narrativa que no provoca siesta ni
cansancio, sino que nos empuja, llevados por la ley interés –bien construido- a
que leamos y sigamos leyendo. Tenemos la suerte de que no es una novela de
ficción rosa de las que se alargan más de lo debido de autores que tienen más
fama de la calidad que nos dispensan sus obras. Los gustos de hoy en día pasan por el
cotilleo, la vida privada de los
escritores, aunque para ellos, suponga un conflicto de destape y baños de
sinceridad, pues nuestra sociedad mediatizada así nos lo demanda; por ello,
como en todo Arte, lo que el lector percibe en esta autobiografía son emociones
humanas, sentimientos que perduran en el tiempo, porque lo que permanece no son
las entelequias literarias, sino lo humano y lo cotidiano, y que a su vez
convierte a la obra en única, porque única es la vida de cada cual; pero para
ello, se han de tener las herramientas inspiradoras para saber exponerla y
presentarla con toda destreza y originalidad, como lo ha escrito Bermejo. Hemos
de tener en cuenta que los capítulos se podrían leer por separado, pues son
historias que empiezan y terminan, aunque estén entrelazadas, de aquí el uso de
los títulos para anunciarlos, aunque los personajes luego se entrelazan.
Se
entiende que la narración como testimonio de lo vivido ha de ser un órgano vivo
de estrecha relación entre autor y lector (en una especie de osmosis de
confidencias), de aquí surge una connivencia entre ambos. Lo que nos interesa
al lector actual es la vida privada y particular (las biografías), pero que
estén contadas desde el punto de vista original y propio del autor: estilo
propio que llamaríamos en el arte de la pintura. Lo que más nos llega de la
lectura son las sensaciones que nos provoca el autor al relatar sus vivencias,
dependiendo, evidentemente del estado de ánimo que tengamos en cada momento de
encontrarnos con el texto.
Historia
de yo es el resultado de una experiencia personal que nos lleva por la
infancia, adolescencia y juventud de Carlos Bermejo (Molina del Segura, 1937) y
nos hace vivir amenas anécdotas como la escena de su bautizo cuando ya contaba
dos añitos de edad y al levantar el cura el brazo con la concha de agua bendita
se imaginó que saludab(a a Franco con el
signo fascista, y vitoreó: “¡Canco, canco!”. Se van sucediendo anécdotas muy curiosas como
que sus hermanas le hicieron creer que fue un niño encontrado por unos mendigos
y dado en adopción a la familia, historia negra que tanto le hizo sufrir en su
infancia. O cuando era monaguillo y acompañaba al cura a dar la extremaunción a
un enfermos de muerte y se encontraron con el vecino ateo y anticlerical
(librepensador) que en su lecho de muerte al recibir el Santo Viático del
párroco Don Fulgencio, despertó y se levantó de la cama cagándose en Dios y
todos los Santos. Luego, como es de esperar este grave blasfemo se muere
inmediatamente. O con el timo del azúcar en tiempos de estraperlo que le hizo
un soldado a su padre, pero al que el padre le perdonó al no reconocerlo cuando
lo detuvieron.
Carlos es el benjamín del matrimonio de Doña María la de Ignacio,
católica practicante que rezaba tantas veces al día como un islamista ortodoxo,
y Don José María, un sastre de derechas
de la CEDA, católico, caballero de la “Baba Real” (que el lector debe
averiguar), bien situado económicamente con ciertas propiedades inmobiliarias,
que tuvieron ocho hijos (cuatro chicas y cuatro chicos). Iremos viéndolo crecer
siendo juguete de sus hermanas mayores que, a veces, duerme con ellas, que con
cuatro años por poco se muere por una enfermedad desconocida, que va a la
escuela hasta los catorce años, que juega a guerrear con sus amigos, que sale de vacaciones a Escombreras y Puerto de
Mazarrón, despertar a la pubertad y a la sexualidad, que acude los baños en el
río Segura, la lectura, el cine, sus oficios varios de dependiente de droguero
y de vigilante en un salón de juegos
recreativos propiedad del padre donde a veces tenía que sacar pecho y enderezar
la cresta de gallito peleón.
Llegada
la edad del reemplazo forzoso para hacer el servicio militar, opta por
anticiparse con el voluntariado para hacerlo
en Madrid, donde quiere ir para estar cerca de la vida cultural más cosmopolita,
porque su deseo es el de ser escritor, y, además quedar libre de la vigilancia
paterna y sobre todo materna casi inquisitorial. Una vez en la capital de España va mostrándonos
un amplio abanico de personajes que dan fe de un tiempo histórico pasado de postguerra. Como
soldado de Infantería, poco a poco se va adaptando a la responsabilidad de su profesión
castrense, deja su apetito de ser escritor por el bronco porvenir de las armas,
consigue varios ascensos y durante su testimonio vemos la dura vida del soldado
español de postguerra y sus traslados, porque como escribió Calderón de la Barca:
“La Milicia no es más que una/ religión de hombres honrados”.
Le esperaba el maravilloso Madrid de luz
velazqueña y de los años cincuenta que ya no volverán y le vemos pasear par la Gran Vía, Puerta del Sol, Plaza de España o Cibeles. Carlos nos
hablará del Café Gijón y de los escritores y poetas que allí se reunían en los
años cincuenta como Camilo José Cela, José Nieto, Luis López Anglada, o de sus
asistencias a conferencias en el Ateneo, los teatros, revistas y varietés, al
cine, a los museos y exposiciones donde le viene su afición por la pintura.
Época de formación, puesto que se considera autodidacta. Por ello, nos encontramos ante un joven que ha despertado
a la cultura que nos describe con gran exactitud las escenas, describe los lugares
y argumenta sus vivencias, enamoramientos tempranos y desengaños, experiencia
frustradas con prostituta y “feladoras”, sexualidad amanuense e inapetencia
ante las mujeres rubias, hasta que encuentrará a una cordobesa morena “racial
andaluza” que lo entiende y le hará sentar la cabeza.
Como he comentado Historia de yo (escaparate de mundologías y amores) es una
autobiografía-testimonio muy singular, una larga confesión, pero hay que
apuntar que existen varios tipos o clases de autobiografías. La autobiografía
se entendiende como relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su
propia existencia, en tanto que pone el acento sobre su vida individual, en
particular sobre la historia de su personalidad. Con el autor del libro coinciden el narrador y el
narratorio o personaje en primera persona del yo o narrador interior. El pacto con el protagonista es como un
«contrato» establecido entre autor y lector por el que tácitamente aquel se
compromete a contar la verdad sobre su vida, y éste a creer el relato ofrecido en connivencia con él.
No
debemos confundir la biografía con las memorias, el epistolario con el diario
íntimo, ni la autobiografía o prosa narrativa con la novela. Como me confirma Carlos que lo contado es
verdad, por consiguiente no estamos antes es una novela de ficción, sino prosa
narrativa, puesto que “la novela –según definición de Carmen Bobes, La Novela, 1998- es un texto narrativo
de carácter ficcional, de cierta extensión…”. Podríamos hablar sobre los géneros literarios
y su teoría, pero no es esta crónica el lugar ni el espacio-tiempo para
extendernos. Lo que deseamos valorar es que Carlos, a través de su
autobiografía consigue provocar un placer estético y nos lleva de la mano por
sus vivencias con gracia y sin pudor, como ese amigo suyo que era coleccionista
de vellos púbicos de mujeres fáciles. También cuando fue extra en la película
“Espartaco” de Kubrick, ya que el Ejército Español colaboró para poner los
soldados romanos o como esclavos, junto a Kirk Douglas ¡qué honor! Y es así como con toda naturalidad vamos
conociendo a este chico tímido de pueblo enamoradizo (congelado y reprimido por
una fuerte represión religiosa, machacado a pajas) que se fue a Madrid a hacer
el servicio militar voluntario donde permaneció ocho años con ascenso a
Sargento y destinado a Gerona. Estos años en la capital de España fueron un
periodo de formación, gastando el poco dinero que tenía en libros que compraba
de segunda mano en la Cuesta Moyano, y dando
sueltas a sus deseos de ser escritor, como un Miguel Hernández, pero en un
Madrid de los años cincuenta. Además vivió la vida libre de un soltero con
otros amigos, aquí llegó a conocer a Carlos Larrañaga y a su paisana Bárbara
Rey, y a poetas y escritores.
Esta autobiografía,
sabiamente escrita, es una delicia y es de agradecer por el uso, siempre
difícil desde el punto de vista sintáctico, como es el de enlazar las oraciones
subordinadas para hacernos cómoda su lectura. En los diálogos recurre el estilo
indirecto lo que le da velocidad a la
narración. Pocas veces usa el estilo directo en los diálogos, que por lo
general, son vallas con guiones en medio de una carrera de lectura. Posee la
fuerza verbal y la capacidad de recreación de un mundo propio y ésta es una
característica que no deja de sorprender en el panorama narrativo actual. Su
currículum de escritor ha chocado siempre con la publicación, ha escrito múltiples
relatos, tiene varias novelas guardadas en el cajón y otras en construcción
para enviar a premios. Además, con sus treinta años de periodista, más
infinidad de artículos, crónica y críticas de arte, le dan a su pluma una
agilidad de acción y movimiento que
evidencia su gran experiencia y formación sintáctica de gran altura, para
llevarnos por las sendas, a veces infernales y otras amorosas de sus vivencias,
o más bien una saga familiar murciana. Tiene
publicado un libro Mirar un cuadro y algo más, Alicante, 2009, sobre las
entrevistas y reseñas crítica que hizo de 32 artistas alicantinos en la
secciones “Mirar un cuadro”.
Tras
la lectura de Historia de yo
me considero un forofo admirador de este estilo erótico de un
adolescente que despierta al sexo por varias anécdotas muy bien contadas y simpático
pudor en sus escarceos amorosos con su prima A-x (la del gatillazo), o la
criada Margarita-x, o con esa mujer rebautizada como XXX con la que usa símiles de la jerga militares
como “fusil en guardia” o “mástil enhiesto” para describir una erección,
propios de un joven que ejerce el noble oficio militar; o su desengaño con
María Dolores-x, una cría de colegio de monjas con la que comete el error de
darle a leer los primeros relatos que había escrito de “realismo sucio” en los
bajos fondos de la ciudad X. Se cuida el
autor de señalar los apellidos de los personajes con una x, para evitar alusiones a personas que se
pudieran molestar porque viven hoy día. Al no usar apellidos, el lector puede
perderse y confundir a los personajes con otros, pero al no ser una novela con
intriga, con argumento, nudo y desenlace, no tiene gran transcendencia, ya que
es fácil averiguar quien es quien. Tras encontrar esta larga trinchera de xxxxxx,
uno entra un mundo de claves que recuerda a la máquina alemana “Enigma” que disponía de un mecanismo de cifrado
rotatorio que permitía usarla tanto para cifrar y descifrar mensajes. Lo que le
da cierto carácter enigmático a la lectura, a la que uno se tiene que aplicar
porque te gusta conforme avanzas. Otros recursos utilizados son el de
rebautizar a los personajes con apellidos raros o poco comunes como el Sargento
Bevilacqua de las novelas de Lorenzo Silva. Los nombres de cinco hermanos se
preservan hasta el final: María, Consuelo, Aurora, Juan y José María.
Al escribir sobre lo que se ha vivido, el
personaje nos invita a participar en su mundo privado y nos convertimos en
“voyeristas” insaciables, porque así es la condición humana: ver sin ser vistos.
Y es este lenguaje del yo, que es una forma de lenguaje sublimar del nosotros,
es lo que nos impulsa a leer y leer, sin descanso. Puesto que el modo íntimo al
estilo de Proust, del Amiel, y de otros escritores de la llamada auto-ficción
ya pasó. Ahora buscamos realidades. También es de agradecer algunos párrafos de
prosa poética, citas de poetas románticos y letras de algunas canciones.
Lo que ha conseguido Carlos Bermejo es un
relato autobiográfico, libre confesión, sin tapujos ni tabúes, a veces
acrónico, con saltos temporales hacia adelante y hacia atrás, lleno de un emocionante
palpitar de situaciones y experiencias sexuales o militares, a veces, insólitas.
Abundan descripciones rápidas y eficaces en la compresión de los lugares
descritos, sin detenerse en circunloquios para perder el tiempo en cómo chirría las bisagras una vieja puerta
cuando se abre o qué le recuerdan a Prout las magdalenas, propia de una
escritura retórica y neobarroca; es decir, que Carlos va al grano. Usa con frecuencia el recurso fisonomista
del retrato comparativo, como el de contrastar a las personas que va conociendo
con actores o actrices de cine, e incluso hay una Emperatriz, y con ello los
lectores vemos perfectamente la imagen caracterizada de la persona que nos
describe.
Además en el lenguaje metafórico he
encontrado algunos hallazgos interesante como esa “higuera grande de higos
toreros”, o un billete de cinco pesetas que se los había dado el viento, o
“anillos de compromiso que encadenaban el deseo”, al referirse al vello rizado
y anillado de la sonrisa vertical, y así unos y otras frases simbólicas de gran
ingenio. O de aquella escena con la bella y rubia alemana Elke-x -su Ángel-,
donde lloró al escuchar las secretas confidencias de ella, y, Carlos escribe: “mi corazón
lloraba al compás de sus ojos”, expresión que considero una de las diez mejores
del libro junto a: “Todas mis cartas estaba bañadas de ausencia…”. Carlos tuvo
el atrevimiento de llevar a la alemana por tres días a su casa del pueblo -¿Molina
de Segura?-, vetusta y muy noble ciudad murciana de levítica vida cristiana, donde sus padres y hermanas la conocieron, y donde
fue rechazada por un padre de costumbres decimonónicas que le sentenció: “Si te
casas con esta mujer, no vuelvas por esta casa”. Es curioso el pasaje de cuando
estuvieron a punto de ser detenidos en el tren por un “policía secreta” que
quiso darse el bacilón con ellos. Aunque un año después y por falta de regar el
huerto a su debido tiempo y el error de divinizar a las mujeres, la rubia Elke
(parecida a la actriz Elke Sommer, de
labios de corazoncitos) acabó en brazos de un compatriota germano de origen nazi.
Opino
que Bermejo ha dado en el blanco de lo que podíamos denominar: arte literario
contemporáneo de última factura, ágil y espontáneo -sin extraños artificios-, que
me recuerda al novelita Manuel Talens en su novela “La parábola de Carmen la Reina”
(1992), cuyos sucesos ocurren en el pueblo granadino de Artefa (un pueblo
alpujarreño de ficción), pero con más detalles íntimos. Por el contrario, damos por hecho que las múltiples
escenas narradas durante la infancia y juventud, ocurren en Molina de Segura
(lugar de nacimiento del “alter ego” Carlos Bermejo), aunque el autor en ningún
momento del libro menciona a este pueblo murciano de la comarca media del
Segura donde las campanas retumban con el bronce de sus badajos a cualquier
hora del día o de la noche hasta despertar a los gallos. El pueblo más cercano
que nombra en su libro en el capítulo 15 es Alguazas, que tiene estación de
Renfe. Desconozco si ha sido adrede o por omisión. Opino que en una
autobiografía debería aparecer el nombre del pueblo donde acuden los recuerdos
de su infancia y mocedad del narrador o usar un nombre ficticio; puesto que el
lugar, el espacio, el medio ambiente da carácter al personaje, no es lo mismo
nacer en un pueblo murciano, que en uno galleo o vasco. Puesto que la luz de la
región provoca cambios en el cronotipo de las personas.
Recordando algunos espacios
ficticios-literarios, tenemos a Juan Benet
sitúa la acción de sus novelas en Región, Gabriel García Márquez en
Macondo, Antonio Muñoz Molina en Mágina, por citar solamente a autores en
castellano. No es una novedad literaria omitir el nombre del lugar de la
acción, recordemos que Miguel de Cervantes quiso que toda La Mancha fuera el
lugar de donde era originario el Ingenioso Hidalgo Don Quijote.
Por
último nos encontramos con el capítulo 16, de gran extensión (bien pudo
dividirse en dos o tres capítulos), donde en el otoño de 1961 conoce en Madrid
a una bella y joven cordobesa,
bondadosa, morena (es importante lo de morena porque las rubias no le
excitaban) y moldeable, llamada Loli,
sin x, es el único nombre de mujer que aparece sin la temida x de trincheras.
Loli reside en casa de sus tíos estudiando en la Academia de Corte y Confección
de Doña Basi y ayudando en las labores de la casa de los tíos. Surge el
enamoramiento, la relación amorosa se
salpican de encuentros en parques, jardines, cines y rellanos de escaleras, un
periodo epistolar por la ausencia de ella y de él que, de alguna forma
fortalecieron este amor. Es una especie de “Love Story” a la española donde
Carlos nos cuenta con “pelos y señales” todo los arrumacos, empujones, carias y
erecciones de una pareja de novios, de un amor sin abusar para llegar vírgenes
al “sagrado matrimonio”. Donde nos ofrece algunas escenas de precalentamiento
al sexo que yo llamaría “sexo decente” y escrito púdicamente. El lector intuye
que esta incontinencia es inhumano y frustrante, lo cual le da más interés al
relato para seguir leyendo y buscando en las páginas secretas por si en algún
momento se consumara el coito prematrimonial. Pues tomando las propias palabras
del narrador estos amantes son “cuerpos jóvenes y martirizados por el deseo
insatisfecho”. Y además, entre bandolinas a estilo de “La Regenta” de Clarín,
parece un confesor de la Iglesia de San José de Madrid donde han de confesar sus
pecados de quererse, pero sin propósito de enmienda, caro; ella al arrodillarse
en el confesionario tenía que presentarse: “Soy Loli, la novia de Carlos”. Con
esta fórmula el confesor ya tenía un antecedente para sentenciar la penitencia. La frase final del
libro es culminante: “para que abriéramos el baile en el que por fin
llegaríamos a los más…”. Esposa que le ha dado cuatro hijas.
La portada del libro presenta la
fotografía del autor cuando tenía cuatro años, cogido a un conejito de peluche,
con tez de color cetrino con un pelo largo y rizado que semeja al de una niña.
Se estructura en dos grandes bloques: Libro primero: infancia y juventud. Libro
segundo: pubertad, adolescencia y juventud que suman 16 capítulos. Ilustrado con una veintena de fotografías que
actúan como notarios del tiempo pasado y
fe documental. Contiene 265 páginas según indica Amazón.
Y para concluir, considero que Carlos Bermejo
ha desarrollado una gran capacidad para contar y enlazar historias con una
prosa desbordante, por ello, este libro es una obra muy lograda, emocionante y llena de
pasajes humanos que nos ha sorprendido gratamente, y además es de agradecer que
se lee de corrido con agrado e interés. Pienso que como un cuadro contemporáneo
la narración moderna le va a la zaga con la intención de provocar en el lector
una emoción, una provocación y un grato recuerdo. Obra muy lograda donde uno se
sorprende, se alegra, se llora y se
emociona a la vez que se extraña de un testimonio lleno de descarnada
sinceridad sin tabúes. Aunque parezca
una obra sencilla de escribir, tiene detrás unos artilugios y una tramoya
compositiva que solamente los que dominan el difícil arte de narrar, más muchos
años de lecturas y escrituras, saben, y
son capaces de utilizar con acierto, que es lo complicado, contar no ya con
eficacia sino con estilo propio y convenciendo, donde se vea la diferencia
respecto a otros artistas de la palabra.
Usa un yo completo, un yo pleno,
un yo rico en anécdotas, porque Historia de yo no es una obra más, perecedera,
sino que le auguro muchos éxitos por ser testigo de una época lateralmente
murciana y madrileña. Aunque es grotesco comparar, opino que Carlos podría ser
nuestro Karl Ove Knausgard, sin tuviera un agente literario y la publicidad
mediática del noruego, porque en definitiva los dos hacen lo mismo: escribir
descarnadamente sobre sus vivencias.
Al libro de Carlos simplemente le falta una
edición en papel, y le sobra calidad humana y literaria. Es cierto que las
versiones digitales sirven para divulgar, y Amazon.es, versión Kindler, es
quizás el mejor portal para dar este salto de trampolín al mundo de la
publicación virtual; sin embargo, el libro de papel le espera porque es la persistencia del mensaje escrito aunque el e-book sirve para
divulgar la obra. Auguramos que Historia de yo, está llamado a ser un
“best-seller”. Sería deseable que este
autor no tuviera que depender de premios, ni de publicaciones digitales para dar
a conoce sus obras.
Escritor y poeta
Alicante, 19 de agosto 2014
.........................................................BIOGRAFÍA...........
Carlos Bermejo Hernández, natural de Molina de Segura 1937 (Murcia) desde
mayo del 68 reside entre Alicante y San Vicente.
Lector empedernido desde la niñez y escritor
en la adolescencia, escribió su primera novela a los catorce años.
Con el secreto deseo de hacerse escritor,
marchó a Madrid a mediados de los cincuenta. Frecuentador de tertulias
literarias, se presentó a algunos premios literarios, sin éxito. Militar
profesional, nunca abandonó su afición por las letras y fruto de ello, son los
veinte años que estuvo como colaborador del Diario Información, corresponsal en
Alicante de la Revista Yate y Motonáutica y como Jefe de Prensa del Real Club
de Regatas.
Conserva en el fondo de un cajón sin fondo
alguna novela, poemas y otros escritos literarios. Escribe y hace crítica de
Arte, en diversos medios. Conferenciante, presentador en exposiciones y
catálogos, recientemente ha escrito y editado el libro “
MIRAR UN CUADRO Y ALGO MÁS”, en el que recoge las semblanzas de numerosos
pintores , que pasan por el Taller que
él dirige y presenta en la Asociación de Artistas Alicantinos, de la que es
socio y Secretario.
En 1978 comenzó a pintar y con mayor o menor
intensidad según criterios arbitrarios de su voluntad, ha compaginado
literatura y pintura y, en esta, es ahora un reconocido pintor marinista.
|
Carlos Bermejo Hernández |
Leer el comentario en
versión HTM