Presentada 28 de febrero, 20 horas Salón El Torito. Real Liceo Casino de Madrid
I.
Y cómo vivir...
si la daga nítida
hiere hasta el origen del grito,
cómo se sostiene esta muerte continua,
este fin del mar.
Dios, flor de calor, núcleo infinito de las esencias,
me abrazas en este túnel, me llevas,
y yo no veo, pero creo en ti.
IV.
Recordad los días de luz,
mientras el mar conserve su latido
y las aves vuelen contra la brisa,
hacia el origen de las mareas.
Cuando el cosmos deje de filtrarse por el agujero
del sueño,
el bramido de la nada
ensordecerá la tierra.
Pintad los nuevos alfabetos centenarios
en el rigor de la pausa de un zumbido
de abeja.
Escribid, en la fusión del cielo y el suelo,
la tempestad cristalizada,
donde una coma es mañana, el libro y la hoguera,
y las tres de la tarde, y un tacto de anís sin tregua,
y la caricia de la piel
escondida en la otra piel.
Recordad el relámpago que hizo temblar la teoría,
elevándose por encima de otro vendaval de arena.
Y cómo, desde el tiempo abierto,
se escribió poesía,
accediendo, entre sílabas,
al suceso esponja.
Regresad la belleza desnuda de aquellos días.
Dibujad la imagen que nadie verá,
la pasión, la región infinita
de donde brotan la verdad y el dolor
que buscamos sin tregua.
Ya no queda ese amor, al final
de las avenidas.
No olvidéis.
No dejéis a la polilla entrar.
Recordad los días de luz,
cuando el soñador inventaba el tejido,
porque la fibra seca del hormigón
no tiene porosidad.
V.
Juega con tu tristeza, chiquillo.
Ovíllate en un claroscuro, fuera del mundo.
Coge el calor y la rabia,
la furia de tus cenizas,
y abre la herida.
Pinta con sangre en las paredes de los que no te verán,
para quitarte del rostro esa luna ahogada y vieja.
Haz pedazos los relojes, los olores, los recuerdos.
No volverán para arreglar lo que hicieron.
Pero tú no te marcharás jamás.
VI.
Don Quijote
El mundo te hizo parecer un loco estupendo, Quijote.
Tú ya lo sabes.
En esa cabeza otoñal de molinos gastados,
y libros antiguos;
de sueños y ausencias,
tus ojos veían más allá del tiempo.
Allí donde los relojes se deshacen
hasta tocar el infinito del absurdo.
Allí donde mueren, entumecidas,
las raíces de una historia degenerada,
buscaste el sentido.
Buscaste un sentido.
Querías encontrar la belleza y plasmarla,
fijarla en un molde, y mantenerla.
Qué incorrección, pensabas,
creer que no era posible.
Y lo intuías,
el tiempo dibujaría al loco estupendo.
En tu mirada infinita creías saberlo,
como una voz mínima susurrando,
desde la verdad del ser:
“Es el mundo el que va al revés, Don Alonso Quijano.
No es usted”.
VII.
Hoy he creído en ti
Te he dado la mano
y, en silencio,
las almenas más altas de la cordura
han entonado sus mantras más tiernos.
Hoy hemos crecido
y algo ha cambiado
porque estamos desnudos.
Y no nos hallamos próximos
al espejismo.
VIII.
Crearé una fuente salvaje,
una fuente elástica y blanda,
y el agua saldrá a raudales,
despertando a los títeres que se mueven bajo las cuerdas.
Será una fuente oblicua que despedirá gaviotas
y dibujará un intersticio en el gris uniforme.
Recuperaré mis libros,
pintaré sobre ellos el amanecer de nuevas letras
para nuevos oídos,
romperé las páginas muertas,
la letra muerta, la sangre muerta,
mira cómo nace, eclosionando desde la azucena,
un prodigio de tinta, un latido esencial que nutrirá
nuestra transición de elementos.
Ya estoy escribiendo, sobre las hojas, sobre el aire,
en la cúpula invisible del cielo.
(Estos poemas pertenecen a los libros Avenidas del tiempo, El fuego hacia la luz, Tríptico, y Sin red).
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Izara Batres es profesora de Literatura en la Universidad Camilo José
Cela, y de Escritura Creativa en Fuentetaja Literaria, y también imparte
sus propios talleres literarios. Colabora con diversas publicaciones y
sus poemas se han incluido en antologías como
Poesía Hispanoamericana actual,
Los poetas de la senda,
Poetas siglo XXI, o
Dios en la poesía actual, Rialp, colección Adonáis, 2018