"Mis
amigos dicen que soy un humanista; mis enemigos, sin embargo, que soy
un diletante". Así responde Carlos Martínez Shaw (Sevilla, 1945) cuando
el entrevistador le pregunta por sus múltiples intereses: el flamenco,
la literatura japonesa (es crítico sobre este tema en El Periódico de Cataluña);
los toros (dirige la revista de la Fundación de Estudios Taurinos)...
Sin embargo, este sevillano que se crió en la Puerta de la Carne, el
lugar donde Pavía derrotó en simpar batalla a los cantonalistas, es
sobre todo un historiador con mayúscula. Catedrático de la UNED y
miembro de la Real Academia de la Historia, Carlos Martínez Shaw ha
realizado aportaciones decisivas sobre la intensa relación comercial de
los catalanes con las Indias, desmontando así uno de los mitos del
nacionalismo radical del antiguo principado. Asimismo, junto a su mujer,
la también historiadora Marina Alfonso Mola, ha dedicado su tiempo a
estudiar la presencia española en el Pacífico y el continente asiático,
con libros como El galeón de Manila o El sistema comercial español del Pacífico (1765-1820),
entre otros. Con Marina Alfonso ha escrito también una biografía de
Felipe V. Hombre de izquierdas, se sigue reclamando como marxista y
eurocomunista.
-Nació y estudió la carrera de Historia en Sevilla, ¿por qué se fue a Barcelona a doctorarse?
-Me estaba preparando las oposiciones a instituto cuando
el profesor José Manuel Cuenca Toribio me vio en la biblioteca y me
dijo: "Acabo de sacar la agregación de Historia Moderna en Barcelona,
necesito un ayudante. ¿Te quieres venir conmigo?" Mi destino cambió
completamente.
-Su tesina, que está publicada, fue
sobre el cantón sevillano durante la primera república, una curiosa
historia que mucha gente desconoce.
-Durante la Primera República cundió la idea de construir
un sistema federal, cuyo principal teórico fue Pi i Margall y que
supuso una alianza entre el republicanismo y el primer anarquismo.
Consistía en crear unas cantonales -es decir, unos gobiernos- de tipo
municipal o regional que finalmente, por lo que se llama el pacto sinalagmático,
acabarían formando la gran república española. Era una utopía, pero se
desarrolló en muchos sitios. El más famoso fue el cantón de Cartagena.
-Sevilla fue independiente...
-Sí, pero el gobierno que se constituyó apenas tuvo
opciones. La persona que más destacó en el cantón sevillano fue Miguel
Mingorance, que era un republicano con notas de anarquismo. Sus
funciones se limitaron prácticamente a la defensa militar de la ciudad
frente a las tropas de Pavía. La batalla se produjo en la Puerta de la
Carne y, en apenas una semana, la cantonal fue completamente derrotada
tras apenas dos meses de existencia.
-Como decíamos, una parte importante de su carrera profesional se desarrolló en Barcelona.
-Sí, mi vida docente está dividida en dos periodos: el barcelonés, que va del 67 al 93; y el de la UNED, del 94 hasta hoy.
-Llegó a ser vicerrector de la Universidad de Barcelona. ¿Tuvo algo que ver su regreso a Sevilla con el avance del nacionalismo?
-No, regresé por motivos estrictamente personales.
-Algunos, como José Antonio Rodríguez Tous, dejaron Barcelona por no aguantar más la presión nacionalista.
-No fue mi caso. Pero sí choqué muchas veces con el
nacionalismo radical por la defensa de mis posturas historiográficas.
Algunos me llamaban "el historiador español Martínez". Yo tenía y tengo
la ventaja de que hablo, leo y escribo catalán correctamente y puedo
debatir en su terreno. Con mis amigos de allí hablo en castellano o en
catalán según el idioma en que haya empezado la amistad.
-¿Y qué opina del procés?
-Una cosa es el procés, que es algo
muy concreto que llevan a cabo dos partidos, y otra es el sentimiento
nacionalista general que hay en Cataluña. En este segundo caso, más que
aprobar o condenar, hay que preguntarse por qué se produce y por qué ha
avanzado tanto en los últimos tiempos.
-Todo nacionalismo tiene un discurso
histórico. En el caso catalán se ha abusado mucho del supuesto agravio
de España a Cataluña. ¿Hay algo de verdad en esto?
-En todo discurso histórico suele haber algo de una
verdad que luego es manipulada. En 1640 la monarquía hispánica estalló y
se abrieron dos frentes independentistas: Portugal y Cataluña. Portugal
consiguió su independencia y ya no hablamos más de ella, se acabó como
problema. Por el contrario, Cataluña perdió la guerra y se vio obligada a
insertarse de nuevo en la monarquía. A partir de ahí se generó un
problema que dura hasta nuestros días. La primera vez que se manifestó
este problema fue en la Guerra de Sucesión, aunque se puede decir que el
siglo XVIII, una vez que finalizó este conflicto, fue un siglo de
acomodación de Cataluña a la España borbónica, todo se apaciguó. Entre
otras cosas porque no hubo una represión contra los barceloneses que
lucharon contra los Borbones. Hoy en día, cuando todos los 11 de
septiembre se hace la ofrenda floral de la Fosa de las Moreras, da la
sensación de que aquello fue como las tapias de los cementerios
franquistas, donde se asesinaba a los rojos sin
juicio, algo que no es correcto. Allí no hubo ningún asesinato de
catalanes. Se hizo un pacto según el cual las tropas borbónicas
aceptaron salvar las cosas fundamentales que pidió el negociador del
bando austracista, Antonio de Villarroel: "Las personas, las propiedades
y las honras" (es decir, las mujeres). El Duque de Berwick, que mandaba
el sitio de Barcelona, cumplió con el pacto. En la Fosa de las Moreras
se enterró a las personas que habían muerto en combate.
-¿Y cómo llegamos, entonces, al problema actual?
-El independentismo rebrotó en el siglo XIX con el movimiento cultural de la Renaixensa. A partir de ahí es cuando podemos hablar de un nacionalismo con una intención clara de tener un estado propio.
-Bueno, dejemos a los catalanes en su
jaula identitaria. Usted fue discípulo de uno de los grandes
historiadores del siglo XX: Pierre Vilar.
-Para mí uno de los más grandes. Lo traté mucho, tanto en
Barcelona como en París, donde lo visitaba frecuentemente en su casa
frente al Sena y, después, en la de su hijo Jean Vilar, cerca de la
Bastilla.
-¿Cómo era?
-Sumamente amable y afable, con una vocación
historiográfica impresionante. Le gustaba mucho charlar con los
historiadores jóvenes y recuerdo con especial cariño mis conversaciones
con él en el Hotel Colón, frente a la Catedral de Barcelona. Era un gran
maestro que representó esa unión entre la Escuela de los Annales y el
Marxismo que caracterizó la revolución historiográfica del siglo XX. He
profesado y sigo profesando una idea marxista clara y a ultranza.
-¿Marxista políticamente o marxista como historiador?
-En este momento me estaba refiriendo a marxista como
historiador. El marxismo me ha ayudado a comprender la historia como una
totalidad social donde todo está implicado: la economía, la política,
el pensamiento... Aparte de esto, el marxismo me llevó a la práctica
política e ingresé en el Partido Socialista Unificado de Cataluña
(PSUC), en el cual milité desde el 67 hasta el año en el que me fui de
Barcelona, en 1993.
-¿Y no continuó su militancia en el PCA?
-No, porque en el PSUC yo estaba acostumbrado a un
ambiente intelectualmente muy elevado, con un gran nivel de discusión
política, con personas como Manuel Sacristán, Jordi Solé Tura, con quien
fui del brazo en la manifestación que hicimos el día que se legalizó el
Partido Comunista... No di el paso de figurar en las listas porque
quise seguir el consejo de Pierre Vilar de que no se podía compaginar
una vida política, una vida historiográfica y una vida familiar. Elegí
la historia y la familia.
-¿Y en el PCA no existía ese ambiente intelectual que sí había en el PSUC?
-No, ni muchísimo menos, lo cual no quiere decir que no
hubiese individualidades extraordinarias con las que mantengo una gran
amistad, como Fernando Pérez Royo. Me sigo considerando marxista y
eurocomunista, lo cual algunos consideran una locura y un dogmatismo,
pero yo sigo siendo así, no me adapto a los nuevos tiempos.
-¿Y esa foto en la que saluda al rey Juan Carlos y que tiene enmarcada en su salón?
-Soy republicano de familia y corazón, pero eso no impide
que reconozca la enorme labor que han hecho Juan Carlos I y, ahora, su
hijo Felipe VI. He tratado varias veces con el ahora Rey emérito y es
una persona de un humor extraordinario.
-Hablemos de su obra historiográfica. Ha trabajado y publicado sobre los catalanes en la Carrera de Indias.
-Es la materia de mi tesis doctoral. Cuando llegué a
Barcelona me encomendaron este trabajo porque, por mi situación, podía
compaginar el trabajo en los archivos catalanes durante el curso con el
del Archivo de Indias durante las vacaciones. Así lo hice durante cinco
años.
-Existe la leyenda comúnmente aceptada de que los catalanes tenían prohibido el comercio con América.
-Es una completa falsedad. Nunca se les prohibió el
comercio con América. Esta leyenda emana de que Isabel la Católica,
cuando se estaba muriendo, tuvo una serie de problemas de conciencia,
como que había enajenado muchas tierras de realengo para convertirlas en
señorío o que no había dado preferencia a sus súbditos de Castilla y
León en el comercio con las Indias. Por tanto, le encargó a su marido,
Fernando el Católico, que remediase esas dos cosas. Fue un deseo privado
que no tuvo ninguna entidad jurídica y que nadie cumplió, empezando por
su marido. Los hechos son tan claros y contundentes... Hay una inmensa
cantidad de comerciantes catalanes que están establecidos en Sevilla, en
Cádiz, que navegan sistemáticamente a América, que llegan a Cuba, que
plantan ingenios de azúcar, que incluso empiezan a explotar las minas de
plata de México en fechas tempranas... A nivel jurídico también hay
cantidad de evidencias: reales cédulas, órdenes, sobre todo aquellas de
Felipe II en las que dice: "Los beneficios de los reinos de Indias están
reservados a mis súbditos naturales de los reinos de España, es decir,
los de Castilla y León, los de Navarra y los de la Corona de Aragón. Es
decir, de los reinos de Mallorca, Valencia y Aragón y el Principado de
Cataluña...". Punto. No cabe duda. El historiador del derecho mallorquín
Román Piña lo ha dejado claro en un libro contundente. No se puede ir
contra los documentos. Las leyendas, como decía Braudel, son presiones
de larga duración... La exclusión de los catalanes del comercio con
América, junto con la presunta represión tras la Guerra de Sucesión,
encaja muy bien dentro del discurso nacionalista, pero no son ciertas.
Yo me he opuesto permanentemente a estas dos mitografías.
-¿Algún comerciante catalán destacado en Sevilla?
-Ya en la primera mitad del siglo XVI existía uno muy
importante, Galcerán de Esclergue, una especie de cónsul oficioso de los
catalanes en Sevilla, al que todos acudían para pedir consejo, un
comerciante de primerísima categoría. En los siglos XVIII y XIX, ya con
el libre comercio, la escuadra mercante catalana fue la que dominó los
mares.
-¿Los catalanes estaban especializados en algún tipo de comercio?
-Como todos los mercaderes del antiguo régimen, eran
polivalentes, pero comerciaron especialmente con aguardiente, toda una
serie de productos derivados de la combustión del vino. También lo
hicieron con otros productos típicamente catalanes, como el papel o las
llamadas indianas, que son tejidos de algodón pintados. A partir de ahí,
todo lo que le salía al paso, vino dulce, avellanas... El negocio es el
negocio. De vuelta a España traían, sobre todo, plata, y en el siglo
XVIII productos de plantación como cacao, azúcar o tintes como la
cochinilla y el añil...
-También destacables han sido sus estudios sobre la historia moderna de Asia y la presencia española en esas tierras.
-Sí, es un trabajo que en gran medida he realizado con mi
mujer, la también historiadora Marina Alfonso. Cuando vimos que muchos
productos que llegaban a América eran reenviados a Filipinas, nos
interesamos por ese espacio y el Galeón de Manila, del que hicimos una
exposición en Focus en el año 2000.
-Cuando hablamos del imperio español siempre pensamos en América, pero olvidamos su dimensión asiática.
-La culpa la tienen los políticos, porque han quitado
todas las referencias sobre esta historia, incluso de la americana, de
la enseñanza secundaria. Cuando uno dice que los españoles fueron los
primeros en llevar la vacuna de la viruela a China, la gente se
asombra... Hoy en día nos encontramos a estudiantes del grado de
Historia que no saben quién es Hernán Cortés... No digamos ya lo que
conocen de Filipinas o la Guinea española... Es el fracaso general de
nuestra educación. Los viajes españoles por el Pacífico son una hazaña
memorable. Uno no puede imaginarse hoy en día aquellas travesías de
seis, siete, catorce meses gracias a las cuales se descubrieron las
Marquesas, las Salomón... Ahora llaman al Pacífico el lago español, pero eso se le ha ocurrido a un australiano, Oskar Spate, que escribió un libro precioso, The Spanish Lake.
-Filipinas fue el gran enclave español en este océano. ¿Cómo se pudo manejar ese territorio compuesto de miles de islas?
-Hubo un milagro español. Al final
del siglo XVI sólo había 1.000 españoles en todo el archipiélago, pero
se mantuvo el dominio durante cuatro siglos sin apenas revueltas
antiespañolas. El Galeón de Manila fue la base económica que sustentó
todo. Se dio poder a las élites locales para que gobernaran sus propios
grupos comunales. Son los llamados gobernadorcillos,
nombre que se mantiene actualmente para los alcaldes. Fue muy
importante la acción de las órdenes religiosas, primero las mendicantes
(franciscanos, dominicos y agustinos) y después los jesuitas.
-El Galeón de Manila, sobre todo, comerciaba con China.
-Principalmente con China, pero también con Japón, la
India... Los productos principales eran la seda y la porcelana china,
que se reembarcaban en Manila y de allí hacían la ruta Acapulco-Ciudad
de México-Veracruz-España. La mayoría de los productos se quedaban en
México, como se ve en sus museos y palacios, de tal manera que se
terminó montando una línea directa entre Manila y Cádiz y se fundó la
Real Compañía de Filipinas en 1785. En España, el impacto de los
productos chinos llegó a una élite muy reducida. Felipe II tuvo una
colección de 3.000 piezas de cerámica china, especialmente de la
Dinastía Ming, la azul y blanca.
-¿Y las famosas vajillas de Compañía de Indias?
-Es un fenómeno del XVIII, cuando se encargan vajillas
con diseños concretos, muchos con los escudos heráldicos del futuro
propietario. Felipe V fue el primero en encargar una vajilla entera de
miles de piezas, muchas de las cuales se conservan. Esto se debió sobre
todo a su mujer, Isabel de Farnesio, que era una gran coleccionista de
objetos asiáticos, como se ve en el Palacio de la Granja.