Audio de la entrevista
“Aspiro, unas veces en ficción y otras en no
ficción, a contar el mundo que yo he vivido”
Quién me iba a decir a mí que, tal día como un 15 de noviembre de
2023, iba a acabar en el paseo de Salamanca de Donostia, mirando al mar
en compañía de un gran escritor, cercano, culto, educado y buen
conversador: Antonio Muñoz Molina.
La entrevista tuvo lugar en el teatro Principal de Donostia dentro del festival Literaktum,
que todos los años convierte a esta ciudad en la “Ciudad de las
palabras”. En cuanto me lo propusieron comencé a leer todo lo que caía
en mis manos sobre él, además de por supuesto su obra escrita. Y he
llegado a la conclusión de que es uno de los grandes intelectuales de
nuestro tiempo.
El festival giraba en torno al tema del amor y la literatura. “Geografías del amor” ha sido el pomposo título de esta edición y, como su última novela ―No te veré morir―
estaba relacionada con ese tema, centré la entrevista en su análisis.
Para subir la temperatura literaria de aquel auditorio donde no cabía un
alma, le propuse que pusiera voz a las primeras líneas de su novela.
Ya desde el inicio nos encontramos con los personajes principales y
con la clave del conflicto, aunque solo sea nombrado. Toda la novela
está concentrada en relatar el encuentro entre Gabriel Aristu y Adriana
Zuber después de 50 años sin verse, desde que él se marchara a EE.UU.
huyendo de una España cerrada y conservadora. El amor de juventud que
hubo entre ellos no solo no desaparece ―a pesar de que cada uno hace su
vida en un país distinto―, sino que se empeña en aparecer en los sueños
de él, incluso en los que tiene despierto: “Si estoy aquí y estoy
viéndote y hablando contigo, esto ha de ser un sueño”, son las primeras
palabras de Gabriel a Adriana.
“La memoria que tenemos despiertos es muy limitada, es un
instrumento muy tosco, de muy poca precisión. Más que la memoria
consciente, lo que me llamaba la atención era esa presencia, recurrencia
de la persona amada en los sueños. Es decir que a lo largo de los años
esa persona vuelve a aparecer. Y en sueños en los que el que los tiene
se dice a sí mismo: Esta vez sí que no es un sueño, esto es real”.
El título de la novela es el último verso de un poema de Idea Vilariño “No será”,
así que le propuse escucharlo para poner en antecedentes a todos los
lectores. La fuerza del poema en la profunda voz argentina de su autora,
y en ese marco teatral, resultó estremecedora.
“El último verso de este poema siempre me
producía un efecto muy fuerte porque es una cosa tremenda, es una
despedida antes de la despedida: no te veré morir. Entonces ocurrió una
cosa. Yo había empezado tanteando el comienzo de esas primeras páginas,
un poco febriles, que tiene la novela. Es en esos momentos en los que no
sabes si estás escribiendo un cuento o una novela o ni siquiera si
estás escribiendo un libro, porque puede que no vaya a ninguna parte. Y
en ese instante, de pronto, me vino como un regalo el verso de Idea. Y
me dije: este es el título. Y una novela que todavía no estaba escrita,
de repente, en el título, parecía que ya estaba contenida la novela.
Esto es lo que tienen los buenos títulos”.
Pero no solo se apropió de ese último verso de la autora, sino de su
mirada y de sus manos. Muñoz Molina conoció a Vilariño en Montevideo
después de la muerte de Juan Carlos Onetti, en un homenaje que se le
rendía allí y al que fue invitado. Y lo que le sorprendió fue la mirada
de esa mujer ya mayor.
“Fíjate cómo se hacen las novelas. Yo vi esa mirada en 1994 y se
me quedó en la cabeza todos estos años porque era una mirada como yo no
he visto otra. Era una mirada de una mujer en un cuerpo mayor y enfermo,
era una mirada de una belleza inquietante. Vilariño, una mujer muy
bella, muy atractiva, había tenido esta relación tremenda, pasional y
desastrosa con Onetti. Y ocurrió una cosa. Llevaban muchos años sin
verse y un poco antes de morir Onetti, ella vino a verle desde
Montevideo. Cuando la mujer de Onetti, Dolly, vio a Idea en su casa,
decidió dejarles solos y se marchó. Él estaba bastante enfermo, en la
cama. Estuvieron todo el día hablando. Ya por la tarde regresó. Y yo
siempre me preguntaba qué se diría esta pareja, qué se dice una pareja
cuando ya no hay nada que perder ni que ganar. Y esto es lo que está, yo
creo, en la inspiración de la novela: ese encontrarse y poder decírselo
todo”.
La novela está estructurada en cuatro capítulos. El primero nos sitúa
en el momento del encuentro de los personajes; el segundo comienza con
un narrador en primera persona testigo de los hechos, que nos sorprende
porque no se había hecho presente en el primer capítulo; en el tercero,
se nos narra el porqué de la historia, el porqué de ese encuentro y, en
el último capítulo, la reacción de él a esa cita, a esa última
conversación.
Precisamente las últimas palabras de la novela son:” …revivía en silencio, cuando estaba solo, cada una de las frases demoradas del cello”.
Esta alusión al violoncello no es gratuita en esta obra porque la
estructura del primer capítulo de la novela ―consta de 73 páginas― sí
que se puede decir que es una larga frase demorada. En ese sentido
inicio y final se tocan y se podría hablar de una metáfora del ritmo y
del tono de la novela como si fuera un solo de cello.
“Sí, tiene mucho que ver. El cello es fundamental en la vida del
protagonista. Él habría querido ser cellista pero por razones familiares
renunció a su carrera de músico, aunque ha seguido tocando. Esa
presencia del instrumento y de las suites de cello de Bach reflejan una música incomparable que está conectada además con su descubridor y con quien la volvió a tocar, que fue Pau Casals.
Cuando escribía me imaginaba que la escritura podía tener esa fluidez
austera que tiene el solo; el cello es un instrumento muy austero y al
mismo tiempo puede ser muy melódico, está lleno de posibilidades dentro
de sus limitaciones expresivas. Yo me dejaba llevar escribiendo y me
imaginaba como si estuviera haciendo eso. Por influencias familiares, el
protagonista estaba muy relacionado con la música, y la renuncia de
Aristu a esta ―él podía haber tenido una vida de intérprete― tiene mucho
que ver con su renuncia al amor de Adriana. Renuncia a las dos cosas y
al final cuando vuelve al cello se da cuenta de que ya las manos no son
lo que eran… Es música, y es fundamental en mi vida conseguir ese fluir
que a veces parece que se interrumpe, pero sigue y sigue y sigue, y
después hay un silencio y de nuevo sigue. Es muy poderoso conseguir eso
en la música. Y eso es lo que he intentado hacer con la literatura en
ese primer capítulo”.
En este sentido, en la página 228 de la novela, aparece una
comparación que relaciona la música y la literatura y que ilustra muy
bien el porqué de ese primer capítulo formado por una única frase desde
el principio hasta el final. Ese fluir de las palabras marca el ritmo de
toda la novela y puede relacionarse también con su estilo. Tiene una
forma de escribir expansiva y envolvente a la vez, como en círculos, un
pasito para adelante, dos para atrás para recoger, un poco repetitivo,
al estilo de Bernhard, pero no tan obsesivo.
“Es un intento, algo instintivo. Lo que me hace que a mí me
seduzca un libro, una película, una música es sentir que estoy
ingresando en una atmósfera, en un tiempo, que estoy siendo llevado,
guiado. Y esa sensación de fluidez, en el fondo lo que quiere imitar es a
la naturaleza. Yo no pretendo hacer una exhibición de virtuosismo, no
quiero escribir una frase de treinta páginas, yo lo que busco es
expresar lo que quiero expresar con la máxima claridad y con la máxima
economía. Ese es mi sueño. El sueño de que parezca que el libro se ha
escrito solo”.
La decisión del punto de vista de la novela, ese narrador testigo,
estaba desde el principio de forma implícita dentro de la novela.
“Yo tenía la idea vaga de que debía haber una conversación. Pensé
que tenía que ser algo que una persona le cuenta a otra. Cuando escribí
esa primera parte tan compulsiva, desde el interior de la conciencia
del personaje, como era una cosa tan envolvente y obsesiva me apetecía
salir de ahí de golpe, cambiar. Esos cambios bruscos me parecen
atractivos para que el lector se haga preguntas. Además, quería
presentar el contraste entre esos dos personajes: el protagonista ―que lo tiene todo y que sabe estar en el mundo―
y el narrador, alguien que nunca acaba de encontrar su sitio en él. Al
principio ese narrador iba a ser solo un portavoz, pero según avanzaba
la novela empezó a tener una vida propia. Luego se me ocurrió que él
también podía sufrir su propio drama. Así fue saliendo”.
Le interesan las novelas con una visión poliédrica de los hechos, y a
eso ayuda ese narrador testigo que nos da su versión sobre el personaje
de Gabriel Aristu. Por un lado, tenemos lo que cuenta el protagonista
sobre sí mismo. Después está la perspectiva del narrador con respecto a
ese personaje: nos habla de cómo se comporta en público y en privado,
nos da detalles sobre su exitosa vida… También tenemos la visión de
Adriana en los dos últimos capítulos, que nos rompe el perfil encantador
de Gabriel. Y, por último, la de Fanny, la cuidadora de Adriana.
“Esto da mucha riqueza, mucha textura a la novela; enriquece
literariamente una historia, pero también es una lección para la vida.
Cada uno vemos la realidad a nuestra manera, sin embargo, es más
poliédrica de lo que pensamos. Muchas veces miramos la vida solo desde
nuestros ojos, intereses, convicciones, y de pronto nos damos cuenta de
que otra persona sale con otra idea, otra opinión, y eso enriquece mucho
la percepción”.
Respecto a este tema del multiperspectivismo pone como ejemplo a Virginia Woolf porque en sus novelas el punto de vista está cambiando continuamente. Destaca la primera página de Alfaro, donde hay cinco o seis perspectivas distintas y también la novela Mrs Daloway. Es
en este punto cuando vivimos uno de los mejores momentos de la
entrevista porque Muñoz Molina logró contagiarnos su pasión por la
literatura.
“Es que cuando tú lees una gran novela es una cosa tan… A mí cada
vez me gustan más las novelas, lo digo con toda convicción. Yo leo una
gran novela como estas y eso te enseña tanto…, hay tanta nobleza, tanta
verdad en esa observación de la vida cotidiana de las personas. Estamos
acostumbrados, pero es que la ficción es una maravilla. Abres una novela
y de pronto estás en la conciencia de una mujer de clase alta en el
Londres de 1920 que va a comprar flores. En el párrafo siguiente, estás
viendo la vida desde los ojos de un veterano de guerra que ha sufrido
estrés post traumático. No nos damos cuenta de lo sofisticado y lo
extraordinario que es una novela cuando te atrapa y te conmueve”.
En su novela se tratan diferentes temas: la realidad nunca es como la
recordamos; la importancia de la música, que está presente de
diferentes formas ―el padre es crítico de música, aparecen personajes
reales relacionados con ese tema: Pau Casals, Adolfo Salazar, Falla…―;
la importancia del arte para crear el personaje del narrador; los
sueños y la capacidad que tienen algunos de soñar despiertos; las deudas
de agradecimiento a los padres…
“Sí. Esto es importante para mí. En realidad, esta es una novela
mucho más larga de lo que parece. Lo que ocurre es que está muy
comprimida. Respecto a este último tema, es importante el padre del
protagonista, un personaje central y que ha muerto en un tiempo anterior
al de la novela; es un hombre víctima de la Guerra Civil española, pero
víctima peculiar porque es un hombre que perteneció a la cultura
liberal de las primeras décadas del siglo XX, la gran cultura liberal
española. Un hombre que ha conocido a muchos grandes hombres, pero
conservador de una manera distraída. Llega el horror de la guerra y ese
hombre se ve atrapado. De este personaje, del padre del narrador, me
gustaba contar eso también, ese tipo de persona civilizada que de pronto
ve cómo la barbarie se adueña de todo y quiere salvar a su familia, a
su hijo”.
El padre le paga colegios carísimos, le manda a estudiar a Londres, a
costa de la educación de su hermana y la de su propia vida puesto que
se dedican a sobrevivir. El protagonista siente que tiene que pagar a su
padre todo ese esfuerzo y siente que, si no lo hace, es un mal hijo, un
desagradecido.
“Una de las cosas que ha definido mi vida personal ha sido ese
juego: las personas de mi generación, los nietos de la guerra… el sueño
de nuestros padres era que todos nosotros tuviéramos una vida mejor y
por eso trabajaban, emigraban… y nos daban una carrera, por ejemplo,
pero precisamente eso que nos daban era lo que nos iba a alejar de ellos
después. Gracias a su esfuerzo nosotros accedíamos a un mundo al que
ellos no pudieron acceder. Y para ser lo que queríamos ser teníamos que
romper con sus expectativas. En mi caso tuve que negarme a trabajar en
la huerta con él, en Jaén. Y eso le entristeció mucho y yo sentía su
tristeza y sentía la culpa. En la novela parece que el personaje ha
resultado más dócil”.
Otro tema importante es el paso del tiempo: Gabriel y Adriana se
despiden como jóvenes y se reencuentran como ancianos después de
cincuenta años. Cuánta belleza hay en la descripción de la vejez de
Adriana. El ser viejo no es un tema del gusto de esta sociedad en la que
vivimos y, en general, no suele ser objeto de interés de los
escritores, pero en este caso se habla de ello de una forma muy elegante
y delicada, a pesar de ser una mujer que está en sus momentos finales
de vida, con una enfermedad degenerativa y en silla de ruedas,
“Eso era muy importante para mí. Cuando tú ves esa obsesión
absurda por la perfección juvenil… A mí me atrae mucho la observación.
Me fijo muchas veces en personas que están bien de salud, que se cuidan
un poco, y en cómo el tiempo en vez de estropear les embellece. Si
observas con atención la belleza ósea de una cara, el pelo… tú puedes
ver una gran belleza. Eso era algo que yo quería contar. Algo que veo en
la vida. Hay personas queridas para mí, por las que va pasando el
tiempo y muchas veces pienso que no tengo nostalgia de cómo eran hace
veinte años. Me gustan más ahora y no a pesar del tiempo, sino gracias a
él, porque el tiempo también embellece. Cuando había acabado el
borrador de la novela tenía clara la mirada de Adriana, las manos…
entonces una vez, durante una cena, me fijé en una actriz a la que había
conocido cuarenta años atrás; me fijé en el pelo, que era blanco, muy
blanco y como turbulento. Y me llamó la atención la piel de su cara, muy
blanca, de mucha calidad, y el contraste que había con el rojo de sus
labios. Estuve toda la cena fijándome y cuando volví puse todos los
detalles en la novela. A mí me gusta ser todo lo realista que puedo
ser”.
Poco a poco la entrevista fue derivando hacia el resto de las obras
que ha escrito y la multitud de premios que ha recibido y, por fin,
llegó la pregunta final que resume muy bien el espíritu literario de
Muñoz Molina:
Si tuvieras que hacer una faja imaginaria de toda tu obra literaria ¿qué escribirías en ella?
“Ahora hace poco se publicó una biografía de un escritor que me gusta mucho, que es Joseph Roth.
Es un escritor muy triste, muchas veces dejo de leer sus libros porque
es de una tristeza insoportable. Era judío, fue de los primeros
escritores que alertaron del peligro nazi. En 1923, recién fundado el
partido, Roth ya estaba avisando. Se pasó toda la vida añorando el
imperio austrohúngaro porque deseaba una organización supranacional en
la que todo se rigiera no por la identidad de origen, sino por un
espíritu común, una pluralidad. Y este autor, en una carta a un amigo,
le decía ‘Yo lo que hago es pintar el retrato de mi tiempo’. Eso quiero
yo. A mí me gusta haber podido contar cómo es estar en un sitio: eso
para mí tiene un valor incomparable, el valor del que ve las cosas. Ni
el historiador, nadie puede captar eso mejor que el que ha dado
testimonio de cómo es la vida de las personas en el tiempo que le ha
tocado vivir. Yo aspiro, unas veces en ficción y otras en no ficción, a
contar el mundo que yo he vivido”.