Hace medio siglo murió Luis Cernuda
El 5 de noviembre de 1936 falleció en Ciudad de México uno de los grandes poetas españoles del siglo pasado.
Harold Alvarado Tenorio 17 de noviembre 2013 - 12:01 am
Manuel Altolaguirre puso en circulación el 1 de Abril de
1936, impreso en los talleres de su Cruz y Raya [
Ediciones del Árbol (Talleres de Manuel Altolaguirre), Madrid, 1936],
La realidad y el deseo,
de Luis Cernuda, uno de los libros capitales de la lírica española.
Valía ocho pesetas de entonces. En una tasca de la calle Botoneras de
Madrid presentó el libro Federico García Lorca, diciendo que La realidad
y el deseo, le "había vencido con su perfección sin mácula con su
amorosa agonía encadenada, con su ira y sus piedras de sombra.
Libro
delicado y terrible al mismo tiempo, como un clave pálido que manara
hilos de sangre por el temblor de cada cuerda. No habrá escritor en
España, de la clase que sea, si es realmente escritor, manejador de
palabras, que no quede admirado del encanto y refinamiento con que Luis
Cernuda une vocablos para crear su mundo poético propio". (García Lorca:
Obras completas, páginas 486-488). Luis Cernuda fue uno de los más
raros y singulares poetas del siglo XX.
Hizo estudios de leyes y
literatura en las universidades de Sevilla, (con Pedro Salinas, quien
le puso en contacto con la poesía moderna francesa y los clásicos
españoles) y en la de Madrid, donde conoció y trató a los miembros de la
Generación de 1925. Vivió exclusivamente de la enseñanza, trabajando en
Toulouse, Glasgow, Cambridge, Londres y varias universidades de los
Estados Unidos.
Durante la Guerra Civil se afilió fugazmente al
Partido Comunista, en las Milicias Populares y participó en la redacción
de revistas que favorecían la República, pero su colaboración fue
repudiada por funcionarios que encontraron su poesía "poco ortodoxa".
Octavio Paz, que le trató a través de varios años dice que "su
intransigencia era de orden moral e intelectual: odiaba la
inautenticidad (mentira e hipocresía) y no soportaba a los necios ni a
los indiscretos. Era un ser libre y amaba la libertad en los otros...
Fue siempre un rebelde y solitario".
Juan Gil Albert, otro de
los miembros de su promoción, ha dejado uno de los más vivos retratos
del poeta en plena juventud: "Era esbelto, cenceño, de atezada piel, con
negro pelo ceñido cual un casquete a la cabeza -como lo seguían
llevando los lechuguinos del gran mundo-, y la nariz acusadamente
respingona sobre un pequeño bigote retocado... Daba la impresión de
precavido, de encogido por dentro, pero con la apariencia de alguien que
establece distancias... No hablaba nunca de literatura y abominaba de
las peñas de café.
Prefería pasar por fútil y dar a la elección
de una corbata, o a la preferencia por alguna star de moda, el carácter
de seriedad suma, que otros conceden, con exclusividad, a las tareas del
intelecto. Llegaba por esos vericuetos, a negar a Tolstoi y a declarar
que sólo le interesaban las correrías del que iba a convertirse, por
independencia de criterio -o eso nos pareció entonces-, de rey de
Inglaterra, en Duque de Windsor". El título La realidad y el deseo alude
a la idea de la vida como una fuerza devorante, el deseo, que se
alimenta de sí misma pues fuera de ella no hay nada que la sacie. La
vida, tormento sin fin, como lo entendieron los románticos alemanes.
El
mundo ofrece al hombre, por un lado, realidad, y por el otro,
moderación, convirtiendo al poeta y al lector en la víctima de los
presentimientos, nunca de la realidad. Vivir será desengañarse, ir
arruinando el encantamiento inicial que ofreció la niñez y juventud. Paz
ha propuesto una lectura del libro dividida en cuatro partes que se
corresponderían con la vida del poeta: La adolescencia "los años de
aprendizaje, en los que nos sorprende por su exquisita maestría"; la
juventud, "momento en que descubre la pasión y se descubre a sí mismo";
la madurez, "que se inicia como una contemplación de los poderes
terrenales y termina en una meditación sobre las obras humanas" y la
vejez, "la voz más real y amarga".
Las primeras poesías de
Cernuda están pobladas de sombras, fantasmas e intuiciones con aleteos
de seres inmateriales, aéreos, ligeros, delgados en su espíritu y
concreción. Poesía que no dejará de ser la voz de un solitario, uno
entre el universo. Abandonado por la familia y los hombres, detestando
al Otro, el poeta curará sus heridas mediante el rescate de lo olvidado,
que al tomar cuerpo en el poema, dejará vacía su alma, liberándola
incluso del olvido mismo.
En ellos alguien se aleja, escapa,
huye, deserta y vuela entre hojas, fuerzas naturales, brisas, plumas,
testimoniando el paso del tiempo, la mudanza de los cuerpos y las almas,
la caducidad de la vida, el envejecimiento, la corrupción y la muerte.
El poeta, ansia misma de eternidad, constata que el tiempo es su verdugo
y el ejercicio de la poesía, una lucha por no morir, por arrebatar a la
muerte la belleza, el amor y los deseos.
A partir de Los
placeres prohibidos la voz y los asuntos de su poesía se acendran con el
descubrimiento del Surrealismo y la moral gideana. Cernuda encontró en
el movimiento de vanguardia francés un camino para negar las opresivas
tradiciones culturales y poéticas de Occidente y en Gide, a quien leyó
también por sugerencia de su maestro Salinas, la posibilidad de aceptar
su homosexualidad, no como un mal o un pecado, sino como otro de los
cuerpos del amor.
Su lenguaje adquiere otras dimensiones, se
hace irónico y amargo, hablando, desde un escenario urbano, mediocre y
sin rostro, de las degradaciones del exilio y del cansancio y el asco de
vivir. Fue entonces cuando escribió sus mejores poemas, como Soliloquio
del farero, La gloria del poeta, Dansmapéniche, Lamento y esperanza,
Niño muerto o Impresión de destierro, cuyo tono surgirá a través de los
años y el decaimiento, otra vez, en La familia, A un poeta futuro, Birds
in thenight y A sus paisanos. Se ha dicho que su poesía no brinda un
tono hispánico por ser resultado de influencias inglesas y escocesas.
Quizá ni lo uno ni lo otro.
Mejor es decir que su voz, que canta
desde la lengua oral, no aspira al tumulto, ni al culteranismo y la
garrulería, tan habituales en nuestras poesías desde el romanticismo. Su
condición de apartado le confirmó la necesidad de escribir una poesía
donde el interlocutor, de sus monólogos, fuera él mismo, y quizás
alguien más en igual condición de desamparo.
Está escrita para
conscientes de la soledad. Por eso sus poemas son miradas sobre el
mundo, no reflexiones. Allí reside la diferencia de esta poesía, en nada
equiparable siquiera con la de muchos de sus contemporáneos, tan
aparentes en sus visiones y tan reiterativos en sus asuntos: ellos y
España. Mirar y esperar que la palabra atrape, es el ocio creador, según
Cernuda.
Nada de elucubraciones, nada de intrincados alambiques
para terminar diciendo lo mismo. Ni siquiera en los poemas eróticos se
deja atrapar por el pensamiento. La importancia y primacía de su poesía
es notoria si tenemos en cuenta que, mientras la poesía de posguerra
insistió en el tema patriótico estando roto el contacto con el público,
Cernuda asumió como definitivo su extrañamiento. Se fue convirtiendo,
desde América, en la figura trágica del poeta contemporáneo, llevando a
cuestas su condición de homosexual, de poeta y exiliado.