(Día de espadas nubosas en las montaña de Foncalente de Alicante /Palmeral)
La lluvia volvió a dejar sus espejos
en el asfalto negro –ceniciento de sufridos neumáticos-
de esta calle bajo mi ventana –balcón efímero-
no es mi calle, sino la posada errante
de un mosaico de gente móvil en mano
la lluvia volvió a posarse
-gota a gota- con el reflejo de los faroles
con un lenguaje silencioso
lento y conocido y candente.
Enlutado de deseos
camina –ella- sin chaqueta
apagada los colores de Mondrian
-cremas recatados- se puso una tarde clara
parecido a un amanecer claro
con la inefable armadura de la noche a pintar.
Se acercan a las 4 pm en punto
y con una sorna desilusionante
los perros -en cueros- en ceremonia
de fornicación –de llanto rezan oraciones-
profanas, evidentemente,
en la ribera del río –si lo tuviéramos.
La sombra de las sombras y
y las lágrimas de la sombras son invisibles,
sombra que existen con cintura de yudoca
talles metálicos de fuerza inaudita…
¿Qué fue del hilo negro
que cosí en tu faja de seca cárdena
-ilusionando verte las bragas-
y que yo mordí con mis dientes a dentelladas secas
recién tejido de marfil? Fue la lluvia quien te hirió, no yo.
Tejido de horas y día pasan los años
en bordado de bolillo de meses. Mi cuerpo avanza
hacia la putrefacción de la prometida ausencia
la esperanza de la lluvia metálica pasó
- nunca de oro-
la paciencia espera de acero en la boca
de la noche -gruta imantada-
A luz plomiza y ferruginosa espada
-zinc de lo sueños blandos-
borda los espejos que dejó la lluvia…
y siguen ahí fuera convertida en chacos amarillos
todavía del aluminio –ventana-, mojado
y la ciudad marítima sigue ahí fuera: Alicante,
defendiéndose del blandir de la espadas
como gotas de lluvia: Plaza de la Viña.
Ramón Palmeral
Alicante,
1 de diciembre 2014