OLAS DE ENSUEÑO
Me hallo sobre acantilado que fragmenta mares.
Mas no alcanzo a sentir la humedad de su brisa.
Ejidos de tierras fértiles, ahora yermas, impiden
abrazar clamores, sobre barranco que martiriza.
Confidencias dejan sobre paredes de ensueño.
Mas no hallo la luz del tiempo, frágil, extraña.
Dormita sobre sombras, y frena mis congojas,
como bisagra de féretro, en muerte de lamento.
Golpes cantan y asustan. Los escucho, no veo.
Tampoco veo espumas que entonan melodías.
Veo ejércitos de luciérnagas, decoran sombras,
mas son opacas, como luces de mortuorio.
Horizontes palpitan sobre penumbras baldías.
Los trovadores desolados susurran a la noche.
Más perpetúo recuerdos en paraísos virtuales,
y cabalgo sobre luceros, a trote de misterio.
Mi corazón palpita sobre soledad y lamento.
Las olas avivan, golpean y despiertan sueños.
Las gaviotas pían en necesidad de pez y amparo.
Mas no hay consuelo que aliente al desahuciado,
y aguardan a día y vuelo, a mesa de vertedero.
Allá distante aflora un lucero que brilla, lo examino.
Descubro un sarcófago desierto, aislado, silencioso.
Se suspende sobre ambiente, como llama que devora,
mas no arde, ni humea, ni carboniza.
Llegan los albores, alejan sombras intrépidas.
Desciendo a las cúspides que acarician cielos,
y me detengo sobre cumbres agrestes, lejanas.
Parecen las crestas del Cabezón, y de Aitana.
Se calan turbantes majestuosos, y se cubren
con faldas de nostalgia, en vestir de otoño.
Agustín Conchilla