Luces sobre sombras de atardecer y claros del nuevo día en amanecer
iluminan la senda de nuestros encuentros y amoríos.
Corrientes ocultas, vivas, de llamarada despierta, surcan nuestro
lecho de añoranzas, deseos, nostalgias y grandezas.
Tragaluces de malla encauzan y agitan los vientos que enturbian la
elegancia sosegada, melancólica, de confort, en paz y en calma.
Polvo sobre salón y mobiliario aviva, se deposita, volatiza,
entretiene, combates, reprochas, eliminas y te atormenta.
El cariño es nuestro aliado que acrecienta, fortalece y nos representa
a través del sentir, el apoyo, la reconquista y la confidencia.
El gozo y la pasión, dichosos los dos, llaman a nuestro lecho, los
abrazamos o eludimos y nos consolamos o los dejamos a la espera, en la
puerta.
La ternura renueva el entendimiento que acogemos o soltamos sobre sofá
y pies cruzados encuentra reposo, armonía y entretenimiento.
El Santoral te recuerda cada ocho de diciembre y yo, Concepción, lo
elevo a la consagración de un amor platónico, duradero, eterno y
verdadero.