(Bod Dylan) |
A mí me parece que los miembros de la Academia Sueca de los Premios Nobel, se han equivocado, han perdido los papeles al darle el Premio Nobel de Literatura a un cante pop de fama mundial con un currículum impresionante, como cantante. Es una forma, innecesaria de unir el nombre de Nobel a un personaje famoso, cuando debería ser al revés, un escritor o poeta sube a la fama gracias al Nobel. Es cierto que la letras de Bod Dylan son poéticas, pero van unidas a la música. Por ello, no premian a la Literatura poética o narrativa, sino que, por esta equivocada elección no cumplen con la máxima de premiar a la literatura como ciencia, sino a la música, que no está dentro de la idea de los Nobel. En fin un error llevados por el cegamiento de la fama y de los Lobys.
Cualquier año le dan el premio de Literatura a un pintor, porque en algunos cuadros también hay mucha poesía.
Pienso que los de la Academia de Sueca han caído en la trampa de los currículum preparados por una Agencia Mediática Internacional comandada por judíos de Nueva York. Han buscado recomen-daciones por todas las instituciones internacionales.
¿Acaso no hubiera sido más mediático habérselo dado a un escritor sirio, libio o israelí?
No he podido leer ni un solo libro de Bob Dylan, porque no los tiene en Inberlibro. Ni los encuentro por ninguna parte. Todos deben estar en inglés, eso lo leerá Joaquín Sabina, que es nuestrs Bod Dylan español.
En fin, yo me he quedado muy sorprendido por la concesión del premio, y para mí han perdido prestigio de neutralidad, y calidad literaria al dejarse llevar por la música embaucadoras de una guitarra y de una voz de sireno poético.
El 13 de octubre de 2016, la Academia Sueca le otorgó el premio nobel de literatura al músico por «haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición norteamericana de la canción». En 2007 los españoles del premio príncipe de Asturias cometieron el mismo error, de dárselo a Bod Dylab y no vino a recogerlo (cosas delos divos). ¿Irás Estocolomo a recoger el premio Nobel? A mí me da igual, si va como si se toma una cerveza.
En aquella ocasión el jurado acordó concederle el Premio Príncipe de Asturias por ser un “mito viviente en la historia de la música popular y faro de una generación que tuvo el sueño de cambiar el mundo. Austero en las formas y profundo en los mensajes, Dylan conjuga la canción y la poesía en una obra que crea escuela y determina la educación sentimental de muchos millones de personas. Por ello mismo, es fiel reflejo del espíritu de una época que busca respuestas en el viento para los deseos que habitan en el corazón de los seres humanos”, tal y como señalaba el acta.
Hoy en El País Roy Loryga dice que es un poeta del caos.
Biografía en
Wikipedia.
Bob Dylan (Duluth, Minnesota, Estados
Unidos, 24 de mayo de 1941),1
registrado al nacer como Robert Allen Zimmerman (en hebreo:
שבתאי זיסל בן אברהם, Shabtai Zisl ben Avraham), es un músico, cantante y poeta estadounidense,
ampliamente considerado como una de las figuras más prolíficas e influyentes de
su generación en la música popular del siglo XX y
de comienzos del siglo XXI.8 9
10 Gran
parte de su trabajo más célebre data de la década
de 1960, en la que se dio a conocer como cantautor folk con composiciones
como «Blowin' in the Wind» y «A Hard Rain's a-Gonna Fall» con un
importante contenido de protesta social.
Ramón Palmeral, poeta
y escritor sin apoyo mediático de los judíos
..............have been wrong, they have lost the papers to give to a world famouspop sing the Nobel Prize for Literature with an impressive resumeas a singer. It is a way, unnecessary to attach the Nobel namea famous person, when it should be the other way around, a writer orpoet rises to fame thanks to Nobel. It is true that the lyrics of Bob Dylanare poetic, but are linked to music.Why not reward the poetic literature or narrative, but on the wrong choice not comply with the maximum reward literature and science, but the music, which is not within the idea of the Nobel.In order led by an error cegamientos of fame and Lobys.Any year give the prize for Literature to a painter, because in some pictures also hya much poetry.
.......................
La vida no es tan sencilla al fin y al cabo.
De hecho no es más que algo que leer
y con lo que encender cigarrillos.
De hecho no es más que algo que leer
y con lo que encender cigarrillos.
(Bob Dylan, Tarántula)
Ha
llegado el Apocalipsis. Suenan las trompetas del último día. Un humo de
sal y azufre cerca el altar sagrado de las letras. La Academia sueca ha
concedido el Nobel de Literatura a un músico, un puto cantautor, un
maldito escritor de canciones vulgares, ordenadas a partir de la fórmula
estrofa, puente y estribillo. Es el ocaso definitivo de las
humanidades, la estación término. La alfombra de honor del Grand Palais,
reservada para los elegidos, va a ser mancillada por Belcebú. La tierra
tiembla. El cielo se oscurece. Los volcanes expulsan fuego y piedras
formando una masa informe. Los profesores se rasgan las vestiduras y
arrojan los birretes por las ventanas; los poetas de provincias se
arrancan los ojos. Y todavía hay tipos que dicen —y escriben— que Dylan
(Bob) no ha escrito libros en el sentido estricto del término, que su
arte (en el caso de que lo sea) no tiene nada que ver con la literatura y
mucho menos con la poesía estricta. No es lo peor: lo imperdonable, a
su juicio, es que además nunca aceptó las normas del Parnaso, que en la
mitología griega era un monte donde habitaban las Musas y que desde
entonces es considerado la patria metafórica de los grandes poetas.
Por
supuesto, todo esto es pura mierda, si me permiten la impertinencia.
Esta maldita discusión no trata (o no debería) del derecho a disentir
con la designación de los académicos de Estocolmo: el arte es (y debe
seguir siendo) el territorio de la subjetividad, donde la única pauta es
la libertad, el criterio personal. Para gustos, los colores. La
anomalía es escuchar y leer en los grandes periódicos —de cuya crisis da
perfecta cuenta el tratamiento previsible concedido a la noticia—
determinados argumentos que se presentan en abierta disputa. La cuestión
se reduce a los inevitables bandos. A favor o en contra. Blanco o
negro. Apocalípticos o integrados. Los lugares comunes de siempre. Los
mismos tópicos ajados y sin sustancia. Unos dicen: sí, por supuesto.
Otros advierten que es un error cósmico que traerá nefastas
consecuencias. Todo el mundo grita su opinión. Everybody must get stoned!
Pero casi nadie aporta argumentos para entender una decisión en la que
unos ven el triunfo definitivo de la posmodernidad cultural (el
relativismo, vade retro Satanás) y otros una operación de marketing. ¿Es Dylan realmente un poeta? ¿Es un farsante? Está escrito en Tarántula, su libro dadaísta: «Todo el mundo tiene el sombrero al revés en los cuentos». Es justo este caso.
Definir la personalidad del heterodoxo nobel es imposible porque nunca ha dejado de cambiar, de moverse. Lo dijo Joan Baez: «Tocará la misma canción en una clave diferente y con un tempo
distinto solo por joder». Dylan nunca mira hacia atrás. Ni en la misma
dirección. Especialmente si está delante de un espejo. Era folkie cuando los modernos inventaban el pop, fue un Judas eléctrico que desobedeció a los venerables tradicionalistas de
los sesenta; decidió convertirse en un padre de familia en vez de
liderar a los iluminados de la Era de Acuario y guardaba (por si acaso)
una escopeta en la despensa de su casa en Woodstock. Más tarde se volvió
un millonario que se vestía con harapos y un cristiano renacido que no
renunció —ni un solo día del año— a combinar el mercantilismo con la fe
evangélica. Todo esto quizás es cierto, pero también lo es que tiene muy
poca importancia a la hora de valorar su literatura. Sí, literatura.
Las biografías solo retratan al personaje oficial. No nos descubren al
hombre real porque, como dijo Buffon, la verdadera personalidad solo se muestra en el estilo. Y ese es un campo para expertos. Nos lo enseñó Bukowski: la belleza infalible no consiste en el orden o en la armonía. Radica en el carácter.
La
poesía de Dylan es parte del código literario más importante de los
tiempos contemporáneos. Pese a su trascendencia, se trata de una estirpe
artística secreta y sin manifiesto. Su existencia no ha sido proclamada
en ningún aula magna. No gusta del formato generacional porque prefiere
el grito individual. Tampoco ambiciona crear escuela, sino devolver la
poesía a las calles. Hablamos de la estirpe del prosaísmo literario, que
se inicia (en inglés) con el Romanticismo —el prefacio de las Lyrical Ballads de Wordsworth—, continúa con los poetas malditos franceses, rompe todos los esquemas gracias a Laforgue (un uruguayo afrancesado), se ensancha con el largo versículo bíblico de Whitman, se disgrega entre las vanguardias, resucita con Ezra Pound y T. S. Eliot y se reagrupa en las múltiples voces del coloquialismo hasta llegar a los experimentos de escritura improvisada de los beatniks.
Es una poesía que no necesita del metro para configurar el ritmo de la
escritura, que usa la rima solo por burlarse sobre las fórmulas del
pretérito y para la que el gran tema es la vida, escrita con ‘v’
minúscula. Dylan gritó hace décadas: «Acepto el caos». El prosaísmo
literario es su melodía. Un realismo sobre el horror cotidiano.
Terry Eagleton,
un crítico británico, resume muy bien el nudo central de la cuestión:
«El error típico que cometen los estudiantes de literatura al leer es
abordar lo que dice un poema o una novela directamente, dejando de lado
la manera en la que lo dice. Las obras literarias son creaciones
retóricas, además de simples relatos». Lo que dota a las canciones de
Dylan de fondo literario no es su aspecto (la canción lírica frente al
soporte del libro); tampoco la intención lírica, que no es suficiente.
Es su dicción. Su lenguaje. Su prosodia. La melodía exacta de las
palabras. Vamos a tratar de explicar las virtudes literarias del último
poeta con guitarra. Un tipo que escribió: «Aquí yace Bob Dylan,
asesinado por la espalda».
¿Son literatura las canciones?
Quienes
dicen que la obra de Dylan es arte pero no es literatura obvian algunos
hechos históricos: la poesía nació, en las civilizaciones primitivas,
con el canto comunitario. Los primitivos poetas se acompañaban con
instrumentos musicales. El formato poético habitual en la Grecia antigua
era un espectáculo público, similar al teatro. Nadie dudaba de la
condición de arte verbal de un drama o un encomio porque se pusieran en
escena. Por otra parte, el significado del término literatura no es estable en el tiempo. Su campo semántico es amplio y abierto. A
las obras de creación verbal solo se aplica desde el siglo XVIII. Hasta
entonces, los clásicos, que fueron los primeros en definir los
principios básicos de los estudios literarios, solo diferenciaban entre poesía y elocuencia. La pregunta correcta no es si las canciones de Dylan son literarias o no, sino si son poesía.
¿Son poesía?
Es la
gran pregunta. Detrás de toda gran cuestión hay muchas lecturas y un mar
de desacuerdos. Bajemos el balón al suelo. Cita de autoridades. En su Poética, el primer tratado de teoría de la literatura de la cultura occidental, Aristóteles
define la poesía como una manifestación natural del hombre cuyo origen
es la tendencia a imitar la naturaleza, ya que la mímesis es una
actividad placentera. La poesía —explica el filósofo— es un «canto« que
nace de la «improvisación». Es decir: un arte verbal que se exterioriza
de múltiples maneras. Su clasificación depende de tres cosas: los medios que usa el poeta, el objeto imitado y el modo
(la forma) en la que se concreta (narración, enunciado o mediante
personajes). Entre estos medios, escribe Aristóteles, estarían «el
ritmo, la palabra y la música». Todos juntos o por separado. Las
canciones de Dylan son construcciones rítmicas construidas con palabras y
música. Desde la óptica aristotélica no cabe duda: son una forma de
poesía. Que puedan leerse sin música no las hace más literarias. Tampoco
lo son menos por el hecho de que sean interpretadas con voz e
instrumentos. Estos aspectos formales afectan a su tipología, no a su
naturaleza. La poesía no depende del metro ni del respeto a las fórmulas
líricas tradicionales. Existen versos métricamente perfectos sin
cualidad poética alguna. Y se han escrito miles de poesías con versos
que a muchos les parecen líneas de prosa cortada. Gran parte de la
poesía moderna está escrita en verso libre, sin pauta métrica o con una
retórica voluntariamente prosaica. El único requisito esencial de la
poesía es el ritmo. La métrica ofrece un sistema completo de pautas
verbales sancionadas durante siglos por la tradición. Pero no es la
única vía para invocar la rítmica, el espíritu, del lenguaje. Existen
otros: recursos retóricos, pausas, la sintaxis y hasta los recursos
gráficos con los que se nos presenta un poema. Christopher Ricks,
catedrático de Literatura en Oxford, lo explica así: «La rima, el ritmo
y la cadencia son quienes nos traen el poema a casa». En las canciones
de Dylan existe métrica (no estricta), una retórica propia, imaginería
deslumbrante, tropos y un mundo singular. Son puro estilo.
La literatura es la música de las palabras
Argumentar
que Dylan no merece el Nobel porque tan solo es un músico es ignorar
que el lenguaje, en especial aquel que aspira a la función poética, no
es más que una forma de melodía donde las notas son las palabras y el
ritmo se ordena con el patrón de la sintaxis y la puntuación. La
partitura de la dicción literaria se descifra en la lectura. Pero en la
música verbal no solo cuenta el léxico, sino su disposición, la
prosodia, el énfasis, la intensidad, la variación de frecuencia, la
elipsis, las estructuras sintácticas y todos aquellos recursos capaces
de alterar los lugares donde se esconde la energía de un texto. Con
independencia de su calidad, que depende del juicio estético, el
lenguaje poético funciona de forma distinta al lenguaje referencial. Los
vacíos de sentido son los que construyen el poema, cuyo objetivo no es
describir cómo es una sensación o ilustrar un sentimiento, sino provocar
esa sensación y ese sentimiento. Dylan hace esto como nadie:
Darkness at the break of noon
Shadows even the silver spoon
The handmade blade, the child’s balloon
Eclipses both the sun and moon
To understand you know too soon
There is no sense in trying.
Shadows even the silver spoon
The handmade blade, the child’s balloon
Eclipses both the sun and moon
To understand you know too soon
There is no sense in trying.
(«It´s All Right, Ma»)
Tradición y vanguardia
Ezra Pound, al que Dylan cita en «Desolation Row»,
decía que lo primero que debe hacer un escritor que quiera cuestionar
una tradición es saber exactamente en qué consiste. La obra de Dylan
recoge la cultura oral del folk, el country & western y el blues. Es, al mismo tiempo, antigua y vanguardista. Nueva y vieja. Quizás porque, como explica Octavio Paz en Los hijos del limo,
la modernidad no consiste en lo nuevo, sino en lo novedoso. La obra de
Dylan es novedosa no solo en el ámbito musical, sino en el campo de la
expresión literaria. Su mayor aportación artística deriva de esta
asombrosa relación con el pasado y de su extraordinaria capacidad para
hacerlo presente. Dylan ha sido capaz de crear una voz lírica con el rock —hasta entonces una música que cantaba la felicidad y el desamor juvenil— gracias a su infinito conocimiento de la tradición folk, a su saber enciclopédico sobre las estructuras, metáforas y recursos literarios de la poesía popular norteamericana. En el folk todos estos elementos formaban parte de una línea continua en la que Dylan era el último eslabón. Aplicados al rock
adolescente de los años cincuenta provocaron la espiral que transformó
al poeta norteamericano en un personaje de vanguardia. El Picasso del rock.
«Toda
obra literaria se remite a su vez a otras obras literarias», escribe
Eagleton. El cancionero de Dylan es profuso al respecto: los míticos
discos de su etapa mercurial —Bringin´ it All Back Home, Highway 61 y Blonde on Blonde— están llenos de referencias literarias. Su dicción reproduce la poesía del non-sense de Rimbaud, irracional y deslumbrante. Y en algunos casos alcanza cotas líricas superlativas, como ocurre en «Sad-Eyed Lady of the Lowlands», un canto de amor homérico, pero sin hexámetros. Son canciones, por supuesto. Pero como el mismo Dylan escribió en las notas de su cuarto disco, Another Side, también son otra cosa, «some other kinds of songs».
Epifanías poéticas donde la música, la palabra y la voz forman un todo
indisoluble. La retórica del prosaísmo se caracteriza por intentar no
parecer retórica (en el sentido negativo del término). Nicanor Parra, el maestro de la antipoesía, ha dicho que solo por los versos del estribillo de «Tombstone Blues» ya merece el Nobel: «Mama’s
in the factory / She ain’t got no shoes /Daddy’s in the alley / He’s
lookin’ for the fuse / I’m in the streets / With the Tombstone blues». Como
el poeta chileno, Dylan lleva toda la vida marcando distancias con la
institución literaria. Dan fe los los versos que en 1964 escribió en «I Shall be Free nº10»: «Yupi. Soy un poeta y lo sé / solo espero no cagarla». O la extraña historia de «Day of Locust»: «Oh,
the benches were stained with tears and perspiration / The birdies were
flying from tree to tree / There was little to say, there was no
conversation / As I stepped to the stage to pick up my degree». La duda no es si es un verdadero poeta (prosaico). Lo es. La gran duda es si irá a Estocolmo con esmoquin.
Por Carlos Mármol