[Discurso sobre el Quijote]
[Transcripción de Jordi Doménech]
| Facsímil |
[1r] [A lápiz]
Hoy 7 de octubre festejamos el natalicio de Cervantes, aunque, en
verdad, no sabemos que Cervantes naciera en este día. Conocemos no más
la fecha de su partida de bautismo, que es la de 9 de octubre de 1547.
Algunos de sus biógrafos han supuesto que Cervantes acaso naciera el 29
de septiembre, día de san Miguel. De todos modos es muy probable que
Cervantes hubiera ya nacido en este día o en último caso que estuviera
muy próxima la fecha de su entrada en el mundo porque // [2r] hay
algo en que necesariamente han de estar de acuerdo todos los autores; a
saber: que Cervantes no pudo ser bautizado antes de nacer. Y aun en el
caso, poco probable, de que la partida de bautismo fuese apócrifa, y que
Cervantes naciera después del 9 de octubre, encontraríamos siempre
motivos y pretextos sobrados, creo yo, para dedicar un recuerdo al más
glorioso de nuestros ingenios, en este día y en cualquiera de los
restantes días del año.
Fiesta del libro también llamamos // [3r]
a esta solemnidad y, puesto que coincide vagamente con el natalicio de
Cervantes, ha de ser la fiesta del Quijote, que es su obra más famosa,
libro español por excelencia.
Digamos, pues, algo de Cervantes y de su libro inmortal.
De Cervantes pocas palabras. Nació
Miguel, no don Miguel como reza la lápida que veréis a la puerta de esta
casa, Miguel a secas, porque el don no lo tuvo nunca, de padres pobres,
en Alcalá de Henares, y la pobreza le acompañó durante toda su vida.
Pobre niño, pobre y fracasado pretendiente en la corte, pobre aunque
glorioso soldado, pobre cautivo en // [Aquí faltan probablemente una o varias hojas del discurso] [4r]
Porque ¿quién repara ni ha reparado nunca en un pobre hombre, que no
lleva bandas, ni cruces, ni arreos militares, ni atavíos cortesanos ni [una palabra ilegible]
académicos? ¿En un sujeto mal vestido y aliñado, cuya persona, nada
oronda, solemne ni satisfecha, no se recomienda a nuestros ojos como
espectáculo de humanidad triunfante y privilegiada? Entonces como ahora
Cervantes hubiera sido para nosotros el pobre hombre en quien nadie
repara. Y ¿a qué hablar más del // [5r] pobre hombre que fue Cervantes? [A tinta] Digamos algo del libro inmortal. Apareció el Quijote
—su 1.ª parte— el año 5 del siglo XVII. Era la obra de la madurez de
Cervantes. Tuvo un éxito inmediato de risa. Pero, no nos engañemos, el
éxito del Quijote fue un éxito de público, que no valió a
Cervantes la plena admiración de los doctos. En España el vulgo ha
defendido siempre las obras buenas, y la crítica —lo que en aquella
época podía ser crítica, el juicio de los hombres de letras— les fue a
veces adversa. Sin el pueblo, sin la admiración del profano, lo mejor de
nuestra literatura: el romancero, La Celestina, el teatro, la novela picaresca, la obra de nuestros románticos, se hubieran perdido para siempre. [A lápiz] Así aconteció con el Quijote. El pueblo amó este libro // [6r]
desde que salió a luz; la crítica comenzó a comprenderlo en el siglo
XVIII y le hizo plena justicia en el siglo XIX.
Y no podía ser de otro modo. Porque el Quijote no es, a mi juicio, una obra renacentista, como alguien ha sostenido recientemente. De haber sido el Quijote
plena literatura del renacimiento, se le hubiera comprendido y juzgado
en todo su valor. El sentido humanista, de cultura clásica, que carac-
// [7r]
teriza al hombre del renacimiento se encuentra en Cervantes, aunque no
tan marcado como en otros ingenios de su tiempo. Pero lo que hace del Quijote un libro único, el libro que sólo el genio podía escribir entonces, es su modernidad. El Quijote
no es una obra renacentista, es mucho más, es la primera obra moderna,
no ya de la literatura española, sino de la literatura universal. // [8r]
Todas las literaturas, sin excluir la nuestra, habían producido ya
libros de risa y entretenimiento, libros de parodia y de burla, sátiras y
libelos. En España, desde el Arcipreste de Hita, en Italia desde
Boccaccio, en Inglaterra desde Chaucer, en Francia, de Rabelais. Pero lo
que no se había producido hasta entonces, lo que, después del Quijote, había de tardar dos siglos en seguir produciéndose, era un libro de risa y entretenimiento // [9r]
que, además de divertirnos y hacernos reír, nos hiciera también llorar.
Esto era tan nuevo entonces que no podía ser comprendido ni gustado; y
esto explica que el éxito del Quijote se debiese exclusivamente a los elementos cómicos que contiene.
Han pasado más de tres siglos [a tinta] y es precisamente la comicidad del Quijote lo más difícil de gustar para nosotros; y cuanto hay en él de serio y profundo lo que más en él // [10r]
nos cautiva. Lo cómico cervantino corresponde más a la sensibilidad de
su tiempo que a la del nuestro; en cambio, la piedad y la simpatía por
la locura de don Quijote es algo plenamente moderno. Pero el Quijote
contenía en potencia toda la novela moderna y fue preciso esperar
siglos para que ésta se actualizase. Epígonos y discípulos tardíos de
Cervantes son todos los novelistas modernos, desde Dickens a Tomás
Hardy, desde Stendhal a Proust, desde Gógol a Gorki. Todos los héroes de
las novelas que nosotros hemos vivido tienen algo de don Quijote:
recordad las novelas de Dostoyevski. Sus personajes son trágicos, y no
se nos ocurre reírnos de ellos; pero todos están más locos que don
Quijote. Como don Quijote los vemos en pugna con el medio en que viven y
fracasan en él; como don Quijote son deformadores del mundo real, // [11r]
como don Quijote oponen valientemente su mundo interior, su mundo
encantado, hecho con su propia sensibilidad y sus propios ideales, al
mundo social, hecho de convenciones, de leyes con que la vida colectiva
pretende anular la vida individual, de objetividad, en suma. Como don
Quijote están en pugna abierta con la racionalidad. Son locos también.
Pero su locura pasa para nosotros inadvertida porque participamos de
ella nosotros también; como hombres modernos, pensamos, lo que no podía
pensarse en tiempo de Cervantes, que el mundo es nuestra representación,
y que si ésta no es una plena creación nuestra, es, cuando menos, una
deformación de lo real y que, en este sentido, la locura es lo normal en
el hombre. No somos un espejo impasible a través de un camino, que
retrata fielmente imágenes pasajeras, sino almas que al reflejarlas, las
transfiguran y, en cierto modo, las crean. // [12r]
¿Qué era don Quijote sino este maravilloso espejo creador, que
deformaba en el sentido de su ideal, su mundo circundante?
Esto es lo que hoy plenamente hemos
comprendido y por eso decimos que Cervantes escribió la primera y más
grande de las obras modernas.
Y nada más quiero deciros del libro
inmortal, porque otros os dirán cosas de más sustancia y con mayor
elocuencia.
Yo hoy en la Fiesta del libro me limito
a daros un consejo: el movimiento se demuestra andando y el amor al
libro, leyendo. Leed vosotros; con preferencia las obras inmortales y,
entre ellas, la primera, el Quijote, el libro de aquel pobre
hombre que fue un día Miguel de Cervantes, por quien nosotros nos
sentimos hoy orgullosos de ser españoles.
Notas
* Este manuscrito ha sido publicado, en edición no venal, en la Colección 22 de Febrero, de Santander: Antonio Machado, Discurso sobre el Quijote (y otros escritos inéditos), edición de Jordi Doménech, Santander, Colección 22 de Febrero, 2010. [volver]
[1] Colección Unicaja manuscritos de los hermanos Machado, vol. 9: Cuadernos de literatura,
edición de Rafael Alarcón Sierra, Pablo del Barco y Antonio Rodríguez
Almodóvar, Málaga, Fundación Unicaja, 2006: véase el fol. 29r (en el
Anexo al Cuaderno 6). He revisado también los «cuadernos de Burgos» y no
he encontrado más hojas traspapeladas que pertenezcan a este discurso.
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[2] Ana Martínez Rus, «La política del libro y las ferias del libro de Madrid, 1901-1936», Cuadernos de Historia Contemporánea, n.º 25, 2003, pp. 217-34 (p. 222).
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[3] Véase Fernando Cendán Pazos, La Fiesta del Libro en España (Crónica y miscelánea), Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1989.
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[4] «En el paraninfo del Instituto. La Fiesta del Libro», El Adelantado de Segovia, 8 octubre 1926, p. 2. [volver]
[5] «Las Meditaciones del Quijote de José Ortega Gasset», La Lectura, n.º 169, enero 1915; en Antonio Machado, Escritos dispersos (1893-1936), edición anotada de Jordi Doménech, Barcelona, Octaedro, 2009, pp. 204-13 (sobre el Quijote, pp. 208-13).
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