Los 20 años de la muerte en Madrid de Juan Carlos Onetti
han traído de vuelta de Buenos Aires por unos días a Dolly, su viuda,
que ha facilitado los materiales de la exposición !Reencuentro con
Onetti", abierta hasta el 25 de noviembre en la Casa de América de la
capital. Claudio Pérez Míguez y Raúl Manrique Girón son los comisarios
de esta muestra que recoge manuscritos, fotografías y objetos varios del
escritor, un recorrido "íntimo y emotivo" por su particular universo,
en palabras del primero.
Y coincidiendo con la efeméride, ELMUNDO.es emite 20 minutos de las
tres horas que el programa 'Océaniques' del tercer canal de la
televisión francesa encargó a Ramón Chao y José María Berzosa.
Aquelllos encuentros se emitieron en 1990 y ahora, gracias a la
generosidad de Dolly Onetti y Ramón Chao, este periódico lo ofrece a sus
lectores. Es un documento excepcional. Juan Carlos Onetti habla de sus
albores como escritor, de los militares, de su pasión como lector... Y
por supuesto en la cama.
Dorothea Muhr, argentina de ascendencia alemana y
conocida por todos como Dolly Onetti, fue esposa y compañera inseparable
del escritor montevideano durante cuatro décadas. Mientras supervisa el
montaje, Dolly sorprende al visitante presentándose ella misma. Cuando
le pesan las piernas se sienta en la famosa cama donde Onetti gustaba de
leer y escribir. Ella explica que siempre fue perezoso, pero sus
últimos años yacentes se debieron al problema de movilidad en una pierna
que le infligió una serie de inyecciones mal administradas.
Por lo demás, la cama le parece a Dolly un lugar ideal para leer, y cita aquí la autoridad de Antonio Muñoz Molina, quien está preparando un libro sobre Onetti que se sumará al que publicó en 2008 Vargas Llosa, 'El viaje a la ficción'.
¿Le molestaba aquella tendencia de Onetti a encerrarse cuando Dolly
era un azogue? Le sorprende la pregunta: "Los extremos se tocan.
Nosotros nos compenetrábamos muy bien porque éramos completamente
diferentes. A él le encantaba que yo me ocupara de todo.
Incluso estaba dispuesto a que yo comprara una casa sin siquiera verla;
al final se vistió y vino a conocerla, pero no prestó la menor
atención...", relata.
Alrededor de la cama del autor de La vida breve gravita una muestra
que incluye todas sus primeras ediciones, los libros dedicados por otros
escritores -Borges, Cortázar, García Márquez, Félix Grande...-, sus traducciones alimenticias y discos grabados con su voz, así como manuscritos, correspondencia...
El mobiliario es el original del domicilio del matrimonio en el
número 31 de la Avenida de América, al que llegaron después de residir
temporalmente en otros dos alojamientos. Félix Grande y Paca Aguirre habían ido a recibirles a Barajas provenientes de su destierro uruguayo.
Dolly Onetti rememora su llegada a la capital a mediados de los 70.
Madrid bullía de alegría al término de la dictadura y ella lloraba, no
sabe si de ver aquí a los jóvenes riendo por las calles o de recordar la
tristeza y el terror de allá, donde los policías se presentaban a las cuatro de la madrugada para llevarse a personas como su marido,
encarcelado por formar parte del jurado de un concurso del seminario
Marcha. Dolly cuenta que debieron vender su casa en Lagomar para
sufragar los gastos del psiquiátrico al que lograron enviarle en
sustitución de la cárcel.
Lector y escribidor compulsivo, Onetti podía
despertarla a las tres de la madrugada para dictarle una carta. Dolly
pasaba a máquina sus manuscritos hasta que le dolían los dedos y él
mientras seguía escribiendo en cualquier parte, en infinitos papelitos o
en la tapa de una caja.
La campana que usaba para llamar a las chicas de servicio (Dolly era
notable violinista y trabajaba en la Sinfónica de Madrid), el globo
terráqueo que le regalaron Dolly y Jorge -hijo de su primer matrimonio y
escritor como él-, la silla donde -sí- se sentaba... Todos estos
objetos conforman una exposición que, por supuesto, recoge la edición
original de su primera obra, El pozo, ilustrada con un dibujo de un
falso Picasso, su amigo Casto Canel, y la de su novela preferida, 'Los adioses'.
Onetti prometía los peores males a quien osara robarle el volumen de
los cuentos de Cortázar, dedicado, que contenía 'El perseguidor', relato
que le conmovía. Para alguien tan huidizo, la concesión del Cervantes,
o más bien el acto de recogerlo, fue una especie de trauma. 'Gabo' le
mandó para felicitarle un telegrama que rezaba: "La Academia cojea, pero
llega". Todo está en la exposición 'Reencuentro con Onetti: Veinte años
después', un festín para seguidores y fetichistas del gran escritor.
POESIA PALMERIANA
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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.