Sólo quien ama
vuela. Pero ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.
Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién
vuela?
Conquistaré el
azul ávido de plumaje,
pero el amor,
abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar
las alas que da cierto coraje.
Un ser ardiente,
claro de deseos, alado,
quiso ascender,
tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja
encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.
Iba tan altó a
veces, que le resplandecía
sobre la piel el
cielo, bajo la piel el ave.
Ser que
confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otro como el granizo grave.
Ya sabes que la
vida de los demás son losas
con que
tapiarte; cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas
hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.
Triste instrumento alegre de vestir:
apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada
por el uso constante.
Cuerpo en cuyo
horizonte cerrado me despliego.
No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nido.
Por más que te debatas por ascender,
naufragas.
No clamarás. El
campo sigue desierto y mudo.
Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón
quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se
entristece de debatirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.
Cada ciudad, dormida, despierta, loca, exhala
un silencio de cárcel, de* sueño que arde y
llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. El cielo se eleva. El aire
muere.
MIGUEL
HERNANDEZ (1910-1942)
En página 82 de Miguel Hernández en Alicante, Colección Ifach,
Alicante 1976.
Revista Verbo octubre-noviembre 1946