Un amor que nunca fue
El
amor es algo que nadie comprende, que muchos opinan al respecto, que pocos
logran sentirlo, pero sobre todo, que pocos lo reciben y lo dan de la misma
calidad. El amor, esta palabra sencilla, corta y cotidiana, conglomera un
montón de significados y múltiples conceptos. El amor es la palabra más
conocida, la menos estudiada, la más profunda, la menos dominada. El amor, es
lo que menos imaginamos.
Mi
nombre es Juan, soy estudiante, como muchos estudiantes que pasan este tipo de
cosas, sí, esto que se llama “enamoramiento”, pero la pregunta es: ¿realmente sabemos enamorarnos?, lo que
sí es cierto es que no existe ningún manual para enamorarnos, entonces, ¿cómo
sabemos que realmente estamos enamorados?
Yo
jamás tuve novia, era algo que me daba pena, no sabía cómo decirles a mis
padres que había iniciado una relación amorosa, pues, a pesar de todo, me
habían quedado claras las palabras de mi madre cuando me dijo “no quiero que
andes de caliente con las jovencitas, dedícate al estudio, que hay tiempo para
todo”. En efecto, mi madre es una mujer accesible, pero dura, ¡vaya!, muy
directa.
Mi
padre era la única persona que a veces me hacía plática de cuando él era joven
y tenía muchas novias en la escuela. ¿Cómo él si las pudo tener y yo no?, en
fin, siempre terminaba diciendo que “las novias quitan el tiempo, además,
distraen a los hombres de sus labores”, creo que por eso mi padre era algo
“malo” para los estudios, y terminó siendo carpintero. Lo comprendo.
Así
que me dedique siempre al estudio, traté de ser el mejor de la clase siempre,
así que mis calificaciones reflejaban mi gran entusiasmo por estudiar y ser
alguien en la vida. Pero… ya era alguien, desde el primer momento en que nací.
Ahora el lugar me tocaba buscarlo a mí. Quería ser maestro.
Cuando
salí de la preparatoria tuve que irme a estudiar lejos de casa, en una ciudad
más grande, con cosas nuevas, en fin, algo que cambiaba toda mi cotidianidad.
En un principio me daba miedo, pero poco a poco descubrí que afuera de mi
pueblo había otra civilización, mucho más avanzada, aunque también pude darme
cuenta que había otros lugares más atrasados.
Cuando
llegué a la universidad me sentía a gusto. Pensé muchas veces en cambiar mi
vida, sería una buena oportunidad, digo, lejos de mis padres, de mi familia,
sería fácil adquirir buenas costumbres. En fin, todo cambió. Las cosas fueron
mejor de lo que me imaginaba.
Mi
historia no empieza cuando nací, sino muchos años más tarde, exactamente cuando
tenía 21 años de edad. Esa persona fue la culpable. Jamás había sentido ese
extraño sentimiento que pone al hombre en un estado de nerviosismo total, es
todo un proceso. Primero llega un deseo, luego ese deseo crece, posteriormente
se llega a la satisfacción, ¿y luego?, no sé, a veces dura poco, a veces dura
mucho. O sea, es como un momento de armonía que viaja por la venas y te hace
ver al mundo más fácil, en lo particular a mi me motivaba ser mejor, pero
también me robaba el sueño. Ese estado es como volar en una realidad ajena al mundo
en el que vives, pero también cercana al corazón que palpita esa dosis que
después descubrí que era amor, bueno, mucho tiempo después comprendí que ese
amor se volvió en capricho.
Un
día entré al salón, había una persona nueva en el grupo. Lo primero que vi
fueron sus ojos, esos ojos grandísimos, oscuros, y unos labios que parecían
fresas. El cabello brillaba tanto como aquellos cristalinos luceros. No me
sentía bien, volteaba en cualquier momento para observar aquel cuerpo, aquella
postura que fina por su condición, no era más que un reflejo de un deseo que me
abarcaba mis pensamientos. En esa clase no aprendí nada.
Todo
mundo acechaba aquel cuerpo, cuestionándolo infinidad de preguntas. Era la
sensación. Yo, ponía atención a sus respuestas, porque había surgido un
interés. Después, me apareció algo que se llama deseo, el cual me acompañaba en
mis ratos de insomnio, o cuando suspiraba sin saber por qué. Empecé a escribir
cosas sobre algo que no conocía, posteriormente se me venían recuerdos
inmediatos de ese ser que me estaba robando el espíritu.
Mi
mejor amiga fue la que primero se enteró de mi condición espiritual, y
ligeramente me dijo “te estás enamorando”; ¡Alto!, solo pensarlo me dio miedo,
no sabía a lo que se refería, sin embargo, tenía referencia de lo que era eso.
Solía leer libros de auto superación donde según los autores, lo dejaban bien
claro.
Efectivamente,
es deseo empezó a crecer, a medida que no pude contener mis ganas de acercarme
a aquella persona.
Un
día llegué al salón, decidido a hablarle. Todo funcionó.
–
Hola como estas, mi nombre es Juan –. Nervioso me dirigía.
–
Hola Juan, sí se cómo te llamas, eres el más inteligente del salón, cómo
pasarte de improviso–. Coquetamente me contestaba.
Mis
ojos estaban extasiados al igual que mi espíritu – ¿Quieres hacer equipo
conmigo para la clase de matemáticas.
–
Claro que sí. Sería un gusto, sirve que me explicas si no entiendo algo.
No
podía creerlo, había hablado con la persona que me encantaba. Sabía, sin lugar
a duda, que algo pasaba en mí, pues mi nerviosismo se podía observar a un
kilómetro de distancia.
La
clase transcurrió con normalidad, y logré estar cerca de aquellos ojos de
ángel.
Pasaron
los días, y algo me decía que tenía que reaccionar rápido. Así que aproveché
que estábamos en la cafetería para decirle algo bonito, bueno, lo que fuera.
–
¿Sabes?, siento que eres una buena persona.
– ¿Y
cómo lo sabes si apenas me conoces?
–
Porque no se necesita conocer a alguien para percibir las cosas –. Le contesté.
–
Pues muchas gracias, me parece que tú también eres un buen chico.
– ¿En
serio? –. Con gran interés volteé para ver sus ojos.
– Sí,
claro. Si no me cayeras bien no te hablaría. Es más, cuando llegué el primer
día al salón, me di cuenta que eres algo muy especial.
A lo
que respondí – Qué tan especial.
–
Sabes, tengo que irme, cuídate, nos vemos en el salón –. Su cuerpo se puso tan
nervioso al igual que yo… y huyó de la escena. En fin, solo huyó.
La
plática me había dejado picante, o sea, interesado. Tenía que esperar una nueva
ocasión. Tenía que confesarle que me gustaba.
Los
días pasaron y cada vez nos tomábamos confianza. Tuvimos la oportunidad de
viajar juntos y nos conocimos todavía más y más. Las cosas iban muy bien, cada
vez que estaba cerca de esa persona. Sabía que era el momento de decirle que
empezaba a sentir cosas extrañas y bonitas, pero tenía miedo al rechazo.
No
quiero hacer el cuento más largo, pero logré una noche de placer. Una noche
inolvidable, pero que me marcaría durante mucho tiempo, porque ya lo he
superado.
Después
de caminar por el parque fuimos a su casa. Al estar sentados se sentía un
silencio. Los ojos no dejaban de ver los ojos, los corazones hacían ritmo, la
sangre se sentía correr por cada ligera y afinitas venas. Las voces se
empezaron a extinguir y le dejamos la tarea a las manos. Primero, una mano
sobre la otra, después, unos labios sobre los otros, y terminamos con dos
cuerpos unidos por el sudor. ¡Wow!, lo recuerdo y todavía me pongo alborotado.
Fue la primera vez que no dormí en mi casa, y que no le hablé a mi madre al
final del día.
Después
de eso me entró una confusión. No sabía qué había pasado. Ese deseo lo había
cumplido, y claro estaba que me quedaban ganas de más, de repetir, pero ya no
era lo mismo. Recordé mi niñez, como cuando aquél juguete me gustaba y después,
al adquirirlo, yo no sentía nada más que gusto por tenerlo. Entonces descubrí
que el sexo es un arma de dos filos, una vez entrando en la piel corta para
donde la empujes. ¿Comprenden?, siempre corta, siempre quedan ganas y la curiosidad
se extiende todavía más. O sea, como una droga. El sexo es como un ritual, se
debe de practicar cuando haya una necesidad, cuando se necesite satisfacer algo
que se llama: placer.
Antes
que nada me sentía con un compromiso, los celos me consumían, y siempre pedía
mi lugar. Esos ojos de ángel, pasó a ser la persona que estaría conmigo durante
medio año. Repetíamos el ritual cada vez que había necesidad y que los tiempos
se acomodaran.
Como
era algo que siempre desee, además de que se empezó hacer costumbre, para mí
era una relación muy fuerte; sin embargo, las cosas empezaron a ser diferentes.
Uno sabe cuando las cosas no van bien, pero siempre tratamos de justificar. El
problema es que cuando no ponemos un “alto” a tiempo, las cosas siempre terminan
mal.
Mi
mejor amiga me había dicho que ese ser que tanto amaba me ponía el cuerno con
otro; tan mal estuvo la confesión que nos dejamos de hablar. Yo, confiaba
ciegamente en aquellos ojos, porque aunque alguien más me llamaba la atención,
mi fidelidad estaba ante todo. Pero nos pasa como a una canoa, si un lado rema
más que el otro, tan sencillo que se tomará un rumbo diferente; en cambio, si
se rema parejo, se va derecho, hacia una misma dirección.
En
fin, terminé peleándome con medio mundo. No quería comprender la realidad que
veía y que a la vez no veía. La relación fue decayendo, ya había poco tiempo y
el respeto se fue perdiendo. Hubo golpes, gritos, insultos. Las cosas pintaban
mal, al igual que mi vida la cual estaba sostenida en un hilo. Bajé de calificaciones
y me distancié de mi familia.
Como
era tanta gente la que me decía que yo estaba mal, me empecé a empeñar en
demostrar lo contrario; entonces, ese amor que alguna vez sentí por los ojos de
ángel, empezó ha convertirse en una obsesión, en un capricho. O sea, en algo
que quería que estuviera bien, sabiendo de antemano que estaba mal. Eso es lo
peor que le puede pasar al espíritu.
Tuve
que ver con mis propios ojos hasta creer, y todo terminó de la peor manera. Si
anteriormente había insultos, gritos y golpes, lo que ocurrió fue
determinantemente más fuerte. Sí, terminamos, pero de la peor forma.
Me
sentía quebrado. No tenía ánimo de nada. Las horas eran eternas y el verdugo
del recuerdo me atosigaba con el fierro hiriente de la retentiva. Terminar algo
y aferrarse a ello es la execrable manera de olvidar lo que de por sí es
olvidable.
La
mejor forma de olvidar es retirarse. Es como aquel que se quema, siempre estará
a salvo lejos de la hoguera. ¿Comprendemos la moraleja?, debemos aprender de
los errores. Si sabemos que vamos a caer a un poso, hay que sacarle la vuelta.
Y así fue, durante algunos meses le saqué la vuelta a eso que me hacía mal,
hasta que conocí a otra persona, la cual me ayudó a olvidar, o mejor dicho, a
revivir los buenos momentos que alguna vez pasé.
Con
esta persona comprendí que no debemos comparar, que debemos de utilizar la
sinceridad, comprensión, responsabilidad, fidelidad y sobre todo, la
comunicación, para que una relación sea eficaz, eficiente y saludable. ¿Qué se
pretende?, vivir en armonía, sentirse querido, protegido y sobre todo, saber
que hay alguien que mete las manos al fuego por uno.
Aprendí
que a veces nuestros peores daños se convierten en una obsesión, porque el ser
humano nunca está acostumbrado a fracasar. Los hombres estamos acostumbrados a
ganar, porque es el ego el que nos dicta a veces a hacernos daño, por lograr
algo que de antemano sabemos que está mal.
¿Has
pasado por lo mismo?, es algo muy común cuando se enamora y termina siendo un
capricho más de nuestro “bienestar”. ¿Es bienestar algo que duele?, no verdad.
Entonces lo que hace daño hay que alejarlo, por salud mental y física. Existe
un viejo refrán que solía decir mi abuela “Hijo, siempre hay un roto para un
descocido”, y efectivamente, ahora comprendo por qué. También aquella vieja con
sabiduría, decía que el amor “es un deseo que siempre está vigente y jamás se
apaga”, y tenía toda la razón. Cuando encontramos a la persona amada, el deseo
jamás se acaba, al contrario, siempre crece. El amor es recibir la misma
intensidad de cariño entre dos personas. El amor es el deseo que si bien puede
ser por lapsos, también puede ser eterno.
Mi
primer noviazgo no fue saludable, creo que ningún primer noviazgo lo es, porque
ahí experimentamos lo que ignoramos. Si somos inteligentes, no cometeremos los
mismos errores que nos llevaron al fracaso, hay que ser inteligentes.
Ahora
entendí que aquel primer amor solo fue un desliz en mi vida, y que de ser
“amor” pasó ha convertirse en obsesión, en capricho, todo, menos eso de lo que
tanto se habla. Nunca se mejorará algo que no puede mejorarse. El amor es algo
bonito, es sentirse protegido, escuchado e importante para la otra persona. Así
que todo se da a medida de lo que recibimos, es una ley de la vida.
¿Has
tenido un amor que nunca lo fue?
Nota:
(Enviado por el autor desde México, 24 de noviembre 2012)