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sábado, 24 de noviembre de 2012

"Un amor que nunca fue", por Abiud Alan Dávila



Un amor que nunca fue





    El amor es algo que nadie comprende, que muchos opinan al respecto, que pocos logran sentirlo, pero sobre todo, que pocos lo reciben y lo dan de la misma calidad. El amor, esta palabra sencilla, corta y cotidiana, conglomera un montón de significados y múltiples conceptos. El amor es la palabra más conocida, la menos estudiada, la más profunda, la menos dominada. El amor, es lo que menos imaginamos.
    Mi nombre es Juan, soy estudiante, como muchos estudiantes que pasan este tipo de cosas, sí, esto que se llama “enamoramiento”, pero la pregunta  es: ¿realmente sabemos enamorarnos?, lo que sí es cierto es que no existe ningún manual para enamorarnos, entonces, ¿cómo sabemos que realmente estamos enamorados?
    Yo jamás tuve novia, era algo que me daba pena, no sabía cómo decirles a mis padres que había iniciado una relación amorosa, pues, a pesar de todo, me habían quedado claras las palabras de mi madre cuando me dijo “no quiero que andes de caliente con las jovencitas, dedícate al estudio, que hay tiempo para todo”. En efecto, mi madre es una mujer accesible, pero dura, ¡vaya!, muy directa.
    Mi padre era la única persona que a veces me hacía plática de cuando él era joven y tenía muchas novias en la escuela. ¿Cómo él si las pudo tener y yo no?, en fin, siempre terminaba diciendo que “las novias quitan el tiempo, además, distraen a los hombres de sus labores”, creo que por eso mi padre era algo “malo” para los estudios, y terminó siendo carpintero. Lo comprendo.
    Así que me dedique siempre al estudio, traté de ser el mejor de la clase siempre, así que mis calificaciones reflejaban mi gran entusiasmo por estudiar y ser alguien en la vida. Pero… ya era alguien, desde el primer momento en que nací. Ahora el lugar me tocaba buscarlo a mí. Quería ser maestro.
     Cuando salí de la preparatoria tuve que irme a estudiar lejos de casa, en una ciudad más grande, con cosas nuevas, en fin, algo que cambiaba toda mi cotidianidad. En un principio me daba miedo, pero poco a poco descubrí que afuera de mi pueblo había otra civilización, mucho más avanzada, aunque también pude darme cuenta que había otros lugares más atrasados.
   Cuando llegué a la universidad me sentía a gusto. Pensé muchas veces en cambiar mi vida, sería una buena oportunidad, digo, lejos de mis padres, de mi familia, sería fácil adquirir buenas costumbres. En fin, todo cambió. Las cosas fueron mejor de lo que me imaginaba.
Mi historia no empieza cuando nací, sino muchos años más tarde, exactamente cuando tenía 21 años de edad. Esa persona fue la culpable. Jamás había sentido ese extraño sentimiento que pone al hombre en un estado de nerviosismo total, es todo un proceso. Primero llega un deseo, luego ese deseo crece, posteriormente se llega a la satisfacción, ¿y luego?, no sé, a veces dura poco, a veces dura mucho. O sea, es como un momento de armonía que viaja por la venas y te hace ver al mundo más fácil, en lo particular a mi me motivaba ser mejor, pero también me robaba el sueño. Ese estado es como volar en una realidad ajena al mundo en el que vives, pero también cercana al corazón que palpita esa dosis que después descubrí que era amor, bueno, mucho tiempo después comprendí que ese amor se volvió en capricho.
    Un día entré al salón, había una persona nueva en el grupo. Lo primero que vi fueron sus ojos, esos ojos grandísimos, oscuros, y unos labios que parecían fresas. El cabello brillaba tanto como aquellos cristalinos luceros. No me sentía bien, volteaba en cualquier momento para observar aquel cuerpo, aquella postura que fina por su condición, no era más que un reflejo de un deseo que me abarcaba mis pensamientos. En esa clase no aprendí nada.
    Todo mundo acechaba aquel cuerpo, cuestionándolo infinidad de preguntas. Era la sensación. Yo, ponía atención a sus respuestas, porque había surgido un interés. Después, me apareció algo que se llama deseo, el cual me acompañaba en mis ratos de insomnio, o cuando suspiraba sin saber por qué. Empecé a escribir cosas sobre algo que no conocía, posteriormente se me venían recuerdos inmediatos de ese ser que me estaba robando el espíritu.
   Mi mejor amiga fue la que primero se enteró de mi condición espiritual, y ligeramente me dijo “te estás enamorando”; ¡Alto!, solo pensarlo me dio miedo, no sabía a lo que se refería, sin embargo, tenía referencia de lo que era eso. Solía leer libros de auto superación donde según los autores, lo dejaban bien claro.
    Efectivamente, es deseo empezó a crecer, a medida que no pude contener mis ganas de acercarme a aquella persona.
    Un día llegué al salón, decidido a hablarle. Todo funcionó.
    – Hola como estas, mi nombre es Juan –. Nervioso me dirigía.
    – Hola Juan, sí se cómo te llamas, eres el más inteligente del salón, cómo pasarte de improviso–.      Coquetamente me contestaba.
     Mis ojos estaban extasiados al igual que mi espíritu – ¿Quieres hacer equipo conmigo para la clase de matemáticas.
     – Claro que sí. Sería un gusto, sirve que me explicas si no entiendo algo.
 No podía creerlo, había hablado con la persona que me encantaba. Sabía, sin lugar a duda, que algo pasaba en mí, pues mi nerviosismo se podía observar a un kilómetro de distancia.
     La clase transcurrió con normalidad, y logré estar cerca de aquellos ojos de ángel.
    Pasaron los días, y algo me decía que tenía que reaccionar rápido. Así que aproveché que estábamos en la cafetería para decirle algo bonito, bueno, lo que fuera.
   – ¿Sabes?, siento que eres una buena persona.
   – ¿Y cómo lo sabes si apenas me conoces?
   – Porque no se necesita conocer a alguien para percibir las cosas –. Le contesté.
   – Pues muchas gracias, me parece que tú también eres un buen chico.
   – ¿En serio? –. Con gran interés volteé para ver sus ojos.
   – Sí, claro. Si no me cayeras bien no te hablaría. Es más, cuando llegué el primer día al salón, me di cuenta que eres algo muy especial.
     A lo que respondí – Qué tan especial.
    – Sabes, tengo que irme, cuídate, nos vemos en el salón –. Su cuerpo se puso tan nervioso al igual que yo… y huyó de la escena. En fin, solo huyó.
    La plática me había dejado picante, o sea, interesado. Tenía que esperar una nueva ocasión. Tenía que confesarle que me gustaba.
    Los días pasaron y cada vez nos tomábamos confianza. Tuvimos la oportunidad de viajar juntos y nos conocimos todavía más y más. Las cosas iban muy bien, cada vez que estaba cerca de esa persona. Sabía que era el momento de decirle que empezaba a sentir cosas extrañas y bonitas, pero tenía miedo al rechazo.
    No quiero hacer el cuento más largo, pero logré una noche de placer. Una noche inolvidable, pero que me marcaría durante mucho tiempo, porque ya lo he superado.
    Después de caminar por el parque fuimos a su casa. Al estar sentados se sentía un silencio. Los ojos no dejaban de ver los ojos, los corazones hacían ritmo, la sangre se sentía correr por cada ligera y afinitas venas. Las voces se empezaron a extinguir y le dejamos la tarea a las manos. Primero, una mano sobre la otra, después, unos labios sobre los otros, y terminamos con dos cuerpos unidos por el sudor. ¡Wow!, lo recuerdo y todavía me pongo alborotado. Fue la primera vez que no dormí en mi casa, y que no le hablé a mi madre al final del día.
   Después de eso me entró una confusión. No sabía qué había pasado. Ese deseo lo había cumplido, y claro estaba que me quedaban ganas de más, de repetir, pero ya no era lo mismo. Recordé mi niñez, como cuando aquél juguete me gustaba y después, al adquirirlo, yo no sentía nada más que gusto por tenerlo. Entonces descubrí que el sexo es un arma de dos filos, una vez entrando en la piel corta para donde la empujes. ¿Comprenden?, siempre corta, siempre quedan ganas y la curiosidad se extiende todavía más. O sea, como una droga. El sexo es como un ritual, se debe de practicar cuando haya una necesidad, cuando se necesite satisfacer algo que se llama: placer.
   Antes que nada me sentía con un compromiso, los celos me consumían, y siempre pedía mi lugar. Esos ojos de ángel, pasó a ser la persona que estaría conmigo durante medio año. Repetíamos el ritual cada vez que había necesidad y que los tiempos se acomodaran.
Como era algo que siempre desee, además de que se empezó hacer costumbre, para mí era una relación muy fuerte; sin embargo, las cosas empezaron a ser diferentes. Uno sabe cuando las cosas no van bien, pero siempre tratamos de justificar. El problema es que cuando no ponemos un “alto” a tiempo, las cosas siempre terminan mal.
    Mi mejor amiga me había dicho que ese ser que tanto amaba me ponía el cuerno con otro; tan mal estuvo la confesión que nos dejamos de hablar. Yo, confiaba ciegamente en aquellos ojos, porque aunque alguien más me llamaba la atención, mi fidelidad estaba ante todo. Pero nos pasa como a una canoa, si un lado rema más que el otro, tan sencillo que se tomará un rumbo diferente; en cambio, si se rema parejo, se va derecho, hacia una misma dirección.
     En fin, terminé peleándome con medio mundo. No quería comprender la realidad que veía y que a la vez no veía. La relación fue decayendo, ya había poco tiempo y el respeto se fue perdiendo. Hubo golpes, gritos, insultos. Las cosas pintaban mal, al igual que mi vida la cual estaba sostenida en un hilo. Bajé de calificaciones y me distancié de mi familia.
    Como era tanta gente la que me decía que yo estaba mal, me empecé a empeñar en demostrar lo contrario; entonces, ese amor que alguna vez sentí por los ojos de ángel, empezó ha convertirse en una obsesión, en un capricho. O sea, en algo que quería que estuviera bien, sabiendo de antemano que estaba mal. Eso es lo peor que le puede pasar al espíritu.
    Tuve que ver con mis propios ojos hasta creer, y todo terminó de la peor manera. Si anteriormente había insultos, gritos y golpes, lo que ocurrió fue determinantemente más fuerte. Sí, terminamos, pero de la peor forma.
    Me sentía quebrado. No tenía ánimo de nada. Las horas eran eternas y el verdugo del recuerdo me atosigaba con el fierro hiriente de la retentiva. Terminar algo y aferrarse a ello es la execrable manera de olvidar lo que de por sí es olvidable.
     La mejor forma de olvidar es retirarse. Es como aquel que se quema, siempre estará a salvo lejos de la hoguera. ¿Comprendemos la moraleja?, debemos aprender de los errores. Si sabemos que vamos a caer a un poso, hay que sacarle la vuelta. Y así fue, durante algunos meses le saqué la vuelta a eso que me hacía mal, hasta que conocí a otra persona, la cual me ayudó a olvidar, o mejor dicho, a revivir los buenos momentos que alguna vez pasé.
   Con esta persona comprendí que no debemos comparar, que debemos de utilizar la sinceridad, comprensión, responsabilidad, fidelidad y sobre todo, la comunicación, para que una relación sea eficaz, eficiente y saludable. ¿Qué se pretende?, vivir en armonía, sentirse querido, protegido y sobre todo, saber que hay alguien que mete las manos al fuego por uno.
Aprendí que a veces nuestros peores daños se convierten en una obsesión, porque el ser humano nunca está acostumbrado a fracasar. Los hombres estamos acostumbrados a ganar, porque es el ego el que nos dicta a veces a hacernos daño, por lograr algo que de antemano sabemos que está mal.
    ¿Has pasado por lo mismo?, es algo muy común cuando se enamora y termina siendo un capricho más de nuestro “bienestar”. ¿Es bienestar algo que duele?, no verdad. Entonces lo que hace daño hay que alejarlo, por salud mental y física. Existe un viejo refrán que solía decir mi abuela “Hijo, siempre hay un roto para un descocido”, y efectivamente, ahora comprendo por qué. También aquella vieja con sabiduría, decía que el amor “es un deseo que siempre está vigente y jamás se apaga”, y tenía toda la razón. Cuando encontramos a la persona amada, el deseo jamás se acaba, al contrario, siempre crece. El amor es recibir la misma intensidad de cariño entre dos personas. El amor es el deseo que si bien puede ser por lapsos, también puede ser eterno.
   Mi primer noviazgo no fue saludable, creo que ningún primer noviazgo lo es, porque ahí experimentamos lo que ignoramos. Si somos inteligentes, no cometeremos los mismos errores que nos llevaron al fracaso, hay que ser inteligentes.
    Ahora entendí que aquel primer amor solo fue un desliz en mi vida, y que de ser “amor” pasó ha convertirse en obsesión, en capricho, todo, menos eso de lo que tanto se habla. Nunca se mejorará algo que no puede mejorarse. El amor es algo bonito, es sentirse protegido, escuchado e importante para la otra persona. Así que todo se da a medida de lo que recibimos, es una ley de la vida.
    ¿Has tenido un amor que nunca lo fue?


Nota:
(Enviado por el autor desde México, 24 de noviembre 2012)