Verano en Madrid hacia 2024: Juan Benet
Biografía | MANUEL RICO
Hay libros que marcan para siempre el tiempo en que los leemos. Recuerdo el remotísimo verano de 1980 y mi lectura de Miau, de Benito Pérez Galdós. O el de 1989, iluminado por la gozosa inmersión en una novela poco conocida de Manuel Vázquez Montalbán, Los alegres muchachos de Atzavara… O el de mi adolescencia en que descubrí la poesía de Juan Ramón y escribí, a su sombra, mis primeros poemas. Hubo otros veranos memorables a los que sumo el que finalizó hace menos de un mes.
El de 2024 ha sido para mí el verano Benet. Lentamente, pero con un interés que bordeaba el apasionamiento, he leído El plural es una lata, la biografía del autor de Volveras a Región escrita por J. Benito Fernández. Es un libro fascinante, que se lee de un tirón, en el que se reconstruye, sobre todo, el mosaico de una determinada España en un período que va de finales de los años cuarenta hasta la década última del siglo. Y en ese mosaico, Juan Benet como personaje central viviendo la mutación.
Es una biografía, como todas las anteriores suyas (Leopoldo María Panero, Rafael Sánchez Ferlosio, Eduardo Haro Ibars…), rigurosa, prolija en datos, fechas y precisiones de todo orden, incluso urbanísticas, en la que combina dos planos de la existencia de Benet profundamente interrelacionados, pero con vidas y personajes separados: de una parte, su peripecia como ingeniero, incluso como responsable de obras determinantes de nuestro actual sistema hidráulico, y de otra, su labor como escritor y, hasta cierto punto, como teórico de la narrativa no solo española. Benet era, así, un personaje de doble vida, de doble mundo de relaciones, realidades que no siempre se entrecruzan pero que sí condicionan su biografía. Esas dos realidades vitales las afronta Benito Fernández con una enorme sensibilidad para que una no ahogue a la otra y, a la vez, para destacar cuál fue la esencial para él. La literatura desde una perspectiva inevitablemente marcada por su fuerte personalidad como exponente de primer orden en la renovación de la narrativa española a finales de los años 60: una visión de acusada originalidad, fuertemente singular, deudora de Faulkner (en cuya estela se acomodó de modo casi obsesivo), nada proclive a dar facilidades al lector para adentrarse en sus libros, gran parte de ellos de muy trabajosa lectura, y desdeñosa de lo que llamaba "costumbrismo". Con cierta vehemencia, por cierto: para Benet, en ese calificativo cabía casi todo: desde la tradición realista que, en España, viene del XIX y tiene como principal exponente a Galdós, hasta Tiempo de silencio, pasando por buena parte de los autores del boom latinoamericano o por el Ulyses de Joyce. Por cierto, con Luis Martín Santos, mantuvo una extraña relación de atracción y rechazo, de amistad y desencuentro, en la que no cabe desechar un trasfondo de celos artísticos o un poso soterrado de envidia literaria vinculada al general reconocimiento, de crítica y ventas, que tuvo Tiempo de silencio.
El biógrafo es riguroso en la objetividad. Aunque en ocasiones se filtra cierta simpatía, esta nunca está reñida con el distanciamiento que requiere todo empeño biográfico. La virtud que tiene El plural es una lata, entre otras muchas, es que la acumulación de detalles, de anécdotas, de testimonios que pueblan sus páginas dibuja una personalidad de biografía poliédrica aunque en el poliedro haya caras más destacadas que otras. Y, en contra de la opinión crítica expresada en algún que otro foro, permite al lector construir una imagen del biografiado muy precisa, hasta el punto de que el conjunto es una suerte de “materia viva” con capacidad de generar empatía con el biografiado en unos casos, distanciamiento en otros y una suerte de antipatía quizá en los menos. Benet fue, sin duda, un ser singular, con una clara vocación protagónica y con capacidad para incomodar incluso a amigos y conocidos como Jaime Salinas por sus provocaciones, salidas imprevistas, desdenes varios y bromas de mal gusto incluidas.
Desfilan ante el lector el círculo de Benet, los amigos próximos, discípulos en la mayor parte de los casos, desde Antonio Martínez Sarrión, el Moderno, hasta un Javier Marías cauto y devoto, se manifiestan los excesos ególatras y la autosuficiencia; se destila una suerte de complejo de superioridad del maestro, un rasgo seguramente acuñado en su condición de ingeniero, una profesión y una titulación universitaria que en aquellos años establecía un sello de clase (hoy también, en parte al menos), y se advierte la presencia y “subordinación” acrítica del círculo literario más íntimo, que muestra una suerte de distancia cualitativa respecto al mundo literario que, en cierto modo, fue “heredada” del propio Benet por los que podríamos definir como integrantes de la “estela benetiana”. En sus presencias y actitudes se revela un poso de conciencia de “elegidos”, una versión literaria de lo aristocrático y exclusivo.
Sus vínculos con la casa de Zarzalejo, en las afueras de Madrid, desde el proceso de construcción hasta la invitación a amigos (la nómina de visitas a Zarzalejo es un termómetro de las simpatías y antipatías de Benet), el papel simbólico del chalet de El Viso que fue su domicilio, su relación con los asentamientos obreros en las proximidades de las presas y embalses cuya construcción dirigía como ingeniero, la pasión benetiana por los viajes de interior por la España menos conocida o su devoción por las estrategias militares, que trasladó a sus marinas sobre batallas navales (fue pintor ocasional) o a su, a mi juicio, obra más ambiciosa, Herrumbrosas lanzas…
Fernández aborda, también, con detalle y, a la vez, con una gran capacidad para contagiarnos del clima epocal de una familia de la media burguesía madrileña, la cotidianidad más personal del biografiado: bodas, bautizos, encuentros familiares, etc… Su meticuloso acercamiento a esos mundos (que van de la referencia a las notas colegiales de Benet hasta la ubicación urbana de determinadas celebraciones) construye un ecosistema cerrado que en algunos momentos de la lectura me ha recordado al “cogollito” con que el novelista Manuel Longares califica, en su libro esencial, Romanticismo, el corazón del barrio de Salamanca en los años del franquismo residual y del comienzo de la transición política.
Su silencioso desdén hacia la poesía, interrumpido con alguna estridencia contra los poetas pese a escribir y publicar algunos poemas en prestigiosas revistas de la época como La Ilustración poética española e iberoamericana, llama también la atención: Fernández reproduce las siguientes palabras de Sarrión en su libro Esquirlas: “no tenía en mucho a los poetas del verso. Le parecían venales y veleidosos, ombliguistas, mal educados, sin musculatura intelectual, poco de fiar”. Salvo las referencias, numerosas, a sus amigos novísimos (Azúa, Martínez Sarrión, Molina Foix, Gimferrer), a poetas coetáneos del 50 (Gil de Biedma, Caballero Bonald, Valente, González) y a Blanca Andreu, el género es eludido tanto en su mundo de relaciones como en el prolijo universo de lecturas que nos ofrece el biógrafo.
Las contradicciones en que Benet incurre no dejan de llamar la atención del lector. Algunos ejemplos: su habitual queja respecto a la precariedad de su economía contrasta con costumbres nada baratas para el ciudadano medio (y para el escritor medio) como cenar todos los días fuera de casa, en restaurantes nada económicos, por cierto, o con su pasión por coches o motos de sofisticadas y poco accesibles marcas o el alto nivel de vida para la época que el relato de Benito Fernández pone de manifiesto. En otros campos incurre también en esas fallas: llama la atención, por ejemplo, su apasionada postura anti OTAN y su ulterior defensa pública del SÍ, o su abstención en el referéndum constitucional o su defensa vehemente de la aplicación del Gulag a Solzhenitsyn y de los campos de concentración de la URSS y del estalinismo. O, en el campo literario, su presentación al premio Planeta pese a vanagloriarse de ser un autor de ventas limitadas y propenso al hermetismo y a la morosidad narrativa. Había mucho de pose, de voluntad de epatar, de búsqueda del desconcierto del interlocutor, de la frivolidad de quien ocupa un lugar destacado en el mundo cultural.
Por último, es de señalar la aportación que al conocimiento de la psicología de Benet, a sus indecisiones y volubilidades y cambios, aporta el biógrafo respecto a su vida sentimental, marcada por el drama del suicidio de Nuria Jordana, o por los vaivenes de una vida amorosa llena de dudas, arrepentimientos, debilidades y certezas: la que compartió con Rosa Regás primero y con Blanca Andreu después.
El plural es una lata es un libro que deja pocos vacíos para otros posibles acercamientos biográficos a la vida de Juan Benet por su ambicioso planeamiento, por el meticuloso acarreo documental y testimonial y por el solvente equilibrio narrativo entre los dos universos que cimentan su vida. Sin duda, uno de los libros del año.
El plral es una lata. Biografía de Juan Benet. J. FERNÁNDEZ BENÍTEZ. Renacimiento. Sevilla, 2024. COMPRA ONLINE