Por Asunción Valdés
Carmen de Burgos Seguí, hija de José y Nicasia, amaba la vida; llena de sinsabores, sí, pero también de belleza. Y la buscó a fondo: con valentía para lograr la libertad; con estudio y trabajo disfrutando la cultura; con tesón y entrega en pos de los derechos humanos, especialmente los de la mujer. Nulla aesthetica sine ethica. No hay estética sin ética era el lema de su existencia.
La fuerza luminosa del Valle de Rodalquilar, en el Cabo de Gata, le da el coraje a la niña raquítica y enfermiza, criada en el cortijo familiar. Al volver a su Almería natal sufre el desencanto por la diferencia entre la burguesía ilustrada a la que pertenece y la mayoría marginada de hambrientos y analfabetos.
La biblioteca del padre, vicecónsul del Reino de Portugal, le abre el cofre de la lectura, y la prensa lisboeta, el interés por el periodismo. Así llega el enamoramiento. La adolescente se deja cortejar por Arturo Álvarez Bustos, hijo del principal editor de la capital y la provincia. Carmen salta su primera muralla: se casa contra la voluntad paterna. Poco tarda en descubrir al tenorio, esclavo de sus vicios, que la veja públicamente porque quiere ser maestra. Es la vía para librarse del tormento, ni siquiera compensado por los hijos. Los tres primeros se le mueren antes de cumplir el año, entre lágrimas y reproches. Está dispuesta a revivir en una nueva Carmen.
Estudia intensamente. Con su título, enseña a niñas pobres en el colegio Santa Teresa, al tiempo que trabaja en la imprenta de su suegro. Tiene que contribuir al sustento familiar, bajo mínimos por juergas y amoríos del maltratador, encarcelado además por desacato a la autoridad en su periodiquito, Almería Cómica; adjetivo que cambiará a Bufa y Alegre. Ante tantas humillaciones, y como su marido es incapaz de asumir responsabilidades, decide abandonarlo. En medio de estos problemas, es capaz de escribir su ópera prima, Ensayos literarios, en uno de los cuales, El repatriado, refleja el espíritu de la generación del 98. Dedica el libro, editado en Almería, a su tío don Agustín de Burgos, senador del Reino. Ha tenido que huir de él porque la acosaba, pero no puede desperdiciar el nombre que puede abrirle muchas puertas. Pragmática, sigue su instinto de supervivencia en un mundo dominado por los hombres, para abrirse nuevos caminos profesionales...
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