POESIA PALMERIANA

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jueves, 26 de noviembre de 2020

La novela experimental de Zola

 

La novela experimental de Zola

Categoría (El libro y la lectura, Estafeta literaria, General) por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz el 26-11-2020

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El realismo literario aparece en Francia a mediados del siglo XIX, como reacción a los excesos del Romanticismo precedente, circunscrito a la presentación de mundos fantásticos, países exóticos y tiempos pasados. El idealismo romántico ha perdido fuerza y la sociedad francesa se deja seducir por el racionalismo que Descartes (1596-1650) había enunciado en el siglo XVII. La clase media surgida a partir de la Revolución Francesa se interesa ahora por una literatura que refleje la actualidad de la vida circundante y se haga eco de los conflictos sociales que la industrialización está provocando en Europa, sobre todo, con la aparición de las nuevas organizaciones obreras a partir de la Revolución de 1848. Ese mismo año, Marx y Engels publican El Manifiesto, que sacude la conciencia de la clase obrera y de buena parte de la intelectualidad.

La novela es el género preferido para describir las preocupaciones de la burguesía que defiende un nuevo modelo de vida, en el cual el progreso y los descubrimientos científicos poseen la máxima prioridad. El auge de las ciencias, el avance de la medicina y los albores de la psicología facilitan la renovación de los motivos literarios y se prestan a la creación de personajes sugestivos acordes a la nueva realidad. La lectura se generaliza gracias al desarrollo de la prensa periódica que ofrece entregas coleccionables de folletines muy del gusto de todas las clases sociales.

La nueva corriente se impone en toda Europa. En España, el éxito tardó en llegar. La sociedad tradicional miraba con recelo los cambios revolucionarios y las innovaciones científicas y filosóficas. Solo a partir de la Revolución de 1868 (La Gloriosa), se afianzan las ideas liberales y aparece una pléyade de escritores que cultivaron el género con notable solvencia, entre los que destacan Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Valera y Blasco Ibáñez.

Pero es en Francia donde adquiere el máximo esplendor. Stendhal, Balzac y Flaubert son sus intérpretes más conocidos, a los que se incorpora más adelante la figura poderosa de Zola (1840-1902), defendiendo un nuevo estilo literario. Proponía intensificar los principios de realismo, adoptando la visión determinista del evolucionismo y la genética mendeliana que predice la conducta de los individuos en función de su ascendencia. El ser humano no es libre, ya que está condicionado por su herencia biológica y su entorno. Bajo esos presupuestos, el escritor trata de descubrir las leyes que rigen su comportamiento, y lo hace aplicando los métodos de la ciencia experimental, que tanto éxito había obtenido en otros campos del saber.

Es difícil entender el Naturalismo sin conocer el contexto cultural e ideológico que existía en Francia en la segunda mitad del siglo XIX. El positivismo de Comte (1797-1858) —que solo considera conocimiento verdadero al que proviene del hecho experimental— había arraigado con fuerza en la mentalidad más o menos ilustrada de la época. Este concepto había sido llevado al campo de la ciencia con notable éxito y el sueño mesiánico de dominar la naturaleza asomaba como una posibilidad cercana.

La fe en la ciencia desencadenó en Francia —y luego en todo Europa— un entusiasmo sin precedente y, al mismo tiempo, enconadas discusiones, que trascendieron el ámbito intelectual y llegaron a todas las capas de la sociedad. También a Zola, que abrazó con ardor la teoría cientifista. Al anhelo de observar y pintar la realidad, sucede el deseo de comprenderla y explicarla, para lo cual nada mejor que el experimento científico. En esto se basa el Naturalismo literario que, como doctrina completa y coherente, se debe exclusivamente a Zola, que inició su discurso en el prólogo a la segunda edición de Thérèse_Raquin (1868) y, más tarde, lo desarrolló en Le roman expérimental (1880).

Zola comienza su ensayo con estas palabras: “En mis estudios literarios, he hablado a menudo del método experimental aplicado a la novela y al drama. Es cierto que la idea de que la literatura esté dominada por la ciencia ha sorprendido a mucha gente. Por eso, me parece conveniente explicar con claridad lo que yo entiendo por novela experimental”. Para ello, se va a servir del libro Introducción al estudio de la medicina experimental, escrito por Claude Bernard (1813-1878) un erudito cuya autoridad nadie discutía, que luchó para hacer de la medicina una ciencia, a pesar de que, a los ojos de la mayoría, no dejaba de ser más que un arte, como la novela.

Pero antes, plantea las diferencias que existen entre las ciencias de la observación y las ciencias de la experimentación. Llega a la conclusión de que la experiencia es básicamente solo una observación provocada: «En el método experimental, la búsqueda de los hechos, es decir la investigación, va siempre acompañada de un razonamiento, ya que el experimentador ejecuta el experimento para comprobar o verificar el valor de una idea preconcebida, con lo cual, podemos afirmar que el experimento es una observación provocada con el propósito de controlar el resultado«. En resumen, podríamos decir que la observación muestra, mientras que la experiencia instruye.

En la medicina, el objetivo del método experimental consiste en estudiar los fenómenos para conocer las leyes que los rigen, con el fin de preverlos y dirigirlos. Y pone un ejemplo: No basta con que el médico sepa que la quinina reduce la fiebre; lo que importa es saber qué es la fiebre y cuál es la causa que la produce. En el momento en que lo sepa, ya no será una curación empírica, sino una curación científica. Es lo que ocurrió con la sarna: al ser conocida la causa que la produce, la enfermedad se cura siempre, sin excepción.

Zola pretende demostrar que el método experimental es válido para la ficción literaria. Puesto que la medicina, que era un arte, se convierte en ciencia, ¿por qué no ha de suceder lo mismo con la literatura? Al final, el terreno es el mismo: el cuerpo humano; en el primero caso, el de sus órganos fisiológicos; en el segundo, en el de los fenómenos cerebrales y sensuales, tanto en su estado sano como en el mórbido.

Percibe que el novelista posee las dos facetas: El observador describe los hechos tal como los ha observado, define el punto de partida, establece el espacio en el cual se van a mover los personajes y se van a desarrollar los fenómenos. Entonces, aparece el experimentador y, basándose en la experiencia, hace que los personajes se muevan en una determinada dirección, para demostrar que la sucesión de los hechos está determinada por las circunstancias que preceden.

Pone como ejemplo la figura del barón Hulot, en La prima Bette, de Balzac (1799-1850). El hecho observado por Balzac es el caos que el temperamento amoroso de un hombre trae a su hogar, a su familia y a la sociedad. Al elegir ese tema, parte de unos hechos observados, pero luego se vale de la experiencia sometiendo a Hulot a una serie de pruebas, haciéndolo recorrer ciertos círculos, para revelar el funcionamiento del mecanismo de su pasión. El desenlace no podría ser otro más que una familia entera destruida y un drama para todos sus miembros, como consecuencia del temperamento amoroso de Hulot. Es evidente que aquí no solo hay observación, hay también experimentación.

A pesar de su entusiasmo, Zola reconoce que el novelista se enfrenta a un problema serio. A diferencia de otros ramos de la ciencia, el estudio de la psicología humana no está todavía desarrollado, de forma que no es posible saber a ciencia cierta qué efecto produce una pasión, surgida en un determinado ambiente, tanto en el plano individual como en el conjunto de la sociedad. Pero eso es debido a que la novela experimental es más joven que la medicina experimental. En ese sentido, aparece como un proyecto factible a medio plazo en el que solo es posible exponer el método. Pero es innegable que la novela naturalista, tal y como él la entiende, es un experimento verdadero que el novelista hace con el hombre, apoyándose en la observación. Si el experimentador es el juez instructor de la naturaleza, el novelista es el juez instructor del hombre y de sus pasiones.

Esto es lo que constituye la novela experimental: comprender el mecanismo que regula el comportamiento del hombre y mostrar la forma en que se manifiesta, bajo las influencias de la herencia y del medio social que lo rodea; luego describir el efecto recíproco que surge entre la sociedad y el individuo. Y finalmente, comparar cómo se comportaría el hombre que vive aislado y el que vive en sociedad. La novela experimental se apoya pues en la ciencia; es la literatura que corresponde a la era científica del momento, de la misma manera que la literatura clásica y romántica corresponden a las eras de la

Entre otras cosas, a Zola se le acusó de ser un renovador. Él se defiende diciendo que no está aportando nada nuevo, que simplemente intenta aplicar el método científico —inventado hacía tiempo— a sus novelas: “El naturalismo no es una fantasía personal mía; es la aplicación de un criterio científico que solo reconoce el valor de los hechos, frente a la interpretación subjetiva del individuo. Se trata de adaptar la teoría a los dictados de la naturaleza y no al revés. No es por tanto una doctrina, sino un método científico que fomenta la libertad de pensamiento. No hay orgullo ni jactancia; al revés, el experimentador comete acto de humildad al negar su propio conocimiento y someterse a la autoridad de la experiencia y las leyes de la naturaleza. Por eso, el naturalismo carece de filósofos brillantes, solo posee trabajadores más o menos dinámicos”.

Aun así, Zola admite que el hombre no puede escapar a la curiosidad que le impulsa a conocer la esencia de las cosas. No cabe duda de que la filosofía provoca la inspiración para aprehender lo desconocido, mantiene la controversia en las regiones más elevadas y proporciona al pensamiento científico un rigor que lo vivifica y lo ennoblece. Pero no hay que pasar de ahí; al final, los principios filosóficos no son más que pura poesía. “Para nosotros, los novelistas experimentales, que apenas hemos salido del estado larvario, las hipótesis son fatales”, remata Zola en su opúsculo.

Es por eso que el novelista experimental puede solo arriesgar conjeturas sobre las leyes de la herencia y sobre la influencia del medio en la conducta humana, siempre que respete lo que la ciencia ha descubierto hasta ese momento, ¿Qué pasaría si un poeta adoptara la vieja creencia de que el Sol gira alrededor de la Tierra? Solo los profetas se atreven a cuestionar las nociones más elementales de la ciencia, misión delicada hoy en día, en que la gente ha perdido la fe. El hombre metafísico ha muerto; ha sido sustituido por el hombre psicológico. El método experimental, tanto en las ciencias como en las letras, se ocupa de reflexionar sobre los fenómenos naturales, individuales y sociales, mientras que la metafísica solo alcanza a ofrecer explicaciones irracionales y sobrenaturales.

El Naturalismo de Zola no deja de ser un intento de meter la literatura en el campo de la ciencia, una pretensión que hoy nos parece un tanto ingenua, un sueño de época, expresión del deseo de “una construcción fantasmática de la teoría del relato”, (Henri Mitterand, Zola et le Naturalisme). Su discurso se compone de una serie de sospechas difícilmente comprobables, que se aparta de la noción de novela como obra de ficción, producto de la imaginación del autor, destinado a “deleitar enseñando”, según la definición que nos legó Horacio en su Arte Poética en el siglo I.

Sin embargo, su producción literaria no es una aplicación fiel de su reflexión especulativa y está libre de las incoherencias que contiene. Zola es uno de los más grandes escritores del siglo XIX, aunque su extensa obra sea poco conocida. Sigue la estela de la escuela realista, pero intensifica su visión de la realidad incorporando el factor determinista, que condiciona el libre albedrío del hombre a su herencia genética y al entorno en que se ha criado.

Apoyado en Claude Bernard, Zola afirma que la libertad de los cuerpos vivos no se opone al uso de la experimentación y, por tanto, existe un determinismo absoluto en las condiciones de existencia de los fenómenos naturales, tanto para los cuerpos vivos como para los inanimados. Él llama «determinismo» a la causa que determina la aparición de tales fenómenos. El objetivo del método experimental consiste pues en encontrar las relaciones que unen cualquier fenómeno a su causa próxima, o, en otras palabras, determinar las condiciones necesarias para que tal fenómeno se manifieste. La ciencia experimental no debería preocuparse por el porqué de las cosas, sino simplemente por el cómo.

La saga de Los Rougon-Macquart es quizá el libro que mejor refleja ese determinismo fisiológico que condena a los sucesores a padecer las taras de sus progenitores. Consta de veinte novelas escritas entre 1870 y 1893, en las que relata la desdichada vida de los descendientes de una familia en el Segundo Imperio, marcados por su origen: la locura incipiente de la primera dama, que termina en el manicomio tras la muerte de su nieto; la ambición de su primero marido, cuyo único hijo le despoja de todos sus bienes; y el alcoholismo del segundo, un contrabandista perezoso, con el que tiene dos hijos.

Los temas de sus novelas son siempre extremos: ambientes sórdidos, personajes deleznables lacrados por el vicio o entregados a sus pasiones más viles. Su intención es descubrir lo más abyecto de la sociedad, sin esconder nada; no como fin en sí mismo, sino para que sea corregido. Germinal quizá es una de sus mejores novelas, junto a La Taberna y Nana. En ella, relata con maestría la existencia miserable en un poblado minero en el Norte de Francia, en el que varias generaciones malviven sin poder escapar a su destino: hombres y mujeres analfabetos, resignados a trabajar diez horas al día, a seiscientos metros de profundidad, con salarios despreciables, desde los diez años hasta el día de su muerte, casi siempre prematura. La escena se repite inexorablemente en cada generación: un hijo en la escombrera a los quince años, un matrimonio no deseado y una familia numerosa para criar hijos que aseguren la fuerza de trabajo en la explotación carbonera, mientras el hombre se emborracha en la taberna y la mujer sufre el azote. Un cántico lamentoso de gran belleza sobre la explotación humana que sirvió para crearle adeptos incondicionales y enemigos poderosos e irreconciliables.

En España, la influencia de Zola fue escasa; solo Emilia Pardo Bazán, Galdós y Blasco Ibáñez lo ensayaron, aunque con limitaciones. Los escritores realistas no terminaron de asimilar el determinismo materialista, ni entendieron cómo aplicar el método científico a la producción de una novela. Su gran valedora fue la escritora gallega, a la que sus enemigos calificaron de sectaria naturalista. En 1882, escribió una serie de artículos en La Época, —recogidos más tarde en un libro publicado bajo el título La cuestión palpitante—, en los que analizaba la naturaleza del mensaje de Zola, señalando “el abismo que media entre mis ideas filosóficas y religiosas y las suyas”. Pero de nada le sirvió, ya que las duras críticas siguieron acosándola, aunque quizá más por defender los derechos de la mujer que por practicar un determinismo moderado como el que se aprecia en sus dos grandes obras: La Tribuna (1882) y Los pazos de Ulloa (1886).

Si algo caracterizó la vida de Zola fue la controversia. Admirado por unos y odiado por otros, su obra y sus opiniones fueron objeto de enconados debates. Fue un hombre valiente para defender la verdad. En el caso Dreyfus —un juicio que había polarizado la sociedad francesa en dos bandos opuestos—, se posicionó en defensa de Alfred Dreyfus, un militar de origen judío-alsaciano que había sido acusado injustamente de espionaje (fue absuelto en 1906). En 1898, escribió en el periódico L’Aurore un artículo bajo el título Yo acuso, en el que, con argumentos contundentes, denuncia el antisemitismo de un núcleo influyente de la sociedad francesa alentado por una prensa sumisa a los intereses del poder.

Por ello, Zola fue acusado de difamación y condenado a un año de cárcel, amén de pagar una cuantiosa multa. Pero antes de conocer la sentencia, se exilió a Londres y solo pudo volver al año siguiente, cuando se demostró su inocencia. La muerte le sorprendió en la bañera el 29 de septiembre de 1902. Aparentemente, se había asfixiado por un escape de la chimenea, pero muchos creyeron que había sido asesinado.

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Realismo literario

¿Qué es el realismo literario?

El realismo literario es un movimiento del siglo XIX que se propuso representar y analizar la realidad de manera objetiva y crítica, en oposición al idealismo romántico.

Los escritores realistas se detenían a observar las contradicciones surgidas en su contexto y deseaban mostrar la realidad en ciernes. Por ello, rechazaban el idealismo del movimiento romántico, considerado evasivo y egocéntrico.

La novela fue la expresión más difundida y más popular del realismo literario. Sin embargo, también se expresó en el cuento, el teatro y la poesía. En todas sus manifestaciones, reivindicaba el lenguaje directo y la realidad concreta como tema.

El origen del realismo literario puede situarse hacia mediados del siglo XIX en Francia. Desde allí se extendió a otros países de Europa occidental y América. Entre ellos, Inglaterra, Rusia, España, Portugal, Alemania y Estados Unidos, entre otros.

El programa del realismo literario penetró también las artes plásticas. Sin embargo, la pintura realista no tuvo la misma receptividad que la literatura, que influyó en otras corrientes como el naturalismo y se mantuvo vigente por varias décadas.

Características del realismo literario

El realismo literario se caracterizó por su compromiso social, la representación de la realidad tal como era percibida, el afán de objetividad y la claridad del discurso. Todo esto se despliega en los siguientes puntos.

Compromiso moral, político y humanitario

Preocupado por los problemas sociales, el realismo literario se caracteriza por un declarado compromiso moral, político y/o humanitario. Piensa en el escritor como alguien con la responsabilidad de denunciar las contradicciones sociales y las injusticias.

Representación de la realidad

La realidad concreta es vista como materia de creación, sin excluir los elementos desagradables. Los escritores prefieren aquellos aspectos evadidos frecuentemente en el arte romántico, tales como los problemas y contradicciones sociales.

Para el realismo, todo elemento de la realidad es digno de representación. No se oculta nada solo porque pueda parecer desagradable, pobre, feo, escandaloso o inmoral. Esto no quiere decir que el realismo sea grotesco o vulgar. Por el contrario, la objetividad en la descripción favorece el cuidado de la forma del discurso.

Cientificismo y objetividad

La investigación científica fue parte de los recursos que utilizaban los escritores para garantizar la objetividad. Ningún detalle podía quedar sujeto a la especulación. Un ejemplo es Flaubert, quien para narrar con detalle la muerte de Madame Bovary, se documentó en la literatura médica de la época.

Verosimilitud

El cientificismo y la objetividad narrativa están atadas a la búsqueda de verosimilitud. Ni la fantasía ni la elucubración tienen cabida en el realismo. La realidad descrita debe ser creíble, percibida como una posibilidad real para el lector, ya sea porque se identifique en ella, ya sea porque le obliga a reconocer la realidad social silenciada en el orden establecido.

Predominio del narrador omnisciente

La literatura realista prefiere el narrador omnisciente. Esto se debe a dos factores. Por un lado, el narrador omnisciente sabe más que los personajes y esto permite abundar en detalles o enfoques. Por otro lado, como el narrador omnisciente no participa en la acción, favorece la sensación de objetividad, sea que se limite a narrar los hechos o que los sancione.

Linealidad narrativa

La estructura narrativa del realismo suele ser lineal. Significa que la línea temporal del relato acostumbra ser cronológica, sin saltos temporales. Esto no impide que puedan ser presentados al lector antecedentes, recuerdos o pensamientos del pasado que expliquen una determinada acción.

Lenguaje claro, objetivo y directo

Los escritores del realismo optan por el uso del lenguaje directo. Prefieren describir las cosas de manera clara y objetiva, aun cuando puedan abundar en detalles explicativos y descripciones pormenorizadas. Se prescinde de la ambigüedad discursiva y se exponen claramente las cosas tal como son entendidas por el autor.

Personajes comunes

El realismo fija su atención en los personajes comunes. Suele preferir los personajes de la clase media y burguesa o de los sectores populares. Los personajes nobles dejan de ser centrales o reciben un tratamiento diferente. Los personajes mitológicos o legendarios, tan presentes en la literatura del pasado, son retirados del realismo.

Temas del realismo

Los realistas se ocupan de representar la realidad social. Sin embargo, el tema que concentrará la mayor atención será la burguesía. Son presentes asuntos como las transformaciones sociales, la pobreza y la exclusión; las tensiones entre la aristocracia y la burguesía; la ambición y el ascenso social; la crisis de las instituciones sociales –como el matrimonio (adulterio y divorcio)–; el rol social de la mujer; etc.

Te puede interesar:

Autores más importantes del realismo literario

  • Henry Bayle "Stendhal" (Francia, 1783- 1842). Obras más conocidas: Rojo y negro; Amancia; La cartuja de Parma.
  • Honoré de Balzac (Francia, 1799-1875). Obras más conocidas: Eugenia Grandet; La piel de zapa; Papá Goriot.
  • Gustave Flaubert (Francia, 1821-1880). Obras más conocidas: Madame Bovary; La educación sentimental; La tentación de San Antonio.
  • Charles Dickens (Inglaterra, 1812-1870). Obras más conocidas: Oliver Twist; Cuento de navidad; David Copperfield.
  • Mark Twain (Estados Unidos, 1835-1910). Obras más conocidas: Las aventuras de Tom Sawyer; Las aventuras de Huckleberry Finn; El príncipe y el mendigo.
  • Fiodor Dostoyevski (Rusia, 1821-1881). Obras más conocidas: Crimen y castigo; Los hermanos Karamazov; El idiota.
  • León Tolstoi (Rusia, 1828-1910). Obras más conocidas: Guerra y paz; Ana Karenina; La muerte de Iván Ilich.
  • Antón Pavlovich Chejov (Rusia, 1860-1904). Obras más conocidas: El jardín de los cerezos; Tres hermanas; La gaviota.
  • Benitó Pérez Galdós (España, 1843-1920). Obras más conocidas: Doña Perfecta, Misericordia, Fortunata y Jacinta.
  • Eça de Queirós (Portugal, 1845-1900). Obras más conocidas: El crimen del padre Amaro; El primo Basilio; Los Maia.
  • Theodor Fontane (Alemania, 1819-1898). Obras más conocidas: Effi Briest; Errores y extravíos; Irreversible.
  • Alberto Blest Gana (Chile, 1830-1920). Obras más conocidas: Martín Rivas, El loco estero y Durante la Reconquista.
  • Emilio Rabasa (México, 1856-1930). Obras más conocidas: La bola, El cuarto poder y La gran ciencia.

Obras más importantes del realismo literario

Rojo y negro, de Stendhal: es la historia de Julien Sorel, un joven hijo de un humilde carpintero que destaca por sus habilidades intelectuales. En medio de la transición entre el Antiguo Régimen y la revolución, la historia muestra a un Sorel ansioso por ascender socialmente.

Eugenia Grandet, de Honorè Balzac: Eugenia Grandet es hija de un rijo inversionista. Su corazón pertenece a su primo Charles, pero dos familias de alcurnia se disputan la mano de la joven. Eugenia se rebela contra el dictamen social.

Madame Bovary, de Gustave Flaubert: Madame Bovary, de posición económica modesta, es una infatigable lectora. Deseosa de una vida cosmopolita y apasionada, como los personajes librescos, se casa con el médico Charles Bovary. Pronto, descubre que está condenada al mundo doméstico.

Oliver Twist; de Charles Dickens: Oliver Twist es un niño huérfano que se enfrenta a un mundo hostil. Oliver escapa a la ciudad de Londres, y allí conoce el submundo del hampa. El joven demostrará sus inconmovibles valores éticos.

Crimen y castigo, de Dostoyevski: Rodión Ramanovich Raskolnikov es un joven estudiante, perteneciente a una familia con escasos recursos. Para evitar que su hermana se case por dinero para ayudar, Rodión decide asesinar y robar a una vieja rica y despiadada. Pero todo se complica.

Guerra y paz, de León Tolstoi: la novela inicia en el contexto de la invasión napoleónica a Rusia. Se trata de una novela de dimensiones monumentales, en la que se registran las experiencias de varias familias nobles rusas a lo largo de medio siglo.

El jardín de los cerezos, de Antón Chejov: es una pieza de teatro que retrata a una familia aristocrática rusa arruinada. Deberán decidir entre rematar su hacienda o convertirla en un centro vacacional, lo que implica destruir el jardín de los cerezos, símbolo de la tradición familiar.

Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós: Doña Perfecta es viuda y madre de Rosario, decide casarla con su sobrino Pepe. Entre los jóvenes nace un natural afecto, pero Pepe, ingeniero citadino, choca con la intolerante Doña Perfecta y el cura del pueblo, vigilante de sus propios intereses.

El crimen del padre Amaro, de Eça de Queirós: Amaro es un joven sacerdote encomendado a una parroquia tradicional portuguesa. Amparado en el clericalismo de la aristocracia local, se entrega a sus pasiones y corrompe a Amelia, una joven devota e ilusa, arrastrada al sufrimiento.

Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain: el joven huérfano Tom Sawyer vive en un pueblo de Misisipi a cargo de su tía Polly. Tom choca con el orden establecido de los adultos. La experiencias que vive junto a su amigo Huckleberry Finn, lo llevarán a convertirse en un adulto.

Historia del realismo literario

El contexto histórico del realismo se sitúa a mediados del siglo XIX. Se caracterizó por una acelerada transformación como consecuencia del triunfo de la revolución industrial, la aparición del proletariado, la división de la burguesía, el desarrollo de la prensa y la concurrencia de nuevas teorías sociales e ideologías (nacionalismo, liberalismo, socialismo, positivismo, marxismo, etc.).

La aparición de la prensa en el siglo XIX, favorecida por la alfabetización de la sociedad, le dio a la novela realista amplia difusión. Divulgada inicialmente por capítulos, la novela realista encontró buena acogida, pues trataba los temas que preocupaban a los lectores (mayormente burgueses) y al periodismo.

Los primeros autores del realismo en formarse una reputación sólida fueron los franceses Henri Beyle –mejor conocido como Stendhal–, Honorè Balzac y Gustave Flaubert. La rápida internacionalización de la información que posibilitaba la prensa, favoreció la influencia de estos autores en el resto de Europa y en América.

Con el tiempo, el espíritu crítico del realismo puso en duda la objetividad del movimiento. Esto dio lugar a una nueva corriente llamada naturalismo. El naturalismo no significó el fin del realismo, sino que ambas corrientes convivieron.

La diferencia programática estaría en que le naturalismo se propondría retratar y mostrar la realidad circundante sin hacer juicio moral o ético sobre ella. Algunos de sus grandes exponentes fueron Émile Zola y Guy de Maupassant.

Fecha de actualización: 06/10/2020. Cómo citar: "Realismo literario". En: Significados.com. Disponible en: https://www.significados.com/realismo-literario/ Consultado: 26 de noviembre de 2020, 10:29