LOS RECURSOS DE REPETICIÓN
Hace
un tiempo hablé de la metáfora, junto a otros efectos similares o más
complejos por suma de metáforas. Hoy haré un hueco a otras figuras, poco
vistosas para muchos frente al vuelo con el significado, aunque con
iguales o, incluso, mejores logros para el apoyo y base de la expresión.
Son los recursos por repetición, ya de sonidos, ya de palabras y su
posición en los versos, ya de estructuras sintácticas.
Estos
recursos no están tan alejados de la evocación como generalmente se
cree. Pensemos, por ejemplo, en la aliteración, que es la repetición de
los mismos fonemas a lo largo de versos o de poemas, y, en concreto, en
una de las que suelen usarse como ejemplo prototípico de la figura como
es la Égloga tercera de Garcilaso:
en el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba
Garcilaso
consigue, gracias a la repetición del fonema /s/ unida al contexto
semántico, evocar el “susurro” de abejas, su zumbido, sobre el silencio.
Además, recurriendo a la armonía entre acentos vocálicos y sus diversos
timbres, se logra que la aliteración haga, realmente, de fondo a la
sonoridad del verso. Es lo que se llama Armonía vocálica, alternando el
golpe de voz en distintas vocales de un mismo verso; quizás, el mejor
resultado se halle en el endecasílabo melódico[1].
Sin
embargo, la aliteración es muy cotidiana y habitual para los más
pequeños, acostumbrados a enfrentarse, para trabajar la pronunciación, a
los trabalenguas cuyo fundamento suele estar en el uso de esta figura,
como los “tres tristes tigres comían trigo en un trigal” o “el perro de
San Roque no tiene rabo, porque Ramón Ramírez se lo ha robado”.
Un
reconocido maestro de la aliteración es Rubén Darío que elevó la figura
a verdadero rasgo de toda la concepción modernista de la poesía. De él
son los siguientes ejemplos:
¡Claras horas de la mañana
en que mil clarines de oro
¡dicen la divina diana!
¡Salve al celeste Sol sonoro!
———-
¡Amoroso pájaro que trinos exhala
bajo el ala a veces ocultando el pico;
que desdenes rudos lanza bajo el ala,
bajo el ala aleve del leve abanico!
———-
En mi jardín se vio una estatua bella,
se juzgó mármol y era carne viva;
un alma joven habitaba en ella
sentimental, sensible, sensitiva
La
paronomasia, como recurso retórico, se aproxima a las funciones de la
aliteración -incluido su uso en los trabalenguas-, al repetir palabras
que, siendo distintas, poseen un sonido similar, como por ejemplo
“hombre”, “hambre” y “hembra”, o el más típico entre “calavera” y
“carabela”. No sirve tanto a la evocación como al poeta ingenioso, tipo
Quevedo o Lope de Vega, para producir llamativos juegos de palabras como
aquél conocidísimo “tardón en la mesa y abreviador en la misa” de El alguacil endemoniado o aquél otro “Yo tal estaba, di conmigo en el sueño y en el suelo, obediente y cansado” de El mundo por dentro,
ambos de Quevedo. Igualmente, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez y,
sobre todo, Gloria Fuertes, son autores en los que resulta harto
sencillo encontrar el uso de la figura. Quedémonos con el romancillo Pobre barquilla mía de Lope de Vega:
Pobre barquilla mía
entre peñascos rota,
sin velas, desvelada
y entre las olas sola
Para
cerrar con el tema de la repetición del sonido, tenemos la
similicadencia, figura que consiste en aproximar palabras de similar
sonido final dentro de un mismo verso, o al final de varios versos,
generalmente verbos conjugados en igual tiempo creando una cadencia en
el ritmo. Es una figura precedente y cercana a la rima consonante que
también sirve para generar rimas internas en los versos. En ocasiones ha
sido considerada como la rima de la prosa. Sea ejemplo de este recurso
Jorge Manrique y las Coplas, en concreto la quinta en su segunda sextilla de pie quebrado:
Partimos cuando nascemos,
andamos mientras vivimos,
e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
descansamos.
Entre
la repetición de palabras contamos con recursos como la anáfora, que
consiste en la reiteración al comienzo de varios versos, la epífora, que
es la repetición al final del mismo verso, la figura complexio, que
combina las dos anteriores, y la epanadiplosis que repite al comienzo y
al final. Todas ellas tienden a servir de modo referencial a la palabra
origen, reforzando su presencia e influjo, la idea, o por
intensificación del sonido de forma rítmica. Además, la complexio puede
ganar en intensidad cuando se realiza enfrentando términos contrarios
por medio de paradojas. Por ejemplo, San Juan de la Cruz y la Subida al Monte Carmelo:
Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada
Por
su lado, con la anadiplosis repite al final de un verso y al comienzo
del siguiente la misma palabra, produciendo por continuidad un efecto de
concatenación en la composición, como por ejemplo, hace Antonio
Machado:
La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,
el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor.
En
otras ocasiones podemos jugar con las palabras homófonas y homógrafas,
es decir, aquéllas que se escriben o se pronuncian exactamente igual
aunque sus significados son distintos, creando con ello diáforas o, si
usamos palabras polisémicas en sus diversos significados, dilogías. Esto
nos aproxima de nuevo a los juegos de palabras en los que Quevedo es
figura de primera línea:
No permitáis que esposas
vuestras esposas aflijan,
que esposas traban las manos
y a esposas quitan las vidas.
Con
el políptoton y la derivación repetiremos palabras de misma raíz pero
con distintos morfemas, ya flexivos para el primer caso, ya derivativos
para el segundo. Por ejemplo, a través de distintos tiempos verbales y
sus correspondientes desinencias, como de nuevo hace Quevedo en uno de
sus mejores sonetos -incluso entre el v.1 y v.3 podríamos ver un ejemplo
de diáfora entre el verbo “ir” y verbo “ser” en su tercera persona del
singular del pretérito:
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
Una
última posibilidad para combinar con los anteriores recursos de
repetición de palabras es el quiasmo. Se trata de una repetición
simétrica en cruz de una, dos o más palabras de forma consecutiva en el
mismo verso o siguientes. Veamos un ejemplo de Rubén Darío en su Canción de otoño en primavera:
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer.
Si
en el quiasmo, trocamos también las relaciones sintácticas de las
palabras repetidas, nos encontraremos ante un retruécano. Habitualmente,
con el quiasmo y el retruécano se busca, como anteriormente vimos en
complexio, contraste e incluso contradicciones, o, en el caso más
extremo, paradojas. Sírvanos, otra vez, Quevedo para un ejemplo:
No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Ahora
bien, a la hora de trabajar con la repetición de la sintaxis del verso
el recurso más conocido es el paralelismo. No se trata exclusivamente de
repetir las mismas palabras en el mismo orden, sino las mismas
categorías gramaticales en igual o similar orden sintáctico, acaso con
ligeras variaciones. Sería posible emplear distintas categorías en la
misma posición y mismo número de sílabas por cada una, de manera que el
paralelismo fuera exacto y preciso. Como ejemplo de paralelismo con las
mismas palabras está la intensidad de los siguientes versos de la Rima
XLII de Bécquer:
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma.
¡ Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!
Y del mismo autor, esta vez Rima XXXVIII, un paralelismo sintáctico y mismo número de sílabas métricas por categoría:
¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer, cuando el amor se olvida
¿sabes tú adónde va?
La
razón de la existencia de los recursos de repetición podría encontrarse
en un uso que hoy día se ha perdido: la transmisión oral y juglaresca.
Estos recursos servían para facilitar la memorización o ayudar de
muletilla en momentos de olvido para conseguir tiempo y recordar o
improvisar el verso siguiente. Posteriormente, como hemos visto, quedan
para crear juegos de palabras e ingenio, contrastes, paradojas,
intensificación de una emoción, un sentimiento o una idea, crear un
sonido de fondo para el poema y, en un uso más actual, como un recurso
más para marcar el ritmo en composiciones de verso libre. Su valor
poético evocador o intensificador es un buen aliado para el
antirretoricismo y el antibarroquismo que buscan una expresión sencilla,
intuitiva, directa, que, sin embargo, no quiere perder en intensidad.
Por lo general nos retrotraen a un sabor más popular de los versos, pues
por este tipo de figuras es por lo que se nos queda en la mente una
letra de una canción, un poema o incluso un párrafo de una novela
-piénsese en la repetición de estribillos, con origen en el villancico, o
la reiteración de una palabra dentro de una canción que suele
convertirse en el título.
A
mi juicio, y a riesgo de equivocarme, hablamos de los recursos más
empleados en la poesía y su historia, y, generalmente, de los que menos
se mencionan ante aquéllos del significado y generadores de imágenes. La
gran mayoría de las veces son recursos imperceptibles que precisan de
posterior análisis; y, sin embargo, producen en el lector el efecto que
el poeta buscó desde el principio.
.............................................................................................Poesía Palmeriana...........
Bordón es la repetición de varios versos en un poema
Parece solo y no es verdad.
Parece solo y no es verdad
Parece solo y no es verdad