Los antepasados por vía
paterna de Gabriel Miró parecen formar una familia de mayor
homogeneidad que en la rama materna. Si ningún miembro viviente de la
familia sabe mucho sobre los Miró al principio del siglo XIX, es quizá
debido a que no dejaron ninguna leyenda digna de ser recordada: no
llegaban a centenarios, no morían en inundaciones, ni hacían el amor con
la faca en la mano.
En
los comienzos del siglo, hubo un Miró que fue el hijo único
de una familia de Alcoy. Tuvo cuatro varones: Custodio, Miguel,
Rafael y Gabriel. El alcoyano Gabriel Miró, abuelo del escritor,
era propietario de una fábrica de tejidos de lana que explotaba
con gran provecho bajo la protección de su arcángel
titular, cuya efigie, grabada en un escudo de armas, presidía
su establecimiento. La empresa llevó el nombre de Miró, Gisbert y
Compañía. Con la prosperidad del negocio vino también el
aumento de la familia. La esposa, Agustina Moltó, tuvo
siete hijos: Alejandro, Rafael, Miguel, Juan, Concha,
Santiago y Teresa. Una carta del padre dirigida a Alejandro y
fechada en Palma de Mallorca el 1.º de junio de 1846, da a
entender que el primogénito tomaba parte importante en la dirección de
la empresa, la cual era evidentemente el corazón, el alma y
la vida para toda la familia, que, como es de suponer, era
profundamente devota, estrechamente unida y con un gran
sentido de respetabilidad cuya esencia radicaba en los bienes
terrestres. Don Gabriel escribía con facilidad y escasas faltas; sus
donosuras eran las propias de un industrial y comerciante: el respeto
que le demostraban sus hijos lo daba por descontado2.
Cuando murió, hacia 1870, los tres hijos mayores se hicieron cargo de
la fábrica bajo la dirección de Alejandro, quien inmediatamente asumió
el papel de patriarca, permaneció soltero y apenas dejó sitio en la
empresa para sus hermanos Rafael y Miguel. El primero estableció una
fábrica de harinas y Miguel se hizo banquero. Santiago casó con una
prima, María Moltó Valor, y, a la muerte de Alejandro, ascendió a jefe
de la familia y de la fábrica. Con objeto de remediar la apurada
situación económica de un pariente, don Santiago le compró a éste una
parcela de terreno en las afueras de Alcoy y allí, en unos cerros que
dominaban la ciudad, edificó una soberbia casa para que la disfrutase su
mujer. En agosto de 1888 pudieron trasladarse a la nueva mansión a la
que llamaron Villa María, en honor de la señora de Miró. La casa existe todavía.
Concha permaneció soltera y vivió algún tiempo en Villa María.
La hermana más joven, Teresa, casó con un pintor, Lorenzo
Casanova, hijo de un carnicero. Cuando Teresa y Lorenzo se
trasladaron de Alcoy a Alicante, Concha se fue con ellos e incluso puso
el dinero necesario para construir un estudio en el que pudiesen vivir
los tres.
Queda
don Juan Miró Moltó. Sorprende que, de acuerdo con la cronología en el
nacimiento de los hijos, no haya tenido prioridad sobre su hermano menor
Santiago en la dirección de la empresa familiar. El que no lo hiciera
así tal vez se explica por el hecho de que hubiese decidido, desde su
juventud, dedicarse al sacerdocio. ¿Fue acaso su vocación más
convencional que genuina? Parece dudoso el que en 1857 persistiese
todavía esta inclinación, ya que no existe la menor sugerencia de ella
en una carta que escribió el 29 de noviembre de este mismo año a su
padre desde Valencia, en donde, por lo visto, residía para cursar
estudios. Una larga carta de cuatro pliegos con buena caligrafía y mejor
estilo en la que trascendía el ingenuo encanto propio de la época (C. M.).
El joven estudiante se mostraba ofendido por una carta que había
recibido de su hermano mayor, Alejandro, y en la que le reprochaba su
silencio. El caso es que hacía nueve o diez días que no había escrito a
los suyos, Alejandro le aconsejaba que les diera noticias de su persona
dos veces a la semana.
Fue a Madrid para
estudiar y en la capital obtuvo el título de Ingeniero de Caminos. Su
profesión le llevó a Santander, en donde tropezó con una muchacha con la
que pensó contraer matrimonio. En un papel satinado marcado en relieve
con sus iniciales en rojo, escribió a su hermano Alejandro con fecha 20
de mayo de 1868:
«...es una buena chica en toda la extensión de la palabra, de excelente fondo, de educación muy esmerada y acostumbrada a trabajar en el servicio de su casa particularmente desde la muerte de su mamá en que quedó al cuidado de sus hermanos. Esto es lo que pude observar en la temporada que la traté este verano, y en las cartas que me tiene escritas revela un talento poco común en su sexo por lo cual he confirmado el concepto que formé desde entonces»(C. M.). La señorita Elvira, como la llamaba él, era hija de don Santiago María Martínez, «agente de negocios y Corredor de número de Santander».
Este
matrimonio sin duda hubiese complacido a la familia de Juan Miró, pero
el empleo que le llevó a Santander le obligó a trasladarse de nuevo
antes de que el lento noviazgo acabase en matrimonio. Le destinaron a la
Jefatura de Obras Públicas de Alicante. Guardiola Ortiz, primer
biógrafo de Gabriel Miró, publica una fotografía de don Juan hecha
aproximadamente en esa época. En ella puede verse a un hombre alto y
bien parecido, de cabello negro partido con una raya en medio, ojos de
suave mirada y el bigote negro y caído sobre los labios propio de 1870.
Nada parecido al Ingeniero de Caminos, enfundado en una levita negra
semilarga, pantalones grises ribeteados en los costados y un sedoso
sombrero de copa a mano.
La
postura un tanto descuidada -don Juan está de pie con una pierna rígida y
la otra ligeramente doblada, los brazos descansando en un elevado
pedestal, el rostro vuelto candorosamente hacia la cámara fotográfica-
es la de un hombre seguro de sí mismo, como cuando usaba su título
completo de Ingeniero Jefe de Caminos, con un ligero énfasis en la palabra jefe.
Más como jefe que como ingeniero, su empleo le llevó de inspector de
carreteras a varios lugares de la provincia de Alicante, entre ellos
Orihuela, en donde encontró hospedaje en la posada que
pertenecía a doña Lucía Ons de Ferrer. Allí se enamoró de Encarnación,
la hija de doña Lucía, sin duda muy bella tal como Guardiola la
describe, pero no, como aquél dice, descendiente de
«casa rancia y descaecida»3. A Encarnación la divertía hacer correr el rumor de que la mujer de su abuelo, don Andrés Ons, estaba emparentada con el conde de Floridablanca. En realidad, eran gentes prósperas, nada decadentes, familia burguesa compuesta de negociantes, labradores y médicos muy diferentes de los campesinos toscos pero demasiado próximos todavía de la tierra para que los Miró, banqueros e industriales de Alcoy, los considerasen como sus iguales. Don Juan Miró se acercaba entonces a los cuarenta y no acataba los prejuicios de sus hermanos. A su debido tiempo, una participación bellamente impresa anunciaba: «Don Juan Miró y Moltó y doña Encarnación Ferrer y Ons, participan a Vd. su efectuado enlace y le ofrecen su casa, calle de San Fernando, N.º 10, 2.º derecha. Alicante, 4 de Julio, 1876».
Edmund L. King