“NOVELA CORTA”
“NOVELA CORTA”
Inédita
y escrita en 2011
Por:
EMILIO
VICTORIA MUÑOZ
(1925-2011)
“NOVELA CORTA”
T.S.H.
Martínez era un destacado hombre de negocios, de esos que, con un poco de
suerte, habían hecho una fortuna “con el sudor de su frente”, y ha llegado el
momento en que ha dejado preparada una obra de bastante importancia. En realidad,
él era junto con dos hermanos suyos, uno de los tantos miles de emigrantes
gallegos, que, cincuenta años antes, habían partido para establecerse en los
Estados Unidos. Su obra que empezó con una pequeña “carnicería”, fue a
instalarse en Oklahoma con un enorme complejo de “chacinería” en el que había
cuadras, mataderos e incluso toda clase de maquinaria, de la más moderna, para
la fabricación de carnes y embutidos de alta calidad… Pero Ted tenía un
problema moral: Le inundaba siempre un temor: Se sentía algo mayor y aquél
complejo tan enorme y rico acabaría desapareciendo. Él se había rodeado de
asesores técnicos, porque un “alto jefe” debe rodearse de colaboradores
eficaces, pero… ¿Y después?
Ya
sesentón y cansado, pensaba que su imperio, al no saber en qué manos quedaría,
era muy posible que se desmembrara.
Para
explicarle estas ideas, cogió el teléfono y llamó a su sobrino Enrique, que
trabajaba como arquitecto en una importante empresa madrileña. Era un hombre
llano en sus ideas y en sus palabras y expuso, a Enrique, algo que en su mente
fluía hacía tiempo.
—Querido Enrique, yo sé que el tipo de
negocio que yo instalé, no es el que más te puede agradar. Yo confío en ti,
para que no se pierda este trabajo mío de tantos años. No puedo dejar este montaje
en manos de unos intermediarios a los que yo he ido formando para que me
ayudaran a dirigir este complejo. Ellos son los que han hecho este imperio,
pero pretendo que a mi muerte, que no deseo próxima, quede en unas solas manos,
para que pueda dirigirlo y conservarlo. Para ello tú sabes que yo no he tenido
hijos, te tengo a ti que eres mi sobrino predilecto, y por parte de mi hermano
Javier, tengo una prima tuya, María Gemma. María es una mujer muy
independiente, se fue a Europa y no sé por dónde para, y creo que es algo mayor
que tú.
Yo
sé que este tipo de negocio a ti no te gusta, que es muy distinto a lo que tú
haces, pero serías la cabeza directora, o, dicho de otro modo, el propietario,
junto con tu prima, de ese gran imperio. Mis únicos parientes directos.
Enrique
pensó que para él su carrera era lo más
importante y que era lo que le gustaba. Habiéndose hecho un nombre como
arquitecto, el ayudar a TED, ya lo había hecho
en otras ocasiones, proyectándose, parte del complejo de la chacinería,
de la que se trataba.
De
todos modos, él no se sentía demasiado entusiasmado con aquella idea de dirigir
matanzas de animales y fabricar embutidos, pues no era lo suyo, sin embargo, sí
estaba dispuesto a ayudar a su tío, el cual en otra época, había sido casi un
padre para él.
—Tú,
creo, si no recuerdo mal, que has cumplido ya los treinta y cinco y en
realidad, quiero exponerte, crudamente, mi proyecto. Yo creo, que no te he
visto, nunca, deseo de contraer matrimonio, aunque naturalmente, habrás tratado
a cuantas mujeres hayas querido, pero manteniéndote libre. Lo que yo te
Propongo, es un matrimonio de conveniencia. Te
voy a ser más claro: De conveniencia para mí, para que no se rompa, lo
que tardé tantos años en construir.
Quiero
que para que se unan las partes de esta herencia, que pienses en un matrimonio
con tu prima María, que creo que es mayor que tú. Puede que sea una belleza,
puede que sea una bruja. El que no se rompa este gran complejo el día de
mañana, depende de este matrimonio.
Enrique trató de protestar:
—Pero yo, tío, como comprenderás, no tengo
ningún deseo de casarme. Tengo libertad, tengo una buena renta…
—No te puedo obligar Enrique, pero quiero que
lo pienses. Sería una buena forma de que
“Chacinerías Martínez”, siguiera unida muchos años. Yo comprendo que para ti
haya sido una sorpresa, pero podíamos pensarlo ¿no crees? A ti qué más te da,
si no tienes unos planes preconcebidos. Una esposa, sería para ti un hogar y aunque
estuvierais separados, tendríais siempre mi apoyo y la herencia que no es poca.
(Segundo capítulo)
Podías tener en colaboración con ella, la
dirección de un capital muy importante…
Enrique
lo pensó. Realmente no tenía novia ni ningún compromiso de esa clase, y por
otra parte, el tío podía vivir muchos años y olvidarse de aquella cuestión tan
peliaguda.
Seguiría
pensando y realizando sus trabajos de Arquitectura, que eran lo suyo, y en
perspectiva, tener la dirección en sus manos, de una empresa de tal categoría,
tampoco le disgustaba, pero ¿por qué tendría yo que casarme con María, si ni
siquiera nos conocemos?
Si
tú no quieres dar la cara, le había
dicho Ted, te puedes casar por poderes, así la herencia estaría asegurada y el
complejo también.
De
todos modos, vamos a dejar un tiempo para pensarlo —dijo Enrique—.
…Quizá tío Ted, vivas más que nosotros…
Ted
siguió hablando, si a ti te resulta molesto este asunto, autorízame para que yo
con mis abogados, inicie los trámites de este matrimonio por poderes. Nuestro
equipo de asesores, tratará de de localizar a María, explicarle este asunto e
iniciar la documentación de esa boda.
Con todos los papeles en orden, algún día se podía
realizar esa boda por poderes, que ahora se veía tan lejana…Así quedó la cosa.
(Tercer capítulo)
Transcurrieron varios meses y Enrique, casi
había olvidado ya el asunto, cuando recibió una carta con todos los detalles y
documentos que habría de tener aquella unión, tan superficial como productiva y
que así se había previsto. Tener
una esposa, aunque fuese desconocida, siempre
sería mejor, que andar de “Hoteles en hoteles” como hasta ahora y podría ser
una solución muy aceptable.
—Cuando
tengas los documentos y papeles, envíamelos y yo cuando pueda los firmaré,
aunque, quizá, no tengamos que usarlos
nunca.
Entre tanto Ted puso en marcha a todo su
equipo de asesores y abogados, para preparar las documentaciones y al mismo
tiempo ordenó que buscaran a la prima María, ya que era una incógnita lo que María
opinaba de aquél matrimonio. Como “el dulce” era sumamente apetitoso, pensó,
que, seguramente, no tendría ningún reparo.
(Cuarto capítulo)
Un
día Enrique recibió la llamada de su tío Ted:
—Enrique, tranquilo. Ya lo tengo todo
resuelto, mi jefe de protocolo te visitará, con los papeles que has de firmar,
para que los leas y lo hagas… No voy a
decirte a cuánto asciende mi fortuna, pero te aseguro, que tras pagar
impuestos, será muy respetable….
El
abogado de Ted completó su información y
le explicó lo que había que hacer, en su
caso, cuando llegara el momento en que
había que realizarse la operación, quizá
algo delicada y el asunto que mantendría en espera de que se hubiera de
legalizar la herencia. Después cuando localizaran a la otra parte, María, después
se juntarían los papeles para que el complicado matrimonio se llevara a efecto.
Hasta ahí, había llegado el asunto.
Enrique
se guardó aquellos papeles en su cajón del escritorio, pensando no tener que
usarlos nunca. Papeles que le comprometían a largo plazo, pero que para él no
representaban ninguna prisa, y su tío gozaba aún de buena salud.
¿Cómo
sería aquella su futura esposa?
¡Cualquiera sabe! Era algo que por ahora, no
le preocupaba. Sí, había llegado a
pensar, si su prima María, era una prima, que él conoció en un viaje, hace
mucho tiempo y que le pareció muy antipática… Cuanto antes se alargara la
situación, mucho mejor.
(Quinto capítulo)
Había
ido al aeropuerto a entrevistarse con un posible cliente. A la salida, echando
una ojeada a su ordenador de pulsera, vio que era bastante tarde. Entonces dio
un paso adelante, alargó su mano y gritó…:
— ¡Taxi, taxi!
No bien dijo aquella palabra mágica, ante él
se detuvo un taxi amarillo, con un “chirrido” espectacular, que paró ante la acera. Mientras abría la portezuela, el
taxista preguntó:
— ¿A dónde?
Hay
que decir, que el taxista era una taxista joven con una melenita corta. Tendría
poco más que veinte años. Enrique se arrellanó en su sitio, mientras la taxista
ponía el coche en marcha: “embrague y acelerador…” Se oyó un fuerte golpe,
producido por un automovilista irresponsable. Impacto que casi hizo volcar el
automóvil, habiéndole encontrado a pocos pasos de haber iniciado el viaje, a
aquél loco que produjo el accidente.
El
golpe no fue mortal, pero fue suficiente para que la taxista quedara herida.
Fueron rodeados instantáneamente, por dos motos y un coche de la policía y también,
una ambulancia.
(Sexto capítulo)
La
policía, acordonó aquél trozo. Enrique no sabía qué hacer, ayudó a sacar a la
muchacha del coche y con los miembros de la ambulancia que certificaron que no
había sido un accidente grave, subió con ellos a la ambulancia. Ella tenía,
seguro, un brazo roto y quizá la clavícula y una herida en su pierna izquierda,
que se delataba por la mancha de sangre sobre su falda. Enrique se había visto
metido en aquello sin comerlo ni beberlo, pero tenía que hacer frente a la
situación.
Mientras
la policía se hacía cargo de los vehículos siniestrados, él acudió a la oficina de ingreso en “Urgencias”, donde
aparte de los papeles de la mujer, dio su nombre. Ya en el Hospital, acompañó
al médico en sus observaciones. Aquél
accidente en el que, él, no tuvo “arte ni parte” había empezado a causarle
molestias. Se había perdido en principio una entrevista que era vital para su
trabajo. Ahora se había visto obligado a acompañar en la ambulancia a la mujer
desconocida y ofrecerse en principio en el departamento de “Ingreso” en el
Hospital. Le preguntaron a ella si era familia suya y no quiso mentir. Dijo,
simplemente, que era su “patrón”. Dejó su teléfono y sus datos por si
necesitaban llamarle más adelante.
Después de realizar todo el papeleo, Enrique le
preguntó dónde podía verla, la había visto al entrar en una camilla, pero no la
habían subido todavía a planta. Al fin de una larga espera, la hicieron pasar a
una habitación provisional. La encontró toda demacrada. El médico de guardia le
dijo que a primera vista, no era grave, eso sí. Era un brazo roto, y por lo
demás la herida de la pierna, era un simple arañazo y lo de la clavícula, no
llegaba a rotura, o sea que podía estar satisfecha aún.
La
muchacha se mostró no cohibida, porque parecía tener mucho mundo, pero se
sintió realmente culpable de las molestias que le causaba a aquél viajero que
no llegó a transportar. En cuanto a la compañía del taxi, no se sabía, si
después del juicio la ayudarían en algo o la dejarían en la calle.
—¿Cómo te llamas?, le preguntó él.
—Mi nombre es Gemma Narváez…
—Qué nombre más bonito— contestó Enrique—,
¿hace mucho tiempo que llevas el taxi?
—Pues sí, cerca de un año, pero nunca había
tenido un accidente.
—Si el accidente no ha sido tuyo. Ha sido el
salvaje ese, que ha salido por la izquierda como ya hemos declarado a la
policía.
Después
de una pausa, él le explicó… Me llamo Enrique Martínez. Soy de esos que hacen
casas. ¿Tú, tienes familia?
—No, vivo con una amiga y compartimos piso.
—No sé el tiempo que estarás ingresada porque
lo del brazo va a ser una operación, pero de eso nadie se muere –bromeó-.
Cuando te den el alta en el Hospital ¿qué vas a hacer?
Ella
se encogió de hombros. Él volvió a hablar:
—Yo no sé qué podría hacer para ayudarte.
¿Sabes contabilidad? ¿Ordenadores, idiomas? ¿Cuáles son tus conocimientos
informáticos? Enrique pensó que en la empresa en la que trabajaba, tenía que
haber, algún puesto accesible para ella…Indagaría.
Él
no sabía, a ciencia cierta, qué podía hacer por ella. Por otra parte, de esta
mujer no sabía nada. Sin embargo de alguna manera se sentía obligado a
ayudarla.
Aún
tendría que pasar al quirófano y después ya se sabría la gravedad que con el
tiempo podría tener su dolencia y siempre habría forma de intentar colocarla en
un empleo por sencillo que fuera. Trató de tranquilizarla a ella diciéndole que
en unos pocos días, podría incluso mover el brazo y después de darle ánimos
salió del Hospital.
—Cuando yo sepa en qué habitación te han
colocado, vendré a verte… ¿Te apetece que te traiga alguna cosa?
Ella
dijo que no y él se marchó rápidamente a reanudar sus ocupaciones.
(Séptimo capítulo)
Enrique
se dirigió a su despacho donde tenía trabajo atrasado.
Había olvidado ya el asunto cuando a los tres
días volvió al Hospital y Gema lo recibió algo demacrada en su habitación del
Hospital. Hablaron ambos una conversación intrascendente. Solo estaban tratando
de conocerse. Dos días más tarde volvió Enrique al Hospital. Esta vez llevaba
en los brazos un gran ramo de flores y con un gesto de alegría, llamó a la
puerta de la enferma:
Le
abrió la puerta una enfermera muy seria y le dijo que la Srta. Gema había sido
dada de alta.
—¿No dejó ninguna dirección…?
La
enfermera negó con la cabeza y Enrique ya violento, puso en sus manos el ramo
de flores.
Algo molesto por aquello que parecía un
desaire, volvió a su oficina y trató de
no pensar más en ello, pero dos días más tarde sonó su teléfono y una voz
conocida le dijo:
—Enrique, estoy con una amiga en una terraza
enfrente de su oficina. Si le quedan unos minutos libres le esperamos aquí.
Realmente Enrique había tenido muy pocas
ocasiones de hablar con aquella muchacha, realmente no se conocían, pero le
apetecía conocer un poco más de ella, aceptó el reto y bajó a encontrarse con
las dos mujeres. Fueron dos horas que
se le pasaron a Enrique como un suspiro. Se volvió
a su Hotel, no sin antes, quedar citado con ella para el domingo siguiente.
(Octavo capítulo)
A
pesar de que su trabajo le embebía muchas horas, acudió la mañana del domingo a
la cita con Gemma. Durante tres o cuatro domingos se repitieron esos encuentros,
en los que hablando de muchas cosas, trataban de conocerse más. Luego vino su
viaje a Alemania donde estaban montando un gran edificio y casi se olvidó de su
amiga “la taxista”, aunque le llevaba unos cuantos años, sus conversaciones
eran las de chicos jóvenes. Ella le contó de su vida juvenil. Dónde había
estado y en qué colegios, también los países que había visitado.
Enrique
se sentía rejuvenecido y pensaba que tal vez aquella curiosa amistad, comenzaba
a convertirse en algo más, pero a su vuelta de Alemania, Gema había
desaparecido. Se sintió molesto consigo mismo, por no haber tratado de
buscarla.
¿Estaba
realmente enamorándose de aquella muchacha a la que llevaba al menos diez años?
Durante varias semanas se sintió inquieto, instó a sus asesores a que la
localizaran, pero todo fue inútil. Realmente estaba enamorado y era ese un
sentimiento nuevo para él, pero que había surgido espontánea e inesperadamente,
cuando ya creía que había pasado su edad de enamoramientos.
De
mal humor siguió revisando papeles, hasta que de repente, la puerta de su
despacho se abrió casi violentamente y en el umbral apareció, con su cabellera
algo revuelta, Gemma.
Enrique
se levantó en el acto y fue a abrazarla, pero ella le detuvo con sus dos manos.
—Lo nuestro es imposible, dijo con cierta
congoja Gemma.
—Pero tú me quieres…¿No es cierto?
La joven buscó nerviosamente en su bolso y
echó unos papeles sobre la mesa y Enrique y después de echarles una mirada,
dijo:
—Pero ¿Qué es esto? ¿qué significa?
Ella
se cruzó de brazos y casi gritó: —Que no me puedo casar contigo porque ya soy
casada…Estos papeles lo explican todo y yo un día, tontamente, los firmé.
A
Enrique le dio un vuelco el corazón, de
repente recordó que él también había presentado unos papeles presentados por su
tío TED.
Con
los ojos muy abiertos por el asombro exclamó:
—¡Pobre de mí, si yo también estoy casado!,
pero escucha Gemma, ¿cómo firmas tus documentos personales?
—…Pues con mi nombre Mª Gemma.
Enrique
casi le gritó:
—Si tú eres la sobrina de tío Ted estás casada,
pero conmigo.
Entró
en el despacho un secretario, Enrique estaba cogiendo los papeles de ella y
juntándolos con los suyos…
—¿Desea usted algo? -Dijo el empleado-.
—Sí-respondió Enrique- ¡Deme su encendedor! Y
ante el asombro de sus acompañantes, le prendió fuego a los documentos…
—…Pero ¿qué haces?, dijo ella.
Enrique
dejó que los papeles se chamuscaran y volaran en pequeños pedazos.
—¿Has visto Gemma, qué fácil ha sido? Ya no
estamos casados. No me gustaba la idea de casarme por orden de mi tío “el
carnicero”. Y ahora te pregunto: ¡Gemma…! ¿Quieres casarte conmigo?
El
secretario que no entendía nada, salió y cerró la puerta, sin ruido, dejándoles
solos.
FIN
EMILIO VICTORIA MUÑOZ