Los barcos que se convirtieron en checas en Cataluña /La Razón /Memoria Histórica/08-11-2020
Los puertos de Barcelona y Tarragona fueron transformados en centros de tortura y destrucción
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La relación de los barcos prisión en Cataluña durante la Guerra Civil es la siguiente. Puerto de Barcelona: barco-prisión “Uruguay” (antiguo “Infanta Isabel de Borbón”), sirvió de complemento a las checas. Su capitán fue el teniente Monroy, del Cuerpo de Asalto, del SIM y del PCE; barco-prisión “Argentina” (antiguo “Reina Victoria Eugenia”), su capitán, Ferrer, procedía de la Guardia Civil, del SIM; barco-prisión “Villa de Madrid”, del SIM. El Club Náutico de Barcelona se convirtió en un centro de tortura y detención. En el puerto de Tarragona estaban el Barco-prisión Cap Cullera y barco-prisión “Río Segre”. Posteriormente se utilizaron otros barcos en el puerto de Tarragona: el “Mahón” y el “Isla de Menorca”.
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El
“Río Segre”, de 5.000 toneladas, llegó a alojar a 300 presos, de los
cuales, según Antonio Montero, salieron sentenciados a muerte 218. La
primera gran saca se produce el 9 de agosto, donde se escogen a doce vecinos de Tarragona para asesinarlos en tierra firme.
Esta es la primera de otras muchas. La causa principal es algún revés
sufrido en el frente que debe ser pagado con la vida de los prisioneros
de la retaguardia. Las fechas con mayor número de ejecuciones fueron las
del 25 y 28 de agosto y el 11 de noviembre. El primero de esos días
arrastraron a 60 personas en cuatro sacas, por la mañana, al mediodía,
por la tarde y por la noche. La más nutrida de clérigos fue la de las
seis de la tarde, en un camión con toldo escoltado por cuatro coches,
que llevaba a doce presos: diez sacerdotes seculares y el capuchino
Enric Salvà Ministral (Carmel de Colomes), de 62 años, junto al
claretiano Vilamasana; y que había dejado en un comité de Tarragona a
tres lasalianos que serían ejecutados al día siguiente.
En Valls (Tarragona), a esta docena se le unió otra de jóvenes católicos prisioneros. Pasado el cementerio, en el kilómetro dos de la carretera del Pla, fusilaron a los 24, “en presencia del comité y de numerosos vecinos de Valls convocados al efecto, iluminada la escena por dos potentes faros de automóvil”, según explica Montero en su obra clásica sobre la persecución religiosa. Tras la masacre, los ejecutores lo celebraban en un bar de la calle Portal Nou de Valls. El sepulturero que llegó con un camión para llevar al cementerio a las víctimas, testificó que algunas todavía estaban agonizantes.
Un
testigo de excepción sobre lo que se vivía en el barco-prisión “Río
Segre”, es el fraile de Montserrat Adeodat Cartellà. Su testimonio quedó
recogido en la obra de Ricard M. Sans, Montserrat 1936-1939: “Así que
veíamos que la canoa venía hacia el barco y subían los de los Comités,
estábamos con un ay en el corazón. ¿A ver a quién llamarían? Como quien
dice, estábamos en capilla cada día. De un momento a otro te podían
llamar”. Estas esperas eran angustiosas y tensas y no todos los
prisioneros eran del mismo temple. Por desgracia, se ha hecho más famoso
el caso del barco-prisión “Uruguay” y los historiadores se han olvidado
de las penalidades de los presos de Tarragona.
Podríamos describir mil historias de los barcos-Prisión en Barcelona. Los prisioneros estaban prácticamente incomunicados y las visitas eran más que excepcionales. El hacinamiento y la suciedad era la nota dominante. Sólo se limpiaban las cámaras de los vigilantes y mandos. Francisco Gutiérrez Latorre, en su obra ya citada, refiere que en el “Uruguay”: “Para cada 400 prisioneros había una letrina o retrete”. Las colas eran constantes y muchas veces había que esperar horas y horas para poder acceder. Tanto en el “Argentina”, como en el “Uruguay”, el régimen disciplinario era durísimo. Les hacían levantarse de madrugada y ya no podían reposar hasta la noche.
Los
primeros días estos barcos fueron vigilados por guardias civiles, pero
luego fueron sustituidos por milicianos. Los detenidos eran
considerados, en teoría, presos preventivos en espera de juicio.
Algunos, muy pocos, fueron liberados. Como cuenta E. Olivé en sus
“Memòries involuntàries”, en algunos casos los presos eran sometidos a
parodias de juicio, donde los presos eran interrogados por milicianos
medio borrachos, mientras soportaban humillaciones e insultos. Los
barcos prisión fueron una referencia del terror revolucionario. El
diario Frente Anti-fascista de Tarragona en portada, en diversas
ocasiones como la del 13 de septiembre de 1936, se amenazaba
irónicamente con esto: “Aviso a los derrotistas. Tienen preparado
camarote en el vapor ‘Río Segre’... Estarán muy bien, no lo duden”.
Eduardo Carballo, testigo, y que escribió un valioso libro para conocer de primera mano lo que ahí sucedía, Prisión flotante, escribía los macabros desfiles por la cubierta del “Uruguay”, para ir a recoger una escasísima ración de comida: “Era algo trágicamente fantástico, de seres que apenas conservaban encarnadura mortal y a los que un leve soplo de viento hubiera derribado a la tierra fácilmente. Casi todos estábamos atacados de los mismos síntomas: pérdida de memoria, sensible disminución auditiva, visión defectuosa en ambos ojos, naufragio de la vitalidad, hinchazón en las piernas. Eran los edemas de hambre, que aparecían proyectándose en nuestras vidas” (p. 121).
Por
los escritos de Manuel Goded (hijo del fusilado General Goded)
conocemos cosas terribles que dan razón de ese aspecto de los
prisioneros. Manolo Goded tuvo la suerte de salir del “Uruguay” pues fue intercambiado por un prisionero de valía en el otro bando. Describe que para acabar con los presos de “Uruguay” de forma paulatina y sin que se notase, cada día echaban un poco de arsénico en el rancho.
Ello provocaba unos malestares horribles en los prisioneros e
incrementaban las colas del retrete para echar los vómitos. El
espectáculo era espeluznante, pero eso sí, siempre tenían unos presos
preparados en mejor estado, por si llegaban periodistas u observadores
internacionales o de los consulados. A aquellos los afeitaban, aseaban y
cortaban el pelo y les ponían una camisa limpia.
César Alcalá en su “Checas de Barcelona”, recoge el testimonio de Trinidad Mariner. Poco después de estallar la guerra, ella y su madre, fueron encarceladas en el barco-Prisión “Villa de Madrid”. Allí conoció a unas presas, las hermanas Lasaga, pertenecientes a una familia carlista de origen navarro. Trinidad Mariner describe así la escena que presenció: “Me presentaron a las hermanas Lasaga, una a una. Estaban las tres, sus padres, dos hermanos y una cuñada; pero los enfrentamientos eran con las chicas y de una en una. Cuando las vi la primera vez, les acababan de dar una paliza horrible, echaban sangre por la boca y la nariz Margarita y Angelita y a Patrocinio, que era la más joven, me la presentaron con palillos entre los dedos de las uñas de las manos y no sé si de los pies, de esto estoy segura; pero no podía ni hablar, del dolor que sentía”.
El “Uruguay” empezó teniendo unos 400 presos y llegó a tener unos 2.200. El hacinamiento, las enfermedades, las pulgas, todo se hacía insoportable. Para colmo, tras mayo del 37, en el Uruguay acabaron presos de formaciones revolucionarias que volcaban su frustración con los presos católicos. En los martirologios, se describen también hermosas historias de camarería, ayuda, consuelo mutuo y profunda caridad entre los prisioneros. La tortura de esos buques no logró deshumanizarlos.
Estos barcos-prisión los huvo en casi todos los puertos de provincia españoles en el II República, para juzgar, y condenar a muerte a lo antirepublicanos.