No hace muchos días acudí a la casa de Vicente Blasco Ibáñez en la Malvarrosa. La he visitado varias veces, las dos últimas no pude acceder a la balconada desde donde contemplaba el mar y escribí en días de buen tiempo. En la última ocasión siquiera pude subir al piso superior. Me dijeron que estaban de obras.

La visita la pretendía con motivo de celebrarse este año el primer centenario del viaje a Blasco Ibáñez a Estados Unidos, donde hicieron a nuestro ilustre escritor Doctor Honoris Causa. En Valencia, tan sobrecargados de historias y personajes, solemos pasar de puntillas, sin hacer mucho ruido por las efemérides importantes. Valencia y los valencianos somos así. Como predicaba Concha Piquer, nos cuesta levantarnos de la butaca a aplaudir a nuestros profetas.

La Biblioteca Nacional de España sí se había acordado de la gesta de Blasco Ibáñez y había preparado una mesa redonda en su homenaje a celebrarse el pasado 12 de marzo, fatídica fecha que cerró todas las puertas por la epidemia del coronavirus. Y el acto fue cancelado.

El escritor viajó en 1920 a Norteamérica invitado por las principales editoriales, cadenas periodísticas y productoras cinematográficas de aquel país, tras el éxito arrollador de su novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Emilio Sales Dasí ha investigado la repercusión que tuvo aquella visita en la prensa de los EE.UU. llegando a la conclusión de que "Blasco Ibáñez se convirtió en un ídolo de masas, hasta el punto que las principales instituciones del país le invitaron a dar charlas".

Estuvo en el Congreso de los Estados Unidos, la Academia de West Point y universidades varias, recibiendo el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad George Washington. Firmó numerosos contratos para la edición de sus obras, y para que éstas fueran llevadas al cine, resultando algunas de ellas grandes éxitos de taquilla.

El libro de Sales, Vicente Blasco Ibáñez en Norteamérica, ha sido editado por la Universidad de Valencia, iba a ser presentado en el acto organizado por la Biblioteca Nacional de España, pero el coronavirus trastornó abruptamente el programa, que fue cancelado.

Azarosa y pletórica vida

Blasco Ibáñez, periodista, político y escritor, llevó una vida azarosa, repleta de aventuras y actividades diversas, viajó mucho y tuvo grandes experiencias de todo tipo?. Era una forma de llenarse de contenidos para escribir. Los escritores terminada una obra se vacían de todo, se quedan sin nada en el interior y hay que realimentarse.

En 1917, Blasco Ibáñez pensó en el cine. Su novela "Sangre y Arena" se estrenó en París con éxito. En 1919 se embarcó hacia Estados Unidos, la meca del cine. Aprovechó que le reclamaban por el éxito de "Los cuatro jinetes del Apocalipsis", novela sobre la guerra europea, traducida al inglés. Resultó un best seller. Fue allí el escritor de moda.

Archer Milton Huntington, presidente de la Hispanic Society, de Nueva York, fue el causante de la invitación. Le apalabraron para una serie de conferencias. En la Universidad de Columbia versó sobre "Influencia de España en el progreso de la humanidad". Repitió suerte en Nueva York, Boston, Chicago y Los Ángeles, luego Canadá -aquí se enteró de la muerte de su hijo Julio- saltó a México y Cuba, y volvió a España por Nueva York.

La Universidad George Washington, le invistió Doctor en Letras Honoris Causa. Su discurso fue sobre España y Estados Unidos y el Quijote. Dos días después asistió al Congreso de los Estados Unidos, donde le tributaron homenaje. Visitó estudios de cine, vendió miles de libros y puso de moda el idioma español entre los estudiantes.

A manera de crónica del viaje escribió Blasco Ibáñez "La ciudad de todo el mundo", "el país del porvenir", defendiendo a Estados Unidos en contra de lo que pensaban y escribían negativamente los escritores de la generación de 98, por ser su época la de la pérdida de las colonias, en parte por culpa de los norteamericanos.

Llegada la dictadura de Primo de Rivera (1923) firmó un manifiesto titulado "La nación secuestrada", lo que le valió entre otras cosas que el Ayuntamiento de Valencia retirara la placa de la plaza que le había dedicado y persiguió a su familia en Valencia. El vivía exiliado en Mentón (Francia), donde murió el 28 de enero de 1928, a los 60 años de edad.

Proclamada la II República, sus restos mortales fueron traídos a Valencia por mar, en el acorazado Jaime I, donde se le tributó un gran recibimiento, siendo llevado su féretro a hombros desde el puerto hasta La Lonja. El Ayuntamiento encargó a Mariano Benlliure hiciera un panteón, proyecto frustrado por la guerra civil. Su ataúd fue colocado en un nicho corriente del cementerio civil, sin mayores distinciones, donde permanece, casi olvidado. Al más puro estilo de Valencia.