POESIA PALMERIANA

Los poetas somos como los leones, después de que nos disparen podemos lanzar nuestras garras. Página administrada por el poeta Ramón Palmeral, Alicante (España). Publicamos gratis portadas de los libros que nos envían. El mejor portal de poetas hispanoamericanos seleccionados. Ramón Palmeral poeta de Ciudad Real, nacido en Piedrabuena.
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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

jueves, 14 de mayo de 2020

Juan Bolea La melancolía de los hombres pájaro





Juan Bolea (leer entrevista)


La melancolía de los hombres pájaro

Martina de Santo V, 2011
«El alma de los antiguos hombres de Rapa Nui va penetrando en la mía a medida que contemplo en el horizonte el círculo soberano del mar. Comparto su angustia ante la enormidad de las aguas y comprendo que hayan acumulado a la orilla, en su tierra aislada, estas gigantescas figuras del Espíritu de las Arenas y del Espíritu de las Rocas, a fin de tener a raya, bajo sus miradas fijas, la terrible e inquieta potencia azul.»
PlERRE LOTI
Diario de un guardiamarina de La Flore:
isla de Pascua, 1872

PRIMERA PARTE


Capítulo 1

El cielo estaba cubierto. No hacía frío, aunque sí un viento cuya violencia podría arrojar ladera abajo cualquier elemento poco arraigado a la tierra.
En ningún caso, porque para eso habría hecho falta un tsunami, a los moais cuyos altares seguían protegiendo la isla de Pascua.
Empezó a llover. Las gotas se clavaban a la piel como en el probador de un sastre un pomo de alfileres al patrón de una solapa.
– Protéjase, don Francisco -aconsejó con prudencia el arqueólogo Manuel Manumatoma, ofreciendo al hombre que le acompañaba uno de los dos chubasqueros plegados en su mochila.
Francisco Camargo, un controvertido empresario español con intereses económicos en la isla de Pascua, lo desplegó e hizo pasar por su cabeza la abertura de un poncho de poliuretano, con capucha, sin mangas, largo hasta los muslos. En el acto lo agradeció. La ladera del volcán Rano Kau, que el profesor Manumatoma y él se disponían a ascender, era lisa, sin árboles ni rocas. Al carecer de un refugio donde guarecerse de la lluvia, ambos se habrían empapado en poco rato.
Horas antes, sin embargo, nada parecía indicar que el día fuese a estropearse. El cielo había amanecido azul, con el aire en calma y un sol diamantino iluminando el Pacífico...

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