POESIA PALMERIANA

Los poetas somos como los leones, después de que nos disparen podemos lanzar nuestras garras. Página administrada por el poeta Ramón Palmeral, Alicante (España). Publicamos gratis portadas de los libros que nos envían. El mejor portal de poetas hispanoamericanos seleccionados. Ramón Palmeral poeta de Ciudad Real, nacido en Piedrabuena.
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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Poema donde Miguel Hernández habla en primera persona. Del poemario "Todas la flores han muerto".



CON EL CORAZÓN PODRIDO POR LOS DESENGAÑOS,
 las tribulaciones de las tres heridas condenado,
así  fui como el poeta que no puedo reinar
en su mortal anhelo por superar el tiempo eterno,
donde mis manos, herramientas con el esplendor
cobalto de cada instante agoniza
bajo el apagón del rayo y las hachas de palmo acero
siempre estridentes y afiladas, me condenaron como
un poeta y agitador más, ¿de qué  revolución?, fue
como cortar los dientes de un tenedor con un cuchillo.
                                                          Granadas redondas,
moradas por dentro del cantueso monte vecino, la cóncava
corteza abierta derrama sus aderezos cuales cagarrutas
desprendidas del ano de estas cabras por el Parnaso,
contagiadas del color de la hierba diminuta que se resiste,
                                    así,
detrás de ellas con la honda en la mano subo
la cuenta en forma de vientre escarpado y preñado;
mientras en Nueya York, un poeta recorre los barrios
de ese Gran Manzana también podrida de ricos, mendigos,
policías, negros y blancos de origen que le dan al whisky,
para en una libreta escribir impresiones que suenen
 a surrealismo puro daliniano y moderno
en un desengaño que nunca fue morada de cautos.
                                                                   Y sí, así es como
subo la vereda que me alza a las ruinas del castillo árabe
que no ha sabido atar sus piedras al tiempo, para que,
una vez más la historia se avergüence de nosotros
por no haber sido guardianes diligentes de la destrucción
corrosiva de la química y de la mayor enfermedad: la ignorancia.
                                                               Y así es como fui,
 aherrojado de Santo Domingo   –jesuitas de cinturón negro-.
Cargué los libros como si fueran cristales de uranio, o cristales míos
de la poeta químico de la Unión, en camino del desengaño, libros
que guardan bajo su piel de celulosa muerta escrita de la memoria.
                                                                   Por allí, bajo el calor
de las piedras y al resguardo de la luz del día se ocultan
siempre al acecho los escorpiones de miel y cianuro;
sin embargo, las tardes tristes juanramonianas ceden al ordeño
 de los versos míos, asedio de mordeduras
en el intransigente hogar paterno
de la calle Arriba, nunca pintada ni vacía.
Aquí en el hogar mina el temor inexacto, reina un pozo central
 donde se ríe un gato de agua,  espejo azabache del ojo oscuro
 y duro y, siempre un jazmín lánguido
sobre el lavadero,
sobre  la mordedura de la piedra labrada,
corral de alacranes bajo la sombra de la higuera fosca.


LA ÉTICA AMPLÍA NUESTRA CONCIENCIA:
Recuerdo la potencia dura de las olas y de rayos metálicos,
la guerra en los montes y las trincheras, y luego
Jaén y sus aceituneros de endurecidas  manos de coleópteros,
de olivas que caen a bocajarro a la tierra del señorito,
tierras de pan sin trigo, el pan es arma contra
los que no se doblegan ante las voces del amo.
                                                        Me duele la cabeza a
capítulos de golpes. Mi poesía es una Pléyade del Parnaso,
antes de que el tiempo se ponga amarillo y ocre sobre
el indiferente olvido.  No entiendo que un ateo diga que
Dios es descendiente del hombre. Luego ese romper
cancelas y candados de las cárceles y el hambre
 la soledad y la ausencia en las enfermerías, y la tos incesante
                                    -frecuencia de olas en el pecho-
                                                                        Mi sepultura
es un nicho más camuflado entre los muertos,
donde leo bajo una cruz latina: Mi nombre:
                          Miguel Hernández
                                  Poeta. (1009). MCMX-MCXLII

Autor Ramón Fernández Palmeral 
2015 
Poema leído por primera vez el 18 de noviembre de 2017 en la "Casa de la Festa" de Alicante. En el acto de "Poetas Unidos de Alicante".