POESIA PALMERIANA

Los poetas somos como los leones, después de que nos disparen podemos lanzar nuestras garras. Página administrada por el poeta Ramón Palmeral, Alicante (España). Publicamos gratis portadas de los libros que nos envían. El mejor portal de poetas hispanoamericanos seleccionados. Ramón Palmeral poeta de Ciudad Real, nacido en Piedrabuena.
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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Una fábula actual "Mi amo Palmeral y yo" de Ramón Fernández Palmeral, de venta en Amazón

 


De venta en Amazón (impreso y ebook Kindle

 https://www.amazon.es/Mi-amo-Palmeral-y-yo/dp/0244133018

 En realidad yo no sé exactamente para quién va dirigida esta bitácora de pensamientos míos, si para niños, jóvenes, adultos o animales que sepan leer, lo que sí sé es que es una bitácora sincera de lo que veo, pienso y siento como perro, evidentemente. Segunda edición corregida y ampliada. La bitácora de "Mi amo Palmeral y yo", no se escribió, sino que se pensó, es una reflexión de mi conciencia perruna en un aspecto lírico de la vida, de las emociones, y de las cosas sencillas y lo seres más humildes del mundo. Porque se ha de ver el mundo tal cual es sin aumentar ni omitir nada. A pesar de que soy un perro lobo sé leer, aunque no puedo escribir, pero sí puedo pensar, oler, oír, ver y observar lo que pasa a mi alrededor con sus realidades, fantasmas y polémicas. Vivo en Frigiliana (Málaga). Ningún otro autor como Ramón Fernández Palmeral hubiera podido escribir e ilustrar un libro como este en homena al perro Frico, que existió. Poesía lírica como "Platero y yo" de Juan Ramón Jiménez.

                                                 Algunas páginas del texto: 

2.- PALMERAL, MI AMO

 

 Cuando mi amo me llama por ni nombre perruno Frico, yo respondo para que vea que soy un perro inteligente y no un burro, o una gallina, un gallo o un pato. Respondo levemente y acudo a su encuentro para ver qué quiere. Otras veces me tira un hueso seco y yo lo recojo y se lo llevo, se lo devuelvo porque es suyo, no mío, que a mí no me gustan los huesos, me gusta la carne de pollo cocida, y sin sal y no muy hervida, a lo mejor con una hojita de laural, no le iría mal, pero también me gusta el pan con salchichón y las uvas moscateles.

A mi amo lo conocen por el apodo de Palmeral en todas partes, y no le digas que es Pepe Rodríguez, porque no responde. No se reconoce ni él. Solamente Alberta, la cartera, sabe cómo se llama porque acierta a traerle las cartas.

Mi amo tiene sesenta años, está casado con Amelia y tiene tres hijos: dos hembras y un macho. Es delgado y está jubilado de la Guardia Civil el Servicio Cinológico, menuda categoría, sabe mucho, y tanto los familiares como vecinos vienen a pedirle consejos, y si esos consejos son en metálico, no hay mejor consejo posible que, el que se da en metálico y pesan, como pesan los balancines de una romana.

 Al mediodía le gusta tomarse unos vinos, si algún amigo le invita, porque es más agarrao que un cardo borriquero en un jersey de lana. Otras veces se toma una cerveza en casa. La convidá de la lata, le llamo yo: las cervezas que compras en latas en el super. Cuando llega a casa con algún amigo, Amelia, para quitárselos de encima, dice:

 

–Veniis en el peor momento, cuando yo estoy haciendo de comé. Y ya no sé lo que le he echao al arroz, o le falta o le sobará sal, porque me parece que se la he echado dos puñaos.

–Una tapa, solo queremos una tapa por compasión –le suplican los gorrones del asalto.

–No, las tapas a la Taberna del Sacristán.

 

Cada día a mediodía, antes de la hora de comer, se repite la historia cotidiana de siempre, porque Palmeral, a esa hora maldita, invariablemente tiene hambre, está acostumbradillo a comerse una tapa antes de comer y un vasico de cerveza, así está que tiene un buche grande y orondo como el de un palomo ladrón en celo.

A veces, sin que Amelia se entere, su marido le roba unos ricos pegaos de migas, socarrar de harina frita,  calientes, hirviendo, él se come un poco de pegaos y a mí me da lo que le sobra, que siempre es poco.

 

–Tú a la calle, que ya te di tu pienso esta mañana.

 

Tiene mi amo en la cabeza la antigua idea de que los perros comemos solamente una vez al día, desde que se lo dijo el veterinario instructor canino en Madrid.

 

 –Si el perro guía come mucho no trabaja bien, porque no tiene necesidad de buscar su premio –sentenció el sargento instructor.

 

  Por las tardes se hecha su buena siesta de jubilado, que empieza el sueño viendo el telediario. Solamente el estado de las pensiones le interesa. Debió ser político en vez de guardia civil. Yo también duermo a los pies de la cama, porque Palmeral es de los de siesta con pijama y orinal.

  Reconozco a mi amo por su olor a olivos y tierra arada, con un poco de levadura de cerveza. Su mirada de hombre cabal ocultaba un mundo de imágenes pasadas que solamente los valientes conocen. Y sin que las gomas de los lápices como picos de aves, empiecen a aprender a borrar la tarde, yo me oculto en el sueño de un can que traspasa la pierna de Palmeral, que la tengo clavada en un costillar. La tormenta trajo sus relámpagos amaestrados de luces con rayos estrepitosos, rotos y quebrados imitando la silueta de la Sierra de Almijara.

 De las chimeneas de Frigiliana ya no sale el humo dormido sobre los tejados rojos, con colores grises y fríos, puesto que todos tienes cocinas de gas butano o vitrocerámicas eléctricas. Sin embargo, el cortijo en la pedanía del Mayarín se mantiene primitivamente sin electricidad ni agua corriente ni gas butano. El agua de beber descansa en los cantaros, sobre sus cantareras o aguaderas.

 

 

 

 

 

 

3.-FRIGILIANA

 

Frigiliana huele a geranios, gitanillas, malvas, jazmines y hierbabuena, es  mi querido pueblo acostado como una cabra blanca en la loma de Enmedio de la sierra de Almijara, a diez kilómetros del mar. Es mi pueblo, aunque no naciera aquí,  hace ya muchos años, los años de la edad se piensan pero no se dicen, se tienen pero no se airean. Nací en Madrid, si no hubiera nacido allí me moriría de un soponcio. La puerta de la iglesia de San Antonio, está frente a la casa de mis amos, porque vivimos en la plaza de la iglesia, en la casona  Villa Carmen, como la madre de Palmeral.

La entrada a la iglesia la tengo vetada, como a un hereje, por los párrocos titulares que, cada par de años se suceden como fichas negra y blancas de dominó, excepto cuando llega San Antón que tenemos las puertas abiertas de la Gloria abiertas para los seres animales llamados macotas, donde el cura o el viario nos rociará con el agua bendita del hisopo de plata, que una vez se le escapó de la mano y le dio en la testa al burro de Miguel, el Láminas, no a Miguel, sino a su burro al que bocean: ¡Soooburro! Aunque sea Miguel más burro que su burro, que hizo el Graduado Escolar en cinco años, en la puerta de su cortijo llorando con un lápiz de madera gordo rojo de los de marcar las cajas de las pasas.

Mientras la noche se peleaba con la tarde, pensé que era hora de regresar a casa. La noche siempre domina a la tarde triste y mustia, viuda del día.

 Volví a casa, pegado a las puertas y paredes encaladas de las casas de la calle Real. Caminaba caninamente, solo, y contento, por ver a Emilio, y a mis amos, felices. Entré en la casa sin ser notado por el portillo abierto, y con pereza perruna me tendí en la estera de esparto junto a la mesa camilla del saloncito, junto a mi amo Palmeral que con las gafas puestas estaba haciendo las cuentas de lo que le tenían que pagar los inquilinos por aparceros de la hacienda.

 Llamó una mozuela a la puerta abierta, y gritó:

 

–¡Galistea! Dame un cuartillo de vino dulce, pero de hogaño.

 

 Vendía vino a granel del que pisaban ellos de las viñas moscateles del Mayarín. Un vino sin aditivos que si no se bebía pronto se echaba a perder, o se avinagraba.

Tiene mi pueblo Ayuntamiento propio en la calle Real, y pertenece al partido judicial de Torrox. Pasa de los 3.000 habitantes, de cuyo padrón, más de la mitad son extranjeros residentes, y otros de paso. Mas los turistas domingueros o disanteros como les gusta llamar a los que no son amantes de tantos forasteros, subiendo y bajando por las escalonadas y estrechas calles, buenas para el corazón y saludable para la historia por los doce carteles cerámicos. No olvidemos que el caso antiguo es de origen morisco, y se muestra con el mismo trazado que hace quinientos años.

Por esto y por otras razones de limpieza y encalados de cal virginal sus fachadas, brillan como un sol de plata en la sierra verde y elevada como fortines de rocas; y por ello ha ganado varios premios nacionales de belleza.

Los pueblos son sus gentes, por ello, periódicamente y en cada generación, hoy conviven una gente, y luego otras. Algunas veces yo mismo, me encuentro extranjero, porque no reconozco muchos olores nuevos.

Hay más bares y restaurantes que librerías. Hay más tiendas de souvenir que mulos quedan. A pesar de ello, y la corrosión del tiempo uno de los emblemas de Frigiliana es su tradicional fábrica de miel de caña o concentrado de jugo de caña de azúcar, propiedad de la  Sociedad De la Torre, S.A.,  fundada en 1928 al adquirir un Ingenio (fábrica) donde se elabora miel de caña desde 1630. Llamada actualmente Nuestra Señora de la Virgen del Carmen. La única fábrica que queda en Europa.

En este pueblo nunca jamás se anegará ni habrá inundaciones porque sus calles son, algunas, verticales, y se halla a una altitud media de 320 metros sobre el nivel del mar de Nerja, no de Alicante que nos queda lejos.

Y dice la tía Salvadora, que vive en la esquina:

 

  –Azú, como cansa tanta penitencia de días.

 

Las puertas verdes y azules de las casas son de madera perfumada, algunas conservan las viejas aldabas en forma de manos con anillos, y encima tachonadas chapas de plateados  Corazón de Jesús como amuletos contra los demonios para que estos huyan de las casas.

 

 

 


 

 

 4.-LA IGLESIA DE SAN ANTONIO

 

 A la iglesia también le llaman la parroquia, desconozco del motivo, lo que sí sé es que casi siempre hay fiesta religiosa dentro. Misas, bodas, bautizos, rosarios, novenas, Semana Santa, Navidad y misas de difuntos, o catequesis. Y cuando viene su ilustrísima, el Obispo a pasar revista a sus fieles, hijos de la tentación, todo se engalanará de domingo de Ramos, y a los niños/as  vestiditos de primera comunión. Inocentes criaturas, salvo cuando montan en sus corceles bicicletas.

 Tenemos una iglesia encalada de luz de la tarde, enfrente de Villa Carmen como si fuera un loro blanco con nariz como campanario, ojos como ventanas, boca como puerta y un verja de hierro, perimetral a la entrada, que un «aguanoso» indiano, venido del América regaló a la iglesia, y si fue una venta nunca cobró, como dice el refrán popular: «Das menos, que un cura manco».  Aguanoso es un gentilicio cariñoso.

 La mandó construir el conde de Frigiliana, un Manrique de Lara, porque este pueblo ostenta este título nobiliario de villa desde el siglo XVII otorgado por el rey Felipe IV según puede oír a un historiador en una conferencia a la que asistió Palmeral en el salón de actos de Ayuntamiento –yo me quedé en la puerta–. Frigiliana está situada a la solana, desparramada en el equilibrio, bajo el cerro de Enmedio, mirando al mar Mediterráneo,  que dista tan sólo a unos 7 u 8 kilómetros hacia Nerja.

 

 La puerta principal casi siempre está cerrada, salvo los domingos y días de Semana Santa. Sobre el dintel se muestra victorioso un escudo nobiliario de piedra, de la familia de los Manrique de Lara que fue quien mandó construir la iglesia, sobre una mezquita musulmana. El escudo nobiliario de piedra caliza sobre el dintel, por las noches se va volando con sus amigos los murciélagos de alas de papel de seda negra. Decía uno de los demonios que por Frigiliana quedan: «Eres más feo que el vampiro de las iglesias» Una manada de estos feos mamíferos voladores viven en el techo del campanario.

 Los días de bodas abren la puerta principal, la de la escalera con verja. La última boda fue la de Antoñito, el Manotorcía, y Rosario la de Edelmira, fue una boda graciosa porque el novio vino del campo vestido de agricultor, sucio y desaliñado –venía de cavar viñas–, entró en la casa Villa Carmen, y se vistió aquí en la habitación de Galistea, y salió hecho un pimpollo, que no lo conocía ni yo, y eso que tengo buen olfato, porque debió echarse alguna colonia Varón Dandy, y se estropeó al perder su olor silvestre de los datilillos de los palmitos de la sierra, que, en cuanto cambia la dirección del viento, se maduran y se marchitan, pero no se caen al suelo. No, no se caen ni con un huracán caribeño.

 Gritan los invitados: ¡Que vivan los novios! Y los apedrean con granos de arroz que luego rapiñarán los gorriones y los jilgueros. Sí que viva, pero que vivan más cerca de la parroquia, y así esta casa no parecerá el vestuario de un teatro, estaríamos mucho más tranquilos y sosegados porque cuando no es un bautizo, es Semana Santa, o que viene el Obispo, o es Navidad y los pastorcillos con trajes forradas en pieles de cabra, y sus latosas zambombas y panderetas, y sus huchas piden aguinaldo sin cesar, para organizar algún ágape. Y no digamos del mes de mayo de las comuniones, esta será la primera casa a la que llegarán entregando sus estampitas al precio de algún donativo, cada vez de mayores importes, porque ya no es un euro sino veinte, dependiendo de la consanguinidad del niño o de la niña con la familia. Que tan bonicos vienen con su trajecitos de marinero y sus vestidos blancos pureza de volantes de novia, diademas, libros misales de nácar y rosarios de plata que arrastrarán como si fueran dátiles caídos de las palmeras.

 

  -¡Vivan los novios y lo padrinos! Y los padres, y los primos y los perros de los primos.