POESIA PALMERIANA

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viernes, 13 de noviembre de 2020

Thomas Bernhard, el lobo feroz de la literatura austriaca, por Muguel Sáenz

 Se dice o se decía que, cuando un autor muere, atraviesa un período de ausencia, hasta que, tras algunos años, vuelve a ocupar el puesto que realmente le corresponde en la literatura mundial.

Thomas Bernhard, el lobo feroz de la literatura austriaca

Actualizado

Tres obras se han reeditado en el 30º aniversario de la muerte del escritor austriaco, incluida su obra maestra, 'Extinción'. Su traductor y académico de la Lengua repasa su vigencia en su país y las letras hispanas días después de la entrega del Nobel a otro austriaco polémico, Peter Handke

El polémico escritor austriaco Thomas Bernhard. ERIKA SCHMIED

Thomas Bernhard murió el 12 de febrero de 1989, aunque, siguiendo su deseo, su muerte no se supiera hasta cuatro días después. Si van a Viena, no dejen de visitar el cementerio de Grinzing, en donde está enterrado ese enorme escritor de la literatura alemana de la segunda mitad del siglo XX (el de la primera es Franz Kafka).

Se dice o se decía que, cuando un autor muere, atraviesa un período de ausencia, hasta que, tras algunos años, vuelve a ocupar el puesto que realmente le corresponde en la literatura mundial. No ha sido así en el caso de Bernhard. Aunque no podría dar datos fehacientes, lo cierto es que Bernhard goza hoy en Austria, su país de origen, del prestigio de ser considerado como El Escritor austríaco por excelencia. Lejos están los tiempos en que era juzgado impresentable.

Siempre he tenido la duda de si los austríacos leían realmente a Bernhard. Pero lo que es indudable es que siguen yendo a ver sus obras teatrales. Por prohibición expresa de Bernhard en su testamento, hubo un tiempo en que los vieneses tenían que ir a Bratislava (Eslovaquia) para ver Isabel II, lo mismo que los españoles iban a Perpiñán para ver El último tango.

Desde su estreno en 1986, Ritter, Dene, Voss sigue representándose periódicamente en Viena a teatro lleno, por los mismos actores que dieron nombre a la obra: Ilse Ritter, Kirsten Dene y Gert Voss. Increíble. Y el teatro de Bernhard, en general, sigue reinando en Viena. El público parece haber descubierto que Thomas Bernhard era (también) un humorista, y recuerdo siempre un relato suyo titulado Autor caprichoso (incluido en El imitador de voces) en el que Bernhard cuenta cómo ese autor se apostó en el gallinero del teatro en que se representaba su primera y única obra teatral, armado de un fusil ametrallador y fue disparando a todo espectador que se reía a destiempo.

¿Qué ocurre en otros países, por ejemplo España? Hace ya años que Félix de Azúa habló de la fiebre Bernhard. Algún crítico acuñó el término de hijos españoles de Thomas Bernhard, y es indudable que fueron muchos los escritores que leyeron y asimilaron, mejor o peor, a Bernhard. La lista sería larga: Félix de Azúa, Juan Benet, Javier Marías, Vicente Molina Foix, José María Guelbenzu, Fernando Savater, Alejandro Gándara...

¿Qué pasa hoy? Me consta que hay jóvenes (de los jóvenes que leen) a los que les gusta mucho Bernhard, pero, sinceramente, no podría citar autores españoles declaradamente bernhardianos.

Otra cosa es Hispanoamérica. La influencia de Bernhard, creo, solo es comparable a la de Faulkner. Y no lo digo yo, lo dicen muchos que han dedicado tiempo a analizarlo. Sobre todo Marcelo Cohen y Martín Schifino. En la literatura hispanoamericana, Bernhard, por alguna razón, fue o es importante, y la lista de sus seguidores es impresionante: Juan José Saer, Roberto Bolaño, Juan Villoro, Sergio Pitol, Ricardo Piglia, Fogwill, Alan Pauls, Patricio Pron, Sergio Chejfec... Algunos se han comprometido mucho: Horacio Castellanos Moya escribió en 1997 El asco. Thomas Bernhard en el Salvador, y casi le cuesta la vida; el boliviano Edmundo Paz Soldán ha escrito Thomas Bernhard en el cementerio; la mexicana Alejandra Gómez Macchia un Bernhard se muere...

¿Y qué ocurre con el teatro? Solo puedo decir que, actualmente, la editorial argentina El Cuenco de Plata tiene el proyecto de publicar todo el teatro de Bernhard en castellano.

Por lo que se refiere a España, recuerdo algunas obras además del Ritter, Dene, Voss del gran Kristian Lupa. Roberto Villanueva, espléndido director argentino, estrenó en Madrid, en 1987, La fuerza de la costumbre, que la crítica consideró en gran parte como simple «teatro del absurdo», ya conocido.

Luego se ha representado mucho Bernhard. Rosario Ruiz (con Ana Caleya como Reina de la Noche), hizo un El ignorante y el demente memorable. Y, personalmente, guardo un recuerdo muy especial de Una fiesta para Boris, interpretada en Barcelona por un elenco de una docena de auténticos tullidos. La dirigió Matthias Janser y el papel de Boris correspondió a James O'Shea, un espectacular bailarín sin piernas. Otra representación que me parece extraordinaria fue la de Juan Navarro y Gonzalo Cunill, en 2013, de una adaptación del monólogo de Tala. Y de Cataluña ha quedado en mi recuerdo, sobre todo, la representación de El President de Carme Portaceli, con una Presidenta (Rosa Renom) imbatible.

La editorial Alfaguara reedita ahora, quizá como conmemoración del trigésimo centenario de la muerte de Bernhard, dos novelas muy bien elegidas. Hormigón y Extinción. También la editorial Funambulista ha publicado este año El Kulterer, una de los pocos relatos importantes de Bernhard que quedaba por traducir.

Hormigón es un baño de inmersión para quien quiera saber en un centenar de páginas quién fue Thomas Bernhard. El protagonista, escritor aislado y neurótico que trata de escribir una biografía de Mendelssohn-Bartholdy, es un fiel trasunto del propio Bernhard. En definitiva, como él, acaba por refugiarse en su amada Mallorca, la isla «más bella de Europa». Y lo que ocurre allí, entre nombres y lugares apenas traspuestos, es algo horrible y rigurosamente verídico.

Extinción, se ha dicho muchas veces, es la obra maestra de Bernhard, la última: un libro que recopila todas sus formas de escribir y de ser, y en el que Bernhard se explaya a gusto a lo largo de más de 400 páginas. No es totalmente exacto, porque, para empezar, no es la última novela de Bernhard (lo es Maestros antiguos) y, por otra parte, el buen conocedor de Bernhard encontrará a veces pasajes que le resultarán conocidos, con un final, eso sí, absolutamente sorprendente.

En cuanto a El Kulterer, es un muy interesante relato carcelario, en el que Bernhard sigue le fórmula (relato-guion cinematográfico) que ya había utilizado en El italiano.

Inolvidable, ineludible, inevitable Bernhard. Me satisface la idea de haber podido contribuir de algún modo a la difusión de su obra.