El realismo literario
aparece en Francia a mediados del siglo XIX, como reacción a los
excesos del Romanticismo precedente, circunscrito a la presentación de
mundos fantásticos, países exóticos y tiempos pasados. El idealismo
romántico ha perdido fuerza y la sociedad francesa se deja seducir por
el racionalismo que Descartes
(1596-1650) había enunciado en el siglo XVII. La clase media surgida a
partir de la Revolución Francesa se interesa ahora por una literatura
que refleje la actualidad de la vida circundante y se haga eco de los
conflictos sociales que la industrialización está provocando en Europa,
sobre todo, con la aparición de las nuevas organizaciones obreras a
partir de la Revolución de 1848. Ese mismo año, Marx y Engels publican El Manifiesto, que sacude la conciencia de la clase obrera y de buena parte de la intelectualidad.
La novela es el género preferido para describir las preocupaciones de
la burguesía que defiende un nuevo modelo de vida, en el cual el
progreso y los descubrimientos científicos poseen la máxima prioridad.
El auge de las ciencias, el avance de la medicina y los albores de la
psicología facilitan la renovación de los motivos literarios y se
prestan a la creación de personajes sugestivos acordes a la nueva
realidad. La lectura se generaliza gracias al desarrollo de la prensa
periódica que ofrece entregas coleccionables de folletines muy del gusto
de todas las clases sociales.
La nueva corriente se impone en toda Europa. En España, el éxito
tardó en llegar. La sociedad tradicional miraba con recelo los cambios
revolucionarios y las innovaciones científicas y filosóficas. Solo a
partir de la Revolución de 1868 (La Gloriosa),
se afianzan las ideas liberales y aparece una pléyade de escritores que
cultivaron el género con notable solvencia, entre los que destacan
Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Valera y Blasco Ibáñez.
Pero es en Francia donde adquiere el máximo esplendor. Stendhal, Balzac y Flaubert son sus intérpretes más conocidos, a los que se incorpora más adelante la figura poderosa de Zola
(1840-1902), defendiendo un nuevo estilo literario. Proponía
intensificar los principios de realismo, adoptando la visión
determinista del evolucionismo y la genética mendeliana que predice la
conducta de los individuos en función de su ascendencia. El ser humano
no es libre, ya que está condicionado por su herencia biológica y su
entorno. Bajo esos presupuestos, el escritor trata de descubrir las
leyes que rigen su comportamiento, y lo hace aplicando los métodos de la
ciencia experimental, que tanto éxito había obtenido en otros campos
del saber.
Es difícil entender el Naturalismo sin conocer el contexto cultural e
ideológico que existía en Francia en la segunda mitad del siglo XIX. El positivismo de Comte
(1797-1858) —que solo considera conocimiento verdadero al que proviene
del hecho experimental— había arraigado con fuerza en la mentalidad más o
menos ilustrada de la época. Este concepto había sido llevado al campo
de la ciencia con notable éxito y el sueño mesiánico de dominar la
naturaleza asomaba como una posibilidad cercana.
La fe en la ciencia desencadenó en Francia —y luego en todo Europa—
un entusiasmo sin precedente y, al mismo tiempo, enconadas discusiones,
que trascendieron el ámbito intelectual y llegaron a todas las capas de
la sociedad. También a Zola, que abrazó con ardor la teoría cientifista.
Al anhelo de observar y pintar la realidad, sucede el deseo de
comprenderla y explicarla, para lo cual nada mejor que el experimento
científico. En esto se basa el Naturalismo literario que, como doctrina
completa y coherente, se debe exclusivamente a Zola, que inició su
discurso en el prólogo a la segunda edición de Thérèse_Raquin (1868) y, más tarde, lo desarrolló en Le roman expérimental (1880).
Zola comienza su ensayo con estas palabras: “En mis estudios
literarios, he hablado a menudo del método experimental aplicado a la
novela y al drama. Es cierto que la idea de que la literatura esté
dominada por la ciencia ha sorprendido a mucha gente. Por eso, me parece
conveniente explicar con claridad lo que yo entiendo por novela
experimental”. Para ello, se va a servir del libro Introducción al estudio de la medicina experimental, escrito por Claude Bernard (1813-1878) —un erudito cuya autoridad nadie discutía—,
que luchó para hacer de la medicina una ciencia, a pesar de que, a los
ojos de la mayoría, no dejaba de ser más que un arte, como la novela.
Pero antes, plantea las diferencias que existen entre las ciencias de
la observación y las ciencias de la experimentación. Llega a la
conclusión de que la experiencia es básicamente solo una observación
provocada: «En el método experimental, la búsqueda de los hechos, es
decir la investigación, va siempre acompañada de un razonamiento, ya
que el experimentador ejecuta el experimento para comprobar o verificar
el valor de una idea preconcebida, con lo cual, podemos afirmar que el
experimento es una observación provocada con el propósito de controlar
el resultado«. En resumen, podríamos decir que la observación muestra, mientras que la experiencia instruye.
En la medicina, el objetivo del método experimental consiste en
estudiar los fenómenos para conocer las leyes que los rigen, con el fin
de preverlos y dirigirlos. Y pone un ejemplo: No basta con que el médico
sepa que la quinina reduce la fiebre; lo que importa es saber qué es la
fiebre y cuál es la causa que la produce. En el momento en que lo sepa,
ya no será una curación empírica, sino una curación científica. Es lo
que ocurrió con la sarna: al ser conocida la causa que la produce, la
enfermedad se cura siempre, sin excepción.
Zola pretende demostrar que el método experimental es válido para la
ficción literaria. Puesto que la medicina, que era un arte, se convierte
en ciencia, ¿por qué no ha de suceder lo mismo con la literatura? Al
final, el terreno es el mismo: el cuerpo humano; en el primero caso, el
de sus órganos fisiológicos; en el segundo, en el de los fenómenos
cerebrales y sensuales, tanto en su estado sano como en el mórbido.
Percibe que el novelista posee las dos facetas: El observador
describe los hechos tal como los ha observado, define el punto de
partida, establece el espacio en el cual se van a mover los personajes y
se van a desarrollar los fenómenos. Entonces, aparece el experimentador
y, basándose en la experiencia, hace que los personajes se muevan en
una determinada dirección, para demostrar que la sucesión de los hechos
está determinada por las circunstancias que preceden.
Pone como ejemplo la figura del barón Hulot, en La prima Bette,
de Balzac (1799-1850). El hecho observado por Balzac es el caos que el
temperamento amoroso de un hombre trae a su hogar, a su familia y a la
sociedad. Al elegir ese tema, parte de unos hechos observados, pero
luego se vale de la experiencia sometiendo a Hulot a una serie de
pruebas, haciéndolo recorrer ciertos círculos, para revelar el
funcionamiento del mecanismo de su pasión. El desenlace no podría ser
otro más que una familia entera destruida y un drama para todos sus
miembros, como consecuencia del temperamento amoroso de Hulot. Es
evidente que aquí no solo hay observación, hay también experimentación.
A pesar de su entusiasmo, Zola reconoce que el novelista se enfrenta a
un problema serio. A diferencia de otros ramos de la ciencia, el
estudio de la psicología humana no está todavía desarrollado, de forma
que no es posible saber a ciencia cierta qué efecto produce una pasión,
surgida en un determinado ambiente, tanto en el plano individual como en
el conjunto de la sociedad. Pero eso es debido a que la novela
experimental es más joven que la medicina experimental. En ese sentido,
aparece como un proyecto factible a medio plazo en el que solo es
posible exponer el método. Pero es innegable que la novela naturalista,
tal y como él la entiende, es un experimento verdadero que el novelista
hace con el hombre, apoyándose en la observación. Si el experimentador
es el juez instructor de la naturaleza, el novelista es el juez
instructor del hombre y de sus pasiones.
Esto es lo que constituye la novela experimental: comprender el
mecanismo que regula el comportamiento del hombre y mostrar la forma en
que se manifiesta, bajo las influencias de la herencia y del medio
social que lo rodea; luego describir el efecto recíproco que surge entre
la sociedad y el individuo. Y finalmente, comparar cómo se comportaría
el hombre que vive aislado y el que vive en sociedad. La novela
experimental se apoya pues en la ciencia; es la literatura que
corresponde a la era científica del momento, de la misma manera que la
literatura clásica y romántica corresponden a las eras de la
Entre otras cosas, a Zola se le acusó de ser un renovador. Él se
defiende diciendo que no está aportando nada nuevo, que simplemente
intenta aplicar el método científico —inventado hacía tiempo— a sus
novelas: “El naturalismo no es una fantasía personal mía; es la
aplicación de un criterio científico que solo reconoce el valor de los
hechos, frente a la interpretación subjetiva del individuo. Se trata de
adaptar la teoría a los dictados de la naturaleza y no al revés. No es
por tanto una doctrina, sino un método científico que fomenta la
libertad de pensamiento. No hay orgullo ni jactancia; al revés, el
experimentador comete acto de humildad al negar su propio conocimiento y
someterse a la autoridad de la experiencia y las leyes de la
naturaleza. Por eso, el naturalismo carece de filósofos brillantes, solo
posee trabajadores más o menos dinámicos”.
Aun así, Zola admite que el hombre no puede escapar a la curiosidad
que le impulsa a conocer la esencia de las cosas. No cabe duda de que la
filosofía provoca la inspiración para aprehender lo desconocido,
mantiene la controversia en las regiones más elevadas y proporciona al
pensamiento científico un rigor que lo vivifica y lo ennoblece. Pero no
hay que pasar de ahí; al final, los principios filosóficos no son más
que pura poesía. “Para nosotros, los novelistas experimentales, que
apenas hemos salido del estado larvario, las hipótesis son fatales”,
remata Zola en su opúsculo.
Es por eso que el novelista experimental puede solo arriesgar
conjeturas sobre las leyes de la herencia y sobre la influencia del
medio en la conducta humana, siempre que respete lo que la ciencia ha
descubierto hasta ese momento, ¿Qué pasaría si un poeta adoptara la
vieja creencia de que el Sol gira alrededor de la Tierra? Solo los
profetas se atreven a cuestionar las nociones más elementales de la
ciencia, misión delicada hoy en día, en que la gente ha perdido la fe.
El hombre metafísico ha muerto; ha sido sustituido por el hombre
psicológico. El método experimental, tanto en las ciencias como en las
letras, se ocupa de reflexionar sobre los fenómenos naturales,
individuales y sociales, mientras que la metafísica solo alcanza a
ofrecer explicaciones irracionales y sobrenaturales.
El Naturalismo de Zola no deja de ser un intento de meter la literatura en el campo de la ciencia, una pretensión que hoy nos parece un tanto ingenua, un sueño de época, expresión del deseo de “una construcción fantasmática de la teoría del relato”, (Henri Mitterand, Zola et le Naturalisme).
Su discurso se compone de una serie de sospechas difícilmente
comprobables, que se aparta de la noción de novela como obra de ficción,
producto de la imaginación del autor, destinado a “deleitar enseñando”,
según la definición que nos legó Horacio en su Arte Poética en el siglo I.
Sin embargo, su producción literaria no es una aplicación fiel de su
reflexión especulativa y está libre de las incoherencias que contiene.
Zola es uno de los más grandes escritores del siglo XIX, aunque su extensa obra
sea poco conocida. Sigue la estela de la escuela realista, pero
intensifica su visión de la realidad incorporando el factor
determinista, que condiciona el libre albedrío del hombre a su herencia
genética y al entorno en que se ha criado.
Apoyado en Claude Bernard, Zola afirma que la libertad de los cuerpos
vivos no se opone al uso de la experimentación y, por tanto, existe un determinismo
absoluto en las condiciones de existencia de los fenómenos naturales,
tanto para los cuerpos vivos como para los inanimados. Él llama
«determinismo» a la causa que determina la aparición de tales fenómenos.
El objetivo del método experimental consiste pues en encontrar las
relaciones que unen cualquier fenómeno a su causa próxima, o, en otras
palabras, determinar las condiciones necesarias para que tal fenómeno se
manifieste. La ciencia experimental no debería preocuparse por el
porqué de las cosas, sino simplemente por el cómo.
La saga de Los Rougon-Macquart
es quizá el libro que mejor refleja ese determinismo fisiológico que
condena a los sucesores a padecer las taras de sus progenitores. Consta
de veinte novelas escritas entre 1870 y 1893, en las que relata la
desdichada vida de los descendientes de una familia en el Segundo
Imperio, marcados por su origen: la locura incipiente de la primera
dama, que termina en el manicomio tras la muerte de su nieto; la
ambición de su primero marido, cuyo único hijo le despoja de todos sus
bienes; y el alcoholismo del segundo, un contrabandista perezoso, con el
que tiene dos hijos.
Los temas de sus novelas son siempre extremos: ambientes sórdidos,
personajes deleznables lacrados por el vicio o entregados a sus pasiones
más viles. Su intención es descubrir lo más abyecto de la sociedad, sin
esconder nada; no como fin en sí mismo, sino para que sea corregido. Germinal quizá es una de sus mejores novelas, junto a La Taberna y Nana.
En ella, relata con maestría la existencia miserable en un poblado
minero en el Norte de Francia, en el que varias generaciones malviven
sin poder escapar a su destino: hombres y mujeres analfabetos,
resignados a trabajar diez horas al día, a seiscientos metros de
profundidad, con salarios despreciables, desde los diez años hasta el
día de su muerte, casi siempre prematura. La escena se repite
inexorablemente en cada generación: un hijo en la escombrera a los
quince años, un matrimonio no deseado y una familia numerosa para criar
hijos que aseguren la fuerza de trabajo en la explotación carbonera,
mientras el hombre se emborracha en la taberna y la mujer sufre el
azote. Un cántico lamentoso de gran belleza sobre la explotación humana
que sirvió para crearle adeptos incondicionales y enemigos poderosos e
irreconciliables.
En España, la influencia de Zola fue escasa; solo Emilia Pardo Bazán,
Galdós y Blasco Ibáñez lo ensayaron, aunque con limitaciones. Los
escritores realistas no terminaron de asimilar el determinismo
materialista, ni entendieron cómo aplicar el método científico a la
producción de una novela. Su gran valedora fue la escritora gallega, a
la que sus enemigos calificaron de sectaria naturalista. En 1882,
escribió una serie de artículos en La Época, —recogidos más tarde en un libro publicado bajo el título La cuestión palpitante—, en los que analizaba la naturaleza del mensaje de Zola, señalando “el abismo que media entre mis ideas filosóficas y religiosas y las suyas”.
Pero de nada le sirvió, ya que las duras críticas siguieron acosándola,
aunque quizá más por defender los derechos de la mujer que por
practicar un determinismo moderado como el que se aprecia en sus dos
grandes obras: La Tribuna (1882) y Los pazos de Ulloa (1886).
Si algo caracterizó la vida de Zola fue la controversia. Admirado por
unos y odiado por otros, su obra y sus opiniones fueron objeto de
enconados debates. Fue un hombre valiente para defender la verdad. En el caso Dreyfus
—un juicio que había polarizado la sociedad francesa en dos bandos
opuestos—, se posicionó en defensa de Alfred Dreyfus, un militar de
origen judío-alsaciano que había sido acusado injustamente de espionaje
(fue absuelto en 1906). En 1898, escribió en el periódico L’Aurore un artículo bajo el título Yo acuso,
en el que, con argumentos contundentes, denuncia el antisemitismo de un
núcleo influyente de la sociedad francesa alentado por una prensa
sumisa a los intereses del poder.
Por ello, Zola fue acusado de difamación y condenado a un año de
cárcel, amén de pagar una cuantiosa multa. Pero antes de conocer la
sentencia, se exilió a Londres y solo pudo volver al año siguiente,
cuando se demostró su inocencia. La muerte le sorprendió en la bañera el
29 de septiembre de 1902. Aparentemente, se había asfixiado por un
escape de la chimenea, pero muchos creyeron que había sido asesinado.
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Realismo literario
¿Qué es el realismo literario?
El
realismo literario es un movimiento del siglo XIX que se propuso
representar y analizar la realidad de manera objetiva y crítica, en
oposición al idealismo romántico.
Los escritores realistas se
detenían a observar las contradicciones surgidas en su contexto y
deseaban mostrar la realidad en ciernes. Por ello, rechazaban el
idealismo del movimiento romántico, considerado evasivo y egocéntrico.
La
novela fue la expresión más difundida y más popular del realismo
literario. Sin embargo, también se expresó en el cuento, el teatro y la
poesía. En todas sus manifestaciones, reivindicaba el lenguaje directo y
la realidad concreta como tema.
El origen del realismo literario
puede situarse hacia mediados del siglo XIX en Francia. Desde allí se
extendió a otros países de Europa occidental y América. Entre ellos,
Inglaterra, Rusia, España, Portugal, Alemania y Estados Unidos, entre
otros.
El programa del realismo literario penetró también las
artes plásticas. Sin embargo, la pintura realista no tuvo la misma
receptividad que la literatura, que influyó en otras corrientes como el
naturalismo y se mantuvo vigente por varias décadas.
Características del realismo literario
El
realismo literario se caracterizó por su compromiso social, la
representación de la realidad tal como era percibida, el afán de
objetividad y la claridad del discurso. Todo esto se despliega en los
siguientes puntos.
Compromiso moral, político y humanitario
Preocupado
por los problemas sociales, el realismo literario se caracteriza por un
declarado compromiso moral, político y/o humanitario. Piensa en el
escritor como alguien con la responsabilidad de denunciar las
contradicciones sociales y las injusticias.
Representación de la realidad
La
realidad concreta es vista como materia de creación, sin excluir los
elementos desagradables. Los escritores prefieren aquellos aspectos
evadidos frecuentemente en el arte romántico, tales como los problemas y
contradicciones sociales.
Para el realismo, todo elemento de la
realidad es digno de representación. No se oculta nada solo porque pueda
parecer desagradable, pobre, feo, escandaloso o inmoral. Esto no quiere
decir que el realismo sea grotesco o vulgar. Por el contrario, la
objetividad en la descripción favorece el cuidado de la forma del
discurso.
Cientificismo y objetividad
La investigación
científica fue parte de los recursos que utilizaban los escritores para
garantizar la objetividad. Ningún detalle podía quedar sujeto a la
especulación. Un ejemplo es Flaubert, quien para narrar con detalle la
muerte de Madame Bovary, se documentó en la literatura médica de la
época.
Verosimilitud
El cientificismo y la objetividad
narrativa están atadas a la búsqueda de verosimilitud. Ni la fantasía ni
la elucubración tienen cabida en el realismo. La realidad descrita debe
ser creíble, percibida como una posibilidad real para el lector, ya sea
porque se identifique en ella, ya sea porque le obliga a reconocer la
realidad social silenciada en el orden establecido.
Predominio del narrador omnisciente
La
literatura realista prefiere el narrador omnisciente. Esto se debe a
dos factores. Por un lado, el narrador omnisciente sabe más que los
personajes y esto permite abundar en detalles o enfoques. Por otro lado,
como el narrador omnisciente no participa en la acción, favorece la
sensación de objetividad, sea que se limite a narrar los hechos o que
los sancione.
Linealidad narrativa
La estructura narrativa
del realismo suele ser lineal. Significa que la línea temporal del
relato acostumbra ser cronológica, sin saltos temporales. Esto no impide
que puedan ser presentados al lector antecedentes, recuerdos o
pensamientos del pasado que expliquen una determinada acción.
Lenguaje claro, objetivo y directo
Los
escritores del realismo optan por el uso del lenguaje directo.
Prefieren describir las cosas de manera clara y objetiva, aun cuando
puedan abundar en detalles explicativos y descripciones pormenorizadas.
Se prescinde de la ambigüedad discursiva y se exponen claramente las
cosas tal como son entendidas por el autor.
Personajes comunes
El
realismo fija su atención en los personajes comunes. Suele preferir los
personajes de la clase media y burguesa o de los sectores populares.
Los personajes nobles dejan de ser centrales o reciben un tratamiento
diferente. Los personajes mitológicos o legendarios, tan presentes en la
literatura del pasado, son retirados del realismo.
Temas del realismo
Los
realistas se ocupan de representar la realidad social. Sin embargo, el
tema que concentrará la mayor atención será la burguesía. Son presentes
asuntos como las transformaciones sociales, la pobreza y la exclusión;
las tensiones entre la aristocracia y la burguesía; la ambición y el
ascenso social; la crisis de las instituciones sociales –como el
matrimonio (adulterio y divorcio)–; el rol social de la mujer; etc.
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Autores más importantes del realismo literario
- Henry Bayle "Stendhal" (Francia, 1783- 1842). Obras más conocidas: Rojo y negro; Amancia; La cartuja de Parma.
- Honoré de Balzac (Francia, 1799-1875). Obras más conocidas: Eugenia Grandet; La piel de zapa; Papá Goriot.
- Gustave Flaubert (Francia, 1821-1880). Obras más conocidas: Madame Bovary; La educación sentimental; La tentación de San Antonio.
- Charles Dickens (Inglaterra, 1812-1870). Obras más conocidas: Oliver Twist; Cuento de navidad; David Copperfield.
- Mark Twain (Estados Unidos, 1835-1910). Obras más conocidas: Las aventuras de Tom Sawyer; Las aventuras de Huckleberry Finn; El príncipe y el mendigo.
- Fiodor Dostoyevski (Rusia, 1821-1881). Obras más conocidas: Crimen y castigo; Los hermanos Karamazov; El idiota.
- León Tolstoi (Rusia, 1828-1910). Obras más conocidas: Guerra y paz; Ana Karenina; La muerte de Iván Ilich.
- Antón Pavlovich Chejov (Rusia, 1860-1904). Obras más conocidas: El jardín de los cerezos; Tres hermanas; La gaviota.
- Benitó Pérez Galdós (España, 1843-1920). Obras más conocidas: Doña Perfecta, Misericordia, Fortunata y Jacinta.
- Eça de Queirós (Portugal, 1845-1900). Obras más conocidas: El crimen del padre Amaro; El primo Basilio; Los Maia.
- Theodor Fontane (Alemania, 1819-1898). Obras más conocidas: Effi Briest; Errores y extravíos; Irreversible.
- Alberto Blest Gana (Chile, 1830-1920). Obras más conocidas: Martín Rivas, El loco estero y Durante la Reconquista.
- Emilio Rabasa (México, 1856-1930). Obras más conocidas: La bola, El cuarto poder y La gran ciencia.
Obras más importantes del realismo literario
Rojo y negro,
de Stendhal: es la historia de Julien Sorel, un joven hijo de un
humilde carpintero que destaca por sus habilidades intelectuales. En
medio de la transición entre el Antiguo Régimen y la revolución, la
historia muestra a un Sorel ansioso por ascender socialmente.
Eugenia Grandet,
de Honorè Balzac: Eugenia Grandet es hija de un rijo inversionista. Su
corazón pertenece a su primo Charles, pero dos familias de alcurnia se
disputan la mano de la joven. Eugenia se rebela contra el dictamen
social.
Madame Bovary, de Gustave
Flaubert: Madame Bovary, de posición económica modesta, es una
infatigable lectora. Deseosa de una vida cosmopolita y apasionada, como
los personajes librescos, se casa con el médico Charles Bovary. Pronto,
descubre que está condenada al mundo doméstico.
Oliver Twist;
de Charles Dickens: Oliver Twist es un niño huérfano que se enfrenta a
un mundo hostil. Oliver escapa a la ciudad de Londres, y allí conoce el
submundo del hampa. El joven demostrará sus inconmovibles valores
éticos.
Crimen y castigo, de
Dostoyevski: Rodión Ramanovich Raskolnikov es un joven estudiante,
perteneciente a una familia con escasos recursos. Para evitar que su
hermana se case por dinero para ayudar, Rodión decide asesinar y robar a
una vieja rica y despiadada. Pero todo se complica.
Guerra y paz,
de León Tolstoi: la novela inicia en el contexto de la invasión
napoleónica a Rusia. Se trata de una novela de dimensiones monumentales,
en la que se registran las experiencias de varias familias nobles rusas
a lo largo de medio siglo.
El jardín de los cerezos,
de Antón Chejov: es una pieza de teatro que retrata a una familia
aristocrática rusa arruinada. Deberán decidir entre rematar su hacienda o
convertirla en un centro vacacional, lo que implica destruir el jardín
de los cerezos, símbolo de la tradición familiar.
Doña Perfecta,
de Benito Pérez Galdós: Doña Perfecta es viuda y madre de Rosario,
decide casarla con su sobrino Pepe. Entre los jóvenes nace un natural
afecto, pero Pepe, ingeniero citadino, choca con la intolerante Doña
Perfecta y el cura del pueblo, vigilante de sus propios intereses.
El crimen del padre Amaro,
de Eça de Queirós: Amaro es un joven sacerdote encomendado a una
parroquia tradicional portuguesa. Amparado en el clericalismo de la
aristocracia local, se entrega a sus pasiones y corrompe a Amelia, una
joven devota e ilusa, arrastrada al sufrimiento.
Las aventuras de Tom Sawyer,
de Mark Twain: el joven huérfano Tom Sawyer vive en un pueblo de
Misisipi a cargo de su tía Polly. Tom choca con el orden establecido de
los adultos. La experiencias que vive junto a su amigo Huckleberry Finn,
lo llevarán a convertirse en un adulto.
Historia del realismo literario
El
contexto histórico del realismo se sitúa a mediados del siglo XIX. Se
caracterizó por una acelerada transformación como consecuencia del
triunfo de la revolución industrial, la aparición del proletariado, la
división de la burguesía, el desarrollo de la prensa y la concurrencia
de nuevas teorías sociales e ideologías (nacionalismo, liberalismo,
socialismo, positivismo, marxismo, etc.).
La aparición de la
prensa en el siglo XIX, favorecida por la alfabetización de la sociedad,
le dio a la novela realista amplia difusión. Divulgada inicialmente por
capítulos, la novela realista encontró buena acogida, pues trataba los
temas que preocupaban a los lectores (mayormente burgueses) y al
periodismo.
Los primeros autores del realismo en formarse una
reputación sólida fueron los franceses Henri Beyle –mejor conocido como
Stendhal–, Honorè Balzac y Gustave Flaubert. La rápida
internacionalización de la información que posibilitaba la prensa,
favoreció la influencia de estos autores en el resto de Europa y en
América.
Con el tiempo, el espíritu crítico del realismo puso en
duda la objetividad del movimiento. Esto dio lugar a una nueva corriente
llamada naturalismo. El naturalismo no significó el fin del realismo, sino que ambas corrientes convivieron.
La
diferencia programática estaría en que le naturalismo se propondría
retratar y mostrar la realidad circundante sin hacer juicio moral o
ético sobre ella. Algunos de sus grandes exponentes fueron Émile Zola y
Guy de Maupassant.
Fecha de actualización: 06/10/2020.
Cómo citar: "Realismo literario". En:
Significados.com. Disponible en:
https://www.significados.com/realismo-literario/ Consultado:
26 de noviembre de 2020, 10:29