La poesía de Sánchez Rosillo busca crear un ambiente, ese ambiente de
silencio amigo, en el que luego surge la evocación. Eso hace que los
poemas mayores aparezcan acompañados a menudo de otros cuya única
finalidad parece ser contribuir a crear ese ambiente. En el debe cabría
anotar también una cierta monotonía de tono (que para otros será una
virtud, así que es un debe relativo) y el riesgo de la frase de
calendario zaragozano que siempre acecha a los poetas que buscan el
aforismo (y Sánchez Rosillo lo hace sólo en contadas ocasiones). Estos
dos riesgos, con todo, los evita Rosillo la mayoría de las veces.
Caídas, por lo demás, necesarias en cualquier poeta de camino a esos
poemas mayores. Antes del nombre es un libro imprescindible entre los suyos y tiene poemas de esos en abundancia. Uno de ellos es “Como el viento en la noche”:
Siendo tan sólo lo que soy, un hombre,
y no el viento nocturno,
y estando aquí, tan para siempre lejos,
acudo -no sé cómo- ciertas noches de luna,
igual que el viento, buen hermano suyo,
hasta donde se alza la vieja acacia aquella,
es decir, a mi infancia. Y allí sigue,
esbelta, misteriosa y solitaria,
en abandono triste, irremediable,
perdida en el inmenso silencio de los campos
junto al deshabitado caserón.
Me acerco a ella en la noche como si fuera el viento,
la miro desde arriba y me enredo en sus ramas,
la hago sonar,
divago por su copa, y luego me remanso
al lado de los pájaros que duermen.
Puedo ver cómo fluye entre sus hojas
la delicada luz que desde el cielo cae:
agua de luna pura,
agua de estrellas de la madrugada.
Aquí me tienes, vieja amiga, no es
el viento el que ha venido,
soy yo Eloy, aquel de entonces,
que ahora vuelve, ya con el pelo blanco,
a darte compañía;
alrededor de ti giro muy lentamente,
y seguiré contigo, para que no estés sola,
hasta que empiece a despuntar el alba.