Comenzamos la circular con buenas noticias, como nos agrada poder empezarlas, dando la enhorabuena a nuestra socia Eugenia Sánchez, por su nombramiento de Presidenta y a nuestro socio Joaquín Martín Quirosa, por el de Vicepresidente, en AUCA. Les deseamos toda clase de aciertos. Una revista como mucha historia pero que tenía que renovarse después de 56 números:
https://www.cervantesvirtual.com/obra/auca-revista-literaria-y-artistica-2/POESIA PALMERIANA
lunes, 27 de noviembre de 2023
sábado, 25 de noviembre de 2023
Guillermo Díaz-Plaja. La ventana de papel
Hace unos días, hurgando en una librería de viejo, encontré un librito que llamó mi atención. Su título, La ventana de papel, ya sugería que el contenido algo tenía que ver con las letras. Pero el nombre de su autor trajo a mi memoria aquel libro de texto que utilizábamos en el bachillerato —allá por los años cincuenta del siglo pasado— para estudiar la asignatura de literatura. Guardo de él un recuerdo inolvidable: además de herramienta fundamental para el aprendizaje de la materia, despertó en mí una viva curiosidad hacia la lectura, que se convirtió en afición grata y duradera, viva todavía hoy, sumido ya en los años postreros.
Guillermo Díaz-Plaja (1909-1984) nació en Manresa y murió en Barcelona, a los 75 años. Era hijo de militar, lo que le llevó a residir en diferentes ciudades españolas, hasta que en 1924 terminó el bachillerato en Gerona. Estudió Filosofía y Letras en Barcelona y se doctoró en Madrid (1931), con una tesis sobre la creación del lenguaje en el siglo XVI. Fue ensayista, poeta, crítico literario e historiador de la literatura española. Escribió en castellano y catalán sobre multitud de temas y dedicó buena parte de su vida a la labor pedagógica.
En 1932, fue profesor adjunto de Ángel Valbuena Prat en la Universidad de Barcelona y organizó el primer curso universitario sobre cine; en 1934, le nombraron director de arte dramático del conservatorio del Liceu; en 1935, catedrático del Instituto Jaime Balmes de Barcelona. Entonces, con apenas veintiséis años, ganó el Premio Nacional de Literatura con Introducción al estudio del romanticismo español.
El premio confirmaba su plena instalación en la vida cultural del país, con un pie puesto en el mundo académico y otro en la comunidad literaria, en un momento en que el vanguardismo se había sacudido los códigos estéticos de la etapa anterior y el surrealismo proponía desde el arte un “modelo revolucionario” que pretendía turbar el orden existente y sacudir la moral conservadora de la burguesía española.
Aquellos diez años previos al inicio de la Guerra Civil fueron para él de una intensa actividad creativa, en un contexto cultural vigoroso e independiente por el florecimiento de periódicos, revistas y editoriales que permitían la difusión de las últimas tendencias vanguardistas y las innovaciones sociales que el país pedía para recuperar el retraso secular que le separaba de Europa. En ese escenario, Díaz-Plaja destacó pronto como hábil ensayista. Con un estilo ágil y una prosa modernista, su carrera mediática fue fulgurante y llegó a ser considerado como uno de los valores más prometedores de la Ilustración catalana de la época.
En 1933, a bordo del “Ciudad de Cádiz”, participó en un crucero universitario por el Mediterráneo, promovido por Manuel García Morente, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid y discípulo predilecto de Ortega, con el objetivo de hermanar a estudiantes y profesores de las universidades españolas y plantear nuevas propuestas educativas. Participaron 190 personas, entre catedráticos, profesores y alumnos que posteriormente llegarían a ocupar lugares relevantes en la vida cultural española.
En Memoria de una generación destruida (1966), Díaz-Plaja reconocería la importancia capital que esta experiencia tuvo en su vida profesional. Su formación humanística le invitaba a poner en contacto diversas formas de cultura, así como las lenguas de diferentes países. En numerosas ocasiones —Historia General de las Literaturas Hispánicas, por ejemplo—, estableció los nexos entre autores, géneros y movimientos de las literaturas catalana y castellana, basándose en una aproximación comparativa, no muy frecuente en aquella época.
Su voluntad era unir y no separar. Él, que tenía una amplia red de amistades en la Península Ibérica, se impuso la tarea de establecer puentes de diálogo entre los intelectuales catalanes y castellanos, a través de encuentros, contactos y charlas. Su propia producción literaria basculaba entre esos mismos espacios. Tan pronto estudiaba los personajes señeros de la historia de España, como los hechos más notables de su Cataluña natal. Y escribía bien en su lengua materna —el catalán—, bien en castellano. Todo ello, permite situarle en el grupo de intelectuales catalanes bilingües insignes como Jaime Balmes, Pere Gimferrer, Carme Riera, Víctor Balaguer, Miguel Batllorí, Joan Maragall, Eugenio d’Ors, Josep Ferrater Moira y Jaume Vicens Vives.
Cuando estalló la Guerra, se mantuvo leal a la República y prestó sus servicios al gobierno legítimo en una batería de costa, aunque dedicado a tareas de carácter cultural. Hasta que, al finalizar la contienda, Díaz-Plaja tuvo que escoger entre silencio o exilio: se inclinó por el primero; creyó que era el camino menos malo para encauzar su vocación erudita. No debió ser una decisión fácil, tal y como recoge el historiador José Carlos Mainer en su libro La filología en el purgatorio:
“Un deber se me dibujó enérgicamente en el corazón. Quedarse. Quedarse, ¿para qué? ¿Para denostar a los que perdían? No hubiera sido piadoso. ¿Para exaltar a los que ganaban? No era necesario, ni hubiera sido elegante. Quedarse sencillamente para proseguir, para continuar (…). Tal designio alcanza a toda una generación que se inmoló a sí misma en su función de «puente». A esa misión no podían «renunciar quienes se educaron, liberalmente, en amplitud de criterio y en multiplicidad de elementos formativos, lo que implica que fuimos «quemados» antes y estamos condenados, acaso, a ser triturados después por los fanatismos que vengan ( …). Un panorama de conciencia abnegada que completa la certidumbre moral aportada por la admirable continuidad de una tradición: «No estuvimos solos sino en los primeros instantes. Cada día aprendíamos el nombre de un regresado ilustre: Azorín, Baroja, Menéndez Pidal, Marañón, Ortega. ¡Ya teníamos compañeros de camino! ¿Qué camino? El de ellos, es decir, el de todos. El del quehacer cotidiano para llenar los vacíos dejados por el exilio”.
El caso es que enseguida vuelve a la primera fila. En 1939, inicia su producción de postguerra con la publicación en 1939 de La ventana de papel (Ensayos sobre el fenómeno literario) —que ahora tenemos en nuestras manos—, un libro que responde a la concepción de ensayo con intención conciliadora, pero en el que se aprecia la angustia que le produce la adaptación al nuevo régimen: “El escritor que, en días aciagos, no tiene otro consuelo que el libro, el libro propio («los libros más queridos, los que se leen más, si no con la retina con el pensamiento, son los propios (…). Por eso, lo único que compensa la Obra es escribirla”.
El libro es una miscelánea de juicios literarios y opiniones sobre sus autores preferidos: dice que Flaubert es acaso el único que ofrece unidas la descripción y la narración, conservando los mejores y más exquisitos cuidados para la primera y el sentido más exacto para la segunda; hace un encendido elegio del Modernismo como un movimiento general de renovación estética y no una mera subversión del orden de versificar; sobre Gabriel Miró, destaca la supremacía del descriptor sobre el narrador, del estilista sobre el animador de tipos humanos; también elogia el esperpentismo de Valle-Inclán; califica a Pío Baroja como novelista de torrentera, de arroyo revuelto pero vertiginoso, la antípoda del escritor moroso; realiza un análisis agudísimo de la actitud espiritual de Erasmo; revela la faceta poética del libertador José Martí; y alaba el vanguardismo de Jean Cocteau y su variada creación artística.
El capítulo más largo lleva por título “El escritor y su obra” y es, al mismo tiempo, el más revelador. A través de treinta versículos de corta extensión, Díaz-Plaja nos descubre su sensibilidad ante la génesis del ensayo: “Todo ensayo es una autoetopeya (…). Es preciso, primero que todo, sentirse problemático y distinto. Es imposible buscar al ensayista entre los espíritus uniformados por educación o vocación (…). Todo ensayista es, en este sentido, un hereje de la unidad. Se sabe diverso y necesita el autoconocimiento de su yo”. Y lanza una alerta: “No nos fiemos de los eruditos. Fingen una modestia que no sienten. Todo lo contrario: les posee un orgullo satánico, porque piensan siempre en el terreno de los hechos comprobados”.
En cuanto a la Gramática, dice que “es una ciencia natural, igual que la Botánica. Intenta estudiar y clasificar unos ejemplares que previamente se han producido sin saber los porqués, por encima del hecho mismo de su existencia. Los hechos nuevos obligan al gramático a rectificar sus cuadros clasificatorios, en virtud de su propia vitalidad (…). Por tanto, el gramático no puede dividir el lenguaje según una norma rígida que excluya las formas vivas inadaptadas, sino que debe dirigir sus esfuerzos al lenguaje como ente vivo, para arrancarle sus “constantes” científicamente” (…). Con ello queda patente la necesidad de explicar el lenguaje antes que al Gramática”.
El último capítulo “Lección de primero de octubre” recoge lo que solía decir a sus alumnos el primer día de clase: “La literatura es inútil. Cuiden, sin embargo, de no olvidar la utilidad de lo inútil y piensen que solamente por la cantidad de cosas inútiles que se conocen se calibra el grado de una civilización. Y lo que se llama “progreso” no consiste sino en la sucesiva adquisición de una serie infinita de hábitos superfluos. Apoyad bien los trampolines —¡oh, eruditos”—. Pero después —¡oh, poetas!—, saltad”.
El libro podía parecer inocuo y ser interpretado como un brindis de buena voluntad para una avenencia de modales. Pero algunas afirmaciones eran demasiado atrevidas para los tiempos que corrían: citar a Maragall en catalán, o confirmar la fuerte personalidad de una «España orfeónica» frente a una “España individualista” era una osadía. Y defender la existencia de varias realidades lingüísticas y culturales en la Península y añadir que “hay literaturas catalana, gallega, vasca, además de la de Castilla”, tuvo que parecer un sacrilegio, en aquel clima de fervor patriótico sometido al lema sacrosanto: ¡Una, Grande y Libre!
En un artículo publicado en la Vanguardia el 20 de mayo de 2009, Jordi Amat escribía lo siguiente con motivo del centenario de su nacimiento:
“Mientras publicaba sus primeros poemas y asistía a la edificación de la nueva sociedad literaria, creyó que, con el régimen, además del Instituto del Teatro y la cátedra universitaria, dirigiría un Instituto de Estudios Mediterráneos desde el que difundiría su permanente utopía: el hispanismo concebido como pluralidad transhistórica en el que todas las voces suman. Pero no fue lo que soñó ni logró la cátedra, abortando la posibilidad de crear escuela. En una España que decía refundarse en principios de pureza imperial, su audaz El espíritu del Barroco (1940) no fue bien leído: la interpretación sobre la matriz judaica del barroco era una heterodoxia excesiva”.
En 1941, publica Tiempo fugitivo en el que aparenta un regreso al orden —junto a una implícita defensa del ensayo como forma de la libertad espiritual y la reconstrucción de la cultura—, con una loa a Primer libro de amor, de Dionisio Ridruejo; un aplauso a Giménez Caballero que acaba de obtener el Premio Internacional del Fascismo por su libro Roma Madre; una referencia a Eugenio Montes, otro mosquetero del fascismo intelectual, autor de El viajero y su sombra; y un vítor a Luys Santa Marina, que ha publicado una biografía sobre Cisneros.
Mucho se ha hablado de la claudicación de Díaz-Plaja ante el triunfo del franquismo, pero, ¿había otras opciones? Merece la pena leer lo que escribió el autor en 1972, cuando publicó El intelectual y su libertad:
“¿Por qué —me pregunto una y otra vez— la entrega a la defensa de los valores de la cultura se considera como sospechosa de escapismo o evasión? La cultura fue, desde el siglo XVII, sinónimo de ánimo libre, de rechazo de la esclavitud. Los pueblos —decían los filántropos de esta época— son tanto más felices cuanto más cultivados; cuanto más lejos se encuentran de la ignorancia y del fanatismo. Hoy se exige, se nos exige, además, una militancia política; una explícita formulación de dogmas sociales y económicos. Pero al hacer esta declaración, ¿no abjuramos de una parte de nuestra libertad para someternos a la férrea batuta del dirigente político?”
Está claro que hay un Díaz-Plaja anterior y posterior a la guerra civil. Su posibilismo sufrió enormes desengaños y desaires; no pudo evitar “ir tejiendo cierta dosis de amargura” y asentando la convicción de formar parte de una “generación destruida” pero afortunadamente nunca perdió su habilidad para conversar, para conciliar, para limar asperezas, su humor y su ironía, así como la sutileza y asertividad para ejercer una eficaz pedagogía al explicar a los forasteros “la realidad cultural, lingüística e histórica de Cataluña”.
Un siglo después de su muerte, la figura de Guillermo Díaz-Plaja ha sido engullida por el tiempo. Nunca gozó del favor de los gerifaltes de entonces y una parte de la sociedad catalana lo tildaba de “colaboracionista”. A pesar de la extensión y variedad de su obra —escribió más de doscientos títulos, entre libros de divulgación, didáctica, poemarios, ensayos y antologías—, de su notable aporte a la difusión y enseñanza de la lengua y literatura española y de la amplia nómina de premios obtenidos y cargos ocupados a lo largo de su vida, su recuerdo tan solo pervive en la memoria de los que estudiamos el bachiller en la posguerra y descubrimos la literatura a través de sus magníficos libros de texto. Triste final para quien fue un intelectual comprometido con el ideal de acercar la educación a todos los españoles y perseguir la confluencia de dos culturas que, si entones estaban afrontadas, hoy padecen un conflicto arduo y de difícil solución.
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EL CASO DÍAZ-PLAJA
La estela de Guillermo Díaz-Plaja, un siglo después de su nacimiento, se difumina en el mar de la cultura española. Su recuerdo pervive en la memoria de los bachilleres de posguerra que descubrieron la literatura en sus espléndidos libros de texto y en la de sus alumnos del Instituto Balmes, que en algún caso –un Molas, un Castellet– fecundaron su vocación respirando el talante abierto de sus clases. Pero lo cierto es que su obra, que tanto influyó en la fijación del pasado, parece haberla engullido el paso del tiempo. ¿Qué ha ocurrido? La respuesta se intuye en Querido amigo, estimado maestro, selección de las cartas que recibió y que publican las instituciones que custodian su legado –la Universitat de Barcelona y la Reial Acadèmia de Bones Lletres– en edición de Ana Díaz-Plaja y un equipo formado en la Unidad de Estudios Biográficos. Delimitación a contraluz de su trayectoria, el epistolario es radiografía oblicua de la vida intelectual en España durante el tramo central del siglo XX.
Un punto de arranque para comprender su caso podría ser 1935. Aquel año, mientras ejercía de ayudante en la universidad, ganó la plaza de catedrático de instituto; de inmediato, el maestro de filólogos Ramón Menéndez Pidal le puso unas líneas de felicitación. Tras haber publicado sus primeros manuales, ganó el premio Nacional por Introducción al estudio del romanticismo español. Su colega José Manuel Blecua, después de leer el libro laureado y el notable El arte de quedarse solo, le preguntaría “si no podrías tú estar incluido en la ‘generación del movimiento Góngora’ (así bautizó a la generación de Guillén”. Su estilo de ensayista estaba fijado: una mirada culta y sintética a la búsqueda del detalle revelador para fijar una corriente espiritual o un movimiento estético. En poco tiempo se hizo un nombre en sus dos patrias, la enseñanza y la literatura (la catalana y la española). La tragedia es que ambos mundos, como el país, iban a arder.
Tiempos de oscuridad
Fue leal a la República y combatió como “miliciano de la cultura”, pero no fue un intelectual beligerante porque el compromiso siempre le pareció secundario. Por ello, en tiempos de oscuridad, en la dramática tesitura de escoger entre poder, silencio o exilio, se ligó a la victoria porque era el camino menos malo para proseguir con su vocación y tejer una continuidad colectiva digna hasta donde fuera posible. Mientras publicaba sus primeros poemas y asistía a la edificación de la nueva sociedad literaria (lo contó en directo en Tiempo fugitivo), creyó que con el régimen, además del Instituto del Teatro y la cátedra universitaria, dirigiría un Instituto de Estudios Mediterráneos desde el que difundiría su permanente utopía: el hispanismo concebido como pluralidad transhistórica en el que todas las voces suman. Pero no fue lo que soñó ni logró la cátedra, abortando la posibilidad de crear escuela. En una España que decía refundarse en principios de pureza imperial, su audaz El espíritu del Barroco no fue bien leído: la interpretación sobre la matriz judaica del barroco era una heterodoxia excesiva.
Trabajador infatigable, perseveró volcando su talento en prensa y centenares de libros. En 1949 vio editada la enciclopédica Historia General de las Literaturas Hispánicas que había proyectado. Desde 1950 fue colaborador fijo de La Vanguardia, donde practicó el columnismo concebido como género artístico (en la línea de un Eugenio d’Ors o de un Juan Perucho). En 1951 apareció Modernismo frente a noventa y ocho, su estudio de mayor impacto. A pesar del planteamiento maniqueo, que irritó a Juan Ramón, tuvo la sensibilidad de reivindicar el esteticismo modernista tras años de exclusiva valoración del castellanismo del 98. Pero en aquel momento, cuando Ridruejo y el ministro Ruiz-Giménez gestaban una apertura desde dentro del sistema, Díaz-Plaja quedó desubicado. El formalismo crítico avejentó su estilo y para los jóvenes que marcarían pauta –los del medio siglo– era un hombre del pasado que en presente gozaba de sillón de académico y dirección del Instituto Nacional del Libro.
La dialéctica franquismo / antifranquismo le obligó a forjar en solitario una ruta personal demasiado desconocida. Díaz-Plaja volvió la mirada al ayer concluido en 1936 para redescubrir lo más auténtico de su trayectoria. Con Papers d’identitat escarbó en su infancia gerundense para dar con las claves de su personalidad y en Memoria de una generación destruida mitificó su promoción universitaria de los happy twenties (la de los benjamines del 27, la de sus amigo Masoliver o De Salas). En Vanguardismo y protesta recopiló sus viejos y aún frescos artículos de las revistas del arte nuevo y con Estructura y sentido del novecentismo español reconstruyó los fundamentos del mundo de su primera madurez. Fue su última y mejor lección. El final de una historia de ilusiones, logros y desgarros. Exactamente de la que venimos.
Jordi Amat, La Vanguardia/Culturas, 20 mayo 2009
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ENSAYO SOBRE COMUNICACIÓN CULTURAL
Después de terminar este libro hemos vuelto a una de sus primeras páginas, donde el autor recuerda «haber leído en torno a temas africanos la frase de que la muerte de un anciano equivale al incendio de una biblioteca». Y a Guillermo Díaz-Plaja, que se nos ha ido sin ancianidad, cuando tanto podíamos esperar todavía de la biblioteca andante que era, de la fuente generosa en que convirtió toda su vida, entregada a la compañía y a la enseñanza, a ese ejercicio vitalísimo del diálogo, que tan fielmente aprendió de su maestro Eugenio d’Ors, le recordaremos siempre en su evidente talante vecinal y nutricio, porque se diría que sus incontables viajes estaban hechos para nosotros, como lo estaban sus dilatadas e ininterrumpidas horas de lectura y escritura, que no desperdiciarían uno solo de sus minutos hasta que, manejados desde el talento del profesor, nos llegaban plenos de sencillez y entendimiento.
Por eso este libro, entre tantos, tantísimos suyos, viene a ser un retrato de quien lo ha escrito y el espejo o la memoria de una conducta. Pluralidad en los temas, rigor y claridad en su exposición, oportunidad en las observaciones, totalidad y unidad en esas travesías por las que jamás se pierde el viajero. Y vida y obra, y seguimiento de lo literario, y acogida de lo humano, «que en nada le es ajeno», para llegar a un final que contacta y se corresponde con el principio. Si ya conocemos otros libros del autor que pueden parecerse al que hoy comentamos en su desarrollo y claridad, estos Ensayos sobre comunicación cultural nos sorprenden por esa plenitud con la que – o en la que – ha vivido la España de nuestro siglo, como muy bien subraya en el prólogo del libro el profesor André Labertit, de la Universidad de Estrasburgo, que apadrinó a Guillermo Díaz-Plaja cuando se le recibió como doctor «honoris causa» en la Facultad de Ciencias Humanas de dicha Universidad. Pero añadiremos nosotros, como bien se puede deducir de la lectura de este libro, que nuestros límites naturales e históricos no estrechan al autor, sino que su «¡Eya velar, eya velar!» – él nos lo dice – le ha hecho estar en vigilia permanente para tratar de comprender el mundo en que estamos, y hemos estado, comprendidos.
De la variedad de estas páginas, señaladas todas ellas con una evidente preocupación de actualidad, se desprende ese propósito, siempre en marcha, de que su pensamiento no se deje nada en las orillas del camino elegido, así como sobresale su vocación de claridad. No va con él el célebre «oscurezcámoslo» d’orsiano, por más que la broma del dicho no sea más que una ocurrencia del maestro, de quien Díaz-Plaja ha aprendido muchas precisiones y claridades. El castellano ha tenido dos incomparables cultivadores en estos dos catalanes de excepción. Y, estudiada suficientemente – y no tan suficientemente – la tarean pontificial de don Eugenio en el concierto de estas dos lenguas y de estas dos culturas – que son una tantas veces – queda ahora por tratar «in extenso» esa labor de acercamiento y comprensión en la obra y en la vida del autor de estos Ensayos.
El libro está titulado con certeza, y desde él tenemos ya una señal de la actitud cultural y – ¿por qué no? – divulgadora de Guillermo Díaz-Plaja. Esa Comunicación ha sido norma en los trabajos del profesor. Actual siempre en sus investigaciones, ante las nuevas relaciones entre los hombres, la gran palanca que mueve hoy el mundo y que son los medios de comunicación, la anunciación de los contactos interplanetarios y las posibilidades de «contemplación desde la Tierra», hacen escribir a Díaz-Plaja: «Al tomar conciencia de este suceso llego a la conclusión de que nuestra generación – precisamente la nuestra – ha sido llamada por el destino a constituirse en testigo de esta transformación tremenda de nuestra perceptibilidad». Esta vocación de percibir es lo que manda en el ánimo del ensayista y lo que le acercará simpáticamente a cualquier lector de hoy. Porque para Díaz-Plaja la cultura es algo que abraza y hasta «hiere blandamente» a los pueblos. «¡Oh, cauterio suave!». «Lo que corrige o ataja eficazmente algún mal». Y el mal de la lejanía entre los hombres sólo se puede atajar a través de la cultura… Esto lo sabía bien el autor de este libro, y en todos sus capítulos le busca las vueltas a esta tercería casi sagrada, que puede ser, desde ahora, inteligentemente entendida, lazo y libertad a un tiempo.
En el capítulo titulado «Retórica y poética» se enaltece esa aportación de lo culto en el propio campo de la creación literaria – no olvidemos que el discurso de ingreso de Díaz-Plaja en la Real Academia trató de esa vertiente culturalista en la poesía actual – y habla aquí atinadamente de que esa aparente «destrucción atolondrada» de las reglas no es otra cosa que el relevo de unas reglas por otras de muy sabios contenidos… El apartado «Europa como comunicación cultural» se abre un poco más adelante hacia la «pluralidad cultural hispánica», a la comunicación cultural hispano-americana, a «la orilla de África» o a «la recepción de China en las culturas hispánicas». Dentro de nuestros límites son muy interesantes los ensayos sobre «Dos intentos de intercomunicación cultural española: catalanes y andaluces» «que se cierran con ese texto conmovido por José María Pemán, que pudo hablar de la aportación catalana a la cultura contemporánea llamándola «un vaso de agua clara». Y, aunque de interés no menor es el que se ampara bajo el epígrafe «Culturas enterizas y fronterizas de España», donde el planteamiento muy plausible y acertado de los dos apartados es por parte del autor clarificador y original, tiene cierto defecto maniqueo al apoyarse en las constantes que fija R. Perpiiñá para diferenciar unos pueblos de otros. Según este ilustre economista catalán, al distinguir las características que separan a los pueblos continentales – epirocracias – de los pueblos marítimos – talasocracias – resulta que en su «esquema de contraste» casi todas las cualidades de aquéllos son negativas, mientras las de los pueblos marítimos están llenas de virtudes incontestables. Cuando, con serena lucidez, Díaz-Plaja habla de «enterizos y fronterizos» alcanza a fijar lo que llama «tentación del Este», como resumen de sus estudios, y le sirven Don Quijote y el Cid para llegar a muy personales conclusiones.
En esos personajes, reales o de ficción, que ponen en juego lo aristocrático y lo popular, o lo señorial y lo bucólico, partiendo esta literatura de un deseo o incorporación de lo culto a las costumbres del pueblo, Díaz-Plaja escribe páginas fundadas y atrayente sobre Quevedo, Lope, Moratín o Bernardino de Rebolledo, «un clásico español en Escandinavia», que publicó libros «con su noble castellano» en Amberes, Colonia y Copenhague, y que se sintió seducido por un mundo norteño y remoto, que le hace pensar a nuestro ensayista, y poeta también, en los felices y mágicos versos de Góngora cuando para referirse a los azores dice genialmente:
los raudos torbellinos de Noruega».
No se puede resumir en comentario tan breve un libro riquísimo en temas y pródigo en intuiciones, donde Díaz-Plaja se nos presenta como un incitador de la literatura, como un paladín de la cultura para todos. Este moto es hoy una exigencia que nos impone su reciente memoria.
José García Nieto, ABC, 27 de octubre de 1984.
domingo, 19 de noviembre de 2023
Carlos Sillero García, presenta su novela. "Memoria de un escritor en la ciudad de los muertos". 20-11-2023. Sede Universidad
Interviene: Julio Calvet Botella. Coordina Alejandra de Oyagüe.
20-11-2023, a las 19:45 horas en Sede Univeridad C/. Ramón y Cajal, 4
Conferencia "Azorín 150 años" Miguel Anguel Lozano Marco. Sede Univerdad C/ San Fernando,40
Azorín 150 años de su nacimiento. 1873-2023
(El caballero Azorín de La Mancha/ Palmeral 2023)
VideosPalmeral-Alicante
miércoles, 15 de noviembre de 2023
Manual de Nuevos formatos y narrativas para el periodismo y la no ficción
Autores: Susana Herrera Damas y José Lusi Rojas Torrijo.
Tiran Humanidades
La llegada de internet ha multiplicado el número de posibilidades narrativas y expresivas con las que cuentan hoy los periodistas para tratar de representar la complejidad del mundo en el que vivimos. Aunque muchas de estas narrativas son ciertamente dinámicas, comienza a detectarse también cierta consolidación de algunas de ellas para las que contamos ya con cierta perspectiva, algo que nos permite ofrecer un conocimiento sistematizado. Este manual, por primera vez en una obra académica, define y aclara cuáles son los nuevos formatos y narrativas digitales emergentes, así como sus aportaciones más innovadoras en el ámbito del periodismo y la no ficción.
A lo largo de catorce capítulos y con la participación de casi una treintena de investigadores procedentes de universidades españolas que cuentan con una amplia experiencia en sus respectivas áreas de especialización, se analizan las principales aplicaciones y usos de nuevos formatos y narrativas para un periodismo más visual, explicativo, atractivo, constructivo e interactivo. Desde un punto de vista práctico, se proponen, además, buenas prácticas tomando como base ejemplos de medios de referencia de todo el mundo y se aportan recursos con los que seguir aprendiendo.
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Un gran maestro del periodismo y de la narrativa "corta y lenta" fue Azorín,
martes, 14 de noviembre de 2023
La adquisición de la Casa de Medrano en Argamasilla de Alba por el Infante Don Sebastián Gabriel de Borbón
La adquisición de la Casa de Medrano en Argamasilla por el Infante Don Sebastián
Juan José Sánchez Ondal | Martes, 7 de Septiembre del 2021
El año 1862 fue un año cervantino con diversos acontecimientos en honor del ingenioso autor del Ingenioso hidalgo, al tiempo que el germen de unos estudios de revisión de la vida y milagros de Cervantes y de lo referente a las tradiciones relativas a la geografía y tipología de su magna obra.
No hacía falta para ello que se cumpliera ningún centenario o cincuentenario. Todos los años se cumplía y se cumple uno más desde su nacimiento o fallecimiento o desde la publicación de su inmortal obra. Y así, según decía “El museo universal[1], al cumplirse, el 23 de ese mes, los 246 años de la muerte de Cervantes, un escritor de Barcelona se dirigía a los alcaldes de Alcalá de Henares, Esquivias, Barajas, Osuna, Salamanca, Valladolid, Sevilla y Argamasilla de Alba, invitándoles a celebrar el aniversario, a la vez que informaba de que “Una magnífica edición de su obra inmortal se está haciendo por el editor Gorchs”.
Parece ser que Argamasilla recogió el guante del escritor catalán (la noticia no daba el nombre de éste) [2] y esta municipalidad, “con objeto de rendir tributo de aprecio a la memoria del gran Cervantes en el aniversario de su fallecimiento, mediante injusta prisión que es fama sufrió en aquella villa”, en sesión extraordinaria, “acordó se celebrase una solemne misa por el eterno descanso del ilustre autor del Quijote , cuyo acto tuvo efecto en la mañana del día 23 con asistencia del ayuntamiento y demás personas notables de la población. También quedó acordado…se celebren todos los años iguales sufragios, a la mira de establecer para lo sucesivo, bajo el carácter de voto de villa, una piadosa costumbre que se transmita de padres a hijos.”
Al mes siguiente, se consumaba lo que venía gestándose desde hacía tiempo y, al parecer, desde distintos puntos, o a iniciativa de varias personas.
Así como cuando surge un personaje, real o de ficción, que adquiere notoriedad y, no digamos gloria, y no están claros sus orígenes, diversas localidades se disputan su cuna, (Argamasilla de Alba, Miguel Esteban, Villaverde, Tirteafuera, Quintanar de la Orden, Argamasilla de Calatrava, Esquivias, Villanueva de los Infantes o Mota del Cuervo, al menos, se han disputado la de D. Quijote) cuando sucede un acontecimiento digno de celebración, una feliz idea, un descubrimiento o un invento, sucede otro tanto con su autoría. Este caso no iba a ser una excepción y a distintas personas se les atribuye, ya sea la idea de haber dado con la cueva en la que Cervantes escribió el sublime libro; ya de quién fue la de adquirir la casa de Medrano; ya la de imprimir en ella el Quijote; ya la de haber dado con el posible personaje real que inspiró a Cervantes el protagonista de su novela, ya cuál fuera éste o su escudero.
Respecto del primer tema, por entonces, un extranjero apellidado Droaph escribía al doctor Jebussemh, de Wurtzbourg, informándole de que la gloria de haber averiguado cuál fue la casa que ocupó en Argamasilla Cervantes, se debía al redactor de “La Correspondencia”, don José María del Campo. Éste lo desmentía diciendo que lo único que hizo fue publicar una carta excitando a la prensa a abrir una suscripción nacional para comprar, restaurar y embellecer la casa indicada, y que cesó en sus gestiones al saber que el Gobernador civil de Ciudad Real, Sr. Cisneros, trataba de hacer, por cuenta de aquella provincia, la adquisición.[3]
Según el magnífico trabajo de José Manuel Lucía Megías, “Silencios en la biografía cervantina: dos silencios y un epílogo argamasillesco”[4], parece que fue el ilustrado teniente coronel Vicente de los Ríos, en su biografía de Cervantes que encabeza la edición del Quijote de la RAE, en 1780, el primero que identifica la cárcel de Argamasilla como el lugar donde Cervantes engendró su libro, al que seguiría Juan Antonio Pellicer en su biografía cervantina en 1797-98.
Del acto de la compra de la casa de Medrano por el infante don Sebastián Gabriel de Borbón y Braganza, en la que está la cueva, hemos hallado cumplida información fidedigna, ya que procede directamente de dos de los intervinientes: el administrador del infante en Argamasilla y adquirente de ella, en representación de S. A., don Manuel Añover, en carta dirigida a los periódicos,[5] y el Jefe de la Sección de Fomento de la Provincia, D. José de Castells y Bassols, que acompañó al Gobernador civil señor Cisneros, desde la salida de Ciudad Real, el 12 de mayo, hasta su retorno el 16 por la tarde, y firmó las escrituras como testigo, que remitió a “La España” una amplísima crónica de todo lo acontecido en aquellos días.[6]
En la carta, de 15 de mayo de 1862, Manuel Añover, desde Argamasilla de Alba[7], escribe que enterado el infante del “sumo deterioro” de la casa que “según la opinión unánime en todos los tiempos ha designado y designa en la misma [Argamasilla] la casa en que vivió y en que escribió la primera parte de su inmortal D. Quijote”, el Infante don Sebastián Gabriel de Borbón y Braganza, Gran Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, “apenas llegado a España, [El perdón le llegó mediante un Real Decreto de 12 de junio de 1859] dio orden a su apoderado en esta provincia para adquirir dicha casa a todo trance, lo cual por especiales circunstancias no pudo desde luego tener efecto. Con posterioridad el Sr. Cisneros[8], actual gobernador de esta provincia de Ciudad Real, tuvo el mismo pensamiento con decidida perseverancia. Supo entonces que mediaba el señor infante, y mostró a su elevada persona la más obsequiosa deferencia. S. A. no quiso, sin embargo, privar al Sr. Cisneros de la honra que debiera resultarle por su intervención personal en este acto patriótico, ni privar al acto mismo del género de solemnidad y autenticidad que le presta la intervención de la autoridad superior de la provincia, y explicó su deseo de que la escritura de venta y adquisición de la casa se otorgue en cabeza del espresado gobernador de la provincia, cediendo éste después en la persona de S. A.” Las gestiones de compra por el Gobernador debían estar conclusas desde primeros de año, pues el “apoderamiento” del infante a su administrador para la compra, está expedido en Madrid en 9 de enero.
Acordado el precio de la compraventa, 38.000 reales, según la prensa; 38.798, según las escrituras [de las que nos da cumplida noticia Pilar Serrano de Menchén,[9]] se firmaron las correspondientes escrituras. Primero la de venta de los diversos propietarios del edificio al gobernador Sr. Cisneros y, seguidamente, la de éste a S. A. el infante, representado por su administrador en Argamasilla don Manuel Añover. No habiendo escribano en Argamilla y habiendo de valerse del de Tomelloso, se desplazaron los otorgantes a los confines de los dos pueblos, concretamente al el sitio denominado “La Vereda”, en término de Tomelloso, “en la entrada del pueblo”, donde formalizaron ambas transmisiones en el mismo precio indicado. Después, para dar mayor solemnidad al acto, visitaron la cueva de Montesinos, respecto de cuya visita “la comitiva que se desplazó no pudo conseguir del todo su objeto, porque careciendo de hachas de viento, [Mecha que se hace de esparto y alquitrán para que resista el viento sin apagarse] hubo que encender hogueras y el humo de éstas sofocaba en tales términos a los curiosos, que tuvieron que abandonarla con precipitación….A la salida de la cueva se leyeron por los señores Ramos, consejero provincial y Cisneros, gobernador, los pasages en que habla Cervantes de la citada cueva.”[10]
Continuaba la carta del señor Añover, diciendo que tenía orden del infante de proceder a la reparación y decoración del edificio sin alterar para nada su primitiva forma. “El busto de Cervantes se colocará en la habitación en que residió y en que se supone escribió: se pondrán las inscripciones correspondientes en el interior y exterior de la casa, y en todo se dará al edificio el posible carácter monumental, como consagrado a recordar y honrar perpetuamente la histórica e imperecedera memoria del ilustre manco de Lepanto.”
Con el estilo, la precisión y el detalle de un diario de viaje, el jefe provincial de fomento, D. José de Castells y Bassols, tras aportar interesantes antecedentes del viaje, desde Ciudad Real, el día 24 de mayo, cuenta la excursión desde su salida de la estación de ferrocarril de esa ciudad, el día 12 de octubre a las 11,25 de la mañana, integrando el séquito del gobernador Sr. Cisneros, pasando por Miguelturra, Almagro, Daimiel y Manzanares, hasta su llegada a la de Argamasilla a las cuatro y cuarto; su recibimiento, traslado a la población y agasajo, incluida lectura de poesía del juez de paz, don Balbino Giménez, que no podía asistir por hallarse enfermo.
Previamente informaba de las largas gestiones llevadas a cabo: “En el mes de octubre… de 1860 visitó por vez primera la prisión de Cervantes el ilustrado señor gobernador don Enrique de Cisneros… volvió de nuevo en octubre de 1861, llevando consigo al arquitecto provincial, afin de que tasase la casa e hiciese los planos y presupuestos… Tiempo hacia que el Sermo. señor infante don Sebastián de Borbón y de Braganza, … trataba de adquirir para su patria el tesoro de Argamasilla. Muchas veces acarició este pensamiento en extranjero suelo, y al besar la arena de las playas españolas resolvió consagrar sus esfuerzos al logro de esa idea, dando al efecto las oportunas instrucciones á don Manuel Añover su administrador en el referido pueblo. Súpolo el señor gobernador, y… ofreció, a S. A. R. el concurso de sus medios de acción… S.A. aceptó la indicación con júbilo; confió al señor Cisneros la compra de la casa, y le enteró de todo lo que se proponía hacer en Argamasilla para convertir la prisión de Cervantes en un monumento, sin alterar su planta y forma.” Allanados los obstáculos que ofrecía la adquisición, pues siendo propiedad la casa de unas quince personas, y habiendo entre los propietarios cuatro o cinco menores de edad, fue necesario instruir ante el juzgado del parido los indispensables expedientes, se llegó a acuerdo y partió la comitiva para la formalización de la compra.
Después del examen de la titulación de la casa, y de la redacción de las escrituras en la mañana del día 13, se dedicaron a dar un paseo por el pueblo y admirar el solar de la casa llamada Pacheca, donde habitó don Alonso de Quesada, y “dónde supuso Cervantes el donoso y grande escrutinio, que el cura y el barbero hicieron en la librería del ingenioso hidalgo” y, en la iglesia, “hizo el señor Cisneros un notabilísimo descubrimiento del cual no me considero autorizado para hablar todavía.”
¿A qué notabilísimo descubrimiento se refería el señor Castells? Como pondremos de manifiesto más ampliamente en otro momento, sin duda, al cuadro visto en la iglesia parroquial con los retratos de don Rodrigo Pacheco y su sobrina y a la inscripción que contiene, de donde se ha conjeturado que el retratado fue el modelo en que se inspiró Cervantes para su personaje protagonista.
Pero, volvamos a la narración del jefe de Fomento, que, encuentra en Tomelloso tipos que le traen a la memoria ya sea al ingenioso hidalgo, (el Guarda Cabila) ya a su escudero: “Otro labriego transeúnte, pequeño y regordete, con los codos apoyados en la albarda de su burro.”
El día 14, continúa el narrador, “tratóse ya del formal otorgamiento de las escrituras. Careciendo de escribano la población, fue necesario trasladarse, al término del Tomelloso, dónde solo podía actuar el notario de este pueblo, don Tomás Alejo Solís. Una legua dista Argamasilla del punto divisorio de su término y el del Tomelloso, elegido para realizar la tan deseada adquisición. A él nos dirijimos, en carruajes unos, y a caballo otros, siendo recibidos por el ayuntamiento de la villa citada. Nos apeamos. Se procedió al otorgamiento. ¡Qué instante tan solemne! ¡Qué cuadro tan interesante, y tan digno de que un fotógrafo lo hubiera copiado! En el centro figuraban el señor gobernador, el escribano actuario, el administrador de S. A. don Manuel Añover y los vendedores de la prisión de Cervantes. Alrededor todos; nosotros como testigos. En segundo término los labriegos y trajineros, que suspendían su marcha y sus faenas agrícolas, y nos miraban atónitos, sin comprender lo que allí pasaba...Ni faltaba a lo lejos un delicioso recuerdo de nuestro don Quijote en la escuálida y acartonada figura de un guarda, conocido por el mote de Cabila, montado en un Rocinante de pobre estampa y temblón de los cuatro remos. Otro labriego transeúnte, pequeño y regordete, con los codos apoyados en la albarda de su burro, las quijadas sostenidas en las palmas de las manos, la montera echada atrás y la risa en la enorme boca, nos pareció á todos el mismísimo Sancho…. Las campanas de los dos pueblos tocadas a vuelo parecía que se daban con su alegre repiqueteo la mutua enhorabuena del acto que se verificaba a la vista de ambas torres. Firmamos como testigos la escritura,… terminado el acto, nos dirigimos al Tómelloso, pueblo grande y rico, especialmente en viñedo donde fuimos perfectamente recibidos y obsequiados con un refresco, para cuyo servicio se nos presento una elegante bajilla de porcelana, en la cual aparecían estampados los principales pasajes del Quijote. …Por medio de un telegrama, hizo saber el gobernador al serenísimo señor infante don Sebastián que la compra de la casa se había realizado. Aquella misma noche contestó S. A. R. con otro telegrama, al propio tiempo que se dignaba escribir una afectuosa carta al gobernador…”[11] La mañana del 15 emprendieron marcha hacia Ruidera, donde visitaron el castillo de Peñaroya y la capilla dedicada a la Virgen del propio nombre, la laguna del Rey, la fábrica nacional de pólvora donde habían de encontrar hospedaje, y el día 16, después de ver las demás lagunas, llegaron a la Cueva de Montesinos. “El interior, completamente oscuro… iluminado por gran número de hogueras,… Cargada la atmósfera por el denso humo que producían las hogueras, necesario fue abandonar aquel sitio, verdaderamente encantado. Al salir… don Antonio Ramos, … leyó el capítulo XXII…[del Quijote] “Donde se comenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos”,… [y] el señor Cisneros el… capituló siguiente,… Terminada la lectura, dijo el señor gobernador…: «Miguel de Cervantes legó a su patria y al mundo esta obra maestra. Murió pobre hace 246 años. Hemos pagado un tributo de admiración al genio: roguemos ahora por el caballero cristiano” Después de rezar un padre nuestro por el alma del cautivo de Argel exclamó el señor Cisneros ¡Gloria á Cervantes! ¡Viva España! Así terminó, la peregrinación literaria y “el 16 por la tarde nos apeábamos en la estación de Ciudad Real”.
De la adquisición de la casa y de sus propósitos daría cuenta el infante a la Academia española de arqueología y geografía, como presidente, en su sesión del 16 de junio de 1862 y, a propuesta de algunos señores académicos, se acordó que se acuñara “una sencilla medalla conmemorativa del fecundo escritor, y de la protección que en el solemne acto que se propone prestara S. A. R. a las letras españolas.”[12]
Hemos hablado de él, pero ¿quién era este infante, del que no nos informaban los textos del bachillerato? Muy resumidamente diremos que Sebastián Gabriel Borbón y Braganza, nació en Río de Janeiro (Brasil) el 4.XI.1811 donde se habían exilado sus padres el infante español Pedro Carlos de Borbón y Braganza y María Teresa de Braganza, princesa de Beira, y falleció en Pau (Francia), 14.II.1875. Infante de España, gran prior de la Orden de San Juan de Jerusalén en los reinos de Castilla y León. Bisnieto de Carlos III, sobrino nieto de Carlos IV, sobrino de Feranado VII y primo de Isabel II. Aunque prestó juramento de fidelidad a ésta, luego se declaró partidario de don Carlos María Isidro, lo que le supuso la confiscación de sus rentas y el secuestro de los bienes del Gran Priorato. Luchó como capitán general del ejército carlista, mostrándose como un buen estratega; la importante victoria en la batalla de Oriamendi (15 y 16 de marzo de 1837) parece que se debió a la planificación del infante. Tras la capitulación de 1839 paso a Italia donde vivió durante veinte años hasta que regresó a España tras reconocer y prestar juramento de fidelidad a la reina Isabel. El perdón, como hemos indicado, le llegó mediante un Real Decreto fechado el 12 de junio de 1859 en el que se le devolvían honores, dignidades y condecoraciones y los bienes secuestrados. Gran coleccionista de obras de arte y protector de las letras y de la cultura, el destronamiento de Isabel II, en septiembre de 1868, determinó su nuevo y definitivo exilio en la localidad francesa de Pau, desde donde continuó acrecentando su magnífica colección pictórica y practicando la fotografía. Murió el 14 de febrero de 1875, pocos días después de celebrarse la entrada de Alfonso XII en Madrid como rey de España.
[1] “El museo universal: periódico de ciencias, literatura, artes, industria y conocimientos útiles”, 1862 abril 20, p. 1
[2] “La Correspondencia de España : diario universal de noticias”, 1862, abril 25, p. 1,
[3] “La Correspondencia de España: diario universal de noticias”, 1862 junio 1, p. 2.
22 José Manuel Lucía Megías, “Silencios en la biografía cervantina: dos silencios y un epílogo argamasillesco”.“Los trabajos de Cervantes. XIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca,2019.
[5] “La Correspondencia de España: diario universal de noticias”, 1862 mayo 24, p. 2
[6] “La España” 6/6/1862, páginas 3 y 4.
[7] “La Correspondencia de España”, mayo 24, p. 2.
[8] Enrique de Cisneros, fue Gobernador Civil y alcalde corregidor de Ciudad Real en 1862 y 1863, cuyo apellido dio nombre, durante muchos años, a parte de los paseos de ronda, aunque muchos creían que era debido al nombre de nuestro gran cardenal. Pasó al año siguiente a desempeñar el gobierno civil de Alicante
[9] Pilar Serrano de Menchén, “Documentos cervantinos: Propietarios de la Casa de Medrano de Argamasilla de Alba, siglo XIX”, La voz de Tomelloso, martes, 29 de Junio del 2021.
[10] “La Correspondencia de España”, mayo 24, p. 2.
[11] Publicada en La Época (Madrid. 1849). 4/6/1862, n.º 4.415, página 4.
[12] La Correspondencia de España: diario universal de noticias: 1862 junio 17, p. 1.
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(Visita del Infante Sebastián a la Casa-Cueva de Medrano, ¿1862?)
En la Cueva de Medrano se editó un Quijote de lujo
El Infante Sebastián estuvo en Argamasilla de Alba para poner en marcha la maquinaria para la impresión n 1863 de la edición de lujo del Quijote, por el impresor Manuel Rivadeneyra editó el Quijote en 310 ejemplares numerados, en varios tomos. En 2015, el Ayuntamiento de Argamasilla, por suscripción popular, compró un ejemplar, el número 272.
Noticia del Ayuntamiento de Argamasilla de Alba
La obra, denominada “edición mayor” y comentada por el académico Hartzenbusch, forma parte de las obras completas de Cervantes impresas por Rivadeneyra en Madrid y Argamasilla de Alba
Al archivo histórico de Quijotes de Argamasilla de Alba se le ha sumado en la última semana una de las obras más deseadas en los últimos años, por su importancia para la localidad, un ejemplar de la denominada “edición mayor o de lujo” del Quijote editado por Rivadeneyra en 1863 dentro de la Cueva de Medrano de Argamasilla de Alba, con prólogo del dramaturgo y académico de la RAE, el español Juan Eugenio Hartzenbusch, que se encuentra incluida dentro de una edición de las obras completas de Cervantes.
Según indicaba el alcalde, Pedro Ángel Jiménez, durante su presentación en rueda de prensa a los medios, en la que estuvo acompañado del concejal de Cultura, José Antonio Navarro: “Esta colección viene a completar una parte de nuestra historia, de la que nos sentimos muy orgullosos”, y continuó diciendo “para Argamasilla de Alba es muy importante haber conseguido un ejemplar de los 310 que se hicieron”, en concreto éste es el 272.
Entre las peculiaridades de esta colección se encuentra que mientras en la mayoría de los volúmenes se indica Madrid como lugar de impresión, en el 3, 4, 5 y 6, que contienen la primera y segunda parte del Quijote, se puede leer: “Argamasilla de Alba, imprenta de don Manuel Rivadeneyra (casa que fue prisión de Cervantes) 1863”.
También destacan entre las curiosidades de esta edición mayor, según indicó el alcalde, su realización bajo suscripción, como se puede leer en la lista de nombres publicada al final del Quijote; y la inclusión de un diario de las aventuras de don Quijote donde empieza diciendo: “Viernes 18 de junio de 1589, sale don Quijote de Argamasilla de Alba antes de que hubiese amanecido…”; siguiendo una serie de acontecimientos fechados y comentados por el propio Hartzenbusch.
Esta es una edición “perdida” y de la que se tuvo los primeros conocimientos a raíz de la recuperación de un artículo de la Gaceta de Madrid, fechado el 13 de mayo de 1863, en la que se relata la visita del infante Sebastián Gabriel de Borbón y Braganza a la villa de Argamasilla de Alba, donde había adquirido recientemente la Casa de Medrano, para la puesta en marcha de las máquinas con las que se imprimió “la edición de lujo” del Quijote.
Fue el anterior alcalde y concejal de Cultura, José Díaz-Pintado, el que dio con esta colección en una librería de Ohio (Estados Unidos) y el que ha facilitado que hoy Argamasilla de Alba pueda contar con una edición estrechamente relacionada con su historia y tradición cervantina.
La nueva adquisición se suma a las dos en poder del consistorio de la denominada “edición menor o económica”, llamada así por su reducido tamaño, compuesta por cuatro tomos, también impresa en la misma fecha y el mismo lugar.
En cuanto a su ubicación, el alcalde señaló que está aún por concretar pues se está buscando el mejor lugar donde se compaginen su conservación y exposición a vecinos y turistas.