(Retrato del rey de España Felipe II en el Escorial)
El director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz, afirmó con convicción que no le inquieta la llamada “invasión” del inglés en el español contemporáneo. Según explicó, el español ha sido, desde sus orígenes, una lengua mestiza [o esponja], forjada a partir del contacto con otros pueblos y culturas. En efecto, a lo largo de la historia, el idioma ha absorbido y asimilado influencias de diversas lenguas, desde el árabe, que dejó una profunda huella durante la ocupación musulmana de la península ibérica, hasta el francés, cuya elegancia y prestigio social marcaron el castellano en los siglos XVII y XVIII.
Esta capacidad de adaptación y mezcla lingüística ha sido una constante en la evolución del español. Por ello, los anglicismos que hoy se incorporan con naturalidad al habla cotidiana pueden entenderse como una manifestación más de esa “mestización” que caracteriza al idioma. La lengua, como reflejo vivo de la sociedad, cambia y se enriquece con el tiempo, y cada generación deja su impronta en la forma de hablar y escribir. Porque las lenguas son seres vivos.
En esta línea, el pintor y escritor Ramón Palmeral coincide con el planteamiento del director de la RAE al considerar que el español, especialmente en América, actúa como una esponja que absorbe anglicismos, galicismos y otros “ismos”. Este fenómeno, explica, no se debe únicamente a las modas lingüísticas, sino que guarda una estrecha relación con el poder político, económico e industrial de los países que imponen su influencia cultural. Así ocurrió en los siglos del Imperio español, cuando el castellano fue lengua de comunicación internacional y de prestigio, la lengua en la que se entendían los pueblos que trataban con Felipe II, en contraste con su padre, el Emperador Carlos V, que hablaba flamenco y alemán.
En consecuencia, el vínculo entre poder e idioma resulta evidente. Si España hubiera sido la nación pionera en la revolución informática, es probable que los términos técnicos del mundo digital hubiesen surgido en castellano. Expresiones como “ratón”, “ventana” o “navegador” serían hoy universales, y quizá, en lugar de los “bytes” y los “bits”, hablaríamos de conceptos acuñados con la creatividad y el carácter propios del español. Sin embargo, el mundo a aprendido a decir "olé como seña de identidas de los español, y menos más que no ha aprendido a decir "cabrón".
En definitiva, tanto Muñoz como Palmeral nos invitan a entender que las lenguas no se empobrecen por el contacto con otras, sino que se transforman y se fortalecen. El español, con su larga tradición de mestizaje lingüístico, continúa evolucionando en función de los cambios culturales, tecnológicos y sociales de cada época. La clave está en asumir esa transformación con naturalidad, sin temor a la pérdida, sino con la conciencia de que cada influencia extranjera deja una huella que, lejos de debilitar, enriquece el patrimonio lingüístico común.
Para hablar con Genghin Khan había que hacerlo en mongol, con Felipe II (*) había que hacerlo en español; para hacerlo con Luis XIV y Napoleón en francés, para hablar con Donald Trump hay que hacerlo en inglés. Porque el ser humano es camaleónico y sabe muy bien arrastrarse hacia el rico, poderoso y famoso.
*) Felipe II contrajo matrimonio con su prima inglesa María Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón -hija de los Reyes Católicos-, y no tuvieron hijos.
Ramón Palmeral
Alicante, 14-10-2025