POESIA PALMERIANA

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miércoles, 22 de septiembre de 2021

El Océano Pacífico fue durante varios siglos un “mar español”

 

El Océano Pacífico fue durante varios siglos un “mar español” según explica David Manzano en «El imperio español en Oceanía»

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La historiografía española ha estudiado con amplitud la presencia de nuestro país en América, se ha ocupado con mucho menor interés por el continente africano, aunque más con Marruecos que con Guinea o África Occidental, muy poco por Filipinas y el Extremo Oriente en general y prácticamente nada por Oceanía y el Océano Pacífico pese a que fue durante varios siglos, según afirma David Manzano en su libro «El Océano español en Oceanía» (Almuzara), un “mar español”.


Libros El Imperio espau00f1ol en Oceanu00eda


El autor subraya que la excentricidad de Filipinas con relación al epicentro territorial del imperio le convirtió en una extensión de las colonias americanas e incluso en una especie de “subcolonia” de la Nueva España (México). Su única conexión con la metrópoli fue, hasta la independencia del país azteca, el galeón de Manila que cubría la ruta de Acapulco a Manila (y con Carlos III también la Real Compañía de Filipinas) por lo que el Mar del Sur sería navegado exclusivamente por buques españoles durante casi tres siglos. “El régimen español se perpetúa en el archipiélago gracias a la flexibilidad de su sistema político y la acción de los religiosos… (puesto que) ante el escaso número de españoles en las provincias alejadas de Manila la monarquía otorgó cierta libertad a los líderes nativos para que acogiesen su régimen y se apoyó en los religiosos para consolidar su poder”. Había, de todos modos, una enorme indefinición en los límites de esa colonia, por lo que distingue entre islas “españolas” (aquellas teóricamente colonizadas por España, pero con zonas insumisas) y otras fronterizas (las situadas en la órbita hispana pero cuya lejanía y falta de control era imposible fijar sus límites).


Pues bien, si esto pasaba en Filipinas, epicentro del poder español en Extremo Oriente, qué no ocurriría en los archipiélagos considerados españoles en Oceanía. En principio, España estuvo interesada en Joló y Borneo (a esta última acabó renunciando), por su cercanía a Filipinas, mientras que las islas de Oceanía parecían algo muy lejano y carente de interés de tal modo que durante cuatro siglos padecieron de una extraordinaria indefinición en sus límites y de una acusada ignorancia de las islas que los componían (hecho que repercutió en una cartografía deficiente y llena de errores) La presencia española fue en algunos casos meramente testimonial y en la mayoría, tardía, ocasional o simbólica, el dominio real de la población nativa muy precario, la influencia religiosa y lingüística mínima (y además en el siglo XIX hubo de enfrentarse a misioneros protestantes y metodistas), la conexión no ya con la metrópoli, sino con Filipinas, esporádica y las inversiones de la administración mínimas por estimarse que carecían de interés económico, lo que lleva al autor a definir la relación de estos archipiélagos con España como caracterizada por “el olvido y la marginación”. No es extraño por tanto que hasta el siglo XIX el imaginario colectivo peninsular identificase Filipinas como sinónimo de la Oceanía hispánica.


El conjunto que adquirió más temprana presencia española fue el de la isla Marianas o de los Ladrones, que se inició a partir de 1668 en Guam después de tres guerras con los nativos chamorros, pero su verdadera colonización se produce en el siglo XIX cuando “se crea un correo ordinario Manila-Guam, se avanza en la hispanización de la población con la creación de diccionarios español-chamorro o se intenta introducir la vacuna en 1873 para reducir la mortandad”.


Carolinas debió esperar a 1885 (recordemos que ese año el Congreso de Berlín estableció, por encima de cualquier derecho histórico, la obligatoriedad de ocupación efectiva de los territorios) cuando se envía al crucero Velasco y se crea el Gobierno político militar de Carolinas y Palaos en Yap. Para entonces, las potencias europeas ya se estaban interesando en el Mar del Sur y esta decisión española provocó las reticencias de Alemania, lo que dio lugar a un conflicto entre los dos países que fue resuelto por el arbitraje papal (protocolo de Roma de 1885) que reconocía la españolidad de Carolinas y adjudicaba las Marshall -en las que España no había puesto los pies- a Berlín. “A finales de 1886 España había logrado consolidar su gobierno en las Carolinas, pero bajo unos esquemas de poder deficiente al no dominar la vida social de la colonia”, aunque “la función de los religiosos será vital”. En todo caso, se dividió en dos regiones, las Carolinas occidentales con capital en Yap y las Orientales en Ponapé.


Y, en fin, Palaos tuvo que esperar la llegada en 1891 de cuatro religiosos enviados desde Yap para colonizar estas islas.


Como puede verse, la presencia real de España en Oceanía fue muy tardía y el resultado no de un interés cierto, sino como mera herramienta de prestigio. La “verdadera preocupación de la corona en la Micronesia fue perpetuar nominalmente su dominio ante el sistema internacional como arma de prestigio ante las potencias”. Este propósito hizo posible la organización en 1887 en Madrid de una exitosa exposición general de Filipinas con presencia de las colonias del Pacífico.


El estallido de la guerra con Estados Unidos en 1898 y la subsiguiente firma del tratado de París, que supuso la renuncia a Cuba, ya entrega a la potencia vencedora de Puerto Rico, Filipinas y Guam, previo pago de veinte millones de dólares, cambió la situación de las demás islas de la Micronesia. Se trasladó entonces la capital de Marianas a Saipán pero, pese la favorable resolución de la guerra contra los insurrectos de Ponapé, “la gran distancia con la metrópoli, el aislamiento de las islas y el escaso valor que poseían para la geopolítica hispana… conduciría a España a vender las islas a Alemania” en 1899 por 15 millones de pesetas (las perdería con su derrota en 1918). De este modo acabó un imperio pluricontinental que, al menos por estos pagos, tuvo más de simbólico que de real, como acredita este excelente y documentadísimo ensayo de David Manzano.


Hoy, aquellos desperdigados archipiélagos pertenecen a Estados Unidos (Guam), los Estados Federados de Micronesia y la República de Palaos.