GUÍA NECESARIA
Aunque te lo puedes saltar si te apetece entrar a matar directamente en el texto. La cuestión es que en enero, después de Reyes, del año 1989, Alicia Piedelobo Fernández heredó un cortijo en las Presillas Bajas en término municipal de Níjar (Almería) estaba separada de un imbécil, y sin hijos, y trabaja en las oficinas de la editorial “L” de Travesera de Gracia en el centro de Barcelona, concretamente como administrativa, pidió el finiquito y se fue vivir al cortijo herado, en un barriada que tenía 4 casas, que muy bien podrían tener 20 casas y 10 vecinos, donde no había teléfono, ni televisión, ni agua dulce ni servicio policiales ni sanitarios ni servicio religiosos, es decir, una paz absoluta. Quería alejarse de Barcelona y de los catalanes tanto constitucionales como independentistas, aunque era Alicia era socialista de todo al vida como corresponde a una buena obrera proletaria instruida en El Capital de Max.
A sus treinta y cauto años había tomado una decisión radical de huida hacia adelante, no para pensar, escribir una novela, o meditar sobre la esencia del yo, sino para vivir y disfrutar de la brutal naturaleza del Cabo de Gata, una región que fue volcánica hacía unos ocho millones de años. Su idea era la de instalar un pequeño invernadero de subsistencia, y un corral de gallinas y conejos, y eso sin no le faltarían como mujer liberado, de unas plantas de cannabis sativa para su consumo personal como medio de evasión y odio.
Este era el planteamiento de su existencia vivir sin nadie que le mandara, refugiada en una zona de brutal belleza, pasando de los convencionalismo, porque ahora que había heredado un cortijo y unas tierras se lo podía permitir, y no era su intención trabajar más para tener más sino para vivir, en la teoría de la eremita en la mística laica de subsistente. Es decir, cambió un trabajo de administrativa con hipoteca en una editorial por el sector primario rural.
Ramón Palmeral
Almería
Autor Ramón Fernández Palmeral
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lanca Tuki Tepano | Rapanui
He Rau Oho
(Parehe)
A au i poreko ai irunga ite henua rito mata ete natura i haere ai i tua ote haka rori pua`a.
He poki a au ote mata haere kira kinei ki mao te ao ta`a toa i nohoa ai.
Ina ooku aka, a au he pungaehu karu e hoa ena ete tumu tiare e tooku heuna he tokerau e tari nei i a au.
A au e ngaroa ena he tangata ote nga nuna`a hae haere ena ina kai anga etah henua mo raua.
Te matou kuhane ko mahai ite opata e ite ati ote henua e anga mai ena ete natura.
Te matou a`amu ote nga nuna`a ena e haere ena a rua ko te pua ko ngaroa e ko haka piri a kite haere
anga ote pua´a.
O ira a au ko hoki haka au ana e koro va ana te haka titika iroto ite rauho ote mahina i emu ai.
I Te roa roa ote hauoho he kona mo kimi mo vananga no e au kite nu´u hanga e au.
(Huri kite reo rapa nui e Blanca Tuki Tepano)
Los
poetas Miguel Hernández y Cesar Vallejo tienen coincidencias personales
como que eran de origen humilde, católicos; se hicieron comunistas, los
dos viajaron a la URSS; fueron poetas y reporteros de guerra,
estuvieron en la cárcel, coincidieron en II Congreso de Valencia y
murieron jóvenes. Respecto a su poesía convergen en los temas, como
vamos a estudiar seguidamente, pero no tuvieron influencias específicas
ni concretas de acuerdo con los estudios actuales... Sigue en el Enlace:
ENLACE a la revista Wall Stree International Magazine:
https://wsimag.com/es/cultura/64381-miguel-hernandez-y-cesar-vallejo-en-la-guerra-civil-espanola
https://wsimag.com/es/cultura/64381-miguel-hernandez-y-cesar-vallejo-en-la-guerra-civil-espanola
Artóculo publicado en el Magazin Wall Sreet InternationaL, 20 de diciembre de 2020, por Ramón Fernández Palmeral
ENLACE:
https://wsimag.com/es/cultura/64381-miguel-hernandez-y-cesar-vallejo-en-la-guerra-civil-espanola
La tradición minera de Rodalquilar, se remonta en la historia, y comienza con la extracción y tratamiento del alumbre (alunita), un fijador de los colores para los tejidos, que tuvo gran importancia durante la Edad Media.
En el Playazo se instaló una fábrica y un poblado minero a principios del siglo XVI, recién terminada la Reconquista. Los ataques de los piratas berberiscos eran continuos, y en uno de ellos fue raptado todo el antiguo pueblo de Los Alumbres. Para su protección se construyó el soberbio castillo renacentista de la Torre de los Alumbres, junto al camino de El Playazo, que milagrosamente se mantiene en pie y que, curiosamente, aparece en el spaghetti-western “La muerte tenía un precio”, de Sergio Leone.
En 1.764 la defensa del valle fue asumida por la cercana batería de San Ramón, una de las nueve fortalezas costeras que Carlos III mandó construir desde Almería hasta Málaga.
El descubrimiento del oro en Rodalquilar está ligado al agotamiento de los filones de plomo argentífero que se venían explotando en la zona desde principios del siglo XIX, teniendo su auge entre 1870-1875.
En 1883 se descubre oro en la mina “Las Niñas”, situada en el barranco del Lobo a menos de un kilómetro del pueblo de Rodalquilar. El problema para su extracción era que el oro estaba diseminado en el cuarzo y requería de una tecnología para su extracción con la que no se contaba en Rodalquilar. La solución fue enviar el cuarzo por barco al puerto de Mazarrón con destino a la fundición Santa Elisa. Allí se fundía con la galena obteniéndose unos lingotes de plomo aurífero, que eran enviados a Amberes, donde se separaba el plomo y el oro.
En 1915 se descubre oro en la mina “María Josefa”. La importancia de este descubrimiento radica en que el oro, además de presentarse diseminado en el cuarzo de los filones, también aparece en estado libre, posibilitando su extracción a pie de mina. Este será el inicio de una carrera en busca del beneficio del oro de Rodalquilar por parte de mineros locales, nacionales, europeos e incluso parte del gobierno de España.
El sueño dorado de Rodalquilar terminó en el año 1966.
El pueblo, de apenas 200 habitantes, superó el millar de vecinos durante la época de mayor esplendor de la planta Denver, la mayor planta de cianuración de Europa occidental por aquél entonces, en manos de la empresa nacional Adaro, cuando el día a día de Rodalquilar giraba en torno a la extracción del oro y contaba con servicios nada frecuentes para la época como cine, economato o club social.
La Junta de Andalucía adquirio el poblado minero y su posterior rehabilitación y adaptación funcional de las antiguas edificaciones mineras, se ha transf
Por fin ven la luz los textos privados e inéditos que el gallego escribió durante 40 años. 'Diario anónimo' muestra su proceso creativo, su dolor ante la pérdida de un hijo y su implicación polí
Durante nueve años, la intimidad de José Ángel Valente (Orense, 1929-Ginebra, 2000) estuvo guardada en un cajón. Sus notas personales, ideas de poemas, aforismos y lamentos privados escritos en dos cuadernos, uno negro y otro amarillo, entre 1959 y la fecha de su muerte, habían sido custodiados con celo por su compañera, Coral Gutiérrez. En 2009, todos estos textos pasaron a manos del catedrático de Historia de la Literatura Española Andrés Sánchez Robayna, quien desde entonces se ha encargado de darles forma y que ahora Galaxia Gutenberg publica bajo el título Diario anónimo. Quedan así expuestas por fin ante el lector las tripas de Valente: un poeta que no creía en Dios, pero que se esforzó por entender la parte física de la mística de Santa Teresa y San Juan de la Cruz; un escritor que se llevó a la tumba la etiqueta de intelectual, difícil y filosófico, pero que, como afirma la poeta Marta Agudo, estudiosa de su obra, no dudó en acoger a marxistas en su casa de Ginebra en pleno franquismo.
"Estas notas nos muestran el taller del autor. Es el revés de la trama. Las costuras. Y son muy interesantes tanto para el lector de poesía como para el que no lo es, puesto que se convierten en una vía de entrada para conocer al poeta", afirma a este periódico el doctor en Filosofía Jordi Doce, autor junto a Marta Agudo de Pájaros raíces. En torno a José Ángel Valente (Abada editores, 2010).
Estos aforismos y notas personales están escritos entre 1959 y el año 2000
A pesar de su título elegido, en realidad el libro se acerca más a la idea de "falso diario", un pensamiento muy en consonancia con el propio Valente, quien una vez señaló: "Yo creo que el poeta debe tener una biografía, incluso varias, a condición de que todas estén cuidadosamente falsificadas". Además, como recuerda Sánchez Robayna en el prólogo, la concepción de diario que tenía el poeta "está más cerca de los carnets del escritor que de los diarios confesionales". Por supuesto, persiste siempre esa idea de la otredad en la que tanto insistió: "Para retratarse hay que mirarse a sí mismo. Pero cuando trato de mirar a un presunto mí mismo, siempre veo a otro y, por lo general, no suelo reconocerme", escribió Valente en 1994.
No obstante, este Diario, estructurado en tres ejes, según Sánchez Robayna, expone con claridad las inquietudes del poeta. La primera parte es un recorrido por los gustos literarios del autor de A modo de esperanza. Valente reflexiona sobre la palabra poética y sobre la significación de la poesía "la escritura no es un acto, es un estado", escribió y del poeta en el mundo de hoy. Está muy marcada la idea del silencio y lo que es la noción de realidad y realismo. Valente, en un ejercicio metaliterario, analiza sin parar citas de Dante, John Milton, Kafka, Artaud, Montaigne y otros filósofos.
Según Doce, entre 1959 y 1970 es en "un estupendo poeta político"
Para Doce, en esta época, que abarca entre 1959 y 1970, es cuando Valente se convierte en "un estupendo poeta político". No tanto por sus "poemas protesta" o sociales, más propios de otros poetas generacionales como Gabriel Celaya o Ángel González, sino "porque analiza el lenguaje político. Él es muy crítico con la demagogia y piensa que para que una sociedad piense primero hay que limpiar el lenguaje, hacer una crítica de las ideas" que se vierten. En este Diario anónimo aparecen singulares reflexiones sobre las ideas políticas. Una de ellas, del filósofo Edgar Morin, la recoge, curiosamente, el 15 de mayo de 1965: "La revolución es una lucha por el hombre, no por el sistema".
En la misma línea, Marta Agudo insiste en esta faceta comprometida de José Ángel Valente. La poeta, que ha estudiado de cerca los poemas en prosa de No amanece el cantor, señala que Valente "tiene los poemas de temática social más fuertes", aunque no sean tan explícitos como los de sus colegas de generación. Recuerda especialmente uno que se incluye en el libro El inocente y que tras nombrar a "cuantos creen que existen alturas en el alma y que hay corrientes en el pensamiento, los que son espíritu de la época", Valente acaba con un contundente: "Son unos cerdos".
La implicación política de Valente dio paso después a una profunda reflexión sobre los místicos españoles. Estos pensamientos también están incluidos en este Diario anónimo. No obstante, no hay alusiones religiosas. Valente no era creyente, pero sí le preocupaba todo lo espiritual ligado a la materia, al cuerpo. "Él lo que intenta es recuperar la pulsión erótica de la mística española", apunta Doce. Es el mundo físico, casi agónico de Santa Teresa y San Juan de la Cruz lo que le interesa. Como escribió el 25 de mayo de 1987, "el espíritu es la metáfora de la infinitud de la materia".
Marta Agudo: "El poeta comprometido saldrá a la luz cuando acaben los prejuicios"
El segundo eje de este Diario está marcado por la muerte de su hijo Antonio en junio de 1989 a causa de una sobredosis. Tenía 34 años. Valente le dedicó No amanece el cantor (1992) y varias entradas en esta especie de blog de la era preinternet. Dramática es la frasedel 5 de enero de 1990: "Empieza un nuevo año ¿nuevo? marcado duramente por la pérdida de Antonio".
Esta muerte del hijo, uno de los golpes más duros que sufrió el poeta en su vida, tuvo lugar, además, en un contexto en el que no fue el único padre que se enfrentó a esta tragedia. Como recuerda Jordi Doce, muchos jóvenes nacidos a finales de los sesenta y principios de los setenta tuvieron problemas con las drogas, y aquellos padres de ideas progresistas se sintieron culpables por no haber ejercido la suficiente autoridad hacia sus hijos. "Él había vivido la dictadura y tenía problemas con el concepto de autoridad. Lo que ocurrió con su hijo fue terrible para él", apostilla Doce.
La tercera parte de este libro lleno de intimidades está centrado en su proceso creativo. Son primeras versiones de su poesía, aunque también hay reflexiones sobre su propia existencia. Un regreso a la ontología, a quiénes somos. "La forma más peligrosa del resentimiento es la del que no podrá nunca perdonar a los otros su propia insignificancia", escribió el 14 de marzo de 1996. El último texto fechado es del 25 de abril de 1999, su cumpleaños. En él recuerda a Miguel de Unamuno y el homenaje que le hizo la II República aquel día en 1934. Este es el otro Valente. El comprometido. El que, como dice Marta Agudo, "saldrá a la luz cuando acaben los prejuicios".
se respaldaba tanto en la crítica como en el público. Entre visillos, Retahílas, El cuarto de atrás son algunas de sus obras más importantes. Recibió premios de la talla del Nadal, el Nacional de Literatura, el Nacional de las Letras, o el Anagrama de Ensayo.
Carmen Martín Gaite nació en Salamanca el 8 de diciembre de 1925. Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, donde conoció a Ignacio Aldecoa y a Agustín García Calvo. En esa universidad tuvo además su primer contacto con el teatro participando como actriz en varias obras. Colaboró en varias revistas como Trabajos y Días en Salamanca y Revista Nueva en Madrid.
La Generación de la Posguerra
Se trasladó a esta ciudad en 1950 y se doctoró en la Universidad de Madrid con la tesis Usos amorosos del XVIII en España. Ignacio Aldecoa, cuya obra estudiaría posteriormente, la introdujo en su círculo literario, donde conoció a Josefina Rodríguez, Alfonso Sastre, Juan Benet, Medardo Fraile y Jesús Fernández Santos y Rafael Sánchez Ferlosio, con quien se casó en 1954. De esta manera se incluyó en la que sería conocida como la Generación del 55 o Generación de la Posguerra.
Escribió su primer cuento, Un día de libertad, en 1953, aunque confiesa escribir desde los 8 años.
Comienza su carrera literaria con El balneario obteniendo en 1955 uno de los premios literarios de mayor prestigio en España, el Café Gijón. Tres años después presenta la que sería su obra señera, Entre visillos, al Premio Nadal, ganándolo.
Escribe dos obras de teatro, el monólogo A palo seco en 1957, que fue representado en 1987, y La hermana pequeña en 1959, rescatada en 1998 por el director de teatro Angel García Moreno y estrenada el 19 de enero de 1999 en Madrid. Durante la década de los sesenta continúa cultivando la narrativa, con obras tan importantes como La ataduras (1960) o Ritmo lento (1963), pero es en los setenta cuando vemos la versatilidad de Martín Gaite. Publica sus dos ensayos sobre el proceso contra Macanaz además de su tesis, recopila su poesía en A rachas (1976), y una de sus obras cumbre, la novela Retahílas, sale a la luz en 1974. También a esta década debemos su primera recopilación de relatos, Cuentos completos. Su faceta periodística se caracteriza por su etapa de redactora en los comienzos de Diario 16. Su matrimonio con Rafael Sánchez Ferlosio duró unos años antes de acabar en separación, en los cuales tuvieron 1 hija, Marta, a quien dedicó el cuento La reina de las nieves. Falleció antes que ella.
Su obra es de las más vendidas en España
Entre otros logros, Martín Gaite destaca por haber sido la primera mujer a la que se le concede el Premio Nacional de Literatura con El cuarto de atrás en 1978, y por haber ganado en 1994 el Premio Nacional de las Letras por el conjunto de su obra. Fue una de las personas más, y mejor, premiadas del mundo de la literatura; obtuvo el Príncipe de Asturias en 1988 compartido con el poeta gallego José Ángel Valente [1929-2000], el Premio Acebo de Honor en 1988 como reconocimiento a toda su obra, el Premio Castilla y León de las Letras en 1992, Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes en 1997, Pluma de Plata del Círculo de la Escritura otorgada en junio de 1999 y cuya ceremonia fue retransmitida por videoconferencia a través de Internet, algo sin precedentes, hasta aquel momento, en el mundo literario.
Con su ensayo Usos amorosos de la posguerra española recibió en 1987 el Premio Anagrama de Ensayo y el Libro de Oro de los libreros españoles. Esta obra dispara sus ventas, y desde entonces las obras de Carmen Martín Gaite están siempre entre las más vendidas en España, siendo espectacular su éxito en la Feria del libro de Madrid, donde solía ser su obra de cada temporada la más vendida de la feria. Cultivó también la crítica literaria y la traducción destacando en autores como Gustave Flaubert [1821-1880], Rainer Maria Rilke [1875-1926] y Emily Brönte [1818-1848], colaboró, asimismo, en los guiones de series para Televisión Española Santa Teresa de Jesús (1982) y Celia (1989), serie infantil basada en los famosos cuentos de la escritora madrileña Elena Fortún (1886-1952).
Publica dos enormes éxitos de crítica y público, Lo raro es vivir en 1997 e Irse de casa en 1998, y en 1999 se publica y representa La hermana pequeña y recopila en Cuéntame, con la colaboración de la Emma Martinell Gifre, ensayos y cuentos escritos entre 1953 y 1997. En 2000 se le diagnostica un cáncer que cerca de mes y medio después acabará con su vida el 23 de julio en una clínica de Madrid. Es enterrada en El Boalo, donde residió sus últimos años en la casa familiar y donde están enterrados sus padres y su hija.
Quería escribir una especie post de transición, en el que explicar el adecentamiento general de este blog por la llegada repentina de nuevos lectores. Pero una vez más se han metido por medio otras cosas sobre las que me apetecía escribir. Quizás es que estas entradas son un intento de poner orden en el caos, y al final nunca sé si de aquí sale algo coherente o sólo una sábana en la que mostrar un desorden de objetos extraños, como en el Rastro. A partir de aquí, que cada cual mire, busque y elija (o que pase de largo, si es lo que le sale).
Esta semana me tocaba hacerme la prueba del VIH, y mientras esperaba los resultados aproveché para hacerle unas cuantas preguntas al chico del BCN Check Point. El tema del VIH es hoy en día una cuestión de información: la mayoría de contagios se producen a partir de gente que no sabe o no quiere saber que está infectada, y que tiene el nivel de carga viral por las nubes. Es aquello de lo que hablé en otro post, si realmente queremos estar informados. Lo de la información también tiene que ver con el propio estigma de la enfermedad: es fácil marginar aquello que desconocemos y ante lo que preferimos mantener una visión un tanto primaria y oscura. En esto me incluyo de alguna manera: conozco cuáles son las prácticas de riesgo, pero una de las cosas que no sabía, por ejemplo, es que sin tratamiento el virus actúa de forma silenciosa y sin producir síntomas durante un tiempo medio de ocho años, pasados los cuales el sistema inmunológico de la persona ha quedado destrozado. Por eso es tan importante una detección precoz. Tampoco sabía que con los tratamientos actuales, la carga viral de un portador del VIH es tan baja que es difícil que pueda llegar a infectar a otra persona.
El chico del Check Point hizo un comentario del tipo ‘afortunadamente, las cosas no son como hace treinta años’. Lo que hoy es una cuestión de querer o no estar informado, a principios de los ochenta era una falta absoluta de información. El SIDA surgió de repente como enfermedad mortal y se llevó por delante a un montón de gente que ni pudo prevenirla ni luchar contra ella. Lo curioso es que en España coincidiese con un momento en que ciertas prácticas consideradas de riesgo (el sexo casual sin protección y el consumo de heroína) estaban en pleno apogeo, en esa especie de fiesta colectiva que fue la Movida. Trapiello lo explicaba bien esta semana en una entrevista del Jot Down, y me da cierto miedo hablar de oídas sobre algo así. Por entonces yo era un crío y recuerdo comentarios de los mayores sobre el tema, del tipo ‘Fulano está enganchado’, o que alguien estaba ‘muy malito’. Eso también me recuerda a la manera en que se habla de ciertas muertes que se producen ‘tras larga y penosa enfermedad’, o la costumbre de decir que alguien ha fallecido y no que ha muerto. Pero el caso que tengo más presente es el de la muerte en 1985 de la hija de Carmen Martín Gaite, Marta Sánchez Martín (hija también de Rafael Sánchez Ferlosio, y nieta de Rafael Sánchez Mazas y Liliana Ferlosio). Siempre había pensado que la hija de Carmen Martín Gaite había muerto en un accidente de coche, por eso me sorprendió enterarme de que había muerto de SIDA y enganchada a la heroína. Me resulta curioso el silencio general sobre el tema, así que igual me estoy metiendo en terreno pantanoso (en cualquier caso, la posibilidad de escribir comentarios a este post es algo así como un teléfono de aludidos). Como me dijo mi padre el otro día: está bien que tú quieras desnudarte, pero no sé si tienes derecho a desnudar también a los demás.
Los libros de Carmen Martín Gaite los descubrí cuando tenía dieciséis años, y yo lo sentí así, como un descubrimiento. Con lo que nos impacta de veras se produce algo curioso, porque conecta con algo nuestro que siempre ha estado ahí, y a la vez nos amplía la mirada y nos descubre un montón de cosas nuevas. Creo que de haber leído los libros de Martín Gaite unos años después, no habrían tenido ni la mitad de impacto que tuvieron entonces. Cuando he intentado leer sus novelas otra vez no he conseguido conectar con ellas: me interesa su realidad, pero no aguanto su ficción. Tampoco me gusta la visión idealizada y hagiográfica que la gente tiene de ella, como una especie de vieja-niña con boina y respuestas para todo. Lo más interesante de Carmen Martín Gaite son sus dudas, sus miedos y contradicciones, y cómo esos repliegues aparecen en muchas de las cosas que escribió. Imagino que sus mecanismos de evasión silenciosa y de reinvención de la realidad eran una manera de luchar contra sus propios demonios. Hay un millón de cosas interesantes de Carmen Martín Gaite que recupero una y otra vez, sobre todo la manera en que colocó la literatura en un lugar central, una especie de filtro que marcaba su visión el mundo. Me viene la idea de crecer con la literatura, que es una forma de no crecer nunca porque te mantiene cerca de la emoción con la que un crío se acerca a un libro. Me resulta muy curioso toparme de vez en cuando con referencias a ella de gente que la conoció, menciones del tipo ‘como decía Carmen Martín Gaite’ sobre una frase o comentario ingenioso. Bueno, más allá del ingenio lo que tenía esta mujer era una gran capacidad de jugar con las palabras, por el amor que sentía por ellas, supongo. Hasta en novelas tan irregulares como ‘Lo raro es vivir’, uno encuentra cosas emocionantes, como la manera en que rescata lo que Beatriz le dice a Dante antes del encuentro con Virgilio: ‘te crea confusión tu falso imaginar, y no ves lo que verías libre de ilusiones’.
Mi relación con su hija Marta es distinta, porque de ella no sé casi nada. Sé que estudió filología inglesa, que tradujo varias novelas y que anduvo metida en algunos proyectos editoriales con Diego Lara. Eso y que se contagió de VIH con su pareja a través de la heroína, o que murió a los veintiocho años, en primavera de 1985. Pero por alguna razón me enganché a su historia, y reconozco que me pasa como a Patrick Modiano en sus novelas, cuando intenta reconstruir la vida de una chica muerta treinta años atrás a golpe de paseos por los barrios de París. He buscado en Sant Antoni las traducciones de Kipling que hizo Marta Sánchez Martín, y cuando he ido a Madrid me he pasado por la casa de Doctor Esquerdo que compartieron madre e hija, para ver qué pinta tiene el barrio, el edificio o la Fábrica de Moneda y Timbre que está al lado. Creo que todo esto tiene que ver con dos cosas. Por un lado, contagiarse de Sida por la heroína es estar doblemente estigmatizado, y esa es la narrativa que he digerido desde que era un crío: la marginalidad, la decadencia, la enfermedad y la muerte. Pero para mucha gente de esa generación, las cosas funcionaron de otra manera, y se trataba de una especie de celebración de vida, de pasárselo bien y de salir de casa a las cuatro de la tarde para no volver hasta las seis de la mañana del día siguiente. Lo otro que me interesa es el tema de la libertad, que es algo recurrente en los libros de Carmen Martín Gaite. Si para ella la libertad era algo íntimo que vivir a través de la imaginación y la literatura, para su hija fue una cuestión social y que celebrar en compañía de otros (lo que después se ha llamado ‘los excesos de la época’). Sobre ‘Caperucita en Manhattan’ se me ocurre que quizás Carmen Martín Gaite lo escribió como una manera de comprender lo que le había pasado a su hija, para volver a hablar con ella y decirle también que, a pesar de cómo se habían desarrollado las cosas, se alegraba de no haberle impuesto ninguna restricción ni coartado su libertad. Al final del libro hay una cita de Pico della Mirándola que dice: ‘No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmportal, con el fin de que fueras libre y soberano artífice de ti mismo, de acuerdo con tu designio’. Si se me ocurren tantas cosas que me hubiese gustado preguntarle a la madre, otras tantas le preguntaría a la hija o a las personas que las conocieron.
A las dos les gustaban mucho los cuadernos, y eso es algo que comparto con ellas. Intento llevar uno siempre conmigo para apuntar lo que se me va ocurriendo, pero a veces me despisto y me lo olvido en casa, o el impulso de apuntar lo que sea es más fuerte y lo acabo escribiendo en un folio volandero. Después tengo que volver al cuaderno y pasarlo a limpio, otras veces meto el folio en el cuaderno y así la cosa va creciendo entre el orden y el caos. Hace poco me preguntaba de dónde había sacado eso de los ‘folios volanderos’, así que estuve rebuscando entre los cuadernos editados de Martín Gaite hasta que lo encontré. Estaba en una parte que había escrito unos meses después de la muerte de su hija, El otoño de Poughkeepsie. Decía que no conseguía salir de la habitación de Marta, y que pasaba las horas allí metida rodeada del desorden de sus cosas:
Aparecen planos de ciudades, tarjetas postales, multas de coche, facturas extrañas, papeles con recados, fotos de carnet, posters enrollados y polvorientos, tubos vacíos de medicinas, billetes de metro y de lotería, librillos de papel de fumar, cajitas que contienen objetos descabalados, carretes de hilo con aguja pinchada, collares y pulseras, cartas arrugadas, frasquitos de esmalte ya seco de uñas, lapiceros, dibujos, collages, barras de labios, sacapuntas, borradores de traducción, agendas y cuadernos, papeles y cuadernos, muchos sin empezar o con una hoja escrita, se los traía yo de mis viajes para incitarla al orden, amaba los cuadernos bonitos como nada en el mundo, pero después escribía siempre en folios volanderos. Nunca ordenaba nada, nunca tiraba nada, nunca acababa nada.