POESIA PALMERIANA

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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

sábado, 17 de marzo de 2018

Novela corta inédita de Emilio Victoria. Autorizada su publicación por lo herederos.





“NOVELA CORTA”
















   “NOVELA CORTA”
Inédita y escrita en 2011
              
               Por:

EMILIO VICTORIA MUÑOZ
           (1925-2011)






 


“NOVELA CORTA”
            T.S.H. Martínez era un destacado hombre de negocios, de esos que, con un poco de suerte, habían hecho una fortuna “con el sudor de su frente”, y ha llegado el momento en que ha dejado preparada una obra de bastante importancia. En realidad, él era junto con dos hermanos suyos, uno de los tantos miles de emigrantes gallegos, que, cincuenta años antes, habían partido para establecerse en los Estados Unidos. Su obra que empezó con una pequeña “carnicería”, fue a instalarse en Oklahoma con un enorme complejo de “chacinería” en el que había cuadras, mataderos e incluso toda clase de maquinaria, de la más moderna, para la fabricación de carnes y embutidos de alta calidad… Pero Ted tenía un problema moral: Le inundaba siempre un temor: Se sentía algo mayor y aquél complejo tan enorme y rico acabaría desapareciendo. Él se había rodeado de asesores técnicos, porque un “alto jefe” debe rodearse de colaboradores eficaces, pero… ¿Y después?
            Ya sesentón y cansado, pensaba que su imperio, al no saber en qué manos quedaría, era muy posible que se desmembrara.
            Para explicarle estas ideas, cogió el teléfono y llamó a su sobrino Enrique, que trabajaba como arquitecto en una importante empresa madrileña. Era un hombre llano en sus ideas y en sus palabras y expuso, a Enrique, algo que en su mente fluía hacía tiempo.

—Querido Enrique, yo sé que el tipo de negocio que yo instalé, no es el que más te puede agradar. Yo confío en ti, para que no se pierda este trabajo mío de tantos años. No puedo dejar este montaje en manos de unos intermediarios a los que yo he ido formando para que me ayudaran a dirigir este complejo. Ellos son los que han hecho este imperio, pero pretendo que a mi muerte, que no deseo próxima, quede en unas solas manos, para que pueda dirigirlo y conservarlo. Para ello tú sabes que yo no he tenido hijos, te tengo a ti que eres mi sobrino predilecto, y por parte de mi hermano Javier, tengo una prima tuya, María Gemma. María es una mujer muy independiente, se fue a Europa y no sé por dónde para, y creo que es algo mayor que tú.
            Yo sé que este tipo de negocio a ti no te gusta, que es muy distinto a lo que tú haces, pero serías la cabeza directora, o, dicho de otro modo, el propietario, junto con tu prima, de ese gran imperio. Mis únicos parientes directos.
            Enrique pensó que para él su carrera era  lo más importante y que era lo que le gustaba. Habiéndose hecho un nombre como arquitecto, el ayudar a TED, ya lo había hecho  en otras ocasiones, proyectándose, parte del complejo de la chacinería, de la que se trataba.
            De todos modos, él no se sentía demasiado entusiasmado con aquella idea de dirigir matanzas de animales y fabricar embutidos, pues no era lo suyo, sin embargo, sí estaba dispuesto a ayudar a su tío, el cual en otra época, había sido casi un padre para él.
            —Tú, creo, si no recuerdo mal, que has cumplido ya los treinta y cinco y en realidad, quiero exponerte, crudamente, mi proyecto. Yo creo, que no te he visto, nunca, deseo de contraer matrimonio, aunque naturalmente, habrás tratado a cuantas mujeres hayas querido, pero manteniéndote libre. Lo que yo te

Propongo, es un matrimonio de conveniencia. Te voy a ser más claro: De conveniencia para mí, para que no se rompa, lo que tardé tantos años en construir.
            Quiero que para que se unan las partes de esta herencia, que pienses en un matrimonio con tu prima María, que creo que es mayor que tú. Puede que sea una belleza, puede que sea una bruja. El que no se rompa este gran complejo el día de mañana, depende de este matrimonio.
Enrique trató de protestar:
—Pero yo, tío, como comprenderás, no tengo ningún deseo de casarme. Tengo libertad, tengo una buena renta…
—No te puedo obligar Enrique, pero quiero que lo pienses. Sería  una buena forma de que “Chacinerías Martínez”, siguiera unida muchos años. Yo comprendo que para ti haya sido una sorpresa, pero podíamos pensarlo ¿no crees? A ti qué más te da, si no tienes unos planes preconcebidos. Una esposa, sería para ti un hogar y aunque estuvierais separados, tendríais siempre mi apoyo y la herencia que no es poca.

(Segundo capítulo)

Podías tener en colaboración con ella, la dirección de un capital muy importante…

            Enrique lo pensó. Realmente no tenía novia ni ningún compromiso de esa clase, y por otra parte, el tío podía vivir muchos años y olvidarse de aquella cuestión tan peliaguda.
            Seguiría pensando y realizando sus trabajos de Arquitectura, que eran lo suyo, y en perspectiva, tener la dirección en sus manos, de una empresa de tal categoría, tampoco le disgustaba, pero ¿por qué tendría yo que casarme con María, si ni siquiera nos conocemos?
            Si tú no quieres dar  la cara, le había dicho Ted, te puedes casar por poderes, así la herencia estaría asegurada y el complejo también.
            De todos modos, vamos a dejar un tiempo para pensarlo —dijo Enrique—.
…Quizá tío Ted, vivas más que nosotros…
            Ted siguió hablando, si a ti te resulta molesto este asunto, autorízame para que yo con mis abogados, inicie los trámites de este matrimonio por poderes. Nuestro equipo de asesores, tratará de de localizar a María, explicarle este asunto e iniciar la documentación de esa boda.
Con todos los papeles en orden, algún día se podía realizar esa boda por poderes, que ahora se veía tan lejana…Así quedó la cosa.

(Tercer capítulo)
Transcurrieron varios meses y Enrique, casi había olvidado ya el asunto, cuando recibió una carta con todos los detalles y documentos que habría de tener aquella unión, tan superficial como productiva y que así se había previsto. Tener
una esposa, aunque fuese desconocida, siempre sería mejor, que andar de “Hoteles en hoteles” como hasta ahora y podría ser una solución muy aceptable.
            —Cuando tengas los documentos y papeles, envíamelos y yo cuando pueda los firmaré, aunque, quizá, no tengamos  que usarlos nunca.
Entre tanto Ted puso en marcha a todo su equipo de asesores y abogados, para preparar las documentaciones y al mismo tiempo ordenó que buscaran a la prima María, ya que era una incógnita lo que María opinaba de aquél matrimonio. Como “el dulce” era sumamente apetitoso, pensó, que, seguramente, no tendría ningún reparo.

(Cuarto capítulo)

            Un día Enrique recibió la llamada de su tío Ted:
—Enrique, tranquilo. Ya lo tengo todo resuelto, mi jefe de protocolo te visitará, con los papeles que has de firmar, para que los  leas y lo hagas… No voy a decirte a cuánto asciende mi fortuna, pero te aseguro, que tras pagar impuestos, será muy respetable….

            El abogado de Ted completó su  información y le explicó  lo que había que hacer, en su caso, cuando llegara  el momento en que había que realizarse la  operación, quizá algo delicada y el asunto que mantendría en espera de que se hubiera de legalizar la herencia. Después cuando localizaran a la otra parte, María, después se juntarían los papeles para que el complicado matrimonio se llevara a efecto.
Hasta ahí, había llegado el asunto.

            Enrique se guardó aquellos papeles en su cajón del escritorio, pensando no tener que usarlos nunca. Papeles que le comprometían a largo plazo, pero que para él no representaban ninguna prisa, y su tío gozaba aún de buena salud.
            ¿Cómo sería aquella su futura esposa?
¡Cualquiera sabe! Era algo que por ahora, no le preocupaba. Sí, había  llegado a pensar, si su prima María, era una prima, que él conoció en un viaje, hace mucho tiempo y que le pareció muy antipática… Cuanto antes se alargara la situación, mucho mejor.

(Quinto capítulo)

            Había ido al aeropuerto a entrevistarse con un posible cliente. A la salida, echando una ojeada a su ordenador de pulsera, vio que era bastante tarde. Entonces dio un paso adelante, alargó su mano y gritó…:
    ¡Taxi, taxi!
No bien dijo aquella palabra mágica, ante él se detuvo un taxi amarillo, con un “chirrido” espectacular, que paró ante  la acera. Mientras abría la portezuela, el taxista preguntó:
          
    ¿A dónde?
            Hay que decir, que el taxista era una taxista joven con una melenita corta. Tendría poco más que veinte años. Enrique se arrellanó en su sitio, mientras la taxista ponía el coche en marcha: “embrague y acelerador…” Se oyó un fuerte golpe, producido por un automovilista irresponsable. Impacto que casi hizo volcar el automóvil, habiéndole encontrado a pocos pasos de haber iniciado el viaje, a aquél loco que produjo el accidente.

            El golpe no fue mortal, pero fue suficiente para que la taxista quedara herida. Fueron rodeados instantáneamente, por dos motos y un coche de la policía y también, una ambulancia.

(Sexto capítulo)

            La policía, acordonó aquél trozo. Enrique no sabía qué hacer, ayudó a sacar a la muchacha del coche y con los miembros de la ambulancia que certificaron que no había sido un accidente grave, subió con ellos a la ambulancia. Ella tenía, seguro, un brazo roto y quizá la clavícula y una herida en su pierna izquierda, que se delataba por la mancha de sangre sobre su falda. Enrique se había visto metido en aquello sin comerlo ni beberlo, pero tenía que hacer frente a la situación.
            Mientras la policía se hacía cargo de los vehículos siniestrados, él acudió a  la oficina de ingreso en “Urgencias”, donde aparte de los papeles de la mujer, dio su nombre. Ya en el Hospital, acompañó al médico en  sus observaciones. Aquél accidente en el que, él, no tuvo “arte ni parte” había empezado a causarle molestias. Se había perdido en principio una entrevista que era vital para su trabajo. Ahora se había visto obligado a acompañar en la ambulancia a la mujer desconocida y ofrecerse en principio en el departamento de “Ingreso” en el Hospital. Le preguntaron a ella si era familia suya y no quiso mentir. Dijo, simplemente, que era su “patrón”. Dejó su teléfono y sus datos por si necesitaban llamarle más adelante.
             Después de realizar todo el papeleo, Enrique le preguntó dónde podía verla, la había visto al entrar en una camilla, pero no la habían subido todavía a planta. Al fin de una larga espera, la hicieron pasar a una habitación provisional. La encontró toda demacrada. El médico de guardia le dijo que a primera vista, no era grave, eso sí. Era un brazo roto, y por lo demás la herida de la pierna, era un simple arañazo y lo de la clavícula, no llegaba a rotura, o sea que podía estar satisfecha aún.
            La muchacha se mostró no cohibida, porque parecía tener mucho mundo, pero se sintió realmente culpable de las molestias que le causaba a aquél viajero que no llegó a transportar. En cuanto a la compañía del taxi, no se sabía, si después del juicio la ayudarían en algo o la dejarían en la calle.
—¿Cómo te llamas?, le preguntó él.
—Mi nombre es Gemma Narváez…
—Qué nombre más bonito— contestó Enrique—, ¿hace mucho tiempo que llevas el taxi?
—Pues sí, cerca de un año, pero nunca había tenido un accidente.
—Si el accidente no ha sido tuyo. Ha sido el salvaje ese, que ha salido por la izquierda como ya hemos declarado a la policía.
            Después de una pausa, él le explicó… Me llamo Enrique Martínez. Soy de esos que hacen casas. ¿Tú, tienes familia?
—No, vivo con una amiga y compartimos piso.
—No sé el tiempo que estarás ingresada porque lo del brazo va a ser una operación, pero de eso nadie se muere –bromeó-. Cuando te den el alta en el Hospital ¿qué vas a hacer?
            Ella se encogió de hombros. Él volvió a hablar:
—Yo no sé qué podría hacer para ayudarte. ¿Sabes contabilidad? ¿Ordenadores, idiomas? ¿Cuáles son tus conocimientos informáticos? Enrique pensó que en la empresa en la que trabajaba, tenía que haber, algún puesto accesible para ella…Indagaría.
            Él no sabía, a ciencia cierta, qué podía hacer por ella. Por otra parte, de esta mujer no sabía nada. Sin embargo de alguna manera se sentía obligado a ayudarla.
            Aún tendría que pasar al quirófano y después ya se sabría la gravedad que con el tiempo podría tener su dolencia y siempre habría forma de intentar colocarla en un empleo por sencillo que fuera. Trató de tranquilizarla a ella diciéndole que en unos pocos días, podría incluso mover el brazo y después de darle ánimos salió del Hospital.
—Cuando yo sepa en qué habitación te han colocado, vendré a verte… ¿Te apetece que te traiga alguna cosa?
            Ella dijo que no y él se marchó rápidamente a reanudar sus ocupaciones.

(Séptimo capítulo)

            Enrique se dirigió a su despacho donde tenía trabajo atrasado.
Había olvidado ya el asunto cuando a los tres días volvió al Hospital y Gema lo recibió algo demacrada en su habitación del Hospital. Hablaron ambos una conversación intrascendente. Solo estaban tratando de conocerse. Dos días más tarde volvió Enrique al Hospital. Esta vez llevaba en los brazos un gran ramo de flores y con un gesto de alegría, llamó a la puerta de la enferma:
            Le abrió la puerta una enfermera muy seria y le dijo que la Srta. Gema había sido dada de alta.
¿No dejó ninguna dirección…?
            La enfermera negó con la cabeza y Enrique ya violento, puso en sus manos el ramo de flores.
Algo molesto por aquello que parecía un desaire, volvió  a su oficina y trató de no pensar más en ello, pero dos días más tarde sonó su teléfono y una voz conocida le dijo:
—Enrique, estoy con una amiga en una terraza enfrente de su oficina. Si le quedan unos minutos libres le esperamos aquí.
Realmente Enrique había tenido muy pocas ocasiones de hablar con aquella muchacha, realmente no se conocían, pero le apetecía conocer un poco más de ella, aceptó el reto y bajó a encontrarse con las dos mujeres. Fueron dos horas que

se le pasaron a Enrique como un suspiro. Se volvió a su Hotel, no sin antes, quedar citado con ella para el domingo siguiente.

(Octavo capítulo)

            A pesar de que su trabajo le embebía muchas horas, acudió la mañana del domingo a la cita con Gemma. Durante tres o cuatro domingos se repitieron esos encuentros, en los que hablando de muchas cosas, trataban de conocerse más. Luego vino su viaje a Alemania donde estaban montando un gran edificio y casi se olvidó de su amiga “la taxista”, aunque le llevaba unos cuantos años, sus conversaciones eran las de chicos jóvenes. Ella le contó de su vida juvenil. Dónde había estado y en qué colegios, también los países que había visitado.
            Enrique se sentía rejuvenecido y pensaba que tal vez aquella curiosa amistad, comenzaba a convertirse en algo más, pero a su vuelta de Alemania, Gema había desaparecido. Se sintió molesto consigo mismo, por no haber tratado de buscarla.
            ¿Estaba realmente enamorándose de aquella muchacha a la que llevaba al menos diez años? Durante varias semanas se sintió inquieto, instó a sus asesores a que la localizaran, pero todo fue inútil. Realmente estaba enamorado y era ese un sentimiento nuevo para él, pero que había surgido espontánea e inesperadamente, cuando ya creía que había pasado su edad de  enamoramientos.
            De mal humor siguió revisando papeles, hasta que de repente, la puerta de su despacho se abrió casi violentamente y en el umbral apareció, con su cabellera algo revuelta, Gemma.
            Enrique se levantó en el acto y fue a abrazarla, pero ella le detuvo con sus dos manos.
—Lo nuestro es imposible, dijo con cierta congoja Gemma.
—Pero tú me quieres…¿No es cierto?
La joven buscó nerviosamente en su bolso y echó unos papeles sobre la mesa y Enrique y después de echarles una mirada, dijo:
—Pero ¿Qué es esto? ¿qué significa?
            Ella se cruzó de brazos y casi gritó: —Que no me puedo casar contigo porque ya soy casada…Estos papeles lo explican todo y yo un día, tontamente, los firmé.
            A Enrique  le dio un vuelco el corazón, de repente recordó que él también había presentado unos papeles presentados por su tío TED.
            Con los ojos muy abiertos por el asombro exclamó:
—¡Pobre de mí, si yo también estoy casado!, pero escucha Gemma, ¿cómo firmas tus documentos personales?
—…Pues con mi nombre Mª Gemma.
            Enrique casi le gritó:
—Si tú eres la sobrina de tío Ted estás casada, pero conmigo.
            Entró en el despacho un secretario, Enrique estaba cogiendo los papeles de ella y juntándolos con los suyos…
—¿Desea usted algo? -Dijo el empleado-.


—Sí-respondió Enrique- ¡Deme su encendedor! Y ante el asombro de sus acompañantes, le prendió fuego a los documentos…
—…Pero ¿qué haces?, dijo ella.
            Enrique dejó que los papeles se chamuscaran y volaran en pequeños pedazos.
—¿Has visto Gemma, qué fácil ha sido? Ya no estamos casados. No me gustaba la idea de casarme por orden de mi tío “el carnicero”. Y ahora te pregunto: ¡Gemma…! ¿Quieres casarte conmigo?
            El secretario que no entendía nada, salió y cerró la puerta, sin ruido, dejándoles solos.

FIN


EMILIO VICTORIA MUÑOZ