POESIA PALMERIANA

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sábado, 14 de julio de 2012

Itinerario de Gabriel Miró por Alicante, de Rosa María Monzó


(Gabriel Miró en burro, viajero por Alicante.


ITINERARIO. Rosa María Monzó

El comienzo del otoño invita a viajar. Nos sentiremos acompañados por la suavidad de las temperaturas, el cielo limpio tras las calimas del verano y una luz especial, dorada al atardecer, y que embellece todavía más cuanto nos rodea. Como el gran escritor que fue y hombre enamorado siempre de su tierra, aunque se viera obligado a pasar gran parte de su vida lejos de ella, Gabriel Miró vuelve en el conjunto de su obra a aproximarse a su mar, a sus hermosos paisajes y a las gentes que los habitaban.

Los conocedores de su literatura recordarán de inmediato sus grandes novelas de Oleza -trasunto literario de Orihuela-, cuyo nombre se une a los de esas míticas y simbólicas ciudades que han pasado a formar parte de nuestros territorios más íntimos aunque ni siquiera los hayamos pisado. Vetusta -Oviedo- constituye quizá el referente más conocido desde que Ana Ozores, La Regenta, paseara por sus calles, rezara en sus iglesias y conventos, y se convirtiera en la principal protagonista de una complicada historia en la que tienen cabida todos los sentimientos humanos.

La Oleza de Gabriel Miró es el escenario de la más reconocida de sus novelas aunque, por su extensión, su editor le impusiera publicarla en dos partes: Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso. Los años que el escritor había pasado en Orihuela cuando era un niño, alumno del Colegio Santo Domingo, se encuentran sin duda tras el profundo conocimiento de una sociedad enfrentada entre el progreso y la tradición, de los sabores y los olores que llegan hasta nosotros desde cada página, del río y del ferrocarril por los que fluyen la vida y el futuro.

Sin embargo, es en otra zona de nuestra provincia donde Gabriel Miró -con la compañía siempre fiel de Sigüenza- retoma el contacto con su tierra y en ella se inspira para escribir Años y leguas, aparecido en 1928, que fue el último libro publicado en vida del autor y la obra en la que alcanza su plenitud creadora.

Como decíamos antes, el escritor había marchado de Alicante en 1914, instalándose en primer lugar con su familia en Barcelona y, siempre luchando por dedicarse enteramente a la literatura, se trasladaron a Madrid en 1920. Desde allí, la enfermedad de su hija Clemencia motivó que pasaran los veranos, durante algunos años, en Polop de la Marina y en la sierra Aitana, aceptando la sugerencia de su "hermano espiritual", el compositor alicantino Oscar Esplá. Su casa alquilada, una hermosa masía llamada Les Fonts, se encontraba cerca de esas magníficas fuentes que hemos tenido el placer de disfrutar y beber de sus aguas, y permitía contemplar un hermoso paisaje de parras y bancales; en lo alto, el cementerio del pueblo, el que inspiró a Miró su premiado relato Huerto de Cruces. La importancia de Polop y sus veranos para Gabriel Miró pueden resumirse en la poética descripción que del mismo hacía: "pueblo en el que siempre se piensa cuando contamos un cuento". Tan feliz fue Gabriel Miró durante sus veranos en Polop, que quiso comprar unas tierras para edificar una casa; como para tantas otras cosas, no dispuso del tiempo suficiente: su familia convertiría aquel deseo en realidad muchos años después. Entre las páginas del libro, un capítulo excepcional, "El lugar hallado", el que cada uno de nosotros persigue encontrar, y cuya lectura transmite una intensa sensación de armonía y serenidad. Más tarde se trasladarían a Aitana, reencontrándose el autor con su añorado paisaje: "¡En Aitana, como hace veinte años! No sube por la carretera nueva, sino por el camino de aquel tiempo. Pronunciando Aitana en Aitana se le deshace un sabor dentro de su vida que no tuvo desde entonces" Entre otros amigos, Oscar Esplá y Germán Bernácer les acompañaron en alguna ocasión.

Años y leguas, escrito en aquellos veranos, evidencia en su título la preocupación del autor por el tiempo y el espacio, y su estructura se aproxima a la de un libro de viajes. A través de su lectura podemos recorrer los parajes llenos de vida de la Marina Alta y el Marquesado de Denia, escenarios de la naturaleza, auténtica protagonista del libro, que para el escritor simboliza la esencia de lo que permanece y existe por sí misma, por encima de las limitaciones del ser humano.

Siguiendo los itinerarios de la obra, nos aproximamos a Benidorm. Benidorm, con el Puig Campana herido para siempre por la espada de Roldán, su Sierra Helada, y los comienzos de una transformación que a Sigüenza le resulta preocupante: " ...abren sus residencias de verano como una sombrilla de membranas recortadas; residencias que han trastornado la fisonomía originaria de Benidorm y la lengua de las gentes con las líneas apócrifas y el concepto de chalet de t repercutida entre los dientes lugareños. La felicidad y la inocencia se han roto"

Callosa de Ensarriá es nuestro siguiente destino: de buenas tierras, huertos, bancales, soportales de cal, puente que nos conduce desde las playas mediterráneas al interior. La presencia de Gregorio de Benimantell -pueblecito de tejados que se entrecruzan, campos de colores, como los que pintaría Emilio Varela-, o el sonido de órgano dg la sierra Bernia, transformado de pronto en la sirena de un barco... Ningún lugar, ningún pequeño fragmento del paisaje escapa a la sensibilidad de nuestro guía de excepción, gratamente sorprendido por la "aparición de Calpe, y a su lado, el Ifach, tallado de luna", en un panorama espléndido roto por el barranco del Mascarat.

Las tradiciones de algunos lugares son antiguas, "ochocentistas", como las que nos narran las andanzas de los señores de Castell de Castells y de Evo, aventureros por las sierras de la comarca. En el camino aldeano que lleva a Chirles siente Sigüenza la "soledad de domingo de todos los tiempos... Lejos y solo. Nadie".
La casa del señor Torres Orduña, cacique de la comarca, se alza majestuosa en Castell de Guadalest, entre Aitana y la Serrella; puede visitarse en la actualidad y guarda entre sus muros la presencia de tiempos pasados: muebles, enseres, documentos. De poco sirvió a su dueño oponerse a la construcción de carreteras: inundan ahora el paisaje autobuses, automóviles, turistas ávidos de conocer la belleza del paraje y que se desplazan diariamente desde la costa.
El camino hacia Bolulla era entonces el de los pueblos escondidos, rodeados de sabinas, salvia, romero, pinares, y de un silencio que, hasta la aparición de las carreteras, rompía esporádicamente el paso del tren. El viajero continúa ascendiendo por caminos cada vez más escarpados hasta llegar a Tárbena, "encima de los macizos de las sierras; tan alta, que en los huertos apacibles y calientes de abajo, en los valles con aires de mar, se pronuncia Tárbena levantando mucho los ojos". Cuando la carretera termina su ascensión hemos llegado al Coll de Rates. En la otra vertiente se extiende el Marquesado de Denia.

Desde la distancia, Sigüenza no reconoce Parcent, el lugar que había visitado veinte años antes, acompañando al ingeniero Prósptero Lafarga, como nos cuenta en su libro Del vivir (1 904). Mientras se acerca, va desgranando nombres de pueblos de su provincia: Ibi, Tibi, Famorca, Benisa, Jávea, Agres, Ondara, Alcalalí... ; para todos encuentra la palabra precisa, evocadora, tan característica de su escritura. Al llegar a Parcent le dicen que los leprosos ya no están en el pueblo, sino en la Leprosería de Fontilles; nada es ya lo mismo, ni el paisaje ni siquiera nosotros porque "contemplar es despedirse de lo que ya no será como es".

Además de los lugares expresamente citados, ningún otro pueblo escapa a la consideración del viajero: La Nucía, Altea la Nueva, Altea la Vieja, Beniardá, Benifato, Abdet, Confrides... Estos y otros parajes de la geografía alicantina son los escenarios en los que transcurren la mayor parte de las obras de Gabriel Miró; aunque sus nombres literarios sean otros, resultan fácilmente reconocibles.
Han pasado muchos años desde aquellas excursiones que, en ocasiones, hacía Sigüenza montando en un jumento o en automóviles de la época. La autopista, las carreteras -tan distintas de los caminos rurales-, permiten recorrer en poco tiempo los caminos y los pueblos que aparecen en el libro. Cuando el lector de Años y leguas se enfrenta a los cambios del paisaje, a la naturaleza maltratada, es difícil evitar la tristeza o el sentimiento de melancolía que nos provoca cualquier pérdida irreparable. En todo caso, la obra nos permite esencialmente viajar con nosotros mismos, reconocernos en el paso del tiempo.

Ya es casi imposible reencontrar aquellos campos solitarios, aquellos pueblecitos íntimos que Sigüenza recorrió hace ochenta años. Me permito recomendarles la lectura de un libro, Imagen y poesía de Alicante, con textos de Gabriel Miró acompañados de unas magníficas fotografías de F. Sánchez Ors, que en 1952 editó la entonces Caja de Ahorros del Sureste de España. Clemencia Miró, prologuista de excepción, recuerda los, viajes de su abuelo, Don Juan Miró, Ingeniero de Obras Públicas, que seguramente inculcó a su hijo Gabriel el amor por su tierra. En sus páginas, el transcurso de los años va acrecentando el tono sepia que debió tener desde su http://www.blogger.com/img/blank.gifaparición, pero ha guardado para nosotros imágenes que, aunque ya no tendremos la fortuna de contemplar, quedarán http://www.blogger.com/img/blank.gifpara siempre en nuestra memoria.

Revista “El Salt”, nº 2 de Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, año 2004

Rosa María Monzó Seva fue directora de la Biblioteca Gabriel Miró de la CAM


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