Los poetas somos como los leones, después de que nos disparen podemos lanzar nuestras garras. Página administrada por el poeta Ramón Palmeral, Alicante (España). Publicamos gratis portadas de los libros que nos envían. El mejor portal de poetas hispanoamericanos seleccionados. Ramón Palmeral poeta de Ciudad Real, nacido en Piedrabuena.
Contacto: ramon.palmeral@gmail.com.
La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.
Micaela Paredes Barraza (Santiago de Chile, 1993) ha publicado los libros Nocturnal (2017) y Ceremonias de Interior (2019). Estudió Letras Hispánicas en su ciudad natal y un máster en Escritura Creativa en Nueva York. Se dedica a la escritura, la edición, la traducción y a guiar talleres de exploración creativa. Actualmente vive en Madrid.
«Micaela lleva años rastreando un lugar desde el que contarnos la luz y la penumbra, desde el que hablar con los dioses y enunciar, con esperanza, otra suerte para las mujeres», nos dice Sara Martínez Navarro. Y ese lugar es Propétides, Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana 2024. «En él encuentro -afirma Martínez Navarro- un modo de vivir el misterio que encierra la poesía, capaz de habitar a la par la contemporaneidad de la leyenda ovidiana y la tierra que arrastran los lamentos de Virgilio Piñera. Pues la “maldita circunstancia” de Micaela Paredes Barraza no es otra que la palabra poética, a la que se entrega bajo la premisa de un dominio del lenguaje, del tono y de la forma, que le permite ser decididamente original para hablarnos del fondo de los tiempos. Dancemos, por tanto, al son de los versos de Propétides, y asistamos al testimonio de estas mujeres que miraron y callaron y de nuevo miraron, y ahora se sirven de un lenguaje que transita desde la herida hacia el futuro. Que Atalanta, Judit, Dafne o Galatea nos acompañen hasta ese “espacio que se abre / entre la voz y el canto”, que coincide exactamente con el libro que tienes entre tus manos».
Manuel Rico se acerca a la biografía del narrador con
una mirada compleja hacia el hombre (ingeniero y escritor) y a la
realidad en que se desarrolló su obra literaria.
Hay libros que marcan para siempre el tiempo en que los leemos. Recuerdo el remotísimo verano de 1980 y mi lectura de Miau, de Benito Pérez Galdós. O el de 1989, iluminado por la gozosa inmersión en una novela poco conocida de Manuel Vázquez Montalbán, Los alegres muchachos de Atzavara… O el de mi adolescencia en que descubrí la poesía de Juan Ramón y escribí, a su sombra, mis primeros poemas. Hubo otros veranos memorables a los que sumo el que finalizó hace menos de un mes.
El de 2024 ha sido para mí el verano Benet. Lentamente, pero con un interés que bordeaba el apasionamiento, he leído El plural es una lata, la biografía del autor de Volveras a Región escrita por J. Benito Fernández.
Es un libro fascinante, que se lee de un tirón, en el que se
reconstruye, sobre todo, el mosaico de una determinada España en un
período que va de finales de los años cuarenta hasta la década última
del siglo. Y en ese mosaico, Juan Benet como personaje central viviendo la mutación.
Es una biografía, como todas las anteriores suyas (Leopoldo María Panero, Rafael Sánchez Ferlosio, Eduardo Haro Ibars…),
rigurosa, prolija en datos, fechas y precisiones de todo orden, incluso
urbanísticas, en la que combina dos planos de la existencia de Benet
profundamente interrelacionados, pero con vidas y personajes separados:
de una parte, su peripecia como ingeniero, incluso como responsable de
obras determinantes de nuestro actual sistema hidráulico, y de otra, su
labor como escritor y, hasta cierto punto, como teórico de la narrativa
no solo española. Benet era, así, un personaje de doble
vida, de doble mundo de relaciones, realidades que no siempre se
entrecruzan pero que sí condicionan su biografía. Esas dos realidades
vitales las afronta Benito Fernández con una enorme
sensibilidad para que una no ahogue a la otra y, a la vez, para destacar
cuál fue la esencial para él. La literatura desde una perspectiva
inevitablemente marcada por su fuerte personalidad como exponente de primer orden en la renovación de la narrativa española a finales de los años 60: una visión de acusada originalidad, fuertemente singular, deudora de Faulkner
(en cuya estela se acomodó de modo casi obsesivo), nada proclive a dar
facilidades al lector para adentrarse en sus libros, gran parte de ellos
de muy trabajosa lectura, y desdeñosa de lo que llamaba "costumbrismo".
Con cierta vehemencia, por cierto: para Benet, en ese
calificativo cabía casi todo: desde la tradición realista que, en
España, viene del XIX y tiene como principal exponente a Galdós, hasta Tiempo de silencio, pasando por buena parte de los autores del boom latinoamericano o por el Ulyses de Joyce. Por cierto, con Luis Martín Santos,
mantuvo una extraña relación de atracción y rechazo, de amistad y
desencuentro, en la que no cabe desechar un trasfondo de celos
artísticos o un poso soterrado de envidia literaria vinculada al general
reconocimiento, de crítica y ventas, que tuvo Tiempo de silencio.
El biógrafo es riguroso en la objetividad. Aunque en ocasiones se
filtra cierta simpatía, esta nunca está reñida con el distanciamiento
que requiere todo empeño biográfico. La virtud que tiene El plural es una lata, entre otras muchas, es que la acumulación de detalles, de anécdotas, de testimonios que pueblan sus páginas dibuja una personalidad de biografía poliédrica aunque en el poliedro haya caras más destacadas que otras.
Y, en contra de la opinión crítica expresada en algún que otro
foro, permite al lector construir una imagen del biografiado muy
precisa, hasta el punto de que el conjunto es una suerte de “materia
viva” con capacidad de generar empatía con el biografiado en unos casos,
distanciamiento en otros y una suerte de antipatía quizá en los menos. Benet
fue, sin duda, un ser singular, con una clara vocación protagónica y
con capacidad para incomodar incluso a amigos y conocidos como Jaime Salinas por sus provocaciones, salidas imprevistas, desdenes varios y bromas de mal gusto incluidas.
Desfilan ante el lector el círculo de Benet, los amigos próximos, discípulos en la mayor parte de los casos, desde Antonio Martínez Sarrión, el Moderno, hasta un Javier Marías
cauto y devoto, se manifiestan los excesos ególatras y la
autosuficiencia; se destila una suerte de complejo de superioridad del
maestro, un rasgo seguramente acuñado en su condición de ingeniero, una
profesión y una titulación universitaria que en aquellos años establecía
un sello de clase (hoy también, en parte al menos), y se advierte la
presencia y “subordinación” acrítica del círculo literario más íntimo,
que muestra una suerte de distancia cualitativa respecto al mundo
literario que, en cierto modo, fue “heredada” del propio Benet por los
que podríamos definir como integrantes de la “estela benetiana”. En sus
presencias y actitudes se revela un poso de conciencia de “elegidos”,
una versión literaria de lo aristocrático y exclusivo.
Sus vínculos con la casa de Zarzalejo, en las afueras de Madrid,
desde el proceso de construcción hasta la invitación a amigos (la nómina
de visitas a Zarzalejo es un termómetro de las simpatías y antipatías
de Benet), el papel simbólico del chalet de El Viso que
fue su domicilio, su relación con los asentamientos obreros en las
proximidades de las presas y embalses cuya construcción dirigía como
ingeniero, la pasión benetiana por los viajes de interior por la España
menos conocida o su devoción por las estrategias militares, que
trasladó a sus marinas sobre batallas navales (fue pintor ocasional) o a
su, a mi juicio, obra más ambiciosa, Herrumbrosas lanzas…
Fernández aborda, también, con detalle y, a la vez,
con una gran capacidad para contagiarnos del clima epocal de una familia
de la media burguesía madrileña, la cotidianidad más personal del
biografiado: bodas, bautizos, encuentros familiares, etc… Su meticuloso
acercamiento a esos mundos (que van de la referencia a las notas
colegiales de Benet hasta la ubicación urbana de
determinadas celebraciones) construye un ecosistema cerrado que en
algunos momentos de la lectura me ha recordado al “cogollito” con que el
novelista Manuel Longares califica, en su libro esencial, Romanticismo, el corazón del barrio de Salamanca en los años del franquismo residual y del comienzo de la transición política.
Su silencioso desdén hacia la poesía, interrumpido con alguna
estridencia contra los poetas pese a escribir y publicar algunos poemas
en prestigiosas revistas de la época como La Ilustración poética española e iberoamericana, llama también la atención: Fernández reproduce las siguientes palabras de Sarrión en su libro Esquirlas:
“no tenía en mucho a los poetas del verso. Le parecían venales y
veleidosos, ombliguistas, mal educados, sin musculatura intelectual,
poco de fiar”. Salvo las referencias, numerosas, a sus amigos novísimos (Azúa, Martínez Sarrión, Molina Foix, Gimferrer), a poetas coetáneos del 50 (Gil de Biedma, Caballero Bonald, Valente, González) y a Blanca Andreu, el género es eludido tanto en su mundo de relaciones como en el prolijo universo de lecturas que nos ofrece el biógrafo.
Las contradicciones en que Benet incurre no dejan de
llamar la atención del lector. Algunos ejemplos: su habitual queja
respecto a la precariedad de su economía contrasta con costumbres nada
baratas para el ciudadano medio (y para el escritor medio) como cenar
todos los días fuera de casa, en restaurantes nada económicos, por
cierto, o con su pasión por coches o motos de sofisticadas y poco
accesibles marcas o el alto nivel de vida para la época que el relato de
Benito Fernández pone de manifiesto. En otros campos
incurre también en esas fallas: llama la atención, por ejemplo, su
apasionada postura anti OTAN y su ulterior defensa pública del SÍ, o su
abstención en el referéndum constitucional o su defensa vehemente de la
aplicación del Gulag a Solzhenitsyn y de los campos de
concentración de la URSS y del estalinismo. O, en el campo literario, su
presentación al premio Planeta pese a vanagloriarse de ser un autor de
ventas limitadas y propenso al hermetismo y a la morosidad narrativa.
Había mucho de pose, de voluntad de epatar, de búsqueda del desconcierto
del interlocutor, de la frivolidad de quien ocupa un lugar destacado en
el mundo cultural.
Por último, es de señalar la aportación que al conocimiento de la psicología de Benet,
a sus indecisiones y volubilidades y cambios, aporta el biógrafo
respecto a su vida sentimental, marcada por el drama del suicidio de Nuria Jordana, o por los vaivenes de una vida amorosa llena de dudas, arrepentimientos, debilidades y certezas: la que compartió con Rosa Regás primero y con Blanca Andreu después.
El plural es una lata es un libro que deja pocos vacíos para otros posibles acercamientos biográficos a la vida de Juan Benet
por su ambicioso planeamiento, por el meticuloso acarreo documental y
testimonial y por el solvente equilibrio narrativo entre los dos
universos que cimentan su vida. Sin duda, uno de los libros del año.
El plral es una lata. Biografía de Juan Benet. J. FERNÁNDEZ BENÍTEZ. Renacimiento. Sevilla, 2024. COMPRA ONLINE
José Manuel Lara Hernández, el editor que se escribía con sus autores
El fundador de Planeta mantuvo correspondencia con numerosos escritores
El
15 de febrero de 1953, Carmen Laforet sabía que debía dejar Destino, el
sello donde se había dado a conocer con «Nada», por Planeta. Buscaba
más difusión para su obra y, a la par, un mejor resultado económico para
su trabajo. «Desde luego que cuando escriba mi próxima novela puede
usted contar con que si las condiciones de Destino se superan por todos
conceptos, la novela será suya; y le doy las gracias por su cariñoso
interés que de veras me conmueve», apuntaba Laforet. La autora fichó por Editorial Planeta y recogió en un volumen, en este mismo sello, su obra completa literaria.
Probablemente una de las mejores maneras de conocer
la labor tanto de José Manuel Lara Hernández como de Editorial Planeta
en sus primeros años sean precisamente esas cartas, tanto las enviadas
como las recibidas por el editor, un buen ejemplo de la labor
llevada a cabo en el mundo de la letra impresa, aunque a veces no
prosperarán los proyectos. En este sentido, Lara trató de fichar para
Planeta al historiador y académico Melchor Fernández Almagro con el
objetivo de que escribiera una biografía de Ramón María del
Valle-Inclán.
En los archivos de la Real Academia de la
Lengua Española, en Madrid, en los fondos de Fernández Almagro, se
conservan las cartas que el editor envió a quien quiso convertir en uno
de los miembros de su catálogo. El historiador había publicado en 1943,
en Editora Nacional, su «Vida y literatura de Valle-Inclán», pero en
1961 quería rehacer el libro. El 21 de octubre de ese año, el editor
de Planeta le escribía que «he leído su biografía de Valle-Inclán y,
desde luego, es estupenda. De todas maneras pienso publicarla: ahora
bien, yo le quedaría sumamente agradecido si usted pudiera ampliarla en
50 a 100 páginas, porque ahora en la colección donde ahora irá publicada
resultaría muy pequeña. La ampliación, a ser posible, convendría que
fuese sobre la persona de Valle-Inclán en vez de su obra literaria».
La correspondencia con Melchor Fernández Almagro resulta interesante porque podemos
conocer de primera mano cómo era Lara Hernández negociando con sus
autores. El académico un 20 por ciento por los derechos de su ensayo
sobre el autor de «Luces de bohemia», pero Lara le propuso en dos cartas
una contraoferta: «¿No hay forma de que en lugar de pagarle el 20 %,
con lo cual me vería obligado a poner el libro a un precio muy caro, se
aviniese usted a firmar el contrato con el 15%, pagándole una cantidad
de cierta importancia como anticipo del 15%? Si usted accede a ello,
para mí sería una verdadera satisfacción; si no conforme con pagarle el
20%, pues me interesa muchísimo publicar, en mi colección de biografías
la de Valle-Inclán una vez alargada». Fernández Almagro no acabó el libro.
Manuel
del Arco fue un gran entrevistador y caricaturista que tuvo una buena
amistad con Lara Hernández. Sus entrevistas con los ganadores del
Planeta son míticas. Cuando en 1971, Del Arco falleció, el editor
puso en marcha el proyecto de un libro homenaje y que cuyos beneficios
irían a la familia del desaparecido creador. El editor se escribió con
todo el mundo para pedir que fueran suscriptores del volumen. Desde Los
Ángeles, por ejemplo, Ramón J. Sender enviaba carta en la que decía
«desde luego, puede contar conmigo como uno de los compradores del libro
de Del Arco, que fue mi paisano y mi amigo. La noticia de su muerte me
sorprendió y me dolió mucho». Sender añadía, a la manera de postdata,
que «compraré dos ejemplares, uno para mí y otro para la biblioteca de
mi universidad. Así, pues, mi suscripción es por 4.000 ptas.».
Camilo
José Cela también le comunicaba a Lara que se unía a la iniciativa:
«Claro que quiero el ej, que me ofreces de Del Arco». Por su parte,
Miguel Delibes apuntaba que «tratándose de un homenaje a Manolo del Arco
y de una ayuda a su mujer puedes contar conmigo para adquirir el libro
de que me hablas».
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Planeta: La histórica editorial cumple 75 años
A
las puertas de la concesión el próximo martes del Premio Planeta, el
sello celebra tres cuartos de siglo en funcionamiento siendo una de las
piezas fundamentales del grupo editorial homónimo
Decía
José Manuel Lara Hernández, un empresario procedente de El Pedroso, un
pueblo de la provincia de Sevilla donde había nacido en 1914, que lo más
grande que podía imaginar para bautizar una empresa era algo que se
llamara Planeta. Ese es el nombre que escogió para el sello que fundó en Barcelona hace 75 años y que cambió el mundo de la edición en nuestro país para siempre. Con el apoyo de su esposa María Teresa Bosch, primera
lectora y consejera sobre los muchos, muchísimos manuscritos que
llegaron a las oficinas de la inicial Editorial Planeta, en la calle
Pérez Cabrero, Lara Hernández puso las bases de lo que hoy es el gigante
de la edición.
La editorial inicia su andadura en plena posguerra, en
un momento en el que la capital catalana empieza a ser el hogar natural
de algunos de los principales sellos que nacen en ese tiempo, algunos de
ellos de vida breve mientras que otros prolongarán su presencia en el
tiempo. Lara Hernández, quien hasta dedicarse a la edición había sido
mecánico, vendedor de galletas o bailarín en la compañía de Celia Gámez
en la revista «Los muchachos del Savoy», había probado suerte con
antelación en el mundo de la letra impresa tras comprarle a Félix Ros la
Editorial Tartesos por 100.000 pesetas y que, en manos del andaluz,
pasó a ser Editorial Lara, aunque las cosas no salieron como se esperaba
y fue adquirida por Janés, es decir, la competencia.
Con un capital inferior a 100.000 pesetas arrancó su andadura Planeta.
El propio Lara Hernández explicaría a José Martí Gómez y Josep Ramoneda
que el punto de partida fue una condición: «Para montar una editorial
lo primero que hay que hacer es no tener dinero». El editor consideraba
que de esta manera se evitaba la publicación de libros malos. Todo ello
lo ejemplificaba con lo ocurrido con el estreno de la editorial Planeta en las librerías: «Mientras la ciudad duerme», del estadounidense Frank Yerby.«Este
libro vino a España con el título de “Débil es la carne” en la época en
la que no se encontraba carne en los mercados y no sé si la gente se lo
tomó como una ofensa, pero el caso es que no se vendió ni un solo
ejemplar. Cuando leí la obra me di cuenta que era muy importante, compré
los derechos, le cambié el título y se llevan vendidos más de un millón
de ejemplares», apuntó en la citada entrevista aparecida en la revista «Por Favor» en octubre de 1976.
Los
primeros años del sello son una apuesta por la literatura extranjera,
especialmente algunos de los nombres del momento de la narrativa
estadounidense, como lo prueba la presencia de títulos como «Caballero
sin espada» de Lewis R. Foster; «Esta es mi cosecha», de Lee Atkins;
«Nina», de Susana March, o «La última esperanza», de Mildred Masterson
McNeilly. Sin embargo, había en esa primera Editorial Planeta una
asignatura pendiente y eran los autores españoles. Para poder encontrar
nuevas voces, además de impulsar otras de creadores más veteranos, en
1954 nació el Premio Planeta. La primera edición del galardón, con una
dotación inicial de 40.000 pesetas, se celebró el 12 de octubre con una
velada en el Restaurante Lhardy de Madrid con un jurado formado por
Bartolomé Soler como presidente, César González Ruano; Tristán La Rosa;
Pedro de Lorenzo; Romero de Tejada; el mismo José Manuel Lara y Gregorio
del Toro en calidad de secretario. Se presentaron 247 obras
originales y resultó ganador Juan José Mira con la novela «En la noche
no hay caminos» que llegó a las librerías al año siguiente con una
primera edición de 5.000 ejemplares. El finalista fue Severiano Fernández Nicolás con «Tierra de promisión».
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"Los libro son como pastillas de jabón una vez que lo usas ya no los vuelves a ver" (Ramón Palmeral)
("Pan y tomate" Óleo de Palmeral, 2015, 30 x 40 cm sobre contrachapado)
Oda al Pan
PAN
con harina, agua y fuego te levantas,
espeso y leve, recostado y redondo,
repites el vientre de la madre,
equinoccial germinación terrestre.
Pan,
qué fácil y qué profundo eres:
en la bandeja blanca de la panadería
se alargan tus hileras como utensilios,
platos o papeles,
y de pronto, la ola de la vida,
la conjunción del germen y del fuego,
creces, creces de pronto
como cintura, boca, senos,
colinas de la tierra, vidas.
Sube el calor, te inunda la plenitud,
el viento de la fecundidad,
y entonces se inmoviliza tu color de oro,
y cuando se preñaron
tus pequeños vientres.
La cicatriz morena
dejó su quemadura
en todo su dorado
sistema de hemisferios.
Ahora, intacto,
eres acción de hombre,
milagro repetido, voluntad de la vida.
Oh pan de cada boca,
no te imploraremos,
los hombres no somos mendigos
de vagos dioses o de ángeles oscuros:
del mar y de la tierra haremos pan,
plantaremos de trigo,
la tierra y los planetas,
el pan de cada boca, de cada hombre,
En cada día llegará porque fuimos
a sembrarlo y a hacerlo.
No para un hombre sino para todos.
El pan, el pan para todos los pueblos.
Y con él lo que tiene
forma y sabor de pan repartiremos:
la tierra, la belleza, el amor.
Todo eso tiene sabor de pan,
forma de pan, germinación de harina.
Todo nació para ser compartido,
para ser entregado, para multiplicarse.
El carácter divino del pan ha estado presente a lo largo de la historia en diversas culturas, donde su valor simbólico y ritual lo ha vinculado con lo sagrado. En la tradición griega, el pan era más que un alimento: se consideraba un regalo de los dioses, especialmente de Deméter, diosa de la agricultura y las cosechas. Este carácter divino del pan se reflejaba en su uso en ceremonias religiosas y en su mención en textos de grandes pensadores como Homero, Platón, Aristófanes y Ateneo. Para los griegos, el pan ácimo (sin fermentar) era un manjar ritual, reflejando la idea de pureza y simplicidad.
El simbolismo del pan como alimento sagrado también se trasladó al cristianismo a través de la Eucaristía. En esta tradición, el pan se convierte en el cuerpo de Cristo, en un acto que representa la unión espiritual y la redención. A lo largo de los siglos, la Eucaristía se consolidó como uno de los ritos más importantes del cristianismo, y el pan, como elemento central de este ritual, adquirió un significado trascendental: al consumir el pan eucarístico, los fieles no solo participan en un acto conmemorativo, sino en la comunión directa con lo divino.
En el cristianismo primitivo, el uso del pan sin fermentar, o ácimo, en la Eucaristía reflejaba el legado de las tradiciones judías, como el pan sin levadura que consumían en la Pascua. Este simbolismo fue evolucionando y, al igual que en la antigua Grecia, el pan pasó a ser no solo un símbolo de sustento físico, sino de alimento espiritual y comunión.
La relación del pan con lo sagrado no se limita al ámbito grecorromano o cristiano. En muchas otras culturas, el pan ha sido un símbolo de vida, prosperidad y bendición. Esto subraya su profundo arraigo en las creencias humanas y su capacidad para trascender las funciones básicas de la alimentación.
La "torta de Corcelles", conservada en Suiza y datada en el año 2800 a.C., es un recordatorio de cómo el pan ha estado presente en la humanidad desde tiempos remotos. El hecho de que esta torta haya sido preservada durante milenios muestra no solo la importancia alimenticia del pan, sino su relevancia cultural e histórica. Así, desde la antigüedad hasta nuestros días, el pan ha sido visto no solo como un alimento esencial, sino como un símbolo de la conexión entre lo humano y lo divino.
En resumen, el pan ha recorrido un largo trayecto desde ser considerado un alimento ritual de origen divino en Egipto, en la Grecia antigua, pasando por su papel esencial en la Eucaristía cristiana, hasta convertirse en un símbolo universal de sustento y comunión. Su mención en textos de poetas y filósofos griegos, como Homero, Platón o Aristófanes, evidencia su relevancia no solo en la vida cotidiana, sino también en la filosofía y la religión de diversas culturas.
Me empuja a martillazos y a mordiscos, me tira con bramidos y cordeles del corazón, del pie, de los orígenes, me clava en la garganta garfios dulces, erizo entre mis dedos y mis ojos, enloquece mis uñas y mis párpados, rodea mis palabras y mi alcoba de hornos y herrerías, la dirección altera de mi lengua, y sembrando de cera su camino hace que caiga torpe y derretida.
Mujer, mira una sangre, mira una blusa de azafrán en celo, mira un capote líquido ciñéndose a mis huesos como descomunales serpientes que me oprimen acarreando angustia por mis venas.
Mira una fuente alzada de amorosos collares y cencerros de voz atribulada temblando de impaciencia por ocupar tu cuello, un dictamen feroz, una sentencia, una exigencia, una dolencia, un río que por manifestarse se da contra las piedras, y penden para siempre de mis relicarios de carne desgarrada.
Mírala con sus chivos y sus toros suicidas corneando cabestros y montañas, rompiéndose los cuernos a topazos, mordiéndose de rabia las orejas, buscándose la muerte de la frente a la cola.
Manejando mi sangre enarbolando revoluciones de carbón y yodo agrupado hasta hacerse corazón, herramientas de muerte, rayos, hachas, y barrancos de espuma sin apoyo, ando pidiendo un cuerpo que manchar.
Hazte cargo, hazte cargo de una ganadería de alacranes tan rencorosamente enamorados, de un castigo infinito que me parió y me agobia como un jornal cobrado en triste plomo.
La puerta de mi sangre está en la esquina del hacha y de la piedra, pero en ti está la entrada irremediable.
Necesito extender este imperioso reino, prolongar a mis padres hasta la eternidad, y tiendo hacia ti un puente de arqueados corazones que ya se corrompieron y que aún laten.
No me pongas obstáculos que tengo que salvar, no me siembres de cárceles, no bastan cerraduras ni cementos, no, a encadenar mi sangre de alquitrán inflamado capaz de despertar calentura en la nieve.
¡Ay qué ganas de amarte contra un árbol, ay qué afán de trillarte en una era, ay qué dolor de verte por la espalda y no verte la espalda contra el mundo!
Mi sangre es un camino ante el crepúsculo de apasionado barro y charcos vaporosos que tiene que acabar en tus entrañas, un depósito mágico de anillos que ajustar a tu sangre, un sembrado de lunas eclipsadas que han de aumentar sus calabazas íntimas, ahogadas en un vino con canas en los labios, al pie de tu cintura al fin sonora.
Guárdame de sus sombras que graznan fatalmente girando en torno mío a picotazos, girasoles de cuervos borrascosos. No me consientas ir de sangre en sangre como una bala loca, no me dejes tronar solo y tendido.
Pólvora venenosa propagada, ornado por los ojos de tristes pirotecnias, panal horriblemente acribillado con un mínimo rayo doliendo en cada poro, gremio fosforescente de acechantes tarántulas no me consientas ser. Atiende, atiende a mi desesperado sonreír, donde muerdo la hiel por sus raíces por las lluviosas penas recorrido. Recibe esta fortuna sedienta de tu boca que para ti heredé de tanto padre.
Los anónimos sociales somos esa gente que
cogemos el virus coronado y no salimos en los periódicos y, por el contrario,
en cuanto un famoso estornuda ¡Jesús!, que por cierto, ya no se dice, sale en
la prensa nacional. Los anónimos no contamos en ninguna parte, somos
números,personas que no cuentan:
anónimos sociales. Otros son los mendigos de la sociedad, los que viven en
chabolas, que los hay en España más de lo que aparecen en prensa o tv. Pero en
este artículo no me refiero a los mendigos económicos, sino a los mendigos de
sí mismos, ese tipo de personas que no tienen amigos, ni están en asociaciones,
ni se relacionan con nadie, se meten en su cuarto y viven una vida virtual con
internet, anónima, son los que denomino «a-exitosos» (que no buscan éxito ni
reconocimientos) sino sobrevivir con lo mínimo, con el paro acumulado,
mantienen el celibato civil y no tienen hijos, y se conforman con tener lo
mínimo y gastar la mínimo. Tener suficiente les basta. Lo que lleva a una forma
de «budismo occidental»; es decir, a no aportar nada a la sociedad sino
practicando la vida contemplativa o monástica.
Bien, pues después de esta forzosa
cuarentena por el coronavirus, este tipo de personas aisladas del mundo van a
abundar como estrellas en la noche. Y es que ni los novios ni las parejas se
besan hoy día ni siquiera en las noches de luna. Los besos los ha prohibido el
gobierno, bonito título para un poema o un relato. Pienso que estos anónimos
sociales se anticipan a este desastre económico y social que se avecina, en
cuanto se levante la cuarentena por el estado de Arma decretado por el
gobierno, en bien de la salud pública.
Entre estos anónimos sociales se encuentran
también las víctimas, no me refiero a las víctimas de un crimen o de un
atentado, sino a aquellas personas que viven en el núcleo familiar o laboral
que han de hacer lo que no quieren o no les gusta, son las personas
manipuladas, los obligados a llevar la vida que no desean y no pueden escapar
de ese mandato. Uno ha de partir de la idea que tanto la libertad como la
felicidad están en uno mismo, dentro de nuestra propia voluntad de decidir. Hay
quienes saltan de su silla ante una voz imperativa del propio nombre. Esa
llamada que les hace vibrar bien sea de los padres, jefes o pareja, o de tu
acreedor. Es la voz de tu nombre el que te alerta como si fuera una llamada
telefónica imprevista, o la llamada temerosa de una mala noticia que esperabas.
Estas personas se van anulando poco a
poco, pierden la objetividad de la realidad, el equilibrio entre lo normal y lo
excesivamente comparado o comparativo, con situaciones de verdadera alerta o
alarmas silenciosas. De momento hemos de partir de que nada es terrible, nada
debe ser llevado a los extremos, todo tiene solución cuando se comparte con
otras personas. La situación de confinamiento en que vivimos actualmente tendrá
consecuencias X, pero las tendrá.
A
veces, uno ha de empezar por lo más simple que es decir «no», con esta negativa
estamos dando grandes pasos ante la manipulación o el control, porque
rebelarse, aunque sea por asuntos mínimos en un fortalecimiento en el carácter,
y los amigos o adversarios aprenderán a que no te dejarás manipular, o que has
cambiado de aptitud sumisa a la de combate. Por lo general, el abuso viene
sobre las personas que se muestras receptiva a aceptarlo todo. En el caso de
las mujeres, parece como si fueran más dadas al sacrificio y al soportar
situaciones de estrés. Y en un matrimonio con hijos, son estos los que más
atan. Pero no hay que ser drásticos, sino que uno ha de educar al otro, poco a
poco, sutilmente. Si no puede cambiar al otro, sí puede cambiar tú, respecto al
otro.
Por lo general se utilizan varias armas
contra las víctimas como es la culpa. Un arma eficaz consiste en la que la otra
persona se sienta culpable de algo. Es uno de los mecanismos más usados. Pero
contra el sentimiento de culpa existe el mecanismo de ignorarla, rechazarla,
que esa culpa pase de largo. Uno se ha de salir de la trayectoria de la culpa. Si
te anulas he haces anónimo y eso, a mí personalmente no me gusta. El lector, tú
amigo que me lees en el silencio, sabes que tengo razón. Y no es «la razón de
las sin razón que a mi razón se hace…» quijotesca empresa matando a gigantes
invisibles que estaban en su cabeza delirante.
Yo me sentía culpable de un suceso, de
una culpa colectiva, de que todos, los integrantes del equipo social habíamos
metido la pata extrema: la de palo. De momento asumimos la culpa, y la
autoridad del jefe se relajó, el tanque dejó de atacarnos, entonces fue la
ocasión de dar explicaciones, y cuando la dimos, se trataba de un problema
general, ninguno de los otros equipos lo pudieron superar. Por ello, luego
recibimos excusas, y todos, quedaremos más o menos contentos.
Uno se ha de acostumbrar a que las cosas
nos pueden salir mal, enrevesadas o turbias. Exigirse perfección y que todo
salga bien supone que la frustración del error o del suspenso es mucho más
grave. El alumno que nunca suspende, y suspende una vez se sentirá muy culpable
de su suspenso; en cambio, el alumno que suspende con regularidad se va
acostumbrado a que esa es la tónica del curso, y ante un suspenso más o menos,
no se sentirá tan culpable.
La felicidad que
tenemos se ve en el reflejo de los ojos de los pájaros, se ve en la alegría de
la espuma de los mares y de las fuentes, el pan futuro se percibe en el corazón
de las nubes, y la tristeza del mundo se observa en el color del hígado de los
pollos sacrificados. Todo es superstición, dice la gente, pero los antiguos
supervivientes de mi aldea de El Acebuchal (Acebumeya en mi novela El cazador del arco iris), no llevaban
reloj y sabían en cada momento (día o noche) la hora exacta que era. Y cuando
levantaban una piedra podían hacer una lectura del pronóstico del tiempo según
los insectos que había debajo. Tú piensas lo que quieras, pero mi tía abuela
Wenceslá Acosta, llamada la Sabia,
vivió 105 años.
Coincidí con Ricardo Bellveser en el Congreso
Internacional “Vibraciones de Juan
Gil-Abert: la fascinación de la constancia” en Alicante cebrado los días 3,4 y
5 de abril de 2019, en el Instituto Alicantino de Cultura del mismo nombre. El
viernes día 5 llegó Ricardo para dar su ponente sobre el poeta alcoyano. El
relator de la presente crónica, asistí a su ponencia, aproveché para hacer in
video que se encuentra en You Tube y unas fotografías.
Durante su ponencia sobre su amistan con Juan
Gil Albert en Valenciam compartiendo mesa con Claudia Simón (sobrina de Juan
Gil-Albert) y con escritor Pedro J. de la
Pelaña. Al terminar su ponencia me presenté a él, ya que tenía referencias suyas
por su libro Un siglo de poesía Valencia,
Prometeo 1975. Como era el último ponente de la mañana llegó la hora de
comer en el restaurante Tapanot de la plaza Gareuil Miró. Desde el Instituto Juan Gil-Albert hasta el citado
restaurante fuimos andando y conversando, a este grupo se nos unió el crítico y
escritor madrileño Pedro García Cueto, especialista entre otros poeta de
Francisco Brines.
La comida estaba organizada la Comisión del
Congreso. Entre otros asistentes estaba el José Ferrándiz Lozano, organizador y
director del Instituto y un cuyo de congresista de una diez personas
compartiendo una larga mesa. Ricardo y yo coincidimos juntos y tuvimos tiempo
de hablar de temas culturales. Recuerdo que otro de los temas que abordé fue el
del nombre de nuestra comunidad que se podía llamar levantina en lugar de
Valenciana, para las tres provincias. Sería como si Andalucía se llamara
Sevillana. Pero tras unas sonrisas no insistí más.
Hablamos de Francisco Brines, que como
presidente del Congreso no asistió, excusándose de que se encontraba enfermo, lo
cual era cierto, ya llevaba tiempo enfermo, de hecho falleció unos amos después
el 20 de mayo de 2021. Francisco Brines fue amigo personal de Juan Gil Albert,
de hecho yo lo conocí por primera vez en 2004 que el primer congreso que se le
dedicó al poeta alcoyano en la CAM de Alicante titulado: “La memoria y el mito”.
Quien sí, asistieron al congreso fueron los
poetas Jaime Siles, Guillermo Carnero, Luis Antonio de Villena, Pedro J. de la Peña,
y críticos como Juan Cano Ballesta, José Carlos Rovira, Eva Valero y Mari
Paz…que recuerde.
Durante la comida, me dijo Bellveser le
habían nombrado miembro del jurado de los Premios de la Crítica Literaria
Andaluza y de los Premios de la Crítica de Castilla y León. Yo sabía que
Ricardo Bellveser fue director de la y miembro del Consell Valencià de Cultura
(CVC), pero de eso no hablamos.
Ricardo Bellveser contagiaba ese entusiasmo que tenía por naturaleza una
simpatía cautivadora. Le conocí poco, me hubiera gustado hablar más con
él para aprender, era un magisterio de sabiduría pero las distancias entre
Alicante y Valencia lo impedían. Un año después, a través del Ateneo le envié
mi libro Miguel Hernández, el poeta del
pueblo (Biografía en 40 artículos); pero ya estaba enfermo y no subimos
tiempo de hablar.
Pese a su vasta
cultura no fue una persona dogmática. Hasta el final de sus días ha estado
dispuesto a escuchar y a ponerse en riesgo de ser convencido,
seguramente como fruto de su curiosidad infinita. Cuando nos
despedimos que di mi tarjeta de visitas.
Ricardo fue gran admirador
de los grandes (Wilde, Proust, Quevedo, Borges
o Cavafis), ayudó a desempolvar
a autores como Max Aub o Juan Gil-Albert cuya Institució Alfons
El Magnànim, se publicaron varias obras del poeta alcoyano,como Concierto en "mi" menor;
La trama inextricable; Memorabilia (1934-1939). En 1982.
Los grandes hombres no mueren, siempre nos
queda su recuerdo, que es lo nunca se olvida y los mantenemos vivo a través de
la memoria.
La odisea de los escritores noveles: la fama como requisito para vender una novela
Por Ramón Palmeral
(escritor novel con las de 50 libros publicados y de larga experiencia)
¿Por qué razón tengo yo que leerte un tocho novela de un novel, con una portada atractiva si no me interesa lo que me cuente?
El camino para los escritores noveles es una verdadera odisea, llena de obstáculos, ilusiones y decepciones. Muchos de ellos, al comenzar sus trayectorias, sueñan con ver sus nombres en las estanterías de las librerías, sus novelas comentadas en suplementos literarios, o incluso adaptadas al cine o la televisión. Sin embargo, el panorama editorial actual puede ser cruel, especialmente para quienes carecen de renombre. Vender una novela no es solo cuestión de talento literario, sino de visibilidad, y para muchos escritores, la fama o el reconocimiento en círculos importantes parecen ser requisitos indispensables para destacar.
El peso de la fama en la industria literaria
Hoy en día, pareciera que ser un buen escritor no basta para vender libros. En un mundo saturado de información y productos culturales, el autor debe ser, en muchos casos, tan atractivo como su obra. Para los escritores noveles, esto representa un reto abrumador: ¿cómo destacar cuando el espacio mediático y editorial parece reservado para nombres consagrados o, peor aún, celebridades de otras esferas que deciden incursionar en la literatura? La narrativa que se ha impuesto en muchos sectores es que para vender una novela, o incluso para que una editorial apueste fuerte por ella, el autor debe contar con cierta fama previa o, al menos, con una plataforma desde la cual ser visible.
Este fenómeno responde en parte a la necesidad de las editoriales de asegurar ventas, lo que las lleva a buscar nombres que ya tengan cierto impacto mediático. Así, la lógica del mercado no está únicamente centrada en la calidad literaria, sino en la capacidad del autor para atraer la atención del público. Una figura famosa, ya sea un periodista con columna en un periódico nacional o un influencer de las redes sociales, tiene mayores probabilidades de publicar y vender su obra que un escritor talentoso pero desconocido.
Los premios literarios: ¿puerta de entrada o barrera de acceso?
Ganar un premio importante, como el Premio Planeta u otros galardones de prestigio, puede catapultar la carrera de un escritor. Estos premios no solo otorgan una considerable suma de dinero y un sello de calidad, sino que también generan una visibilidad mediática invaluable. Los autores galardonados entran automáticamente en el radar de las editoriales, críticos y lectores. Sin embargo, la competencia para estos premios es feroz y, en algunos casos, la selección de los ganadores también está influenciada por consideraciones comerciales o de reputación, lo que hace que los escritores noveles vean aún más lejana la posibilidad de ganarlos.
Para muchos, ganar un premio literario importante puede ser el único camino para darse a conocer, pero no es un sendero sencillo. Los certámenes menores, aunque útiles para iniciar, no siempre garantizan el salto a la fama, ya que sus ganadores rara vez reciben la atención mediática que los grandes galardones otorgan.
La importancia de una plataforma mediática
Tener una columna en un periódico nacional o formar parte de un medio de comunicación importante es una ventaja crucial. No solo otorga una plataforma desde la cual promover la obra, sino que facilita la creación de una relación de cercanía con los lectores. Esa exposición regular permite que el público y la crítica comiencen a identificar el nombre del autor, generando una empatía o curiosidad que, a la hora de publicar una novela, puede traducirse en ventas.
Los escritores noveles que no cuentan con este tipo de plataformas deben ingeniárselas para ganar visibilidad, ya sea a través de las redes sociales, eventos literarios o la autopublicación. Sin embargo, estas vías requieren no solo talento, sino también habilidades de marketing y una perseverancia enorme, ya que el reconocimiento masivo no llega de la noche a la mañana.
La empatía con los famosos
Existe una realidad inevitable en el mundo del consumo cultural: las personas tienden a sentirse más atraídas hacia lo que ya les resulta familiar. Este fenómeno, conocido como sesgo de familiaridad, juega un papel importante en la industria literaria. Cuando un lector ve el nombre de un autor famoso o conocido en la portada de un libro, es más probable que lo elija, incluso si no tiene claro de qué trata la novela. Hay una especie de empatía natural con los famosos, una curiosidad que impulsa a conocer más sobre sus pensamientos, su estilo de vida o sus ideas.
Esto pone a los escritores noveles en desventaja, ya que su anonimato les impide despertar ese tipo de interés inmediato. Para muchos lectores, arriesgarse con un autor desconocido puede ser visto como un gasto emocional y económico. Los escritores consagrados, o aquellos que han alcanzado la fama en otros campos, parten con una ventaja, ya que el público, de algún modo, ya siente que los "conoce".
La lucha por la visibilidad
A pesar de todos estos obstáculos, los escritores noveles siguen luchando por hacerse un lugar en la industria. Algunos optan por la autopublicación en Amazon o Círculo Rojo, lo que les da control sobre sus obras, pero los obliga a asumir todo el peso de la promoción. Otros buscan destacar en concursos de menor envergadura o recurren a las redes sociales para crear una comunidad de lectores. Sin embargo, queda claro que en el panorama actual, contar con una plataforma mediática o un reconocimiento previo facilita enormemente el camino hacia el éxito literario.
En conclusión, para un escritor novel, la fama o el reconocimiento, ya sea a través de premios importantes o de una presencia mediática fuerte, se ha convertido en una pieza clave en su odisea para vender novelas. El talento es imprescindible, pero no siempre suficiente. El desafío para estos escritores es doble: no solo deben escribir bien, sino también encontrar una manera de hacerse visibles en un mercado que, a menudo, parece favorecer a quienes ya tienen un nombre.
Lo mismo que he dicho de la novela vale para la poesía. Pero en fin la ilusión nunca se debe perder, aunque hay que andar con los pies en la tierra.