POESIA PALMERIANA

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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

jueves, 23 de febrero de 2012

Azorín, por Vicente Adelantado Soriano

Azorín
Vicente Adelantado Soriano / LETRALIA

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José Martínez Ruiz, Azorín

Nosotros amamos a Azorín. Al Azorín de la prosa limpia, pura, clara, diáfana. Azorín, a lo largo de sus artículos, con esa prosa, habla mucho de la situación de España, y de libros. A Azorín le gustan los clásicos, Cervantes, Lope, Gracián, el padre Nieremberg... También le gustan los clásicos franceses, a los que conoce tan bien como a los españoles. A Azorín le maravilla el teatro de Racine y de Molière, y era un gran admirador de Michel de Montaigne. Muy a menudo cita, casi siempre de memoria, alguno de sus ensayos. También cita a Cervantes y a Quevedo, a fray Luis de Granada y a Gracián.

Azorín era español, alicantino, de Monovar. Azorín ha tenido mala suerte en su país, un país de contrastes, cainista. Ha tenido mala suerte porque José Martínez Ruiz, antes de ser Azorín, fue anarquista. Luego, parece ser, renunció a su anarquismo y se hizo, dicen, conservador. El anarquismo, lo dijo el mismo Baroja, no está mal como gimnasia del espíritu, pero para poco más aprovecha. Tal vez José Martínez, amigo de don Pío Baroja, también pensara igual que éste con respecto al anarquismo.

Algunas personas han visto en ese cambio de actitud, de ideología, o simplemente de edad, una veleidad, un espíritu superficial. Otros lo califican de traidor. Y nadie lo lee. Cierto es que en un país de contrastes hay que decir las cosas a voz en grito, y pintar con brocha gorda. Ya no cabe la delicadeza ni la ironía, ni el pincel de Velázquez, ni la fina prosa de Cervantes. Tampoco, por supuesto, la clara y diáfana de Azorín.

Azorín, sin embargo, tiene artículos terribles. Artículos de una gran dureza. Los dedicados, por ejemplo, a la Andalucía trágica, a la Andalucía que pasa hambre. Azorín no denuncia la triste situación con proclamas ni soflamas. Hace, por el contrario, dos cosas tan sencillas como naturales: habla con los trabajadores en el casino del pueblo, les pregunta cuánto dinero necesitan ellos y sus familias para sobrevivir y cuánto ganan, saca cuentas, y surge un resultado escandaloso, escalofriante.

Ellos y sus familias se mueren de hambre.

Nada de cuanto piden esos trabajadores es superfluo. Aun así, no tienen dinero ni para comprar pan, ni aceite, ni legumbres. Ellos y sus familias se están muriendo de hambre.

Azorín, para completar el cuadro, hace otra cosa revolucionaria: acompaña al médico en su visita a los enfermos. Y da las estadísticas de los muertos, y de las causas de la muerte. Predomina la tuberculosis, producida por la desnutrición. El médico no receta medicinas sino alimentos. Pero no hay trabajo: los campos están yermos o en manos de los arrendatarios. Los trabajadores no tienen tierras, ni lugar donde emplearse. Tienen una familia y hambre, y desesperación.

Nada más patético ni doloroso que estos artículos de Azorín dedicados a la Andalucía trágica.

No sabemos si han sido escritos por un anarquista o por un conservador. Nosotros diríamos que han sido redactados por una persona inteligente y sensible. Por alguien sutil que confía en la palabra. Igualmente sutil se muestra cuando denuncia la corrupción de su época. Sin gritos ni estridencias nos cuenta, como aquel que no quiere la cosa, que un parlamentario desvió el agua del pantano para regar sus propias tierras. A Azorín esta afirmación, real y verdadera, le costó que lo despidieran del periódico donde escribía. La justicia siempre está bien, pero en casa ajena.

Azorín también habla del sistema parlamentario, de los parlamentarios y de sus actitudes. Y ve en el parlamento del momento un edificio vacuo, sin sentido, en el que nadie cree. Pide, en consecuencia, la renovación de éste.

Azorín no se escandalizaría si viera el funcionamiento del parlamento actual. No sirve para nada. A lo sumo para escenificar lo que todos sabemos: cuando llega allí alguna propuesta, política o económica, ya ha sido debatida, vendida y comprada en otros foros. Se ha pagado por ella una cierta cantidad, y en el parlamento se vota lo ya hecho, se escenifica o representa una triste y patética farsa. En esa farsa nadie rinde nunca cuentas de nada. Y sin cuentas claras es imposible la democracia.

A veces retransmiten por la televisión debates en los parlamentos. Son debates tristes, grises, patéticos. En los debates, los parlamentarios se acusan los unos a los otros de los mismos defectos, ironizan, lanzan algún sarcasmo, y no llegan a ningún acuerdo. El acuerdo lo comprarán a cambio de prebendas, o de cualquier otra cosa, en despachos o en cacerías. En los debates se pone bien a las claras que lo importante es el partido propio de cada uno, no las leyes o la justicia o la equidad. Menos todavía la nación, un concepto que se va perdiendo con la velocidad de la sangre cuando un astado siega la carótida.

Todo está corrompido. Tanto como en la época de Azorín.

Azorín, de vez en cuando, nos da un respiro. Entonces nos habla de libros. Azorín siente una especial predilección por los clásicos. Y como ellos tiene una enorme aversión por la guerra. Azorín habla mucho de los autores que reniegan de la guerra, que la denigran y descalifican. Y siente una especial inclinación por aquellos hombres que se malograron. Riofrío, un pueblecito de Ávila, es un libro precioso, de una prosa limpia, clara, diáfana. Pero también es un libro que encierra una enorme melancolía. ¿Qué hace un ilustrado como don Jacinto Bejarano Galavis y Nidos en un pueblo perdido? Don Jacinto, de vez en cuando, se siente solo en medio de sus congéneres. Añora las tertulias, las librerías, pero no se mueve de Riofrío. Siente que hace falta allí: no puede traicionar su vocación.

A Azorín también le indignan las historias de las literaturas, que son repeticiones de las anteriores historias de la literatura. Lucha contra ellas, y defiende lo que, muchas veces, aquéllas condenan. Azorín es un hombre de amplias y profundas lecturas. Y hace una encendida defensa de la última novela de don Miguel de Cervantes, la obra que desdeñan las historias de la literatura. Quizás porque lo hizo la primera, y nadie se ha tomado la molestia de revisarla.

Azorín es un hombre con criterio propio. E incita a tenerlo. Azorín invita a leer muchos de los libros que admira. Leer a Azorín con un lápiz en la mano, tomando nota de todos los libros de los que habla, es una buena tarea. Al terminar la lectura se tiene una preciosa lista de lecturas pendientes. Pero muchos de los libros de los que habla Azorín ya son inencontrables.

Nos imaginamos ahora paseando con Azorín por un pueblecito. Es otoño. El camino está lleno de hojas caídas, de color marrón. Hace frío. Las nubes amenazan lluvia, o tal vez nieve.

—¿Qué es el patriotismo, Azorín? —preguntamos con una cierta familiaridad.

—Tal vez el patriotismo sea publicar algunos de los libros, no nos atrevemos a pedirlos todos, del padre Nieremberg —nos contesta el maestro—. Y el conocimiento de la geografía y de la historia del país. ¿No le parece a usted?

Nosotros amamos a Azorín. Leemos a Azorín. Hoy en día, sin embargo, es difícil encontrar libros suyos. Por fortuna conocimos a Azorín en nuestra lejana juventud, cuando encontrar libros del maestro era relativamente fácil. Tanto es así que nuestra biblioteca está bien surtida de libros de Azorín.

—Yo quisiera, Azorín, que usted fuera mi maestro.

—Bueno, pues léame. Ya no podemos hacer otra cosa.

—Es lo que hago. Pero hay un problema. No me gusta dirigirme a usted como Azorín. A ese nombre no se le pude poner un tratamiento de cortesía. Y llamarle don José tal vez le disguste a usted.

—No, no me gusta. Llámeme Azorín.

Conseguir la pureza, la limpidez de la prosa de Azorín, su diáfana claridad, su sencillez, es tarea de toda una vida. Azorín ha quitado de su prosa todo lo superfluo. El grito lo es. Quizás por eso muchos no entiendan la prosa clara, limpia y diáfana del maestro que es capaz de hablar de lo más terrible, del hambre de una región, con la más pura sencillez. Sí, nosotros amamos a Azorín. Y recomendamos su lectura vivamente.

—Yo creo, Azorín, que se deberían publicar más libros suyos.

—Y del padre Nieremberg.

—Y del padre Nieremberg, por supuesto.

IR A LA WEB DE LA CASA MUSEO DE AZORIN EN MONÓVAR (ALICANTE), que dirje José Payá, bajo el patrocinio de la CAM (Caja de Ahorros del Mediterráneo)