POESIA PALMERIANA

Los poetas somos como los leones, después de que nos disparen podemos lanzar nuestras garras. Página administrada por el poeta Ramón Palmeral, Alicante (España). Publicamos gratis portadas de los libros que nos envían. El mejor portal de poetas hispanoamericanos seleccionados. Ramón Palmeral poeta de Ciudad Real, nacido en Piedrabuena.
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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

sábado, 14 de marzo de 2020

Prólogo a "Violín y otras cuestiones" por RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN, poemario de Juan Gelman












Prólogo  a "Violín y otras cuestiones" de Juan Gelman 1956
RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN 

«Los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo.»

SHELLEY

No hace mucho, en «La Máscara», siete poetas de la novísima promoción leyeron algunos de sus poemas inéditos. Todos me parecieron inspirados y bien orientados. Particularmente me interesaron los poemas de Juan Gelman, sobre todo «El caballo de la calesita», que considero magistral, y empieza así:

Trajín, ciudad y tarde buenos aires.
Aire de plaza, ruido de tranvía.
(Galopando una música de tango
gira el caballo de la calesita.)


Desfilan hechos, seres, el alma del poeta, y termina:
Iba sin una luz, sin una rosa, sin un poco de mar, sin un amigo.
Me vio el caballo de la calesita,
me vio tan solo que se fue conmigo.
Y ahora en mi corazón y desde entonces,
transitado de niños y de risas,
prisionero en mi música voltea
gira el caballo de la calesita.


(Tiene el ojo pintado. Su corazón es de madera limpia.)


Ahora el poeta publica su primer libro y después de leer los poemas que lo integran, yo saludo en su autor, no ya a una brillante promesa, sino a una vehemente realidad, a un poeta con acento personal —con «predio propio» —que  ya es mucho pedir en un joven, cuando hay algunos consagrados que todavía arrebatan giros, metáforas, temas, a otros colegas, menos afortunados pero más  honrados.
Con Violín y otras cuestiones 1956 Juan Gelman irrumpe dignamente en la poesía de habla española y el círculo universal de la rosa. En su libro palpita un lirismo rico y vivaz y un contenido principalmente social, pero social bien entendido, que no elude el lujo de la fantasía. Juan Gelman no es un evadido de la realidad, como  desearían los teóricos reaccionarios de un artepurismo imposible; ni tampoco un  «editorialista en verso», un simple propagandista, como querrían que fuera los  agrios críticos sectarios, los que ignoran que en la conciencia del poeta, del creador, habrá siempre un terreno inalienable que no podrá ser hollado.
En este singular «Violín» y en las Otras Cuestiones flotan saludables vientos de afirmación civil, y aun en tal o cual poema desgarrado, casi patético, sin aparente salida, alienta el optimismo histórico. Su poesía no responde a tal o cual preceptiva rígida, y a través del poeta, porteño, nacional, muy nuestro, se ve al ciudadano del mundo, por eso mismo. Su forma es ágil, fresca, variada en tonos y matices. Prevalece el verso libre, y es lógico, porque corresponde al fondo. Pero Juan Gelman también demuestra que puede escribir un soneto, aunque no como  los que circulan por ahí, de los que hemos llamado los «terribles sonetistas del domingo», tipo  González Lanuza, simples ejercicios retóricos. Juan Gelman ha puesto en ese soneto su personalidad; cuenta «cosas»... Se trata de dominar y utilizar todas las formas: lo importante es la intención moderna que se pone  dentro, el talento, y cualquier forma resulta enaltecida cuando se consubstancia con el contenido.
Habrá quien diga que Violín y Otras Cuestiones no está en la línea «formal»  tradicional. Pero ¿existe en nuestro país determinada tradición? Hay quienes pretenden que esa tradición se basaría fínicamente en el esplendor «gauchesco», o  únicamente en el ruidoso y brillante arsenal de la rima lugoniana.  Esto es falso. En nuestro país de aluvión, atropellado y prometedor, la diversidad de estilos, formas y temas daría la tónica. No podría decirse que nuestro pasado poético esté exclusivamente representado por el romance, el soneto, la copla, la décima, el verso rigurosamente rimado, el verso absolutamente libre, etc., etc., etc.... (Ni siquiera se comprende la sujeción a determinada forma tradicional en la vieja Francia, por ejemplo, y en ese sentido no estamos de acuerdo con el admirable y fecundo Aragón — a quien ya aplaudimos por haber dirigido la feliz batalla contra los reaccionarios y contra los sectarios en su patria— que sugiere el regreso al  soneto clásico y la solemne arquitectura de Racine y Corneille, lo cual es absurdo  porque, además, lo mejor de la tradición francesa está en el genio de Frangois Villon, en su eterna frescura, en las audacias de Baudelaire, Rimbaud, Tristán  Corbiére, Verlaine, Charles Cross, Alfred Jarry y otros, hasta los modernos, el citado Aragón, el inolvidable Paul Eluard [que sigue siendo el poeta más grande de nuestros días en el mundo], el malogrado Robert Desnos, asesinado por los nazis, etc.).
En nuestra tradición, en todo caso, se mezclan, a través del tiempo, románticos como los de Mayo y los de la generación de Echeverría, en la huella del innovador [Vítor ]Hugo, en su acento civil; el «gauchismo» [La literatura gauchesca es un subgénero propio de la literatura latinoamericana que intenta recrear el lenguaje del gaucho y contar su manera de vivir. Se caracteriza principalmente por tener al gaucho como personaje esencial, y transcurrir las acciones en espacios abiertos y no urbanizados (como la Pampa argentina] genial de los cultos Ascasubi [Hilario], Hernández [José Rafael Hernández (Chacras de Perdriel, 10 de noviembre de 1834-Buenos Aires, 30 de octubre de 1886) fue un militar, periodista, poeta y político argentino, especialmente conocido como el autor del Martín Fierro, obra máxima de la literatura gauchesca. En su homenaje, el 10 de noviembre —aniversario de su nacimiento— se festeja en la Argentina el Día de la Tradición.], del Campo [Estanislao]; los suntuosos versificadores lugonianos con el maestro cordobés a la cabeza; el urbanismo del Carriego legítimo de «La Canción del Barrio»; el porteñismo y el internacionalismo de muchos de los poetas del  movimiento «martinfierrista» y el grupo de «Boedo», casi todos, hijos de españoles e italianos; la poesía popular, la payada, de Gabino Ezeiza, de Betinotti; la poesía lunfarda de Carlos de la Púa y la del fanguero Celedonio Flores; el decoroso tono  menor de poetas del Litoral, como José Pedroni (en su origen, lugoniano), hoy lanzado a más altas resonancias civiles, y el de Juan L. Ortiz, tenue, delicado,  muchos de cuyos versos aparecen atravesados por ráfagas rilkeanas; el aire pueril de copla de algunos poetas norteños, cultores de un muy discutible, poco auténtico  folklore; la poesía cálida y valiente de algunos poetas que devinieron revolucionarios, los auténticos, aquellos en quienes Calíope no ha ahogado a Erato, etc....
Entre estos últimos nosotros incluiríamos a Juan Gelman, quien recién comienza y ya está maduro; que es un joven joven (porque también hay jóvenes  viejos) y ahora transcribo estos párrafos (que cito en mi artículo sobre «El movimiento Martinfierrista» y el «Grupo de Boedo») tomados del editorial del primer número de aquella notable revista que se llamó Proa, dirigida por Ricardo Güiraldes, el gran animador, que fuera atacado por fascistas y por la crítica oficial,y con quien tratan de ensañarse hoy algunos sectarios mal informados y malévolos: «Sin temor ni hipocresía declaramos nuestro amor por todo lo que  signifique un análisis o una nueva ruta. Y éstos se revelan indistintamente en el joven y en el viejo. Declaramos que la nueva generación no está limitada por la fatalidad temporal y biológica, y que vale más para nosotros un viejo batallador que diez jóvenes negativos o frívolos».
Hay un hecho que nos llena de emoción y de orgullo: en este país, donde la  mayoría de los editores subestiman a la poesía, y, como hemos dicho antes, para que el libro de un poeta sea publicado, el autor tiene que empezar por no ser  argentino, y si lo es, sus versos deben ser anodinos, conformistas, inofensivos.
Violín y otras cuestiones, de un poeta prácticamente desconocido, aparece con el  honroso rubro de Manuel Gleizer, «el último romántico de los editores», como lo  llamara mi hermano Enrique, que hizo conocer a toda una nueva generación de   poetas, ignorados en su mayoría o algunos de los cuales ya combatidos por la  pacata y chata crítica oficial. Cerrada la famosa librería de la vieja calle Triunvirato,  liquidada la Editorial de tanto prestigio, el querido Gleizer siguió en la brega, y  ahora se ha encargado de este libro de un novel, en el cual yo saludo sin vacilar a  un gran poeta. Con Violín y otras cuestiones —aquí veo todo un símbolo— se inicia  la colección «El Pan Duro» y otros jóvenes inéditos serán revelados. Así, el más  viejo de los editores publica al más joven de los poetas, cuando las empresas  editoras más poderosas se resisten, generalmente, a publicar libros de poetas  argentinos consagrados, y con más razón si se trata de jóvenes desconocidos...
Juan Gelman es un joven joven, repito, y su libro aparece en momentos en  que, entre algunos de la nueva hornada, se advierten jóvenes viejos, por su  mentalidad retrógrada y su visión reaccionaria de la poesía y de la vida; de regreso  a la simple versificación unos, aferrados otros al fatalismo místico y otros cayendo   en el «lorquismo» (pero lejos del gran acento de «Poeta en Nueva York» y el  intenso sentido popular del teatro de Federico) y en el «nerudismo» (pero tomando  lo que en el propio Neruda ya es saturación, nueva retórica) o bien se fugan con  Elliot, el poeta cortesano, artificioso e infecundo. No olvidamos a quienes  tardíamente imitan técnicas superadas o que tuvieron sentido en un tiempo y de  ellas sólo queda lo que fue más auténtico, poesía de supuesta inspiración  «prenatal», prosa «cortada en forma de verso», ausencia del punto y coma, etc.;  tema que hemos ya tratado en otra parte. Pero Juan Gelman no está solo. Hay  muchos que avanzan por la misma ruta, cada cual con su estilo.
Integran este libro poemas de clima porteño, entrañable, que tocan el barro y  rozan la nube, pero entre los cuales no faltan aquellos que son un toque de solidaridad con los dolores y las esperanzas de otros pueblos. Un mundo de sucesos, corrientes o extraños, seres, imágenes, ilusiones, júbilo, drama, amor y  lucha, en el que gira el mágico caballo de la calesita, y otros poemas muy bien logrados como «Crepúsculo distinto», «Oración de un desocupado» y tantos otros,  sin que ni uno solo de los que forman el libro escape al sello personal, la sorpresiva  trouvaille, el vuelo de la imaginación y la profunda sencillez de lo cotidiano... Y  siempre la vida, su exaltación, su defensa, que es la defensa de la poesía, porque él  lo dice: «La poesía es una manera de vivir»... Y siempre el canto, hasta en un  pañuelo, porque hasta «en un pañuelo la primavera canta». Y un fondo musical  reiterado de violines, alegres y melancólicos, delicados y varoniles. ¡Singulares  violines!... Sin duda, el autor no toca el violín de verdad, y si lo toca lo hará muy  mal, como ocurrió con el hoy célebre aduanero Rousseau, descubierto por el impagable Guillaume Apollinaire. Pintaba los domingos, tocaba el violín a menudo. Los vecinos protestaban por esto; la posteridad lo considera uno de los más grandes pintores... El douanier no sabía que su verdadera vocación era la  pintura. Pero Juan Gelman sabe muy bien que la suya es la poesía, la «manía de cantar»...
«Jamás la poesía de la tierra se extingue», dijo John Keats, y dijo una gran verdad. A cada generación, en cualquier lugar del mundo, surje un nuevo poeta  para probarlo.

RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN (Poeta y periodista argentino).