viernes 2 de julio de 2010
De entre los poetas semiocultos surge José Luis Prado Nogueira
Desde mi ya lejana adolescencia he sentido una especial atracción por los poetas semiocultos. Por los poetas que, pese a contar con una obra de una gran calidad, jamás saldrán del cuasi-anonimato o serán conocidos de manera oblicua y vergonzante por unos cuantos iniciados. Unas veces pertenecen a la siempre atrayente secta de los "malditos", aunque he de reconocer que en este caso el nivel de ocultamiento es reducido: pensar en Leopoldo María Panero, o en Alfonso Costafreda, o en Miguel Labordeta, por no aludir al canónico (dentro del "canon del malditismo") Rimbaud, o al no menos canónico Edgar Allan Poe o al prematuramente fallecido (y más cercano en el tiempo) Javier Egea es hablar de poetas muy conocidos, estéticamente raros y de vida tan rara o heterodoxa como su propia obra. Pero otras veces, las más, forman parte de la secta de poetas poco amigos de las sectas, de los resistentes a los círculos de influencia, a las corrientes dominantes (y no dominantes), a la vida literaria y sus servidumbres en definitiva. Me refiero a los poetas cuya vida profesional se desarrolla lejos del mundo poético aunque vivan la poesía con intensidad de devotos. Poetas que publican muy de vez en cuando y cuyos libros, cuando lo hacen, aparecen en sellos casi desconocidos o en proyectos editoriales de vida escasa y precaria, a esos poetas casi sin nombre a los que, en algún momento, cuando coincido con amigos de vasta cultura poética --me ocurre con Antonio Martínez Sarrión, con Eduardo Moga, con Félix Grande, me ocurría con Diego Jesús Jiménez--, rescatamos para apasionarnos en un diálogo lleno de descubrimientos mutuos que, antes de confesarnos, creímos devociones secretas, quizá intransferibles, de cada uno. Entonces, con alegría, descubrimos complicidades imprevistas, lecturas en paralelo de muchos años atrás, devociones inesperadas.
Seguir leyendo en la web de Manuel Rico Rego