POESIA PALMERIANA

Los poetas somos como los leones, después de que nos disparen podemos lanzar nuestras garras. Página administrada por el poeta Ramón Palmeral, Alicante (España). Publicamos gratis portadas de los libros que nos envían. El mejor portal de poetas hispanoamericanos seleccionados. Ramón Palmeral poeta de Ciudad Real, nacido en Piedrabuena.
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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

miércoles, 18 de agosto de 2010

"Anikula naiti"

"Anikula naiti". Relato corto

Entramos en contacto con los aborígenes del desierto de Gibson en Australia, y las mujeres de la tribu no paraban de gritarme algo así como «anikula naiti», que no sabía no lo decían. En mi viaje a Sidney acompañando al Dr. Wiliam Riopar como secretario particular, eminente arqueólogo, etnólogo, lingüista de lenguas perdidas.
Después de unos días en Sydney viajamos a Perth, los clientes del señor Riopar le invitaron a una excursión y visitar unas reservas de nativos de la zona central y desértica del condado de Lerveton en Australia, zona donde viven los aborígenes, la gente más fea, que yo haya podido encontrarme jamás, las mujeres son altas y grandes, no tienen formas, son de un negro chocolate sin leche y la nariz por lo general es como un pimiento morrón pegado a la cara. Viajamos en un 4x 4, sobre los polvorientos y rojizos carriles, y kilómetros de alambradas..., en fin que llegamos a ver una tribu, como nada, como quien quiere ver un tablao flamenco. Folclore puro.
Nada más bajar de los jeep con nuestros pantalones cortos y nuestros sombreros o quitasoles porque en el mes de diciembre allí es verano, el guía y traductor nos llevó a una especie de cabaña para presenciar una especie de boda o ritual de apareamiento entre aborígenes, donde se cambian cerdos por la novia, y eso sí cerdos godos y seleccionados. Son una raza fea, de nariz ancha y pelo a lo «afro» sin color definido. En cuanto me vieron las mujeres, ellas empezaron a gritar «anikula naiti» una y otra vez, y me señalaban con el dedo. Cuando le pregunté al guía que me lo tradujera me quedé estupefacto, y comprendí la verdad de las circunstancias de cada cultura. Las mujeres aborígenes estaban criticándome entre ellas, y más o menos decían: «¡Qué tío más feo».

Relato de Ramón Fernández Palmeral