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Leer la páginas 34 y 35 de "Glosada de Canto a Teresa" de José Espornceda.
........El tiempo narrativo es pasado, no presente. Ya no es, como para Jorge Manrique, un implacable fenómeno natural, algo ante lo cual el hombre solo puede aprender a convivir y a valorar debidamente. El tiempo no fluye, sino vuela. Así también, el navío del poeta, en vez de surcar las aguas vuela como un pájaro. Este tiempo, todavía en el centro mismo del poema: «Y aquellas horas que pasaron / tan breves ¡ay!, como después lloradas» (vv.6-7, octava 23), pasa a través de la memoria del poeta en su contemplación elegiaca. Cuándo su atención se fija en el pasado, las horas se transforman sutilmente en años, y un ¡ay! Subraya el dramatismo de la nueva visión: «Los años ¡ay!, de la ilusión pasaron» (v.1-octava 30). Finalmente -en una rápida visión pretérita -el mismo poeta también se somete al tiempo. Habla de ser alado cómo las horas y ascender con su Teresa al cielo, para gozar allí con ella de una eternidad sin tiempo.
Las horas de Espronceda, esos fragmentos de tiempo intensamente vivido que son la misma del amor, son también sus recuerdos. En Espronceda el corazón desempeña un papel mucho más importante que el alma. El alma sigue siendo para la contemplación de una eternidad en la que apenas se cree: es aun la sede de la vida que nace y de la vida que se va, y por lo tanto, el órgano adecuado para la contemplación de la muerte. Pero el corazón responde a la calidez de la vida en la tierra. Para el poeta medieval la vida en esta tierra no era más que una sombra de la vida eterna. Para Espronceda es lo real, porque cree en el amor e iguala la vida con el amor. El corazón es, pues, ardiente, capaz de amar y de sufrir a causa del amor. Por lo tanto, el corazón, al asumir las funciones amatorias atribuidas por los neoplatónicos del siglo XVI al alma, inevitablemente convierte la elegía en un poema de amor perdido.
Espronceda esta psicológicamente emparentado con la naturaleza, para cuya poesía posee una profunda sensibilidad. En el «Canto a Teresa» se enfrentan la tranquila naturaleza neoclásica, símbolo de la juventud inocente, y la tétrica naturaleza romántica, metáfora del desencanto. Así, de su juventud recuerda Espronceda, entre otras notas, que “Gorjeaban los dulces ruiseñores, / el sol iluminaba mi alegría, / el aura susurraba entre las flores, / el bosque mansamente respondía”; mas a tal visión de la naturaleza sucedió otra decididamente menos alentadora, pues «las flores en abrojos convirtieron, / y de afán tanto y tan soñada gloria, / solo quedo una tumba, una memoria» (vv.6-8 octava 30). Lo que llevó a esta segunda visión de la naturaleza fue el malogrado intento del poeta de practicar el misticismo humano sobre la base de la primera naturaleza. En los versos que siguen no se sabe bien si el dios con quien quiere unirse el cantor será alguna divinidad natural deísta, o bien esa versión idealizada de Teresa que deslizase en el cielo de la noche desprendida de estrellas...