POESIA PALMERIANA

Los poetas somos como los leones, después de que nos disparen podemos lanzar nuestras garras. Página administrada por el poeta Ramón Palmeral, Alicante (España). Publicamos gratis portadas de los libros que nos envían. El mejor portal de poetas hispanoamericanos seleccionados. Ramón Palmeral poeta de Ciudad Real, nacido en Piedrabuena.
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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

martes, 1 de mayo de 2012

"La explanada de España" (Alicante) por Ramón Palmera


LA EXPLANADA DE ESPAÑA

Por Ramón Fernández Palmeral

«El corazón es un piano en mitad del pecho», asegura mi amigo Algazel, un filósofo ambulante, al que he bautizado así en honor al filósofo árabe medieval crítico de la metafísica aristotélica. Es asiduo de la biblioteca pública del Paseíto Ramiro, entre cuyas palmeras, antes de la remodelación, se erigía un pedestal sin busto dedicado a Rubén Darío, y cada día Algazel pasa por el arco detector de ladrones de libros, se sienta en aquellos «semibajos» asientos hojea/ojea todos los periódicos y se emborracha de noticias frescas y luego medita, saca sus propias conclusiones, sus razonamientos, sus propios pareceres.

Tal vez mi amigo tertuliano tenga razón en que el corazón y el piano es la misma cosa, por eso, yo, cada mañana me echo el piano al hombro con alegría y salgo a tocar música a mi ciudad, a inventar la ciudad alicantina, calle a calle, plaza a plaza, edificio a edificio, a contar esquinas y las palmeras que se han ido de visita a Elche. Me siento en una de las sillas plegables y coloreadas de la Explanada de España, sillas de arco iris pintadas y rescato las que faltan o se llevó la noche con su manita de estrellas, y la complacencia de la luz de la luna que raptó los ojos de las farolas, insomnes y pálidas. Y allí toco mi piano, observo cómo los jardineros de las manos afiladas en la húmeda manguera riegan las onduladas olas pétreas, apaciguadas, lentas de solería del paseo hasta borrar la marea negra (chapapote) de la suciedad de los sonámbulos en el cubalibre derramado que rompieron sobre ellas los vasos.

Como un robinsón urbano, desertor de la cama usada, he madrugado, los coches han madrugado más que yo, la ciudad no duerme porque le sobra voluntad para sobrevivir y sobreponerse a la luz que, parsimoniosa, desviada furia de lo invisible, se apodera del amanecer sobre el mar harapiento de tornasoles matutinos, y no deja que la yema rompa el huevo del día.

Siempre empiezo el día por el emblemático paseo de mi amada Alicante, por la Explanada de España, al borde del ponto, sin esquinas, condecorado de olas y sillas de colores, y, alcanzado por esta soberbia luz levantina que te sana de los años acumulados en sexenios, y luego, borracho de verdes esmeraldas, bajo los abanicos de las orgullosas palmeras, tomo mi piano entre los brazos cual guitarra de niño de pecho, y espero a que la olas petrificadas de la solería se eleven y lleguen a mi encuentro y me bañen de pies y la quilla de la música, porque soy nave anclada en el muelle imaginario de tu cuerpo y de tu espíritu que late a la sombra quieta de una ilusión perdida porque adoro esas palmeras «desenlace de surtidor hernandiano», como cañones de corsarios puestos en batería y en pie, apuntando al vetusto edifico del Hotel Palas que recuerda una arquitectura ya arqueológica en la historia de la ciudad. Y las de bocas verdes, un fuego lacio de ramas color vejiga y curvados follajes, ocultan las ventanas, con caras poliédricas de cristal y algunas se balancean y se pliegan entre ellas, arriba, besan al sol sin odio, a toda risa sin prisa que la brisa les carcajea.

He dejado el piano/nave de mi corazón navegar a la deriva en medio del puerto y me he puesto a improvisar sonetos viejos de 14 mástiles, canciones románticas que el añejo olor a rosas empalagosas, emboscada del amor, cerró heridas y restaño resentimientos, y camino hasta el Ícaro que con su tabla de winsurf quiere salir del puerto sin mojarse. ¿Cómo está el agua?, le pregunto, y no sé por qué, él no me contesta. Se me acercan niños sobre ruedas en sus cunitas de nácar, otros más espigados con sus maletas escolares, palomas que ensayan en el auditorio el vuelo de la música, viejos domadores de años pasean sin destino fijo, perdidas las ambiciones y los proyectos arriesgados, empeñados en ahuyentar la artrosis, fotógrafos del tiempo, y turistas, no japoneses, con las armas inteligentes de sus cámaras digitales atestiguan de que estoy vivo, que lo dudo, y toco una canción que acabo de componer: «fugitivos rayos del terco sol levantino».

Cuando las musas, ya viejas profanadoras de la inspiración, se han cansado de oírme aporrear las teclas de mi corazón/piano, cometas de amor puro en arco de cuerdas románticas, todos los rayos de sol como un arpa se han confabulado en acordeones, se han sentido proclives a la mansedumbre de la tierra que amasan raíces y abrigo de soledades que nunca puedes quitarte de encima. Los músicos han de partir hacia las sinfonías, este domingo sin honores, han cosido con imperdibles de acero niquelado las partituras sobre los atriles que vuelan notas en do, en si, en fa... Luego pliego mi corazón de música y navego sin remos con cuidado de no salirme de las crestas de las altas olas/palmeras con música de acordeón, hacia las blancas horchatería para hacerme la prueba del nueve en cordura y sin alcohol.

Y cuando he dado un paseo completo al estadio de la Explanada, termino cerca de la parada de los taxis con fondo la fuente «artesanía del agua» como surtidor de ciprés sin Gerardo Diego, y el mástil con la adorada bandera rojo y gualdo, los soldados de bronce en custodia y defensa de la ciudad. Mi corazón es un piano y una bandera grande como una Explanada de España.


(Publicado en el número 22 la revista "AUCA" de Alicante)