Familiares de Casilda Sáez, hace unos días en Quintanarruz. - Foto: Patricia González
Quintanarruz, el refugio de Casilda Saéz Rodríguez
La doncella de Blasco Ibáñez, que dio la vuelta al mundo junto al escritor, regresó a su localidad natal al terminar la Guerra Civil. Un sobrino suyo la recuerda como la mujer que traía juguetes 'de lujo'
Gonzalo Alonso Sáez tiene 91 años pero su vitalidad es la de un mozo en la veintena. Sube y baja como una bala las cuestas de su pueblo, Quintanarruz, rejuvenecido por volver a las calles donde creció. Es él quien tira del redactor y la fotógrafa, de sus hijos y de sus nietas, para enseñarles emocionado los lugares de su infancia con el pretexto de rememorar a la que fuera doncella de Vicente Blasco Ibáñez.
Casilda Sáez Rodríguez, natural de esta pequeña y recóndita localidad burgalesa situada 30 kilómetros al norte de la capital, dio la vuelta al mundo cuando casi nadie viajaba. Lo hizo a bordo de un crucero de lujo junto a varias de las grandes fortunas de la época y al servicio del escritor valenciano y de su amante y futura esposa, la chilena Elena Ortúzar. Aquello fue en 1924 y esa peripecia era desconocida, hasta que este periódico la publicó hace unas semanas. Entonces Gonzalo cayó en la cuenta.
La mujer que salía en el Diario era la tía Casilda, hermana de su madre, de la que escuchaba hablar de pequeño como un pariente lejano que servía a un señor importante. «Cuando venía, de vez en cuando, traía juguetes que por aquí no había en aquella época. Trenes y coches de chapa», rememora el ahora orgulloso sobrino.
Esta imagen de 1928 recoge un momento de la comitiva fúnebre de Vicente Blasco Ibáñez, al que su doncella Casilda Sáez acompañó hasta los últimos momentos en Francia.La doncella vino al mundo en 1885 en este pequeño pueblo del páramo asomado a la Bureba, y su vida dio un giro radical que la llevó a conocer decenas de países. Primero vivió con su señora en Roma, pues Ortúzar era la esposa de un embajador chileno. Gracias a eso presumió de haber conocido «a tres Papas», tal y como recoge el propio Blasco Ibáñez en sus libros. Y después acabó embarcada en un trasatlántico que era el segundo barco de pasajeros de toda la historia que se proponía redondear la tierra. Partió de Nueva York, atravesó el Canal de Panamá, cruzó el Pacífico, recorrió a fondo Japón, China, el sudeste asiático, la India, Arabia, el canal de Suez y el Mediterráneo hasta regresar a la Costa Azul francesa, donde Blasco tenía una mansión.
En Francia falleció el escritor en 1928, y en aquel momento Casilda y su marido, Ramón Jiménez, que era el chófer de los señores, regresaron a Valencia, la ‘terreta’ del esposo de la burgalesa. Allí, según relata Gonzalo, permanecieron hasta que acabó la Guerra Civil.
Tras el conflicto bélico «Casilda y Ramón volvieron al pueblo y vivieron en aquella casa de ahí abajo», señala emocionado el sobrino. Se refiere a una construcción de piedra situada justo enfrente de otra en la que nació Casilda, en el número 1 de su calle. Ambas se sitúan ahora al pie del antiguo trazado del ferrocarril Santander-Mediterráneo, que no existía a finales del siglo XIX y que ahora sobrevive reconvertido en una vía verde por la que van y vienen los ciclistas desde Burgos.
Este anciano de 91 años, con memoria y vitalidad prodigiosas, quiso volver hace unos días a Quintanarruz, su pueblo natal, para recordar la historia familiar en compañía de sus hijos y sus nietas. - Foto: Patricia GonzálezMudanza a la capital. Poco tiempo les duró la felicidad en su nuevo refugio vital. Ramón Jiménez enfermó: «Decían que de ictericia. Se lo llevaron al Hospital Provincial y ya no volvió». Casilda, viuda y sin hijos, se mudó a la capital burgalesa en el año 1943. «Vivió en una casa por la plaza de Santa María, al pie de la Catedral, hasta que la señora chilena le compró un piso en el número 18 de la calle Los Herreros», cuenta Gonzalo. Mucho tiempo después, en 1966, falleció y fue enterrada en el cementerio de San José, donde descansan sus restos en un modesto nicho donde nada hace sospechar de la peripecia vital que experimentó esa mujer humilde y sufrida.
De Casilda subrayó el propio Blasco Ibáñez, en su Vuelta al mundo de un novelista y mientras narraba las maravillas de tierras lejanas, que «se mueve en el buque con curiosidad, con cierta desconfianza, pero sin miedo (...) y continúa tal viaje sin mostrar grandes asombros. A mí no me extraña esa serenidad, pues recuerdo el origen de los héroes del descubrimiento y la conquista de América. Muchos de ellos salieron de pueblos de Castilla y de Extremadura, donde las gentes solo de oídas conocen la misteriosa existencia del mar».
Mariano Alonso, hijo de Gonzalo, ha realizado una investigación concienzuda y detectivesca para encontrar la esquela de su tía abuela en la hemeroteca de Diario de Burgos, la partida de defunción y el lugar donde reposan sus restos. Ahora sigue la pista a la vida del chófer Ramón Jiménez, y a buen seguro que encontrará más datos si consigue un mínimo hilo del que tirar. Es la natural fascinación por unos antepasados poco convencionales cuya historia había caído en el olvido.
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Nota.-
En el manifiesto pasajeros de Mauritania aparece como Casilda Jiménez. El Argonáuta Valenciano.