¿Ves aquel sauce, bien mío,
que, en doliente languidez,
se inclina al cauce sombrío,
enamorado tal vez
de las espumas del río?
¿Oyes el roce constante
de su ramaje sediento,
y aquel suspiro incesante
que de su copa oscilante
arranca tímido el viento?
Mañana, cuando sus rojas
auroras pierda el estío,
lo verás, húmedo y frío,
ir arrojando sus hojas
sobre la espuma del río;
¡Y que ella, en rizos livianos
llevando la hoja caída,
las selvas cruza y los llanos...
para dejarla sin vida
en los recodos lejanos!
¡Ah! ¡cuán ingrata serías,
y cuán hondo mi dolor,
si estas hojas, que son mías,
abandonara, ya frías,
como la espuma, tu amor!
Rafael Obligado