POESIA PALMERIANA

Los poetas somos como los leones, después de que nos disparen podemos lanzar nuestras garras. Página administrada por el poeta Ramón Palmeral, Alicante (España). Publicamos gratis portadas de los libros que nos envían. El mejor portal de poetas hispanoamericanos seleccionados. Ramón Palmeral poeta de Ciudad Real, nacido en Piedrabuena.
Contacto: ramon.palmeral@gmail.com.
La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

martes, 6 de agosto de 2019

Cuatro poemas de Abraham Guerrero Tenorio

Abraham Guerrero Tenorio (1987) nace en Arcos de la Frontera (Cádiz). Licenciado en Filología Hispánica, ejerce como profesor de español como lengua extranjera. En 2014 reside un año en Alemania, viaje que le servirá de parapeto para aventurarse en su primer poemario, titulado Los días perros, que en 2018 ha publicado la editorial La isla de Siltolá. En 2018, aparte de ser el año de la publicación de su primera obra, gana el concurso Ucopoética. Además, también en el mismo año 2018, aparece en la antología Nudos, publicada por Bandaàparte Editores.

No es tiempo de lagartijas

Yo nací en una casa donde las lagartijas
se posaban por las paredes esmerándose.
Convencido del espectáculo, las miraba
mordiéndome la lengua, declarándoles
una guerra particular, porque mi abuela me había
advertido que así no me escupirían ―un escupitajo
de lagartija era tan feroz que podía dejarte calvo―.
Ya no es tiempo de lagartijas y no sé quién es mi abuela;
procuro arriesgar sus silencios y así distinguir su sombra
cuando vienen los perros a lamerle las varices. Mi abuela
vive donde mi abuelo descendió, egoísta y torpe, a saldar
sus deudas con no sé quién muerte, dejando a mi abuela
un cigarro en ayunas y un salón enorme como un cajón
vacío.
Mi otra abuela vive en una trinchera irónica
contra la incertidumbre,
en una palabra exacta
en una daga kilométrica
en una acidez inhumana.
Mi otra abuela no conoce su cuerpo
porque estuvo veinte años pariendo,
pariendo una hilera de hormigas
que desfilaban muy obedientes
por la matriz. «Yo les decía:
¡ya basta de hacer fila para morir!»,
nos cuenta mi otra abuela, y luego se ríe.
Y mi madre, también mi madre siempre rodeada
de mujeres infelices, con sus caladas rabiosas
y sus secretos atravesados.
Yo le hago saber a Marian en la noche
que yo nací en una casa
donde las lagartijas, pero ella
no soporta mis manos azules auscultando el pasillo
ni la luna filtrándose por el patio andaluz.
(De Los días perros, La Isla de Siltolá)

Steintor


Apenas le veíamos las encías a la noche
ya el marrón se tragaba lo oscuro de los ojos.
Era Steintor, el sueño alemán, allá fuimos,
coge el 10, justo el 10, directo al extravío
del sábado. Steintor, oh Steintor, recuérdalo
como era, porque era una praxis sucia, reguetón
murmurado en las puertas de las discotecas; era
Steintor, turcos repartiendo kebabs, ignominia
a los occidentales, cura tu racismo tragando
salsa de yogur. Sí, Steintor, la herradura
de los susurros cabalgaban los cuellos de las putas,
«cuánto el francés, cuánto el griego», todo dicho
en teutón, variedad diátopica en dos metros cuadrados,
allí, en Steintor, el placer egoísta del Jägermeister
te fijó en ese viejo que te entristecía porque
bailaba solo en medio de la acera, you´re asking
me will my love grow, cantaba. Éramos Steintor,
perros defendiendo el chalé de nuestra juventud,
vasos con restos de cerveza, saunas de tabaco
eran las bocas, allí, en Steintor
las bocinas se retorcían en el aire porque el bus no encontraba su hueco
el caminar involuntario del muñeco verde del semáforo
la ciudad regando nuestras vértebras con un torbellino
de luces; todo, todo eso era Steintor, y también era el chico
de la bicicleta que no hablaba español y supo entender
que con los ojos te decía:
«Y a nosotros,
quién nos cuida».
                                        (De Los días perros, La Isla de Siltolá)

7 Cajas

Siete cajas engalanan el hueco,
siete inocentes cajas de cartón
son un pueblo, una familia, una calle,
una forma de cocinar,
una geografía
una arboleda
una relación.
Siete cajas son precariedad  laboral,
la nostalgia con olor a cerrado,
se convierten en emblemas
en raíces
en anclas.
Siete cajas siempre empiezan de nuevo.
Y ahí están, otra vez, nuestras siete cajas
con productos de Tiger,
los 150 kg. que pesan nuestras vidas.
 (De Los días perros, La Isla de Siltolá)

Bodegón


La persiana a medio cerrar
el desorden de la lavadora por tender
los zapatos desperdigados en la moqueta
el mantel cubierto de cáscaras de naranja
la luz rielando del televisor
y el hueco de tus bolsos colgados en las sillas.
El felpudo en la entrada dice:
Welcome.