7.
La era victoriana
|
La
era victoriana, desde la coronación de la reina Victoria, en 1837,
hasta su muerte, en 1901, fue una época de transformaciones sociales que
obligaron a los escritores a tomar posiciones acerca de las cuestiones
más inmediatas. Así, aunque las formas de expresión románticas
continuaron dominando la literatura inglesa durante casi todo el siglo,
la atención de muchos escritores se dirigió, a veces apasionadamente, a
cuestiones como el desarrollo de la democracia inglesa, la educación de
las masas, el progreso industrial y la filosofía materialista que éste
trajo consigo, y la situación de la clase trabajadora. Por otra parte,
el cuestionamiento de determinadas creencias religiosas que llevaban
aparejados los nuevos avances científicos, particularmente la teoría de
la evolución y el estudio histórico de la Biblia,
incitaron a algunos escritores a abandonar asuntos tradicionalmente
literarios y a reflexionar sobre cuestiones de fe y verdad.
Los
tres poetas más sobresalientes de la era victoriana se ocuparon de
cuestiones sociales. Aunque empezó dentro del más puro romanticismo,
Alfred Tennyson pronto se interesó por problemas religiosos como el de
la fe, el cambio social y el poder político; ejemplo de ello es su
elegía In memoriam (1850). Su estilo, así como su conservadurismo
típicamente inglés, contrastan con el intelectualismo de Robert
Browning. El tercero de estos poetas victorianos, Matthew Arnold, se
mantiene aparte de los anteriores porque es un pensador más sutil y
equilibrado. Su labor como crítico literario es muy importante y su
poesía expone un pesimismo contrarrestado por un fuerte sentido del
deber, como ocurre en su poema “Playa de Dover” (1867). Algernon Charles
Swinburne se orientó hacia el escapismo esteticista con versos muy
musicales pero pálidos en la expresión de emociones. Dante Gabriel
Rossetti, y el también poeta y reformador social William Morris, se
asocian con el movimiento prerrafaelista, que intenta aplicar a la
poesía la reforma que ya se había introducido en la pintura.
La
novela se convirtió en la forma literaria dominante durante la época
victoriana. El realismo, es decir, la observación aguda de los problemas
individuales y las relaciones sociales, fue la tendencia que se impuso,
como se puede comprobar en las novelas de Jane Austen, como Orgullo y prejuicio (1813). Las novelas históricas de Walter Scott, de la misma época, como Ivanhoe
(1820), tipifican, sin embargo, el espíritu contra el que reaccionaban
los realistas. Pero el nuevo espíritu lo dejaron bien a la vista Charles
Dickens y William Makepeace Thackeray. Las novelas de Dickens sobre la
vida contemporánea, como Oliver Twist (1837) o David Copperfield
(1849), demuestran una asombrosa habilidad para recrear personajes
increíblemente vivos. Sus retratos de los males sociales y su capacidad
para la caricatura y el humor le proporcionaron innumerables lectores y
el reconocimiento de la crítica como uno de los grandes novelistas de
todos los tiempos. Thackeray, por otro lado, pecó menos de
sentimentalismo que Dickens y fue capaz de una gran sutileza en la
caracterización, como demuestra en La feria de las vanidades (1847-1948).
Otras
notables figuras de la novela victoriana fueron Anthony Trollope y las
hermanas Brontë. Emily escribió una de las más grandes novelas de todos
los tiempos, Cumbres borrascosas (1847), mientras sus hermanas
Charlotte y Anne también escribieron obras memorables. George Eliot es
otra destacadísima novelista de la literatura universal, así como George
Meredith y Thomas Hardy.
Una
segunda generación de novelistas más jóvenes, muchos de los cuales
continuaron su obra en el siglo XX, desarrollaron nuevas tendencias.
Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling y Joseph Conrad intentaron
devolver el espíritu de aventura a la novela, y alcanzaron algunas de
las grandes cimas de la narrativa inglesa. Una intensificación del
realismo se produjo con Arnold Bennett, John Galsworthy y H. G. Wells.
El
mismo espíritu de crítica social inspiró las obras de teatro del
irlandés George Bernard Shaw, que hizo más que ningún otro por despertar
al teatro de la somnolencia en la que había estado durante el siglo
XIX. En una serie de poderosas obras, claramente influenciadas por las
últimas teorías sociológicas y económicas, expuso, con enorme habilidad
técnica, la estupidez de los individuos y de las estructuras sociales de
Inglaterra y del resto del mundo moderno.Es la época floreciente de la hipocresia, la cualidad más destacada de los británicos: haz lo que quieresa pero que nos se entesren los demás